ZIPERARTE
Domingo

Rechazo la hipótesis

El linchamiento de Franco Rinaldi, instigado por sus opositores políticos con la cooperación de algunos periodistas, terminó con su renuncia a la candidatura. Lo que haya dicho él es secundario.

Cuando Quentin Tarantino presentó Había una vez en Hollywood en el Festival de Cannes, una periodista le preguntó por qué Margot Robbie tenía tan pocas líneas de diálogo. Tarantino, con una finta verbal, contestó: “I reject your hypothesis” (rechazo su hipótesis), y desarticuló de cuajo toda posible discusión. Porque sabía lo que se venía: la inspección de cada elemento del guion, de la trama, del vestuario, del maquillaje y del cast bajo la lupa de la policía ideológica. Y esta periodista encontró un hilito del cual tirar: en una película con tres actores principales, la mujer casi no tiene líneas de diálogo. Machismo.

Tarantino podría haberse justificado. Podría haber explicado que no tener líneas de diálogo no significa que el personaje sea menos importante, que el tiempo en pantalla es parejo aun estando Sharon Tate en silencio la mayor parte, que la razón es puramente dramática porque está gran parte de la película sola, que hay otros personajes femeninos fuertes, que en otras de sus películas las mujeres son las heoínas indiscutibles y quién sabe cuántos argumentos más, porque siempre se pueden encontrar argumentos para todo, pero el tipo sabía que si entraba en ese terreno, aun si “ganara” hubiera perdido. No ha lugar, hablemos de cine.

Casi siempre que se lanza una acusación superficial de este tipo, referida a cantidad de minutos de diálogo, cantidad de vaginas (o de personas menstruantes) en un grupo humano, tuits publicados sobre algún particular, clips de 10 segundos, sintagmas de siete palabras, el objetivo que se persigue no es exactamente el que se muestra. La periodista que le preguntó a Tarantino acerca de la cantidad de diálogo de Margot Robbie en realidad no quería plantear el problema de la dramaturgia en el cine, sino demostrar una idea que traía de su casa: que Tarantino, o que los directores varones, o que la industria del cine en general, es machista.

Casi siempre que se lanza una acusación superficial de este tipo, el objetivo que se persigue no es exactamente el que se muestra.

Lo que hay que entender es que esta persona habría apelado a cualquier dato aislado de la realidad para confirmar su hipótesis: si Margot Robbie hubiera tenido más líneas de diálogo, quizás habría preguntado por qué las chicas Manson fueron asesinadas de manera tan brutal, o por qué Pussycat y Squeaky se entregan a dos hombres mayores, o incluso cosas extracinematográficas como por qué todos los gaffers son varones o no había catering vegano.

No estoy diciendo que no se pueda decir que una película sea machista (o racista, homofóbica o lo que sea), sino que a esa conclusión se puede llegar solo después del análisis honesto, y que las objeciones del tipo “minutos de diálogo de Margot Robbie” son trampas de quienes quieren imponer su idea preconcebida y simplona. Hay que rechazar su hipótesis.

Todo esto para hablar del affaire Franco Rinaldi.

El operativo

La demolición de su persona y su precandidatura, impulsada por Martín Lousteau y la presidente de la UCR Capital Mariela Coletta (cuya existencia felizmente ignoraba hasta esta semana; la de Coletta, no la de la UCR Capital) se basó pura y exclusivamente en ese tipo de imputaciones superficiales: dos fragmentos de videos de 10 segundos en los que quedan totalmente afuera el tono y el contexto. Quizás haya sido inevitable que Rinaldi empezara excusándose y pidiendo disculpas, porque una cosa es la política y otra una conferencia de prensa en el Festival de Cannes, pero como bien entendió Tarantino, ya había perdido. Había que rechazar la hipótesis.

Y la hipótesis que había que rechazar era la de que acá se estuviera discutiendo sobre homofobia o sobre antisemitismo, o sobre si Franco Rinaldi representaba o no “los valores de Juntos por el Cambio”, o sobre libertad de expresión o sobre los límites del humor. Acá lo que hubo fue un linchamiento público de un ciudadano estimulado por sus opositores políticos con la cooperación de algunos periodistas. Que esto haya sido en nombre de la tolerancia y la empatía vuelve más cínico todo el asunto, pero no lo cambia demasiado.

Acá lo que hubo fue un linchamiento público de un ciudadano estimulado por sus opositores políticos con la cooperación de algunos periodistas.

Yo también estoy tratando de evitar caer en la trampa de ser exégeta de Rinaldi, la trampa en la que cayó él mismo, quizás inevitablemente. Si fue un chiste, si está sacado de contexto, si es homofóbico o antisemita, si fue un stand up o si al streaming lo veían 200 o 2000 personas, porque entrar en ese debate es una derrota. Rechazo la hipótesis.

El hecho es que Rinaldi grabó cientos de videos en los que habló muchísimo sin pensar en qué le convenía decir o no y sus adversarios vieron ahí una mina de oro para explotar y ahí fueron, con la ayuda primero del Triunvirato de Cónsules de Corea del Centro Luis Novaresio, María O’Donnell y Ernesto Tenembaum, y después la turba amorfa de las redes sociales.

Novaresio fue tan explícito que, observando el resultado del operativo, impresiona: “¿Estará cómodo Jorge Macri con Franco Rinaldi como primer candidato a diputado porteño?”. En la bajada, habla de “discriminación y homofobia”. Habla de “agravio”. Dice que “descalificó”. Menciona con nombre y apellido al resto de los integrantes de la lista de Rinaldi. Veloces, Tenembaum y O’Donnell difundieron la nota incorporando atribulados llamados a la reflexión.

