ELOÍSA BALLIVIAN

La grieta sobre Rinaldi

Nuestros lectores opinan a favor y en contra.

Sobre «Rechazo la hipótesis», de Diego Papic

(podés leerla acá)

Aprovecho la excelente nota de Diego Papic para hacer una suerte de catarsis sobre el tema de las últimas semanas, así como de un personaje con el cual esta revista por mucho tiempo creí injustamente antagonizaba. Habiendo tantos otros periodistas y comunicadores verdaderamente serviles, infértiles y sumamente vanos, Ernesto Tenembaum siempre me pareció (y me sigue pareciendo) un personaje al cual tales viles descripciones no le cabían (ni le siguen cabiendo, todavía, a mi entender).

Obviamente cae de maduro que incluso el nombre Seúl es un tipo de afrenta directa a su propia intención de asumir con orgullo el mote de Corea del Centro, impedido, como bien expresa la nota de la cual tomo la posta, de “rechazar la hipótesis” y evitar ponerse en el lugar de pretender que la objetividad periodística es hacernos creer que hay algo que rescatar en Pionyang.

Dicho esto, vuelvo a mi incomodidad al ver como la revista, y principalmente muchos de sus autores, ponen tanto énfasis en demonizar a un periodista que a pesar de sus evidentes enrevesados malabares para generar siempre un equilibrio que aparente ecuanimidad, dentro de todo el grupo de periodistas con culpa de clase es uno de los pocos que suele incomodar a más de un funcionario kirchnerista con alguna pregunta medianamente interesante, el único que verdaderamente se escandaliza con hechos de corrupción y el único de ese grupo que suele utilizar la repregunta, por más que, obviamente, no lo haga como a uno le gustaría por la fortuna de que justamente es una persona distinta a uno.

Siempre es bueno recordar la icónica entrevista que Tenembaum realizó junto con Marcelo Zlotogwiazda en TN a Amado Boudou en medio del escándalo de Ciccone, con Boudou en su plena potencia de vicepresidente de la Nación, una entrevista sumamente surreal por el contexto (no había kirchnerista que diera una entrevista con el grupo Clarín en ese entonces) y que fue hecha con un profesionalismo demoledor sin ser vorazmente incisiva, tanto que si la ponemos al lado de la charla de café que Carlos Pagni mantuvo con Julio de Vido es casi el Frost vs Nixon versión argenta.

Por ello me apena tener que reconocer que en el tema Rinaldi Tenembaum ha participado, junto con todo su escuadrón, en el subgénero de periodistas filoprogresistas de manera sumamente desleal. Y hago hincapié en él porque del resto no se puede esperar demasiado, quien espere de María O’Donnell alguna opinión con algún grado de perspectiva, algo fresco (ya ni siquiera digo algo interesante), puede sentarse a esperar tranquilo. Boca seguramente hilvane tres pases seguidos en campo rival para entonces.

Igualmente, me gustaría iluminar la cobertura que tuvo el tema en el programa de Reynaldo Sietecase (verdadero Thanos de Seúl, a mi gusto), que invitó a Sebastián Wainraich (oasis de Urbana Play) y, aprovechando su condición de de cómico y judío (“mi amigo judío” en su máximo esplendor), éste aclara que al no ser gracioso lo que dijo Rinaldi (lo cual comparto) no puede ser considerado un chiste y por lo tanto es repudiable. Lo raro es que Wainraich, afortunadamente, había dicho instantes antes que sería indeseable que alguien fuese quien dictaminase qué es y qué no es gracioso. ¡Y después fue él quien lo hizo! Pero no me la quiero agarrar con Waniraich, porque él jamás se ha arrogado ser un patrón oro de la moral, y a fin de cuentas sólo dio una opinión que no comparto.

(Tangente: Matías Martin, colega menos inocente de Wainraich, en una ocasión se mofó de una foto de Rinaldi y se rió de él por su condición de discapacitado, una foto de la campaña de López Murphy en la interna de las elecciones legislativas del 2021, donde los caracterizaban como una fotocopia de baja calidad de los X-Men. El meme es tan apropiado como de mal gusto, y felizmente no creo que nadie le haya pedido la renuncia a Matías Martin de la radio. Disgrego)

Volviendo a la entrevista, una compañera de Sietecase, de la cual afortunadamente no rememoro el nombre, respondiendo a la pregunta de Sietecase sobre si el último video de Rinaldi mofándose de Página/12 y llamándolo Sinagoga/12 era lo que había cruzado un límite. Aclaró que el límite ya se había pasado con los primeros videos ¡Qué bueno entonces que ya no está en la lista! ¡Tráiganle una urna a esa mujer! ¡Me imagino que ahora sí va a votar la lista completa de Jorge Macri!

