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Entrevistas

Sebastián Mazzuca

El politólogo argentino explica su novedosa teoría sobre por qué nuestros problemas son más estructurales de lo que creíamos. A pesar de todo, dice que es optimista: las cosas están cambiando.

Los argentinos llevamos décadas preguntándonos por el origen de nuestro declive. No es un deporte sólo nuestro: también se practica en toda América Latina. ¿Cuándo se jodió? Sebastián Mazzuca (Buenos Aires, 1971) tiene una hipótesis novedosa, que deja a un lado las explicaciones basadas en la economía o la cultura. Dice que el problema original fue el diseño de los países, que, al revés de los estados europeos, no se formaron por guerras sino por el comercio. Esto generó una cierta vagancia (esta palabra es mía, no suya) para la formación de los países, donde terminaron conviviendo zonas productivas liberales con zonas improductivas conservadoras que nunca lograron complementarse y favorecieron la creación de Estados corruptos e ineficaces. El problema de América Latina, dice Mazzuca, no es la herencia española ni el imperialismo yanqui, sino su Estado y las formas políticas derivadas de él.

Estas ideas están incluidas en su libro Latecomer State Formation (Yale University Press, 2021), que el año pasado causó una sensación en el mundo académico. Mazzuca vive hace más de dos décadas en Estados Unidos, donde es profesor en el departamento de ciencia política en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. En Buenos Aires estudió ciencias políticas en la UBA y después se doctoró en la Universidad de Berkeley. Conversamos el martes por zoom. A continuación, una versión de nuestra charla, editada por razones de espacio y claridad.

¿Por qué decís que los países de América Latina tienen un defecto de nacimiento?

Primero cuál es el defecto y después por qué es de nacimiento. El defecto es que son Estados patrimonialistas, un fenómeno algo técnico pero que se puede asociar con Estados que son a la vez incapaces y corruptos, las dos cosas a la vez. Incapacidad es falta de recursos, fiscales y humanos, para ofrecer bienes públicos: seguridad, moneda, justicia, educación o, llegado el caso, una campaña de vacunación rápida y eficaz. Corrupción es algo superficial que refleja algo profundo: la vulnerabilidad del Estado a ser capturado por grupos sociales, máquinas partidarias y organizaciones criminales. Fijate la conexión entre las dos cosas: cuando un Estado es capturable, se vuelve corrupto y cuando es corrupto se vuelve incapaz: en vez de producir bienes públicos crea bienes privados para miembros del gobierno y sus socios capitalistas. O bienes partidarios, privilegios y contratos o vacunatorios VIP para sus militantes.    

La cuestión es por qué el defecto es de nacimiento. Esa pregunta es brava, porque la idea es que nacieron patrimonialistas y se mantuvieron patrimonialistas en el tiempo sin solución de continuidad. Una idea algo temeraria. Hay muchas razones a favor de esta tesis, pero destaco dos empíricas y una teórica. La primera toma como punto de partida los síntomas actuales de “patrimonialismo”, que uno rápidamente puede bajar al terreno de lo cotidiano con lo que dijo [el lunes] el fiscal [Diego Luciani]: la captura sistemática del Estado, el uso de los recursos del Estado con fines privados o partidarios. Si uno comienza con los síntomas actuales (burocracias ineficaces, clientelismo, capturas del Estado) y empieza a rastrear hacia el pasado y mira en en la historia cuándo empezaron, se encuentra con que son poco menos que inmemoriales. Bastante rápido te das cuenta que nunca estuvimos en un paraíso de eficacia de Estado que en algún momento perdimos. Mucho menos tuvimos jamás autonomía del Estado, en el sentido de que no esté capturado por ninguna corporación social, militar, política. Esto es una corroboración empírica.

Mucho menos tuvimos jamás autonomía del Estado, en el sentido de que no esté capturado por ninguna corporación social, militar, política.

