Un fantasma recorre a la dirigencia política argentina: el fantasma del 2001 y el que se vayan todos. Este año se cumplen 20 años de la crisis que hizo colapsar la convertibilidad, precedida, dos meses antes, por una elección legislativa con baja participación electoral y un alto porcentaje de votos blancos y nulos. Es conocida y muy citada la frase de Marx acerca de la repetición de personajes y hechos en la historia, primero como tragedia y luego como farsa. Pocas líneas después de la famosa frase que da inicio a El 18 Brumario de Luis Bonaparte Marx señala que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. A pesar de que han pasado dos décadas, la dirigencia política aún vive a la sombra de 2001. El hecho de que los problemas que entonces tenía la Argentina no solo no se han resuelto, sino que se han agravado, probablemente aviva ese temor.
El fin de semana pasado hubo elecciones legislativas y constituyentes en Salta. Tal como había ocurrido en las elecciones provinciales de este año en Jujuy y Misiones, el oficialismo local se impuso cómodamente. Probablemente ocurra lo mismo en las elecciones en Corrientes, cuyo resultado se conocerá el domingo que viene. Sin embargo, el aspecto más relevante de las elecciones salteñas no es el esperable triunfo del oficialismo local sino los altos niveles de abstención (la participación electoral fue del 60%) y de voto en blanco (algo más de 10%). Con algunos matices, en Jujuy y Misiones también se habían observado menos participación y más votos en blanco.
Estos menores niveles de participación en elecciones provinciales, sumados a los constantes reportes de la prensa y de algunos encuestadores sobre una posible apatía del electorado cuando solo faltan tres semanas para las PASO, empezaron a generar preguntas en muchos observadores y también en el oficialismo y en la oposición. ¿Es posible extrapolar lo ocurrido en elecciones provinciales a las nacionales? ¿Estamos a las puertas de un fenómeno similar al de 2001? ¿Volverán los argentinos a meter fetas de salame en las urnas? ¿A qué atribuir la menor participación: al temor a contagiarse de covid-19 o a la apatía cebada al calor de una década de estancamiento? Se me ocurren tres maneras de empezar a responder: la primera es que no deberíamos extraer conclusiones nacionales de resultados provinciales, la segunda es que el sistema de partidos argentinos ha mostrado hasta ahora más resiliencia que el de otros países de la región y la tercera es que los votantes argentinos parecen tener más tristeza o cansancio que bronca y rebeldía.
Tres posibles respuestas
En primer lugar, no conviene extrapolar los resultados de elecciones de cargos provinciales no concurrentes. Independientemente de cuán interesada esté la ciudadanía en la política, se trata de elecciones locales en las que la temática gira en torno a cuestiones locales, con una oferta partidaria que no necesariamente es la misma que en elecciones nacionales. Dicho esto, independientemente de la caída en la participación, las elecciones provinciales muestran que, al menos a nivel provincial, la ciudadanía de momento prefiere “que sigan los mismos” antes “que se vayan todos”. Probablemente las elecciones en Corrientes confirmen la tendencia.
En segundo lugar, como señalé en mi columna posterior al cierre de listas, la Argentina parece ser una excepción a lo que viene ocurriendo a nivel regional en materia de representación, incluso desde antes de la pandemia. Los triunfos de Bolsonaro en Brasil y AMLO en México; el fenómeno Bukele en El Salvador; las elecciones presidenciales peruanas de este año (con un nivel inusual de fragmentación electoral); y la sorpresa de los independientes en las elecciones para convencionales constituyentes en Chile son todas manifestaciones de desafección partidaria y de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia. En la Argentina, de momento, el sistema de partidos surgido de las cenizas de la crisis de 2001 parece ir a contrapelo de la tendencia regional. ¿Hay lugar para sorpresas? En 2019 los outsiders por derecha tuvieron una magra cosecha en la elección presidencial que ganó Alberto Fernández.
En la Argentina, de momento, el sistema de partidos surgido de las cenizas de la crisis de 2001 parece ir a contrapelo de la tendencia regional.
Las elecciones legislativas no son comparables a las elecciones presidenciales. Las presidenciales se realizan en un distrito único, mientras que las elecciones intermedias en realidad son 24 elecciones diferentes. La atención está puesta en la provincia de Buenos Aires, que algunos denominan “la madre de todas las batallas”, pero que en los hechos ha sido desde 1983 un cementerio de candidaturas presidenciales. Parece difícil que haya una ola nacional de triunfos de outsiders, aunque probablemente, dado que en elecciones intermedias suele haber una menor polarización, entre otras cosas porque no se definen cargos ejecutivos, algunas terceras fuerzas (por derecha y por izquierda) pueden tener una mejor performance, pero es improbable que pongan en jaque el bi-coalicionismo actual. Para las elecciones de 2023 falta una eternidad en tiempos políticos y, en todo caso, ahí se verá si la ciudadanía prefiere una opción por fuera del Frente de Todos y Juntos por el Cambio (cualquier sea el nombre que estas coaliciones tengan dentro de dos años).