Porque su indignación no podía limitarse a no votarlo y a expresarse en concordancia, sino que si ella no lo votaba, bueno, qué más decir, ¡que nadie lo vote! Haberlo avisado antes.

Si fuera tan fácil la indignación para bajar una candidatura, a mi me parece que robar debería conmover a todos de igual manera, para que Máximo Kirchner no se presente nunca más a ningún puesto público, por no hablar de Sergio Massa, cuyas ínfulas de abanderado del capitalismo de amigos más obsceno supongo no es menos peligrosa para la presidencia de la nación que unos desafortunados dichos frente a una webcam de un postulante a legislador.

Volviendo definitivamente a Tenembaum, y a por qué me parece que su postura sobre éste tema particular me pareció especialmente deleznable. Me gustaría recordar que él debió (y debe todavia) convivir con una parva de inadaptados que lo acusan de pedófilo por haberse preguntado en términos intelectuales (ni siquiera en un stand up) si el consumo de pedofilia debía considerarse delito. Como persona que en mis ámbitos íntimos lo defendí por sólo haber expresado una opinión cuyo mayor agravio pudo haber sido su ligereza, mas no su intención, y sobre el cual recayó una clara campaña en su contra, debo decir que es de una desconexión total de su parte el no poder entender a Rinaldi con la misma vara que esperaba que lo midiesen a él.

Siempre consideré a Tenembaum como una persona con la cual disentía en muchas cosas pero que en el fondo respetaba. Su actitud sobre éste tema, sobre todo teniendo en cuenta su propia experiencia, lamentablemente me descubre una faceta triste y profundamente miserable.

PD: Si por esas cosas de la vida él se encontrase con estas palabras, ruego no se apodere de él la ira o el resentimiento con quien escribe. Todos nos equivocamos y tenemos malos momentos, la redención que no le dieron a Rinaldi con su perdón siempre estará al alance de quienes reflexionan sobre sus errores. Si sólo nos quedamos con aquellos que nunca piden perdón, merecido tendremos a Sietecase comentando la asunción de Massa presidente.

–Juan Ignacio Podestá

Estimado Sr. Director:

Me gustaría hacer un humilde aporte alrededor del affaire Rinaldi, que no se ha acallado aún porque, en mi opinión, pone el lente sobre lo que era razonable de esperar en un dirigente de la democracia. Desde ya, no me interesa tomar partido por ninguna de las partes en conflicto, entre otras cosas porque no voto en la ciudad de Buenos Aires. Entiendo, sin embargo, que a pesar de esta advertencia se pueda leer mi opinión de forma sesgada a favor de algún candidato. Es un riesgo que estoy dispuesto a correr. Porque creo que se trata exactamente de eso: de los riesgos que uno está dispuesto a correr. Veamos.

Una persona lleva adelante algún tipo de show humorístico en el que menosprecia de manera más o menos abierta a ciertos colectivos históricamente desaventajados. Se trata del típico humor cancherito, soberbio y toscamente “irreverente” que adoran la mayoría de los porteños y no pocos provincianos. Una marca de época, decididamente. Desde mi punto de vista, un aporte nulo al debate público, que se queda en el nivel de la vulgata de vestuario o asado con los amigos. ¿Significa esto que no se pueda hacer humor alrededor de estos colectivos? No, de ninguna manera, lo prueba la altura con la que comediantes con la estatura de Les Luthiers, por ejemplo, han tratado a estos mismos colectivos (aun admitiendo que habrá fanáticos morales deseosos, en su extravío demente, de cancelar a los mismísimos Les Luthiers). Pero hay límites intangibles de respeto que es, digamos, decente mantener. Dónde están esos límites, varía según el contexto, por lo que dejo asumido su carácter obstinadamente impreciso.

Luego esa persona ingresa a la política como candidato. Naturalmente, en un ámbito competitivo es razonable esperar que los adversarios utilizarán todo lo que esté legalmente a su alcance para menoscabar a nuestro protagonista. No sólo es previsible que lo hagan, es una buena praxis política defender el lugar propio con todas las armas limpias que uno tenga a mano. Es irrelevante si el adversario es moralmente virtuoso o un cínico oportunista: desde el momento en que representa a un colectivo que lo excede, tiene la obligación de potenciar sus chances, que son también las de ese colectivo que lo apoya. Dicha obligación no está condicionada por la moralidad de este adversario, no tiene por qué estarlo.