Otra razón empírica está tan naturalizada que no la tenemos en cuenta: si uno mira los territorios de América Latina, han sido increíblemente estables. La permanencia de las fronteras, de la geografía política de los países: Argentina, por ejemplo, ha sido desde 1860 una combinación súper firme de una pradera pampeana hiper-fértil, un región andina, una Mesopotamia semi-tropical y la Patagonia. El combo de regiones argentinas, brasileñas, colombianas o mexicanas no ha cambiado desde que se formaron los Estados. Y eso es importante porque la idea es que estos territorios, con ese tipo de Estado, generan propensiones permanentes, a diferencia de la economía o la cultura, que sí cambiaron. Y justamente esas propensiones patrimonialistas están dadas por el territorio, por la estructura física. No tanto por la estructura económica o la cultura o la religión. El territorio es un fenómeno político, pero a diferencia de la política de todos los días, con sus vaivenes, es algo duradero, de material imperecedero. Eso sí que se creó y se mantuvo permanente desde que se formaron los Estados. No desde la independencia pero pocas décadas después. Por eso sus defectos son de nacimiento.

Hace décadas que los intelectuales se preguntan por qué América Latina no es un continente desarrollado. Algunas hipótesis han buscado la respuesta en la herencia colonial española o en la dependencia económica con los países centrales. Tu hipótesis es más estructural: el problema es el diseño geográfico de los países, que a su vez favoreció la creación de Estados corruptos e ineficaces. ¿Por qué las otras explicaciones no te parecen correctas y te gusta más la tuya?

Me gusta más la mía, desde luego. Pero no es tanto que las otras son malas, es que ésta que yo propongo ha sido un punto ciego en la conversación. No se ha transformado todavía en una perspectiva. Creo que, si se transforma en una perspectiva, sirve mucho para dialogar con las otras.

Hablemos de las dos que vos decís. Una es la del legado colonial, según la cual América Latina está subdesarrollada porque tiene un legado colonial muy pesado. Frente a eso me opongo por lo siguiente: las revoluciones de América Latina fueron efectivamente “revolucionarias”, no hay vuelta que darle. Transformaron las cosas, terminaron con el mercantilismo, liquidaron el absolutismo ibérico, crearon movimientos liberales en todo el continente, del norte al sur. Salvo en Argentina y Uruguay, en todos los países latinoamericanos emergieron movimientos liberales que se opusieron a proto-partidos conservadores. Los liberales en muchos casos ganaron. En la Argentina y Uruguay ni siquiera hubo conservadores, fueron todos liberales, impulsores del libre comercio y las libertades políticas. 

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La otra explicación es la idea de la dependencia, según la cual los países de América Latina son muy vulnerables porque dependen del mundo y la dependencia termina favoreciendo a los países centrales, que terminan extrayendo los recursos de los países dependientes. Aquí el drama no comenzaría con la colonia sino con el Estado oligárquico, que sembró la semilla de la dependencia. Esta tampoco la creo porque América Latina, sin dependencia, estaría mucho peor. Sin capital inglés en el siglo XIX o sin comercio o las inversiones internacionales más recientes, estaría mucho, mucho peor. El contrafáctico apunta claramente a que la dependencia no puede haber sido un factor de decadencia. Al contrario, el poco desarrollo que hay en América Latina es por su inserción en el mundo. Con lo cual esas dos explicaciones son muy incompletas, por no decir que fallan mucho y en temas muy básicos.

¿Qué les falta?

Les falta, para mí, una perspectiva de estructura política. Algo que sea estructural pero, a diferencia de las estructuras que conocemos, como las divisiones entre clases o los esquemas cognitivos con raíces en la religión, no viene de la economía o de la cultura, sino de la política. Y algo que, a pesar de ser político, es constante, estructural. A diferencia de la política partidaria o de gobierno, no oscila tanto con el caprichos de los dirigentes, los juegos de los partidos, las preferencias de la ciudadanía y los porcentajes de las encuestas. Miremos entonces el territorio y miremos el aparato que lo administra, que son constantes. El territorio y el tipo de coaliciones que se pueden hacer dentro de sus confines físicos y la máquina de extracción de recursos de impuestos y de provisión de bienes públicos o bienes privados o privatizados que esa máquina crea. Si uno mira esas dos cosas, territorio y maquinaria administrativa, son condicionantes estructurales de la política, que funcionan quizás con más fuerza y condicionan el comportamiento de los actores con más efectividad que lo que puede condicionar la distribución de los recursos económicos y los ingresos, es decir, la estructura social.

