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Domingo

Elecciones (V): voto castigo a la ‘neo-decadencia’

¿Estamos viendo el fin de las coaliciones predatorias?

El veredicto de las urnas de las elecciones legislativas de 2021 fue contundente. La única manera de poner matices en el mensaje central del veredicto sería compararlo con los resultados de las PASO de dos meses antes. Los matices serían dos pequeñas novedades relacionadas: el peronismo conurbano mostró más capacidad de la esperada para movilizar votantes y Cambiemos fue demasiado optimista respecto del tamaño de la victoria final.

Sin embargo, si usamos la metáfora del árbol y el bosque, los matices creados en el curso de ocho semanas son hojitas en la rama de un árbol aislado. La lupa en esos matices pierde el tronco del árbol y, desde luego, el análisis queda completamente extraviado en el bosque.

El periodismo y la política pueden distraerse en la coyuntura. El análisis político, no. Si no damos por las hojitas más de lo que valen, el mapa del bosque es clarísimo: en 2021 el partido de gobierno perdió cerca de cinco de los 13 millones de votos que cosechó en 2019. Casi cuatro de cada 10 votantes del kirchnerismo en 2019 votaron otra cosa (o no votaron) dos años después.

Un experimento mental ayuda a disipar controversias coyunturales y hacer diagnósticos más estructurales, a los que ambas fuerzas políticas pueden ponerle la firma. Si hubieran apostado a comienzos de 2020, ni gobierno ni oposición habrían imaginado semejante hemorragia para el kirchenirsmo. Sorpresa bianual compartida. Acuerdo de partes, relevo de pruebas. Las elecciones de 2021 fueron un voto castigo, en sentido literal y técnico, al gobierno de Alberto Fernández.

¿Qué Castigaron las Urnas? La Neo-decadencia

A falta de una expresión superior, “neo-decadencia” parece ser la mejor manera de caracterizar el presente de la Argentina en perspectiva estructural e histórica. La nueva decadencia es el acumulado de al menos una década de deterioro de indicadores económicos y sociales que, por donde se lo mire, es excepcionalmente fuerte.

Las comparaciones son instructivas. Refuerzan la singularidad de esta decadencia argentina. Y justifican el prefijo “neo”. Los libros de historia del futuro bautizarán a la década 2010-2020 con nombre propio, como lo merecieron la “década infame” (los treinta), la “década de plomo” (1975-82) o la “década perdida” (los ochenta).

Esta década, la de la neo-decadencia, es mucho mejor que otras en el área política. A diferencia de las décadas de la infamia y el plomo, la neo-decadencia es una década de enorme vitalidad democrática. El arraigo de la democracia es lo más parecido a un milagro secular, quizá el logro más importante de la historia argentina.

Sin embargo, desde el estricto punto de vista económico y social –excluyendo la democracia– la neo-decadencia quizá sea la peor década en la historia. Inimaginable para Belgrano, Rosas, Sarmiento, Yrigoyen, Perón, Onganía, Alfonsín y el propio Néstor Kirchner.   

La “década perdida” de la economía de los ’80 era latinoamericana. La neo-decadencia es casi exclusivamente argentina.

Cuatro indicadores fundamentales cubren toda una década: cero crecimiento del PBI per cápita; inflación anual con piso en 25%; pobreza cronificada en niveles de al menos 40% (aumenta la cantidad de pobres si, en vez de ingresos, se incluyen medidas de acceso a servicios esenciales); e inédito atraso relativo en América Latina. Si bien la cronificación de la pobreza es el fenómeno más triste del cuadro, el cuarto elemento marca su singularidad. Se trata de un costo de oportunidad bastante oculto a la opinión pública argentina: a todos los otros países de América Latina les fue bien en al menos dos de los tres primeros indicadores, sino en los tres (las únicas excepciones son Venezuela y Cuba). Argentina supo en el siglo XIX perder el tren de Australia y Canadá. Luego, en el XX, el de España y Corea. En 2010 perdió el tren de América Latina. Como si la pobreza crónica no fuera suficiente llamado de atención, la vergüenza snob frente a vecinos que solíamos menospreciar es un muy bienvenido baño de modestia. La “década perdida” de la economía de los ’80 era latinoamericana. La neo-decadencia es casi exclusivamente argentina. 

Que ésta es una década de neo-decadencia es algo que también puede ser acordado por las fuerzas a ambos lados de la grieta. Dos decadencias argentinas anteriores son más “partidarias.” Para los liberales, la decadencia argentina comenzó alrededor de 1930. Estuvo precedida por casi medio siglo de crecimiento económico a tasas récord, codeó a la Argentina con Australia y Bélgica en prosperidad material y, como si fuera poco, inició un fuerte proceso de ampliación de derechos políticos con la Ley Sáenz Peña. Aunque todo lo bueno en política acabó de golpe en 1930, los signos de debilitamiento de la economía habían empezado algo antes.