El show business y la política tienen códigos distintos en relación a lo que se considera aceptable en el marco del debate público. Algo que se dice “animus iocandi” puede ser permisible en un show y no serlo en el debate político, simplemente porque el impacto de ambos discursos es absolutamente disímil. Es cierto que el humor puede contribuir a un clima cultural determinado, y de hecho lo hace, pero no lo es menos que el discurso de un candidato es mucho más potente ya que implica una vocación de transformarlo en una realidad concreta a través del uso del poder público. Para bien y para mal.

Volvemos sobre los riesgos. Al iniciar una carrera política uno sabe que será sometido a un escrutinio público infinitamente más intenso que el que alcanza a un performer, y si decide aceptar ese desafío no puede ignorar que no está exento de riesgos. Específicamente este riesgo: ser expurgado en busca de un momento más o menos deleznable, que todos podemos tener. Quien lo haga sabe que tendrá que dar explicaciones, y es razonable que se prepare para brindarlas antes de que comience la cacería de brujas. Y pagar ese costo: el costo de decir lo que uno tenga ganas de decir para entretener a su audiencia. Lo hacen todas las personas públicas, lo hacen todos los políticos, ¿por qué no habría de hacerlo un standapero devenido candidato?

Las observaciones sobre Rinaldi me parecen razonables, pero creo que hubiera sido mucho más útil para el debate democrático que él mismo hubiera explicado con mayor atención y empatía aquel pasado deslenguado, sobre todo para darles seguridades a todos los votantes de que no usará su banca para intentar transformar aquel discurso (que, nuevamente, asumo inspirado en un “animus iocandi”) como agenda política. Me quedó la sensación de que sus explicaciones fueron superficiales y a destiempo, de que se ancló en el lugar de víctima para eludir un debate necesario en un contexto en el que la corrección política opera como bozal y fomenta la autocensura. Y su jefe político optó por tirarlo por la borda en lugar de acompañarlo en ese debate, acaso el más importante en términos epocales, ya que creo que es cierto que nuestra libertad de expresión está en peligro. Actuó con una notable carencia de coraje cívico, como un político menor incapaz de defender una visión plausible de la libertad y de lo público. Creo que ambos perdieron la oportunidad de poner un límite a la moralina bienpensante, de sostener una visión generosa del debate público, y de proponer un pacto que dé certezas al electorado de que no admitirán que sean avasallados los derechos de estos colectivos objeto de burla. Es decir, de ponerse por encima de Twitter.

No conozco a Rinaldi personalmente; sus notas me han parecido valientes, interesantes y fundamentadas (las comparta o no), en tanto sus videos merecen el pudor con el que preferimos olvidar las estupideces que dijimos en algún bar a los 20 años. Es amigo de personas a las que estimo y admiro a nivel intelectual (algunos de ellos, habituales colaboradores de Seúl), lo que indica que no está exento de cualidades relevantes en el ámbito público. Me ha decepcionado un poco que esas cualidades no se manifestaron cuando eran más necesarias. Particularmente, cuando gran parte del ruido que se produjo alrededor del tema se circunscribió a la microesfera de Twitter. Sospecho que el mundo real, ese que está allá afuera, ha resultado largamente indiferente a las diatribas en un sentido y en otro. Ese mundo real se ha perdido a quien probablemente hubiera sido un gran legislador.

Muchas gracias,

–Lucas Gilardone

Hola:

Desconozco si Franco Rinaldi se bajó de su candidatura o lo bajaron. Para el caso, el efecto final es el mismo: personas, o una fuerza política, que se anuncian con la palabra “cambio” y que, en un tema menor, retroceden.

Digo “tema menor” porque, por fuera de Twitter, sólo una persona me mencionó el hecho. Calculo que a millones de personas preocupadas por su seguridad al salir a la calle, o por cubrir su subsistencia, el tema debe resultarles nimio si es que siquiera se enteraron.

Si alguien no soporta una embestida interna y mediática por un tema, reitero, muchísimo menos relevante que una reforma laboral o sindical, o que una recomposición tarifaria, y que además ni siquiera pasó al plano físico, ¿qué reaseguro me ofrece a mí como votante, de que van a resistir a empresarios, sindicatos, pares en el Congreso, bloqueos, piquetes, marchas, o incluso violencia?

Tal vez le estoy dando demasiada importancia al asunto, si el precandidato, o su autoridad política, no pudo resistir esto, tal vez no nos estemos perdiendo a un Lech Walesa o a una Margaret Thatcher.

Hasta la próxima,

–DiegoBé

Es tal cual lo describís, Diego.

La mayoría de los que se consideran progresistas no perciben cuán conservadores y defensores del statu quo son. Como si éste fuera un presente deseable.