Algo que decís en tu libro es que una consecuencia de todo esto es que países grandes, como Argentina o Brasil, terminaron combinando en un mismo territorio zonas productivas con zonas poco productivas. Las zonas productivas terminaron subsidiando a las otras y en el proceso perdieron las dos, porque las productivas no logran despegar y la no productivas quedan presas de regímenes patrimonialistas. Esto sigue siendo una cuestión central, especialmente en Argentina.

Desde luego. En vez de dividir a la economía entre clases funcionales de ricos y pobres uno podría dividirla entre territorios periféricos o centrales y no habría ningún problema. Los países combinan regiones, centros y periferias o anillos de la periferia. Uno podría preguntarse cómo son esas relaciones y decir que estas relaciones son mutuamente productivas, en la que las dos se benefician, un matrimonio feliz. O podría ser una situación donde la relación es neutral entre ellos. O también una relación de “parasitismo”, donde uno se beneficia y otro pierde. Pero yo pienso que la Argentina no es ni siquiera eso, sino algo mas grave: creo que los dos pierden, tanto la periferia como el centro. La periferia pierde por algo que técnicamente es muy conocido que yo creo que inventó América Latina, que es la enfermedad holandesa.

¡A pesar de su nombre! 

A pesar de su nombre. El nombre fue inventado en los ’60 por los descubrimientos de gas en el Mar del Norte que favorecieron a la minería y los bancos holandeses pero hicieron poco competitivas a un montón de industrias que Holanda ya tenía, incluida Phillips. Las hizo poco competitivas porque las exportaciones de gas apreciaron el tipo de cambio e impidieron que otras regiones o sectores pudieran competir. Entonces si uno mira la Argentina del siglo XIX y ve primero la lana y después el trigo y la carne, son demasiado competitivos, entre comillas, para el conjunto del territorio. La diferencia entre las provincias que exportaban y las que no durante la primera globalización era como si la Pampa fuera la Alemania de la Unión Europea y el resto de las regiones, Grecia. Entonces, eso perjudica a las periferias. Pero también el centro se perjudica, porque está combinado con una periferia que drena del centro recursos vía subsidios de todo tipo. Y también crea coaliciones políticas que muchas veces van en contra de los intereses del centro y del interés de largo plazo del conjunto de las regiones. Eso se mantiene y se agravó porque se hizo más complejo. Una vez que aprendés a parasitar el Estado, que aprendés a capturar el Estado por estos mecanismos, ya queda disponible para siempre como blanco de captura para un montón de otros actores, no ya territoriales sino también empresariales, sindicales, partidarios y criminales.

Un diagnóstico posible sobre Argentina es que la desigualdad económica más costosa para su desarrollo no es entre ricos y pobres sino la regional, entre las provincias productivas y las no productivas.

La desigualdad territorial en Argentina es infernal. Es un patrón latinoamericano que en Argentina está exacerbado porque la zona pampeana es de clase mundial y el anexo fueron varias Grecias para esa Alemania, todas juntas. Fue como formar una Unión Europea con una docena de Grecias y una Alemania, sólo que con una brecha inicial mucho mayor y cuando el único parche que se conocía para la brecha en esa época era subsidios, abiertos o encubiertos. Algo muy diferente de los fondos estructurales o el banco central europeos.

Por lo que decís, transformar a Formosa o Santiago del Estero en provincias más parecidas a las centrales es mucho más difícil de lo que parece. No es cuestión solamente de que cambie el partido que gobierna.

Creo que es virtualmente imposible. Es decir, no lo vamos a ver en nuestras vidas. No sólo por lo obstinadas que son las estructuras políticas, sociales y económicas en las periferias sino también por algo que es precisamente el rol pivotal que algunos de los gobernadores y políticos provinciales tienen en la formación de coaliciones nacionales. Con lo cual ahí tenés una traba a la reforma muy grande, porque es un patrimonialismo periférico protegido desde el centro. O desde la coalición que domina el centro. Es peor, por más nocivo y más naturalizado, que Tierra del Fuego, ¡desmontate esa! Es más brava porque juegan un rol político crucial. Tierra del Fuego al menos está en el debate. Se discute qué hacer con esos subsidios que llevan 50 años, se proponen alternativas. Desmontar las perversidades del federalismo argentino es mucho más complejo porque es una coalición permanente, irredimible. Y muchos políticos centrales dependen de estas provincias existencialmente. Con lo cual es un tema muy complicado. Y Argentina, curiosamente, que fue precozmente desarrollada, la tiene más complicada que otros países de América Latina.