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Otra vez, estoy tentado de contrastar la descripción que hace Novaresio del video con el video real, porque creo que como mínimo exagera un montón, pero no se trata de eso, hay que rechazar la hipótesis de cuajo. Novaresio no escribió esa nota porque se sintió ofendido por su condición sexual, sino porque Franco Rinaldi pertenece a ese enemigo difuso que para él es “la derecha”, a la que necesita endosarle las peores cualidades. (Estoy siendo generoso y descartando razones espurias, pero aunque las hubiere, probablemente la razón ideológica pesó más.)

Sólo así se explica ese título imperativo y la histeria con la que fue replicada su nota por los sospechosos de siempre. Un torbellino histérico en el que, por ejemplo, el periodista Bruno Bimbi llegó a acusar a Rinaldi de “nazi”, el mismo periodista que se sacó una foto sonriendo en la Plaza Roja de Moscú, no luego de haber entrevistado a activistas LGBT sino de haber participado de un viaje oficial del gobierno kirchnerista al Kremlin, que es homofóbico de verdad. Quiero decir: de esos que matan homosexuales.

Puede parecer una fórmula gastada esta de señalar que alguien hace foco en una cosa y no en otra, “vos decís esto, pero no decís nada de esto otro”, pero es que no es una cuestión arbitraria o de intensidades. Es prueba irrefutable de que detrás de estas acusaciones morales siempre se esconden otras cosas. Las feministas kirchneristas que se mostraron dispuestas a votar por Juan Manzur durante su fugaz precandidatura a vicepresidente no podrán nunca más decir que un político de Juntos por el Cambio es “machirulo” porque pisó el palito con algún comentario medio polémico, o podrán decirlo pero sabremos (ahora con pruebas) que el problema es otro: que sea de JxC.

Antisemitas

El 11 de mayo la legisladora porteña del Frente de Izquierda María de las Mercedes De Mendieta votó en contra de conmemorar el 75to aniversario de la declaración de independencia del Estado de Israel, y en su discurso dijo: “Creemos que lo que tiene que ocurrir ahí es la disolución del Estado de Israel”. Este miércoles la diputada nacional también del Frente de Izquierda Romina Del Plá “denunció” que la empresa israelí Mekorot viene a robarnos el agua. El único repudio que leí fue de Sergio Pikholz, vicepresidente 2do de la DAIA.

¿Por qué esas dos personas están en el Congreso y Franco Rinaldi no podrá siquiera participar de la elección? La explicación es sencilla y no tiene nada que ver con el antisemitismo: a De Mendieta y a Del Plá no las lincharon en la campaña; nadie las mandó a linchar porque a nadie le importan, y ningún periodista progre encaró la faena espontáneamente porque no pertenecen a ese monstruo aberrante denominado “la derecha”. Hasta es probable que alguno las haya votado. (Otra vez: quiero resistir la tentación de señalar que Rinaldi banca a Israel, porque hay que rechazar la hipótesis.)

Por última vez: no se trata de homofobia ni antisemitismo. No importa realmente qué dijo Rinaldi. He visto en Twitter a cada vivaracho que se hace el capo del “humor incorrecto” pateándolo en el suelo, y esto es porque no es kirchnerista, no es progresista, y lo dice sin drama para que chillen los Tenembaums. Sin franela, como dice él.

No importa realmente qué dijo Rinaldi. He visto en Twitter a cada vivaracho que se hace el capo del “humor incorrecto” pateándolo en el suelo.

Pero que quede claro que ese es el problema, no que es homofóbico o antisemita o que no representa los valores de no sé qué cosa. Lo dijo Ernesto, algo así como nuestra némesis, con su habitual candidez: “El problema no es Rinaldi, el problema son los intelectuales que discuten el progresismo nucleados en la revista Seúl”.

Está muy bien que para ellos el problema seamos nosotros, porque lo somos. No por lo que ellos creen o dicen que creen, no porque seamos homofóbicos, antisemitas, racistas o mojemos la tabla del inodoro, todos atributos claramente negativos para cualquier persona más o menos civilizada, sino porque discutimos el progresismo o, más bien, como dijo Sabrina Ajmechet, a los que usan la palabra “progresismo” para agitar ideas que hoy son lo más conservador que hay. Lo hacemos todos los domingos acá con argumentos y con respeto, Franco Rinaldi lo ha hecho.

No soy ingenuo ni pretendo que nadie sea un kamikaze, la política no es Twitter y no sé hasta qué punto podía mantenerse la candidatura de Rinaldi ante este ataque constante. Me gusta pensar que hay que hacer lo correcto, no lo que se cree que conviene. (Porque tampo se sabe qué conviene, no es imposible que esto haya restado más votos que los que haya sumado.) Pero es fácil decirlo acá sin tener que poner la caripela en un estudio de televisión.

Ahora ya pasó, c’est fini. No conviene rumiar demasiado la bronca porque el armagedón está a la vuelta de la esquina: el dólar en $522, la inflación en 114%, el kirchnerismo unificado detrás del ser humano más mentiroso e inescrupuloso que alguna vez habitó el planeta Tierra y el periodismo progresista patrullando videitos de precandidatos a concejales de Juntos por el Cambio fogoneado por algunos de los nuestros. Dejo este descargo como última manifestación de calentura, humilde contribución a poner blanco sobre negro, y me enyoguizo, me obligo a ser optimista y a continuar.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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