Suleymán Krieger Navon nació en Jerusalén cuando todavía estaba ocupada por los otomanos. Llegó a la Argentina por la decadencia del imperio, que empujaba a los hijos de los funcionarios del gran visir a la busca del comercio y de la industria. En Argentina Krieger forjó el suyo propio: fundó el Banco de Finanzas y Mandatos y se casó con la hija de un metalúrgico –también inmigrante– y propietario de los talleres más importantes de Buenos Aires. La ausencia de patricios en su genealogía y la herencia del infiel en su sangre no les impidió escalar como familia en la sociedad porteña. Por el mayor de sus hijos, Adalbert, el nombre de los Krieger Vasena no se ha perdido entre los tantos apellidos de inmigrantes que llegaron con un poco más que lo puesto e hicieron fortuna en la Argentina, pero tal vez todos los sucesos que rodean a la biografía familiar, desde el afán del turco por la efusión de su fe, la ocupación de los Balcanes, el sanjacado de Rodas, los talleres de San Cristóbal, la Semana Trágica, el golpe del ’30, la afiliación al FMI, las temporadas del Teatro Colón y el Rodrigazo fueran sólo la excusa para que una tarde del otoño de 1993 Susana Giménez le preguntara a Daisy Krieger Vasena de Chopitea si el dinosaurio que había traído desde la Patagonia para su evento de caridad estaba vivo.
En aquel instante, repetido hasta borronear de la escena a Daisy Krieger Vasena con su herencia y su filantropía, se encarna la representación que muchos argentinos hicieron de Susana Giménez. Como si Susana entera, sus capítulos, secciones y divisiones se amontonaran en aquella pregunta que le salió naif, como dice ella, de su boca. Los defensores cruzados de Susana, que mañana cumple 80 años, se apuraron en minimizar el incidente, justificarlo por las prisas y exigencias de la televisión en vivo, para exonerar a Susana de la supuesta idiotez que acababa de cometer.
Pero aquel momento no la ridiculizó. En los años posteriores en la televisión aparecieron programas que se componían exclusivamente de errores, sus conductores se forzaban por parecer idiotas. La busca del ridículo como objetivo propició la aparición de otros programas que consisten en repetir aquellos programas centrales que llenaban sus horas con escenas con errores e idioteces. Pero Susana no es eso y el recuerdo del público con su figura nunca operó igual.
Decidida a triunfar
Nadine Marsac es una actriz ambiciosa que siempre llega tarde a los ensayos. París está ocupada por los nazis, el dueño del teatro Montmartre es un judío que se esconde en su sótano, no hay combustible, no hay calefacción, tienen que lidiar con la censura y ella llega siempre tarde a los ensayos. En una ocasión se demora hasta lo inaceptable y el director se lo reclama con mucha más enojo que otras veces. Nadine se disculpa, dice que se ha demorado el doblaje que hace por las mañanas. Ante la respuesta el director se enfurece, le dice que ella está haciendo teatro, que deje los doblajes para las actrices que tienen la necesidad de trabajar. Nadine le responde que no, que no dejará el doblaje y que además del doblaje y de la obra del Montmartre ella hace radio, teatro para niños, es figurante en la Comédie-Française y haría cine si le ofrecieran un papel porque está decidida a triunfar: Je veux réussir le grita desde el proscenio y para cerrar la escena que ha montado dice que hay sólo un camino lograrlo: aceptar todos los trabajos.
Susana Giménez, que repartía fotos suyas por todas las agencias que buscaban chicas jóvenes y lindas para llenar huecos de programación, hacer publicidades y desfiles. Después se sentaba a esperar a que suene el teléfono. Al día siguiente salía a trabajar y volvía por las noches después de haber hecho tres o cuatro producciones. Las estrellas incipientes como ella debían usar su propia ropa y su propio maquillaje y peinado para cada presentación. Se tomó el trabajo muy en serio desde el principio: su Fiat 600 fue su camarín ambulante. Salía de un laburo y mientras manejaba hasta otro se cambiaba y se maquillaba en el auto en los semáforos. Así todos los días, como Nadine en El último subte, de Truffaut.
Susana también aceptó muchos trabajos: hizo publicidades, desfiles, comedias picarescas, teatro de revista, películas dramáticas, teatro serio, grabó discos, sacó perfumes y un programa de televisión que hizo de Susana Giménez una figura relevante incluso entre las personas para quienes la televisión no es importante. Este aspecto de su fama es posterior, un corolario que llegó con la madurez de su madurez, con el análisis retrospectivo de su trabajo y de la comparación con las figuras del espectáculo de su tiempo. Cuando la ola bajó y notamos que Susana seguía vigente entendimos que las razones de su éxito, consecuencia inexcusable de su personalidad, la distinguían entre las figuras efímeras de las que necesariamente se nutre la televisión por ser el tipo de entretenimiento que es. Pero no negó la esencia con que se hizo famosa, la comprensión de los matices de su figura no anula a la mujer naif con la que hizo carrera. Por el contrario, reordenó el sentido con que su imagen se estampó en la memoria de los argentinos.