Aunque todo lo bueno en política acabó de golpe en 1930, los signos de debilitamiento de la economía habían empezado algo antes.

Para los kirchneristas, la edad de oro es otra y por lo tanto también lo es la fecha de la decadencia. La expansión de derechos sociales de la segunda mitad de la década del 40 es el edén. El inicio de la decadencia tiene nombre propio: Revolución Libertadora. De allí en adelante, el país descendió por el tobogán de ataques sistemáticos al sector popular, la fuente última de la decadencia argentina. Para los kirchneristas, naturalmente, la decadencia recién comenzó a revertirse con el gobierno de Néstor.

Las interpretaciones partidarias de esas otras dos decadencias tienen patas muy cortas. La decadencia retratada por liberales, que supuestamente nos separó del club de los diez países más ricos, ignora diferencias fundamentales en el punto de partida de Argentina. Nunca podría haber sido Australia y mucho menos Estados Unidos. La decadencia retratada por kirchneristas tiene patas aún más cortas: mete en la misma bolsa de gatos a gobiernos tan diferentes como los de Frondizi y Alfonsín y los de Onganía y Videla (a su vez muy diferentes entre sí). Y hace un esfuerzo acrobático único por barrer bajo la alfombra al gobierno de Menem, con el cual, en términos de coalición territorial y plantel político, tiene lazos tan obvios para neutrales como difíciles de admitir para partidarios. 

La neo-decadencia de 2010-21 es tan contundente que no hay guion partidario que lo pueda tapar. De nuevo, lo que es consensuado por las partes, ahorra el tiempo de presentar evidencia (que de todas maneras está repartida en decenas de relevamientos científicos).

Coaliciones Predatorias

¿Cuál es la causa de esta neo-decadencia? La respuesta tiene que ver con el largo plazo, el verdadero bosque: la propensión de la Argentina a generar coaliciones “predatorias”, un término algo hiperbólico para distinguirlas claramente de las coaliciones productivas.

Aquí es fundamental diferenciar la dinámica de las coaliciones predatorias de la idea del “empate hegemónico”, tan viejo y a la vez tan de moda. En el empate hegemónico, dos coaliciones productivas son protagonistas no sólo centrales sino únicos. Hay que prestarle atención a la idea de empate porque es un diagnóstico sofisticado. Es parcialmente cierto y es razonablemente a-partidario: tiene el valor especial de que podría ser acordado por la dirigencia de ambas fuerzas políticas si se pusieran a conversar con datos y argumentos.

Según la tesis del empate, la raíz de nuestros problemas es la existencia, durante más de medio siglo, de dos coaliciones sociales con intereses enfrentados, una proteccionista y otra aperturista. Para muchos analistas de buena voluntad que genuinamente quieren buscar “acuerdos superadores”—y para otros que sólo quieren quedar bien con Dios y con el diablo—ambas coaliciones podrían ser exitosas en el largo plazo. El problema es que ninguna sobrevive. Mueren antes de cumplir su misión. La razón es que las políticas promovidas por una coalición son vetadas por los perdedores sociales de corto plazo antes de que el dominio de la coalición en el poder pueda dar todos sus resultados. El veto mutuo aborta dos modelos opuestos de país. De no ser por el veto rival, cualquier modelo nos sacaría de la decadencia.

Aquí es fundamental diferenciar la dinámica de las coaliciones predatorias de la idea del “empate hegemónico”, tan viejo y a la vez tan de moda.

Cave! Hic dragones: el diagnóstico del empate, compartido por neutrales y por inter-partidarios, es insuficiente. La tesis del empate seduce por la capacidad de explicar la masiva inestabilidad política y las fenomenales oscilaciones en modelos de desarrollo. Lo que hasta taxistas lamentan como “falta de políticas de Estado”. Pero el diagnóstico del empate es políticamente inocente. Socio-céntrico, casi marxista (coaliciones sociales son protagonistas de la lucha). La realidad es bastante más política: menos marxista y más weberiana. Al conflicto horizontal entre sub-sociedades, hay que agregarle el conflicto vertical entre el gobierno y los gobernados. 

Todo el razonamiento del veto entre sub-sociedades opuestas supone que las coaliciones son fijas. Que a ambas les interesa agrandar la torta (el PBI). Sólo difieren en las herramientas, el “modelo”, para lograrlo. Y como son coaliciones de intereses sociales, también difieren en quién debe ser el primer impulsor, los empresarios o los pobres, de un modelo en el que al final todos ganarían.