Viven en el pasado y muchos de ellos se parecen cada vez más a los muchachos de la Stasi.

Saludos,

–Francisco Luzzi

Comparto totalmente los conceptos y la postura de Diego Papic en su nota. Desde la importancia de seguir demostrando que el “progrsismo” es retrógrado y que “rechazar la hipótesis” es un camino a seguir, pero muy duro para sostenerlo en el tiempo. Agrego, modestamente, que el papel de los Macri (el candidato, no el ex presi) mostró una tremenda debilidad política por no rechazarle la renuncia a Rindaldi, que anticipa su genuflexión frente al progresismo, el kirchnerismo y el piqueterismo profesional.

Saludos,

–Teodoro Sincosky

¿No importa lo que dijo Franco Rinaldi? Un personaje publico es juzgado por sus palabras, y si las mismas son ofensivas no puede ser candidato. Venga de donde venga, sea de la izquierda del centro o de la derecha. No podés justificar lo injustificable. Dijo cosas terribles y nadie de Juntos por el Cambio salió a decir nada. Muy feo.

–Alberto Monastirsky

Lousteau es un discriminador de personas con discapacidad. Mi total solidaridad para con Franco Rinaldi.

Oportunamente Rinaldi pidió disculpas por sus dichos del pasado –los que no avalo–, que por ser del pasado debieron quedar ahí luego de pedir disculpas. Una sociedad civilizada entiende que los comportamientos humanos no construyen definitivamente al sujeto. Siempre queda la posibilidad de redimirse de los errores del pasado.

La insistencia de Lousteau en cargar con imputaciones a Rinaldi cuando advirtió su vulnerabilidad como persona y la continuación del hostigamiento, como el sicario cuando tiene en la mira a su víctima, lo convierte en una persona que no guarda empatía con otro ser humano, cosificándolo cual objeto despreciable.

Muchos ejemplos nos da la historia argentina e internacional de líderes que, cosificando seres humanos, inscribieron una página negra y nefastamente hoy se los recuerda como totalitarios.

Franco Rinaldi como persona discapacitada tiene una sensibilidad distinta y Lousteau se aprovechó de esa situación para dañar a un contrincante político deshumanizando a un humano. Repudio con total firmeza y me avergüenza como radical la actitud de Lousteau, que debiera pedir disculpas por su comportamiento antiético e inmoral.

–Luis María Mariano

Leí la nota de Papic sobre Rinaldi. Los leo bastante. No comparto el análisis.

Lo que hubo fue un mal manejo de la comunicación y decisiones incorrectas. Los candidatos se expusieron en los medios sin una correcta estrategia comunicacional y sin idea clara de cómo se maneja este tema. Los únicos que admiten la supuesta “culpabilidad” de Rinaldi son los candidatos mismos.

No debería haber renunciado Rinaldi, según los argumentos de Papic. Creo que ese es el error. No se renuncia. Se propone un plan de trabajo rápido, profesional y astuto. Eso no es lo que estamos viendo, y los argumentos que siguen escribiendo en Seúl me da la impresión de que no están orientados.

Si Franco Rinaldi se considera no homofóbico, no antisemita, no discrimidor de los pobres de la Villa 31, él y su candidaton a Jefe de Gobierno deberían haber tenido otro comportamiento. Es mi humilde opinión.

Yo creo que los comentarios de Franco son feos. Vi los videos y me desagradan. Si un amigo dice eso en joda le preguntaría por qué dice esas cosas. No me gustan, no los defiendo y no me causan gracia. No soy feminista. No estoy afiliada a ningún partido. Leo, escucho y pienso como me sale y puedo. Si Franco renunció es porque le parece que el papel de víctima le es más funcional. Creo que eso no es un buen encuadre para la vida y no me gusta un espacio político que se pare en ese lugar. Si fuera su madre le diría: “Flaco, cerrá la boca, sos uno más, ni se te ocurra renunciar, pero no vayas a los canales a contar tu inseguridad y latente ambivalencia con respecto al mundo. Asesorate, escribí una carta y en tres semanas vemos”.

Desde afuera todo se ve más fácil. Opinar, opina cualquiera, ya sé. Sólo quería compartir el comentario.

Saludos,

–Cecilia García Maldonado

Sobre «Yo te creo, hermano», de Eduardo Cáceres

(podés leerla acá)

Tuve el gusto de trabajar en la comisión de Minería con vos como presidente, nunca creí en esa denuncia. Te mando un fuerte abrazo, Eduardo, y los mejores deseos de éxito en tu actividad.

