Partes del aire

#70 | Aquel 11 de agosto

A cinco años de las PASO de 2019.

El domingo se cumplieron cinco años de las PASO de 2019, una noche inolvidable para todo el mundo, ganadores o perdedores, por la inesperada distancia entre Alberto Fernández y Mauricio Macri y por la dramática sensación de que en ese mismo instante terminaba una época y empezaba otra. En estos días la recordaron varios en las redes sociales, recordaron también el derrumbe de la bolsa y los bonos del día siguiente y muchos macristas, viendo el descalabro brutal de la figura de Alberto, se rasgaron las vestiduras: ¿cómo pudimos perder contra este mequetrefe, este sátrapa vulgar y maleducado, chanta y fajador, versero e inútil?

Me acuerdo bien de esa noche porque estuve ahí, entre bambalinas, como funcionario de Jefatura de Gabinete y parte del equipo de campaña de Mauricio Macri. Por supuesto que fue una noche dolorosa, pero sus causas y sus consecuencias, con los cinco años de distancia, he empezado a verlas de una manera menos dramática.

Después de ir a votar con mi hijo, que acababa de cumplir un año, llegué aquel domingo a Olivos al mediodía, a tiempo para comer unos sanguchitos de colita de cuadril mientras otros jugaban al pádel. Lo primero que recuerdo es una sensación de despreocupación, porque a pesar del durísimo año del que veníamos, con dos devaluaciones abruptas y la caída de la economía, todavía las encuestas nos mostraban un escenario de paridad o de leve desventaja, no más de tres o cuatro puntos.

Llegué aquel domingo a Olivos al mediodía, a tiempo para comer unos sanguchitos de colita de cuadril mientras otros jugaban al pádel.

Por eso habíamos hecho para la PASO una campaña sin tirar toda la carne en el asador, porque nos queríamos reservar potencia para la primera vuelta de octubre y, eventualmente, una segunda vuelta en noviembre. Macri, por ejemplo, no había dado ni una entrevista en la campaña para las PASO. Eso había quedado para después. No habíamos presentado ninguna propuesta para el segundo mandato, con la misma lógica.

Todavía no lo sabíamos, pero habíamos estado viajando todos esos meses con el instrumental roto, tomando decisiones influidas por encuestas que no estaban viendo lo que pasaba. Con mala información, habíamos tomado malas decisiones.

A las seis de la tarde, después del cierre de las mesas, tuvimos una reunión con Macri para preparar su discurso y la conferencia de prensa de esa noche. Estábamos en la sala de reuniones del edificio conocido como “Jefatura”, en Olivos. Afuera atardecía. Marcos Peña compartió los boca de urna, cuyo autor no revelo porque todos cometemos errores: 42% para Alberto, 39% para Macri. La diferencia era la esperada, pero el número de ellos era alto, lo que los dejaba cerca de ganar en octubre en primera vuelta. “Cómo van a bailar mañana los mercados”, pronosticó el presidente, quedándose corto. Jaime, más optimista, agregó que los números le parecían buenos y que, dados los errores de bocas de urna anteriores, no le sorprendería que la elección saliera empatada: “Tampoco descartaría que hayamos ganado”.

Un grupo llamado Lunmorf

En el camino de Olivos a Costa Salguero pinché una goma en la Lugones, a la altura del Monumental. Logré salir en Pampa y cambiarla bajo la penumbra de las tipas. En el búnker, detrás del escenario, teníamos armada una pequeña redacción al lado de la sala de mesas testigo, donde un equipo comandado por Mora Jozami recibía y procesaba las actas de unas mil mesas en todo el país para pronosticar (con un margen de error muy bajo) el resultado final.

Nos empezamos a dar cuenta de que algo andaba mal a eso de las siete y media, cuando no nos dejaron entrar más a chusmear a las mesas testigo. Bajó un silencio ominoso, nadie se atrevía a preguntar nada. Salíamos a fumar al estacionamiento de los móviles de la TV y nos hacíamos señas con los ojos. Finalmente ocurrió esta conversación en el grupo de Whatsapp de los funcionarios que íbamos a almorzar los lunes al Ritz, un boliche histórico en Balcarce y Alsina que no resistió la cuarentena eterna. Reproduzco los mensajes con la autorización de sus participantes. Se los puede leer en la ilustración arriba del título. Los que están en verde son los míos.

Nos empezamos a dar cuenta de que algo andaba mal a eso de las siete y media, cuando no nos dejaron entrar más a chusmear a las mesas testigo.

Los mensajes muestran la sorpresa del equipo. Seis puntos me parecían una desgracia, más de diez le resultaban a Fati impiadosos. Una hora después, cuando salieron los resultados oficiales, la noticia ya la tuvo todo el mundo: la diferencia había sido de 15 puntos. Debimos improvisar, sin tiempo ni ánimo, una nueva conferencia de prensa, que salió más o menos. En los pasillos, los ministros se juntaban a cuchichear y miraban el suelo. La comida del catering, intocada. Del otro lado de la finita pared temporaria, escuchábamos festejar al equipo de la Ciudad, que se había casi garantizado la reelección de Horacio Rodríguez Larreta.