Una de las teorías más sofisticadas para explicar el estancamiento argentino es la del empate hegemónico, iniciada en los ‘70 y rescatada recientemente. Básicamente dice que hay dos grandes coaliciones sociopolíticas que requieren cosas distintas al Estado (especialmente, dos tipos de cambio), que ninguna logra imponerse sobre la otra y que estos vetos sucesivos generan estancamiento y crisis. ¿Qué no te convence de la teoría del empate?

Lo primero es un defecto teórico grande. Si vos tenés un veto recíproco entre dos jugadores que no se ponen de acuerdo en la distribución del ingreso, la solución es de plata. No es un cuestión religiosa o militar, donde tu existencia es una amenaza de vida o muerte para la mía. Es una cuestión distributiva. No es una opción either/or sino de más o menos. Y los problemas distributivos tienen una solución obvia, que es: dividamos la diferencia de alguna manera. El teorema de Coase. Entre los dos tipos de cambio posibles, hagamos un promedio, simple o ponderado, y se resuelve el conflicto. O sea, el empate hegemónico tiene una solución negociada. No es geopolítico o cultural, o no lo era hasta el kirchnerismo trasnochado. Entonces la pregunta es por qué después de tanto tiempo no se sientan a negociar ese tipo de cambio que no haga ganador a uno ni perdedor a otro.

Para eso es necesaria otra explicación, que es responder por qué no ha sido posible una negociación. Ahí se pone mucho más interesante la pregunta, pero ahí ya inmediatamente vas a la política y la cosa no pasa por la economía del empate sino por la política de la negociación.

El empate hegemónico tampoco incluye lo que decías del territorio y el Estado.

Claro. La otra razón para mí de por qué la teoría del empate hegemónico no cierra es que sólo describe un conflicto de clases, como si el territorio o el Estado no tuvieran autonomía, no tuvieran efectos sobre lo que pasa en la política argentina. Y la verdad es que por más que aún existe un conflicto entre trabajo y capital, dada la informalidad laboral, hay un conflicto mucho más grave que el conflicto marxista clásico, que es el que enfrenta a piqueteros, lúmpenes y planeros con trabajadores, cuentapropistas y mini-emprendedores.

Hay que reconocer que la Argentina tiene un territorio y que ese territorio presenta sus complejidades y efectos. Por ejemplo, fue fuente última, por medio de migraciones entre zonas de productividad muy dispar, de la economía popular. Y que tiene un Estado y que ese Estado tiene cierta autonomía y que los políticos desacoplan el juego político de los intereses de las clases sociales, muchas veces para hacer negocios o para preservar el poder, que es independiente de lo que pasa con la economía. Por eso digo que el “empate hegemónico” no tiene tanta política como debería tener. Por un lado o por otro del análisis tiene que entrar la política. A mí me gusta que entre estructuralmente, de una manera que incluya los rasgos permanentes.

¿Acá es donde entra lo que vos llamás las coaliciones predatorias?

Claro. Las coaliciones predatorias son coaliciones que no pueden existir sin el Estado y sin un Estado con un tipo específico de rasgos y propensiones permanentes. O sea, para entender la predación tenés que entender que hay un Estado patrimonialista, que se puede usar al Estado como un instrumento de predación. Si vos no tenés esa condición previa, no podés tener coaliciones predatorias. Entonces una vez que tenés en juego coaliciones predatorias, ya no son coaliciones productivas o redistributivas. Las coaliciones productivas aumentan el PBI, las distributivas lo mantienen igual (suma cero), y las predatorias lo achican (suma negativa). Ahí el gran conflicto es entre Estado y sociedad, un conflicto que muchas sociedades resolvieron para que el Estado no sea predatorio, para que sea pura y exclusivamente un servicio a la sociedad. Ahí fue cuando cambió la historia de esos países, cuando se terminó con la predación real o potencial del Estado. Si ese conflicto no se incorpora al análisis, te perdés un montón de entendimiento. No digo que el otro conflicto, entre clases sociales, o como las quieras definir, no existe, pero sería entre clases productivas o redistributivas. No clases que son predatorias, que redistribuyen no de una clase social a otra sino que sacan del conjunto de la sociedad o de la parte dinámica de la sociedad y se lo apropian para el Estado, para un proyecto de poder o riqueza privada.