La causa de la neo-decadencia no es tanto el empate entre coaliciones sino la tendencia de esas mismas coaliciones, que inicialmente pueden ser productivas, a transformarse en coaliciones predatorias. Más políticas que socio-económias, las coaliciones de poder no son fijas, mutan, en composición y objetivos. Las predatorias son coaliciones especialmente dispuestas a sacrificar crecimiento futuro (achicar la torta) por beneficios de corto plazo. Los beneficios de corto plazo pueden ser electorales, partidarios o simplemente privados—el enriquecimiento de los titulares de los “medios de administración” (la analogía de la plusvalía marxista extraída por los dueños de los “medios de producción”).

Entender la neo-decadencia argentina necesita más de Weber que de Marx.

El taxista se sumaría al consenso si hace la comparación de los puntos de PBI evaporados en la neo-decadencia y los puntos que se pierden en corrupción, subsidios cruzados, desmanejo de empresas del Estado, Tierra del Fuego y sobreprecios de obra pública.

Argentina sufre más por el abuso de los titulares de los medios de administración que por la explotación de los dueños de los medios de producción. Entender la neo-decadencia argentina necesita más de Weber que de Marx.

El Estado Patrimonialista: Posible Fin

Las coaliciones predatorias no existen fuera de un Estado patrimonialista, es decir, de una administración excesivamente porosa al capitalismo de amigos y a la corrupción. El Estado patrimonialista es la fuente de enormes incentivos a formar coaliciones predatorias. Dentro de un Estado patrimonialista, el peronismo tiene un incentivo gigantesco de transformación predatoria a partir de una coalición inicialmente productivista. Por misterios de la historia, el peronismo puede, sin sufrir demasiado castigo electoral, maximizar el rédito político de prácticas patrimonialistas, desde el viejo clientelismo hasta la revitalización de la patria contratista, que hasta hace poco asociábamos sólo con dictaduras. Parafraseando a Hirschman y Perón, en el peronismo abundaba la “lealtad”. Pero a ese activo le correspondía un pasivo: cuando eran víctimas de la predación, pocos votantes hacían “salida” y sus militantes callaban la “voz”.

Sin embargo, si no es esta elección, será la próxima. O la siguiente. El veredicto de las urnas comienza a castigar a las coaliciones predatorias. En un país de democracia consolidada, con creciente transparencia acerca de la naturaleza de las coaliciones políticas y de sus tentaciones predatorias, la tercera vida del kirchnerismo ha muerto. Y es altamente improbable que tenga una cuarta. Más “voz” y “salida” y menos “lealtad”.

Las señales de la transformación de la primera vida kirchnerista en coalición predatoria (su segunda vida) ocurrieron durante el primer gobierno de Cristina.

La primera vida del kirchnerismo, la de Néstor, fue una coalición productiva: de hecho, desmintió que una coalición social no puede reconciliar dinamismo exportador e inclusión popular. Las señales de la transformación de la primera vida kirchnerista en coalición predatoria (su segunda vida) ocurrieron durante el primer gobierno de Cristina: el trio fatídico de destrucción del Indec, licuación de déficits gemelos (el único sustituto para la confianza inversora en países que carecen de Estado de Derecho) y conflicto confiscatorio con los sectores dinámicos de la economía.

El gobierno de Macri es una incógnita interesante. ¿Se puede en cuatro años reconvertir la herencia de la coalición predatoria anterior? Macri claramente no lo hizo, pero el poco tiempo de gobierno impide identificar la razón: ¿Temor al costo electoral de administrar el dolor que acarrea poner racionalidad al gasto público? ¿Capitalismo de “otros” amigos? ¿Escepticismo de capitalistas competitivos (no amigos) sobre el retorno de la anterior coalición predatoria?

En el tercer kirchnerismo, el actual, la nueva dinámica predatoria tuvo una ilustración desoladora en el vacunatorio VIP (cientos de muertes por COVID causadas por mala praxis política son el primer crimen de lesa humanidad en la historia democrática argentina). Sin embargo, el escándalo de un año palidece en comparación con la cuenta rojo carmesí acumulada en una década: la neo-decadencia social y económica. La factura de esta cuenta es gigante y excepcionalmente transparente. Por ello, el voto castigo no sorprende. Y aviva, como pocas veces antes, la esperanza de que, sea peronista o macrista, la nueva coalición de gobierno evite en el futuro las mutaciones predatorias.

Serían ideales los anticuerpos que prevengan la predación “de una vez por todas”, como gusta decir el presidente Alberto Fernández. En tiempos de neo-decadencia, ya es bastante aspirar a que las coaliciones predatorias desaparezcan por un buen rato, el tiempo suficiente que permita curar las nuevas heridas sociales. Y, de ese modo, por lo menos volver a la decadencia de siempre.

 

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Sebastián Mazzuca

Politólogo (UBA). Doctor en Ciencia Política y máster en Economía en la Universidad de California. Profesor de Ciencia Política en la Johns Hopkins University. En Twitter es @SLMazzuca.

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