Los días siguiente fueron de aturdimiento y zozobra –la famosa conferencia de prensa de Macri, los rumores sobre una entrega de mando adelantada– seguidos por una campaña impresionante, impulsados y energizados por el 24 de agosto, nuestro mini 17 de octubre, cuando la gente llenó la plaza para pedir por Macri. Esa tarde-noche estuve en el balcón: en menos de dos semanas viví la peor y una de las mejores tarde-noches de mis años en política. Se armaron las 33 marchas en todo el país, le metimos una épica que no sabíamos que teníamos, hicimos un excelente segundo debate y sacamos en octubre un 41% que no evitó la derrota pero dejó un Congreso parejo, una coalición unida y un electorado consolidado, que sirvieron como límites a lo que vino después.

Lo que vino después fue el gobierno de Alberto, rocambolesco y mediocre, herido desde el primer día por la banalidad del presidente y la mordedura de escorpión de su vice. A los que sufren porque Macri perdió con Alberto, esa no-entidad, les digo que la elección no fue sobre Alberto sino sobre Macri, que habría perdido contra casi cualquier candidato del peronismo unido (mientras no fuera kirchnerista). El factor estructural que cambió la elección fue el regreso al nidito peronista de Massa, que en 2015 había sacado el 22% de los votos. Algunos dicen que el peronismo se unió por una falta de generosidad de Cambiemos, que debió haber recibido a los peronistas entonces llamados “racionales”. Visto su recorrido posterior, tan racionales no eran. O sea que Macri no perdió contra Alberto, sino contra una crisis económica cuyo final era invisible para una mayoría y contra una candidatura peronista unida por primera vez después de ocho años y tres elecciones.

El nuevo cambio raro

Otra cuestión que ha moderado el dolor de aquella noche es el triunfo de Milei. A ver cómo explico esto. Macri siempre se vio a sí mismo como el primer presidente del “cambio” en la Argentina. Es decir, no como el que iba a empezar y terminar la tarea de tener una economía sólida, una república fuerte y una cultura política sana, sino como el primer eslabón de una larga cadena de mandatos en la misma dirección. Su idea, por supuesto, era entregarle el testigo presidencial a alguien de su propio partido o de su coalición, pero eso no fue posible. Ahí quizás aprendió, mal acostumbrado a ganar siempre (venía invicto: siete jugadas, siete ganadas), que los caminos de la política rara vez son lineales, mucho menos en la Argentina. El primer intento del cambio terminó rápido, el engendro pergeñado para interrumpirlo fracasó y el “cambio”, cuatro años después, regresó con una cara inesperada, circense y carnavalesca pero con un rumbo, sobre todo en lo económico, casi indistinguible del rumbo de 2015-2019 y apoyado por un mandato popular mucho más nítido del que había tenido Macri.

Milei y Santiago Caputo reconocen que Macri fue el principio del cambio y que no habría Milei si antes no hubiera habido Macri. El ex presidente ahora la mira de afuera pero al mismo tiempo ve popularizadas buena parte de sus ideas, como el énfasis en el equilibrio fiscal, aun si son implementadas por otros. Mi impresión es que a Macri (y en esto estoy de acuerdo con él) esta situación no le molesta: que si Milei y el otro Caputo, Toto, logran estabilizar la economía y ponerla en crecimiento, y si se aprueban las reformas que él no pudo o no supo obtener, no le importa, por más que eso signifique un rol más limitado para el PRO.

Milei y Santiago Caputo reconocen que Macri fue el principio del cambio y que no habría Milei si antes no hubiera habido Macri.

Un objetivo central de la creación de Cambiemos fue dejar atrás el kirchnerismo y el populismo económico: bueno, ahora estamos más cerca que nunca de conseguirlo (aunque todavía falta mucho camino). Más que nunca la sociedad parece convencida de que el Estado presente era una farsa y que no se puede vivir gastando lo que no hay ni pagando la energía o el transporte menos de lo que valen. De que la guita se gana trabajando, con esfuerzo y dedicación, y que una sociedad vale por lo que hace sus miembros, su sector privado, no sus gobiernos. Es cierto que otras ideas de Cambiemos están menos reflejadas en esta gestión. La nominación de Lijo es, como símbolo, la más relevante. Pero muchas sí.

Eso, al menos para mí, hace menos doloroso el recuerdo del 11 de agosto de 2019, cuando creíamos que la vuelta atrás iba a ser eterna. El proceso de reformas no volvió ni con los protagonistas ni con el estilo que muchos votantes de Cambiemos esperaban. Pero acá está, y se parece razonablemente.

¿Hace falta triunfar en política si triunfan tus ideas? Un político diría que sí, pero yo, que no soy político, digo que me alcanza con que triunfen las ideas. Eso todavía no pasó (seguimos al borde del abismo), pero nunca estuvo tan cerca de pasar.

¡Hasta el jueves que viene! Abrazo.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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