¿El peronismo es una coalición predatoria que aprovecha o construye un Estado patrimonialista? ¿En qué medida antes del peronismo ya había un Estado patrimonialista y coaliciones predatorias en la Argentina?

Le he dado mucha vuelta a esto. No creo que al peronismo se lo pueda definir como a un partido predatorio por ADN. Ha sido predatorio la mayor parte del tiempo, pero no creo que sea incorregible. Lo que sí creo es que cualquier coalición que se eterniza en el poder eventualmente se hace predatoria. Eso es dificilísimo de evitar, la naturaleza humana es así. Entonces hay una cuestión de eternización donde el proyecto político se degrada. Uno podría decir “por qué no se degrada en otras partes”, bueno porque en el menú de acciones que tienen las autoridades políticas de Argentina existe la posibilidad de dar un paso serio a la ilegalidad, a la captura del Estado, para mantenerse al poder.

No quiero hacer mucha apología de sus años iniciales pero me parece que la moneda estuvo en el aire para Carlos Menem y Néstor Kirchner. Podrían no haber capturado el Estado. Menem podría no haber llenado las provincias de ATN, Néstor podría no haber desviado torrentes de dinero público a negocios inmobiliarios privados, y Cristina podría no haber capturado el INDEC. Pero cuando llegó el momento de la decisión, la respuesta fue “bueno, para mantenernos por un mandato más, yo rompo estas cosas”. No hay que escandalizarse porque eso pase, sino entender que pasa porque es posible. Y como es posible para el presidente ser predatorio con el Estado, lo hace. Entonces creo que no es el partido en sí mismo que es predatorio, sino que el Estado es propenso a ser capturado. Si eso es posible, va a pasar. Pero no veo nada que sea inherente a ningún partido político. En política, que sea congénito, no quiere decir que no tenga cura. Creo que el asunto es más pre-partidario, no empieza con el partido sino con algo más profundo: son el Estado y su territorio los que crearon esa propensión al patrimonialismo y después es un recurso a disposición de todos los actores políticos.

¿Cómo sería esa cura si existen tantos determinantes en contra?

Mirá, hay un texto de Martin Shefter sobre Estados Unidos y Europa Occidental que es fundamental para entender la Argentina y que dice que en cada país hay que mirar la secuencia: si la política partidaria se creó antes o después de lo que podríamos llamar la revolución liberal o la revolución administrativa. ¿Los partidos de masas aparecieron cuando ya había un Estado fuerte, no en el sentido de grande sino en el sentido de eficiente y autónomo, o aparecieron cuando el Estado era todavía patrimonialista? Esa secuencia es fundamental, porque si aparecen antes de la burocratización del Estado, ese Estado, y su sociedad, están condenados a un largo coma inducido. Los partidos de masas que nacen dentro de un Estado patrimonialista son máquinas de clientelismo. La antítesis de los partidos clientelistas son los partidos programáticos, que, en cambio, nacen en oposición al Estado patrimonialista o después de que el Estado patrimonialista se transformó en un Estado decente. El peronismo claramente fue creado y re-creado desde arriba, nació con Perón dentro del Estado y fue reconstruido por el matrimonio Kirchner y su hijo con un uso híper-voluminoso de recursos públicos.

La secuencia histórica es entonces extremadamente importante. No hay socialdemocracia escandinava si antes no tenés un Estado constitucional liberal. A Suecia se llega con escala en Inglaterra, no se puede volar directo desde Venezuela. Si te salteás la etapa de reforma del Estado, ajustate los cinturones porque la política de masas va a ser una guerra larga, generalizada y muy costosa por el privilegio patrimonial. Si el Estado es todavía una torta de la cual todos atrapan un pedacito, la emergencia del partido de masas simplemente va a exacerbar esa tendencia. Un Estado patrimonialista chico se transforma no en Estado socialista, sino en un Estado patrimonialista grande. Entonces Shefter dice: si vos te democratizás y te vas a la política de masas cuando todavía no pasaste por la etapa anterior, que es la revolución administrativa, donde ciertas partes del Estado quedan fuera de la arbitrariedad política, si vos no inmunizás la administración, cuando venga la política de masas vas a quedar en el horno. Y Argentina es una buena historia para contar eso, a diferencia del empate hegemónico.