En tercer lugar, el sentimiento predominante no parece ser el mismo del de 2001, recordado no solo por el tumultuoso final del gobierno de la Alianza, sino también por el voto bronca y el “que se vayan todos”. Más que bronca, los sentimientos que parecen predominar son la apatía, la desazón y el pesimismo, emociones que antes que engendrar revoluciones, más bien favorecen al status quo. La encuesta en base a la cual se realiza el Índice de Confianza del Gobierno que mensualmente publica la Universidad Di Tella muestra un marcado pesimismo en la ciudadanía. De acuerdo a la edición de julio, tan solo un 23% de los encuestados cree que la situación económica del país estará mejor dentro de un año; un 55% considera que estará peor y un 19% que se mantendrá igual. “Cerca de la revolución el pueblo pide sangre”, dice una conocida canción de Charly García. Si ese fuera el clima predominante en la sociedad, deberíamos esperar reacciones más fuertes tanto frente al descalabro económico que atraviesa la Argentina, como frente a hechos que en cualquier otro país tendrían consecuencias políticas mucho más graves, como los escándalos del vacunatorio-vip o el festejo de cumpleaños de la Primera Dama en plena cuarentena.
Tanto en 2015 como en 2017 y 2019 hubo un aumento de la participación electoral en las elecciones generales respecto de las primarias.
¿Habrá una caída importante en la participación electoral en las próximas PASO? Las primarias tienen solo una década de uso y poco podemos decir con certeza acerca de las mismas. Así y todo, tanto en 2015 como en 2017 y 2019 hubo un aumento de la participación electoral en las elecciones generales respecto de las primarias. Y el principal beneficiario de ese aumento de la participación fue Cambiemos. El hecho de que haya una mayor utilización de las PASO para definir candidaturas en la oposición, particularmente en Juntos por el Cambio y en el FIT-Unidad, probablemente aliente al votante a concurrir a las primarias. Nada menos atractivo que una primaria sin competencia interna en la que el ciudadano es convocado a ratificar un arreglo de cúpulas.
Votar en pandemia
En cualquier caso, votaremos en medio de una pandemia y con poco más del 20% de la población con la vacunación completa. Las elecciones celebradas en América Latina desde el inicio de la pandemia no permiten extraer conclusiones tajantes. En la primera vuelta presidencial de Ecuador, en febrero de este año, votó un 81% del electorado. En Bolivia, en marzo de este año un 86% de la ciudadanía fue a votar en elecciones municipales y departamentales. En ambos casos el Covid-19 no pareció disuadir a los votantes. En Chile la participación en las elecciones del 15 y 16 de mayo para convencionales constituyentes, gobernadores regionales y alcaldes municipales fue baja (poco más del 40%), pero sólo ligeramente inferior a la observada desde la adopción del voto voluntario, en 2012.
Perú, que también tuvo elecciones presidenciales este año, sí mostró señales de un descontento profundo por parte de la ciudadanía. Los dos candidatos más votados en la primera vuelta solo sumaron un 32% de apoyo popular y, a pesar de la obligatoriedad del voto, hubo una caída de 11 puntos en la participación electoral frente a las elecciones de 2016. Además de una elevada fragmentación electoral, hubo un incremento marcado de la volatilidad electoral: Keiko Fujimori, que hace cinco años había obtenido casi un 40% de apoyo, solo obtuvo el 13% de los votos. Los problemas de Perú en materia de representación partidaria, sin embargo, no comenzaron con la pandemia, sino que más bien viene de tiempo atrás. Los problemas de gobernabilidad de los últimos años y la pandemia probablemente los profundizaron. En El Salvador, donde hubo elecciones legislativas y municipales este año, solo un 50% de la ciudadanía concurrió a votar, pero al igual que Chile, el sufragio es facultativo. En síntesis, no es del todo claro hasta qué punto el Covid-19 ha impactado negativamente en la decisión del ciudadano de concurrir a votar.
¿Podrán quebrar los candidatos el clima actual de apatía y desazón? Esta parece ser la pregunta del millón.
Quedan tres semanas para las PASO y los “espacios cedidos por la Dirección Nacional Electoral” suenan como ruido de fondo en los distintos medios audiovisuales. ¿Podrán quebrar los candidatos el clima actual de apatía y desazón? Esta parece ser la pregunta del millón. Algo que no parece muy difícil de intuir es que las preocupaciones de los votantes están en la resolución de sus problemas diarios. En cambio, la cabeza de una gran parte de los dirigentes del oficialismo y la oposición está en la hoy muy lejana elección de 2023. El divorcio no puede ser mayor. En el país del corto plazo y las urgencias diarias, por un momento, a la hora de conformar listas, la dirigencia política se permite pensar en el largo plazo. “Sin 2021, no hay 2023”, “hay que ejercitar el músculo en la elección intermedia”, “ganar la provincia de Buenos Aires, aunque sea por un voto”, “lo más importante es la tapa de Clarín el lunes siguiente a la elección”, premisas todas erróneas, por cierto, y lejanas a los problemas que a diario enfrentan los ciudadanos, y que cualquier dirigente puede conocer con tan solo mirar una encuesta de opinión pública.
Aparte de para definir candidaturas y evitar la proliferación de micro-emprendimientos electorales, las PASO pueden servirles este año a las diversas fuerzas políticas para tomar nota del humor del electorado y, en todo caso, recalibrar las campañas y recalcular de cara a las elecciones de noviembre. Evitar un “que se vayan todos” todavía está, al menos parcialmente, en sus manos. Para 2023 falta mucho tiempo.
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