VICTORIA MORETE
Domingo

Un manual de Kapelusz

En 'Peronismo para la juventud', Natalí Incaminato repite los lugares comunes del mito peronista con una pretendida pátina humorística y un lenguaje pseudo-joven.

La editorial Paidós ha publicado Peronismo para la juventud, de Natalí Incaminato. La autora, se nos informa en la solapa, “nació en el sur”, noción geográfica imprecisa que, para un porteño, tanto puede indicar el barrio de Barracas como El Bolsón o Ushuaia. Se agrega que es doctora en Letras y, como dato de color, que su cuenta en Twitter es @LaInca_. En la dedicatoria se aclara que la obra no está dirigida a toda la juventud: “A la juventud que sostiene la bandera de la justicia social. A quienes no la traicionaron”. Sin ser universal, el grupo destinatario del libro parecería muy amplio, pero el texto pondrá las cosas en su lugar: sólo los peronistas aspiran a la justicia social.

En el prólogo, el humorista Pedro Saborido señala: “Si cada persona vive en la Argentina de la que se entera, cada peronista vive el peronismo en el que cree”, afirmación que parece conjugar al idealismo de un Hume o un Berkeley con algún condimento religioso, pero que no nos acerca demasiado al objeto de estudio, porque lo mismo podría decirse de un demócrata progresista. Después, para seducir al joven lector, le dice que el peronismo es como un mar y lo invita: “¡Vení! ¡Metete! ¡Al principio está Barrionuevo, pero después te acostumbrás!”. Hay un riesgo: “El riesgo de ir por la felicidad. Y compartirla”.

Incaminato comienza su ensayo con el resultado de su investigación histórica sobre el origen del peronismo: “(…) la gente estaba hinchada las pelotas, tenía las bolas y los papos jibarizados y los cargaba en remolque”. Recuerda que el Estado estaba a cargo de las fuerzas conservadoras oligárquicas, que había fraude y que “Uriburu tenía una cara de forro indisimulable (…) década de 1930-1940: desconche mundial y recesión”. Como respuesta, la Argentina se industrializa, pero como los conservadores eran malos los sueldos de la clase trabajadora eran pésimos.

Esa leyenda es falsa, aunque imprescindible para justificar cualquier acto del peronismo. Los sueldos promedio de los obreros argentinos se ubicaban en la década del ’30 entre los más altos del mundo.

Esa leyenda es falsa, aunque imprescindible para justificar cualquier acto del peronismo. Los sueldos promedio de los obreros argentinos se ubicaban en la década del ’30 entre los más altos del mundo. Es lo que sin dudas hubiera afirmado el capitán Perón, que participó del golpe dado por el de cara de forro y actuó en esos años en el círculo del coronel Sarobe, cercano al general Justo.

Prosigue el relato: “En 1945, en la vereda de enfrente del General se encontraban los intereses de sectores que, en su fiesta lúbrica de acumulación capitalista con mármol de Carrara y literatura francesa, habían dejado afuera de la distribución del ingreso a los obreros”. No aclara si en la fiesta lúbrica de acumulación capitalista incluye a la Federación Universitaria Argentina, a científicos despojados de sus cátedras por firmar un manifiesto contra el nazismo, como el futuro Premio Nobel Bernardo Houssay, y a la alianza opositora al candidato del gobierno militar, la Unión Democrática, integrada por la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Progresista y el Partido Comunista, y no por el conservadorismo. La que sin dudas no participaba de la fiesta lúbrica era la Iglesia Católica, que abiertamente apoyaba a Perón, agradecida por la instauración de la educación religiosa en las escuelas públicas a través de un decreto del gobierno de facto que Perón haría ratificar por el Congreso cuando asumió como presidente constitucional. El laicismo de la Ley 1.420, sancionada durante la primera presidencia de Roca, no era nacional y popular. Roca suena a mármol de Carrara.

El gorila es el otro

Así planteada a los jóvenes la disyuntiva de hierro, la autora les aconseja: “No sé ustedes, pero visualizo con claridad meridiana de qué lado quiero estar. Es como elegir entre garche triste y desesperado con ex pareja conflictiva o salida de verano con ese o esa que todavía no entendés por qué error gramatical en la composición molecular del universo te dio bola”. La explicación es sencilla y está al alcance de cualquier joven que realice un mínimo esfuerzo de comprensión: la naturaleza del peronismo, tantas veces debatida por grises intelectuales, se reduce a un garche alegre. Desde las barriadas profundas de Puerto Madero, Victoria Tolosa Paz asiente.

Macri no es, sin dudas, un gran orador de tribuna, pero al lado de Néstor Kirchner es una mezcla de Demóstenes y Cicerón.

El otro, el triste, es el gorila. Que, por no ser peronista, necesariamente es racista y clasista, y rechaza a los “cabecitas negras”: “Hay que ser demasiado miope para no visualizar en la actualidad la racialización y el clasismo en la identificación política peronista y kirchnerista. Miles de forros consuetudinarios y famélicos espirituales modulan distintas versiones del coro pelotudo subestimador que describe al votante como una voluntad disminuida, maleable, fanática o, lisa y llanamente, execrable (…) En el gobierno de Cambiemos pudimos ver la reactivación de algunas de estas concepciones, rápidamente desactivadas ante la exposición del arcano indescifrable que es la operatoria lingüística de Mauricio Macri, un potente y misterioso núcleo destructor del castellano que debería ser estudiado por la Organización Europea para la Investigación Nuclear”. Macri no es, sin dudas, un gran orador de tribuna, pero al lado de Néstor Kirchner es una mezcla de Demóstenes y Cicerón.