Cuando Argentina se hizo sociedad de masas, el Estado no estaba inmunizado a la captura. Al contrario, emergieron los partidos de masas con un Estado ya muy capturado y lo que hicieron fue exacerbar la captura. Con lo cual los partidos no son los responsables del defecto original.

En diciembre del año pasado, después de las elecciones escribiste en Seúl con cierto optimismo acerca del fin de un ciclo predatorio y quizás el inicio de un ciclo liderado por una coalición productiva. ¿Mantenés ese optimismo?

Más que antes. Aumentaron las chances de que las cosas salgan bien. Si vos tenés un Estado predatorio pero la democracia más o menos se mantiene, con medios de prensa independientes y competencia política, la predación y sus consecuencias con el tiempo se hacen transparentes para la ciudadanía. Y si se hacen transparentes, aumenta el rechazo. Me parece muy estructural el problema de gobierno que enfrenta el kirchnerismo, me parece que en el transcurso de esto se hace todo bastante transparente. En los ‘90, Barrionuevo dijo “no robemos por dos años” y la crisis de 2001 ocurrió porque no le hicieron caso. Ahora es el mismo tipo de argumento. Lo escuché el otro día a Melconian decir “tiene que venir un presidente que diga que no va a permitir que le pongan kioscos y que lo cumpla a rajatabla”.

Tanto en 2001 como ahora lo que pasó es que la política no quiso constitucionalizar ciertos derechos y ciertos servicios públicos básicos. Es decir, removerlos del alcance de políticos necesariamente mediocres. Es lógico que no lo quieran hacer, pero en algún momento la cosa explota, quizá más de una vez, porque es demasiada captura del Estado, con demasiados costos como para que la sociedad quede una y otra vez cruzada de brazos.

¿Cuánta transparencia falta? Algunos lo tenemos claro, pero todavía vivimos una ‘guerra de relatos’.

La ideología kirchnerista de paladar negro, la de los ultra K, ahora sirve sólo para disimular malamente la captura del Estado, porque es de tan baja calidad, que su única función es distraer de la captura. Le pifian quienes creen que los defensores del terraplanismo son brutos ignorantes o zombies ideológicos, que no entienden a Galileo o Newton. No puede ser que después de tantos años de práctica y observación, los terraplanistas con botonera crean en las bondades de la híper-emisión o de la híper-discrecionalidad. Se vuelven más respetables si, en vez de ignorantes, a los terraplanistas les hacés un upgrade. No son brutos ni ignorantes, conocen la mentira del relato y la grieta que genera, pero astutamente la atizan para tapar el negocio de fondo, la captura del Estado.

Entonces yo soy optimista porque creo que las cosas se van transparentando, se van haciendo manifiestas en forma de mega-inflación, empobrecimiento, crisis de gobernabilidad, agudización de la incapacidad crónica del Estado. Hoy casi todos los políticos patrimonialistas son soberanamente rechazados. Entonces soy optimista por eso, porque cuando una sociedad se alfabetiza, no hay mucha vuelta atrás, no se desaprende el abecedario.

Los 40 años de democracia van dejando un sedimento.

Eso lo creo firmemente. Queda pendiente por qué la crisis de 2001 no tuvo efecto. O por qué después de 2001 se volvió a caer en el patrimonialismo. Creo que cuando tenés desesperación económica, pobreza generalizada y cataclismos sociales, cualquier tipo que te rescata un poco del precipicio se gana un cheque en blanco para profundizar el otro problema, que es el problema político de la captura del Estado. La corrupción es el síntoma superficial y personal de un fenómeno profundo y sistémico.

A mí me gusta la idea de que un desafío central para el futuro es no tener más crisis económicas agudas, aceptar un crecimiento moderado acompañado por una consolidación institucional. Porque las crisis agudas te hacen retroceder en la economía pero también en la política.

Absolutamente. El gran clivaje político de la Argentina, que es Estado predatorio versus sociedad productiva, de tanto en tanto desaparece del debate por la desesperación económica, por la urgencia de qué se hace con los pobres y la inflación. Las crisis económicas agudas distraen del problema estructural político. Y por eso el problema estructural político tiende a crear crisis económicas agudas. Termina, sin proponérselo, creando sus propios anticuerpos en forma de cortinas de humo.