–Norberto

Sobre «La nostalgia es una mierda», de Bernardo Erlich

(podés leerla acá)

Me encanto la nota de Erlich. Muy bien escrita y da en la tecla, haciéndola sonar muy afinada.

Sólo mencionar que muchísimas veces no se reemplaza una cosa por otra, sino que los desarrolladores consiguen aprobación de proyectos que implican la ocupación de mucho más espacio, generalmente en altura. Se oscurecen las calles y también se extraen árboles añosos que no se pueden reemplazar para colocarse entradas de garage o locales comerciales a los que molestan los árboles. Sumado a la cantidad de nuevos propietarios y sus visitas que alteran con sus autos y motos la vida de la cuadra.

Al publicitar los nuevos edificios suelen dar como atractivo el estar emplazado en “zonas de casas bajas y arboladas”.

Saludos,

–Jorge Eduardo Bustamante

Más allá del estertor del negocio barrial, la nostalgia es un fenómeno mundial. Esa es la razón que esgrime el escritor inglés Simon Reynolds bajo el concepto de “retromanía”, donde el pasado en sí mismo es una fuente de contenidos y, por ende, de negocios. Hoy por hoy, las efemérides representan un género periodístico por sí solo, en un mundo donde las redes sociales multiplican la información y muchas veces, a través de esos recuerdos, se busca la relación causa-efecto sobre situaciones actuales.

En la Argentina, la nostalgia se vive de una manera más que particular. Desde la visión futbolística, el logro de México ’86 no se celebró sonadamente en el décimo ni en el vigésimo aniversario, pero para el cumpleaños 35 se frenó una sesión legislativa a un horario específico para rememorar el segundo gol de Maradona en cuartos de final. Adicionalmente, cada junio, sin importar si era un aniversario terminado en cero o en cinco, se detallaba la efeméride de los triunfos contra Inglaterra, Bélgica y Alemania. La falta de victorias mundiales había generado en Maradona un tipo de imagen que en Racing sería el “Chango” Cárdenas y en Rosario Central, Aldo Pedro Poy: se transformó a uno de los mejores en una figura de memorabilia. La cervecera supo ver ese aspecto y bien lo reflejó en la publicidad con el lema “Elijo creer”. En diciembre último pasó lo que pasó, con gloria y alegría, y en junio reciente pocos recordaron el aniversario 37 de cualquier hecho ocurrido en México. La nostalgia aquí fue una muestra de algo que faltaba, una alegría conjunta pocas veces vivida en la Argentina.

Se subraya nuevamente: la nostalgia en Argentina es más intensa. Actualmente se vive una recreación al estilo Tango feroz, como en 1993. Por un lado, con la película Argentina 1985 se revisitó esa primavera alfonsinista donde, más allá de vivir en peligro por los resabios del gobierno anterior, se mostraba una frescura, un desparpajo en aquellos pasantes de Tribunales que escuchaban a Los Abuelos de la Nada como sello distintivo. Por otro lado, la reciente serie sobre Fito Páez se centra en, además de contar la vida del rosarino, dar vueltas a ese destape de la democracia, la siguiente hiperinflación y el posterior optimismo menemista. El siguiente paso aquí está en qué revivir ahora: si una serie sobre Gustavo Cerati o Luca Prodan, mientras que los rockeros nacionales buscan algún aniversario para salir de gira y aprovecharse de una generación más dispuesta al ocio que la de sus padres. Aquí hay mucho de nostalgia, pero también existe un fuerte mensaje de “qué bien que estábamos cuando estábamos mal”.

Si bien la nostalgia es global, existen diversas maneras de vivirla. En España, como en todos lados, existen programas de archivo con una admirable curaduría de Radiotelevisión Española, así como series aclamadas como Cuéntame cómo pasó, que durante 22 temporadas reflejó la evolución de una familia típica entre 1968 y 1991. A través de esos recuerdos, los españoles revisaron quiénes y cómo eran, en un país con tintes folklóricos, antes de entrar en la modernidad, con su entrada en la Unión Europea, en la OTAN, con sus Juegos Olímpicos y Exposición Universal, que muestran a 1992 como su epicentro temporal. La España de antaño se recuerda con cariño y sin renegar: “Qué bien que estábamos, pero en muchísimos aspectos hoy estamos mejor”.

La falta de desarrollo o de evolución refuerza los campos del recuerdo; a la larga, romantiza todo momento pasado. Cuando la nostalgia duele a nivel colectivo es porque no se está bien, porque existen muchos puntos por mejorar: será cuestión de que exista un penal de Montiel, pero en los demás aspectos de la vida argentina.

–Martín González Araujo

 

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