¿Pero qué es el temido gorila? “Antagonista político de ayer y de hoy, calificamos de esta manera a toda representación social mezquina, antijusticiera y tilinga”. Pero hay un segundo sentido, el más común, que la autora omite: gorila es el que no es peronista. Esta ambigüedad es un gran recurso publicitario del peronismo. Si alguien no es peronista, es mezquino, antijusticiero y tilingo; si alguien nos parece mezquino, antijusticiero y tilingo, pero es peronista, entonces nuestra apreciación es equivocada.

Evita abortera

En el estudio no podía faltar la figura de Eva Perón, con las previsibles referencias sobre su vida y su muerte. Algo incomoda, sin embargo, de la Jefa Espiritual de la Nación: su antifeminismo: “La oposición entre Evita y las feministas no se disimula en La razón de mi vida, libro en que las llama ‘solteronas y feas’”. Pero ese problema no es insalvable, ya que “en los últimos años se ha estudiado cómo su figura política puede entenderse como antifeminista en las palabras pero profeminista en la práctica”. Y puede decir hoy lo contrario de lo que dijo en vida: “Los feminismos actuales que recuperan el legado de Evita no se someten a esas miradas estrechas y, por lo demás, incompatibles con la defensa del pragmatismo (y en contra del dogmatismo) que podemos leer en varios textos de Perón. Evita, entonces, es ahora abortera, lesbiana y aliada fundamental para derruir el patriarcado”. Y el que señale la contradicción será naturalmente un gorila.

Estas pretensiones de coherencia carecen de sentido si se mira a Evita “desde nuestra imaginación ciberpunk”, que la concibe como un “ciborg”, es decir, “un organismo cibernético, un híbrido entre máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción”. Así concebida, “Evita ciborg continúa lo que Eva en vida sabía: que ella era sólo un camino que había elegido la justicia para cumplirse inexorablemente”. Amén. Podéis iros en paz.

De Evita, el opúsculo pasa a Cristina Kirchner, sin detenerse en la estación Isabel.

De Evita, el opúsculo pasa a Cristina Kirchner, sin detenerse en la estación Isabel. A las previsibles loas a la abogada exitosa, la autora les agrega con honestidad intelectual un reparo: las largas cadenas nacionales que realizaba durante sus presidencias. Pero la objeción que formula no es la que con su naturaleza perversa e ignorante haría un gorila, sino la contraria: eran algo demasiado bueno para una sociedad tan chata, que incluía “mucha densidad de datos, de números y de relato histórico, elementos que resultaban un tanto incongruentes con el inmediatismo, el puro presente y la tendencia consignista que parece ser el estilo de comunicación más adecuado para la propaganda política en estos tiempos”.

El libro finaliza con el capítulo “Peronismo y después: un pueblo por venir”, en el que rescata la idea (que los gorilas consideran fascistoide) de la comunidad organizada y cita párrafos del libro homónimo de Perón, que se basa en el texto que leyó en el cierre del Congreso Internacional de Filosofía de 1949. No se sabe con precisión quiénes fueron sus autores, pero es casi seguro, por su estilo alambicado, que no fue Perón. “La libertad –dice Incaminato–, esa palabra dilecta de los mercachifles con éxito, no es verdaderamente posible sin principios éticos”, una afirmación algo sorprendente en quien defiende con tanta vehemencia un partido (perdón, un Movimiento) que pasa sin mayores escrúpulos de la extrema derecha a la extrema izquierda y que suele considerar a las preocupaciones por la corrupción un prejuicio burgués. Ajena a tales observaciones (siempre está a mano un ciborg para salir del paso), la autora nos enseña que “el sentido último de la ética consiste (…) en corregir el egoísmo. Y cita un pasaje de La comunidad organizada: “Combatir el egoísmo no supone una actitud armada frente al vicio, sino más bien una actitud positiva destinada a fortalecer las virtudes contrarias”. Para alcanzar esos nobles fines pedagógicos, cuando no bastaba la persuasión, Perón no vacilaba en clausurar diarios o encarcelar y torturar a políticos opositores. La letra con sangre entra.

En el final, el joven lector al que van dirigidas las páginas encuentra la clave del misterio: el peronismo es el amor. Así lo expresa una cita de Cristina Kirchner: “Los rencores y los odios que hoy soplan en el mundo (…) son el resultado lógico, no de un itinerario cósmico de carácter fatal, sino de una larga prédica contra el amor”. Si el peronismo es el amor, sólo se puede criticar al peronismo desde el odio. Quienes todavía no somos peronistas tal vez estemos a tiempo de regenerarnos mediante algún tratamiento psiquiátrico, salvo que el odio sea un rasgo genético que no se puede superar. Esa podría ser nuestra defensa en el Juicio Final.

 

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Osvaldo Pérez Sammartino

Abogado y constitucionalista. Profesor de Derecho Constitucional (UBA) y de Derechos Fundamentales (Universidad de San Andrés).

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