Los argentinos permitieron que Susana Giménez entrara todos los días a sus casas y que a la rutina de sus días se sumara la rutina de Susana.
La rutina cimenta el cariño y nos permite conocer los matices de la gente. La rutina depura el trato, hace de la sucesión de pequeños gestos y de hábitos comunes un vínculo estrecho, estable y permeable a los cambios que se dan con el paso del tiempo. Los argentinos permitieron que Susana Giménez entrara todos los días a sus casas y que a la rutina de sus días se sumara la rutina de Susana, la rutina del ingreso al estudio con la campera de cuero con tachas y la mochila al hombro, la del peinado, el maquillaje y la bata blanca en la silla tijera, la de la prueba de vestuario con el trajecito sastre, la capelina blanca, el sombrero negro, el pañuelo, los monitores con su cara, la cara de Susana Giménez multiplicada por dos, por tres, por siete, ella y la luz de un reflector, ella y Jazmín, ella y el viento de un ventilador que le vuela papeles a una productora y a ella el sombrero en la pantalla y Jazmín que se escapa y el ramo de flores con el vestido blanco y la mirada sensual que de María Susana hizo a Susana Giménez y la entrada al programa, la música, el maestruli, la Coneja, Marcelito, los zapatos de Lonté y las medias Silvana.
Nadie podrá negar que en la rutina de Susana, adaptable a las inacabables excepciones y normalidades de cada casa, los argentinos conocimos a la verdadera Susana, a aquella que educó su madre, la misma que enamoró a Monzón, la que convenció a Tinayre y a Martínez Suárez para que hicieran La Mary con ella.
La fama puede ser ingrata en cualquier parte del mundo, pero en la Argentina, en particular, es complicada. Los famosos argentinos, aunque sean muy reconocidos y queridos, suelen encontrarse en apuros económicos, y ser famoso y pobre al mismo tiempo es una de las peores maldiciones que se pueden imaginar. Si bien muchos de ellos no son estadísticamente pobres, sí enfrentan condiciones que, dadas su popularidad, se consideran de escasez. A menudo, deben trabajar arduamente durante toda su vida para vivir en relativa paz, incluso después de alcanzar uno o dos éxitos en sus carreras.
La mayoría, con solo una fracción de su éxito, una pequeña parte de su belleza y una mínima porción de su fortuna, habrían sucumbido ante las tentaciones y desajustes del ego.
¿Por qué Susana fue inmune a lo que la macroeconomía hizo con los famosos? La idea de que ganó lo suficiente como para vivir con las comodidades que todos conocemos no explicaría cómo otros famosos con buenas rachas tienen que trabajar hasta sus últimos días para mantenerse. ¿Es casual? Los sobrepolitizados dicen algo que es cierto: la ideología atraviesa toda la personalidad. La importancia que Susana le asigna al dinero desde chica, cuando vio que su madre no podía separarse por ser dependiente económicamente de su marido, hace presumir que Susana tiene una conducta muy responsable en torno al dinero y al ahorro. ¿También es parte de la ideología el manejo del ego? El hecho de ser Susana Giménez y no sufrir las caídas que han experimentado otras celebridades es algo que solo puede ocurrirle a personas buenas, inteligentes y equilibradas. La mayoría de las personas que la señalan, con solo una fracción de su éxito, una pequeña parte de su belleza y una mínima porción de su fortuna, habrían sucumbido ante las tentaciones y desajustes del ego de manera inimaginable.
Es posible entonces pensar que las ideas que Susana tiene sobre el esfuerzo personal, la autonomía del individuo, la protección de los bienes, la seguridad y el estado no sean solo ideas de una señora acomodada sino que son el sustrato ideológico con el que forjó su éxito y su fortuna y el correlato político de las ideas con la que se maneja en la vida cotidiana.
Yo no sé mucho de Susana Giménez. Cuando era chico miraba todos los días su programa con mi abuela. Si algo es Susana para mí es el recuerdo vivo de mi abuela. De esa manera la quiero, no imagino muchas otras formas en que se pueda querer mejor a un desconocido. ¿Pero qué hizo Susana para llegar tan profundo en mujeres como mi abuela? Mi abuela miraba el programa todos los días sentada en una reposera en chancletas y con el perro en su falda. En la televisión Susana desplegaba su belleza en vestidos inalcanzables y peinados diarios de Miguelito Romano en una época en que el público todavía le exigía glamour a sus estrellas. El acierto de Susana estuvo en representar el ideal glamoroso de esas señoras con la espontaneidad llana de una mujer que se muestra transparente. Se puede presumir que los aciertos de Susana fueron espontáneos, se puede especular con que fueron meticulosamente estudiados. Yo creo que fueron sinceros y moldeados por el consejo diario de su madre, que de alguna manera condensaba en Susana a todas las madres del país, era la madre patrón, el público promedio cifrado en una señora que la juzgaba, a diferencia de los que se dedican profesionalmente a hacerlo, con buena fe.
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