¿Qué confianza le tenés a Juntos por el Cambio de, en el caso de gobernar, no ser una coalición predatoria e intentar ser una coalición productiva?

Le tengo esperanza a cualquier partido nuevo que logra institucionalizarse y es más programático que clientelista, siguiendo la distinción de Shefter. Por eso participo del debate público. Si no tuviera esperanza ni hablaría, sería un cínico y me dedicaría a mis cosas. Pero me parece que hay dos condiciones que son bravas para que eso sea posible. La principal razón por la que el gobierno de Macri fracasó es que todo el mundo, especialmente quienes tuvieron que decidir inversiones de capital de largo plazo, tuvieron miedo a que el regreso de Cristina ocurriera antes de que pudieran madurar sus inversiones. Una coalición productiva que vive bajo la amenaza constante de que a la vuelta de la esquina está la coalición predatoria, tiene patas cortas. La coalición predatoria es una desgracia, un riesgo permanente de plaga egipcia, tanto en el gobierno como en la oposición. Y la culpa no es del partido, sino del Estado, como ya charlamos.

Entonces la pregunta es cómo se hace para gobernar bajo la expectativa de que en cualquier momento vuelve el populismo o cualquier otro tipo de coalición predatoria. Ese creo que es el principal desafío, cómo se resuelve eso. El próximo desafío para Cambiemos va a ser: cómo sabemos que en las elecciones intermedias o poco después no tenés una alquimia, como la fórmula mágica de Fernández y Cristina, que te da vuelta el tablero y hace entrar por la puerta grande a una coalición predatoria.

La pregunta es cómo se hace para gobernar bajo la expectativa de que en cualquier momento vuelve el populismo o cualquier otro tipo de coalición predatoria.

La cuestión es prevenir eso. La respuesta de algunos del PRO, más bien los halcones, y los sectores más modernos del radicalismo, es “la victoria contundente”. Una victoria que diga “estos tipos no vuelven a aparecer por acá”. Me parece de patas cortas también. Porque depende de resultados electorales. Me parecería más viable que el peronismo se transforme a sí mismo en una fuerza razonable, entonces cuando llegue el momento de la alternancia uno pueda esperar continuidad de cosas básicas. Pero así como no hubo marcha atrás para los derechos políticos después de los desaparecidos y de Malvinas, no habría que permitir marcha atrás con un Estado decente, al servicio de la ciudadanía, que se va a reflejar en el fin de los problemas fiscales, el karma argentino. Esta crisis es novedosa para el peronismo, realmente no sabemos cómo va a salir de ella. Puede que salga igual, pero aumentaron las chances de que sobreviva con transformación virtuosa o que agonice como partido vecinal.

Ahora, si el peronismo pierde irreversiblemente, empezamos a depender de la buena voluntad de los dirigentes del PRO, de que ellos no se transformen en predatorios. A mí me pone muy incómodo que la calidad del Estado dependa de los vaivenes partidarios y las virtudes individuales de sus líderes. Me gustaría que hubiera dos partidos razonables con expectativas de alternancia. Ya tenemos el partido liberal de centro-derecha, que se institucionalizó y no tiene pulsiones predatorias. Bueno, falta el otro. ¿Qué se hace? Esperar a que desaparezca el peronismo es un desvarío propio de Penélope. La otra opción es hablar, y hablar implica tragarse sapos y decidir dónde hacés el corte, con quién hablas y con quién no. Salvo con la dirigencia predatoria, hay que hablar con todo el mundo.

Existe en sectores de JxC la idea de que los dirigentes del peronismo “racional”, como se le decía hace unos años, deben ser parte de las futuras grandes conversaciones. Pero que la dirigencia kirchnerista no.

A la nomenclatura predatoria no queda otra que neutralizarla. La cuestión es qué hacer con sus votantes. Que sean una minoría no significa que se pueden ignorar o dejar a la intemperie. Por razones morales y también por razones políticas, porque son el germen de algo más grande pasado mañana en alguno de los futuros posibles del peronismo. Sería bueno que dirigentes del peronismo racional y de la oposición sepan qué ofrecer a los militantes cuando queden huérfanos de Cristina.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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