Se viene popularizando en redes el uso de “TUGO” para asignarles alguna responsabilidad sobre las políticas en curso a quienes con su voto, su militancia o sus opiniones contribuyeron al acceso de Alberto Fernández al poder. No es novedoso como forma de polemizar, pero sí la intensidad y el sentido de su uso.
Generalmente, en una democracia, el debate político nunca pierde la vocación de invitar al otro a una tarea colectiva. La democracia adquiere su real sentido a partir del supuesto de que las opiniones cambian (y por tanto la mayoría social cambia) y que hemos elegido esta forma de gobierno, entre otras cosas, para reflejar esos cambios en el poder público y desplazar gobiernos de modo pacifico.
“TUGO” no es solo un señalamiento y una diferenciación, sino que muestra una lectura del proceso histórico reciente. Cada vez que el gobierno se repite en los tics que ya habían mostrado inviabilidad en la experiencia 2003-15, “TUGO” aparece como señalamiento inquisidor.
“TUGO” parece sintetizar varias ideas a la vez: 1) somos responsables de cómo votamos, y no vale decir “no me di cuenta”, y 2) Si bien tenemos derecho a cambiar, no mejoraremos cambiando como saltimbanquis, sin hacer una lectura más estricta de los acontecimientos políticos. Argentina no estaba acostumbrada a este shock de responsabilidad cívica.
Somos responsables de cómo votamos, no vale decir “no me di cuenta”.
Por supuesto que se puede hacer un uso injusto del “TUGO”. Eso es horrible. Pero quienes subordinaron una visión política responsable a la simplificación palermitana de denominar “gobierno de los ricos” a la experiencia de Cambiemos, deben hacerse cargo de este presente.
Los muy pobres resultados de la actual gestión, las inconsistencias, los posicionamientos internacionales vergonzantes, las denuncias de favores a grupos corporativos por cadena nacional, la doble vara permanente, la disputa por el manejo de recursos destinados a la ayuda social (sin reflexión alguna sobre los niveles de pobreza), etc., han querido ser maquillados con elementos del cotillón progresista o del arcón de la marginalidad impostada por parte del elenco más o menos estable de funcionarios de todo tipo que el pejotismo y el kirchnerismo dispone. Los de siempre, con las ideas de siempre, con peores resultados que nunca (a pesar de los precios internacionales, de la responsabilidad opositora y de dos años dominando ambas cámaras del Congreso).
La respuesta a mano
La crisis que transitamos está alterando algunas conductas sociales, con resultados que aún desconocemos. No es bueno que usemos el “TUGO” como cancelación, pero es la respuesta que muchos ciudadanos encontraron frente a la irresponsabilidad de políticos, intelectuales o comunicadores que los han mareado con sus cambios, su arribismo, su superficialidad y su pretendido pacto con el olvido.
Hagámonos cargo. No llegamos hasta acá por una catástrofe natural. No se agotaron sólo las reservas del Banco Central. Otras reservas están exhaustas y la recomposición de la confianza requiere de un ajuste de conductas, no sólo presupuestario.
En el país que yo sueño para mis hijos los ciudadanos no se levantan el dedo entre sí, y mucho menos por la opción política que en algún momento tuvieron.
En el país que yo sueño para mis hijos los ciudadanos no se levantan el dedo entre sí, y mucho menos por la opción política que en algún momento tuvieron. Tampoco en el país que yo sueño el gobierno vive dando clases de una moral que ni practica, ni tiene derecho a imponer.
El paso de los días nos exhibirá el peor rostro de la improvisación. Nuestra tarea es justamente hacer una lectura estricta de lo que está pasando e interpretar el deseo de cambio de la mayoría social con un mensaje político que exceda la confrontación. Argentina necesita un pacto ético, terminar con los privilegios y asociar responsabilidad y sensibilidad para enfrentar las transformaciones.
Hoy “TUGO” es el nombre de la impaciencia y el hartazgo. No hay licencia social para “hacer tiempo” o para acomodar las cosas. La única legitimidad será la que venga de un programa de cambio profundo y sostenido, apoyado en un nuevo modo de “hacer política” más vinculado al servicio y al sentido que a los manejos burocráticos o al uso prebendario del poder.
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