Las instituciones que sucedieron al derrumbe de Napoleón en Europa no pudieron borrar la influencia de la Revolución. Cuando el Conde de Provenza se convirtió en Luis XVIII de Francia, lo tuvo que hacer con una constitución; pero, a diferencia de las tres constituciones sancionadas antes de la Restauración, ésta no fue elaborada por una asamblea, lo que significa que no emanaba del Pueblo. En cambio, fue cedida por Luis XVIII (soberano de los franceses por mandato divino) a sus súbditos. Los derechos otorgados eran los mismos (sufragio masculino, derecho de propiedad, libertades de religión, prensa y expresión); pero, desde el punto de vista de la concepción de los derechos de los ciudadanos, implicaba un retroceso.
La ley que universalizó el matrimonio civil en la Argentina se debatió, sancionó y promulgó durante la primera presidencia de la actual vicepresidenta del país. ¿Fue otorgada? Desde un punto de vista estrictamente formal, podemos afirmar que no: hubo debates en todo el país, se respetó el proceso de formación y sanción de las leyes y quienes estuvieron a favor y en contra pudieron expresarse con total libertad. Si vamos al terreno político, en cambio, un buen número de personas cree que fue una ley concedida, que sin la vehemente decisión de la entonces pareja presidencial la ley no hubiera prosperado nunca y que, por lo tanto, hay mucho para agradecer a los señores que nos gobiernan por modificar en nuestro favor el código civil.
Alguna vez la izquierda sostuvo que los homosexuales éramos una degeneración burguesa o una forma de infiltración del imperio.
Todas las ideologías y partidos políticos de la Argentina estuvieron, en algún momento, en contra de la ley. No voy a recordar las razones de los conservadores, de los religiosos, o de la derecha nacionalista porque me insultan con solo escribirlas. Son más curiosas, por su ingenio, las que alguna vez sostuvo la izquierda, al decir que los homosexuales éramos una degeneración burguesa o una forma de infiltración del imperio (la primera Marcha del Orgullo Gay se hizo en Nueva York). En un momento, casi todos cambiaron de posición; no todos a la vez, pero sí todos los necesarios para que saliera la ley. Con algún que otro apriete a algunas senadoras, con alguna que otra trampa de efecto mediático (como un matrimonio entre militantes que no eran novios) salió una ley que es sana y dignifica a nuestro país.
Una minoría intensa
“Por qué la mayoría de los gays son kirchneristas” es una pregunta muy común entre heterosexuales y entre gays que todavía están en el clóset o no tienen un entorno homosocial. No hay estadísticas, por lo que toda afirmación rotunda es exagerada, pero yo tengo la impresión de que entre los gays los kirchneristas no son la mayoría. Nadie negaría que son muchos, eso sí. Son una gran minoría intensa. Lo que creo que sí podemos afirmar es que la mayoría de las organizaciones que tienen como misión la lucha por un mundo más justo para los homosexuales son kirchneristas. Tengo la leve certeza de que el hecho de que la aprobación del matrimonio gay sucediera durante el kirchnerismo no es suficiente para explicar semejante nivel de –perdón el eufemismo– adhesión.
Cuando Página/12 todavía podía entrevistarlo, Juan José Sebreli dijo en el suplemento Soy que le parecía inadmisible que hubiera homosexuales peronistas, montoneros homosexuales, castristas homosexuales. Cuenta que Sylvina Walger le contó sobre el fusilamiento de dos homosexuales montoneros porque la cúpula los consideraba más “apretables” que a los heterosexuales. Su alejamiento del Frente de Liberación Homosexual, del que fue fundador en 1974, fue solo por razones ideológicas; primero el FLH se hizo castrista y después –¡peor!– peronista.
Tengo la impresión de que entre los gays los kirchneristas no son la mayoría. Nadie negaría que son muchos, eso sí. Son una gran minoría intensa.
Imagino que en épocas en que la violencia política era concreta y mensurable era más o menos sencillo establecer contradicciones obvias entre una ideología y determinadas características de la identidad o de la identidad misma. Hoy por hoy me parece un argumento fácilmente desmontable decirle a un gay que no puede ser peronista porque Firmenich fue católico y homofóbico o porque el peronismo es un partido fundado por sindicalistas y militares. Sin embargo, los homosexuales kirchneristas no pierden oportunidad en señalar contradicciones que les parecen axiomáticas en las posturas de los demás. En general suelen decir que el gay que no es kirchnerista pretende agradar con su voto a un grupo de personas que lo desprecian y siempre lo harán, y de esa forma se justifica en una ilusión de pertenencia. Usan para la identidad un término que es más común para hablar de la posición que las personas ocupan en el sistema de producción: nos llaman “desclasados”.
El discurso de respuesta no es tan uniforme. Los homosexuales que no somos kirchneristas contestamos a estos agravios de forma muy diversa. En esa diferencia entre la contundencia y la uniformidad del ataque kirchnerista y las difusas reacciones de los demás homosexuales creo yo que se encuentra la razón de por qué los kirchneristas gays son tan notorios al punto de parecer ampliamente mayoritarios e igualadores de todo el movimiento gay e incluso de gays que se mueven mucho pero no integran activamente ninguna agrupación política.
Es muy curioso que entre las personas que no forman parte de ningún partido político muchas veces perviva una dignidad cívica más cabal. Tal vez sea de manera inconsciente –porque la indiferencia política también es un derecho– al ver en los políticos a simples funcionarios y no a líderes a los que se les debe, por el solo hecho de ser, militancia y respeto.
La identidad y el partido
El camino que lleva a una fusión inexorable entre una identidad y un partido político es peligroso. Hay militantes que afirman sin avergonzarse ni un poco que cualquier apoyo a los derechos de los gays por parte de otros partidos es una apropiación de sus causas, como si fueran excluyentemente suyas, como si por el hecho de nacer gay uno tuviera una deuda con el pasado. ¿Tenemos los gays que tener, como las naciones, un pasado de gloria? La única gloria que debería convocarnos es Gloria Gaynor.
Sin embargo, el intento persistente de los gays kirchneristas por hacer de Cristina Kirchner, una señora que empezó a ejercer el poder recién en el momento en que se quedó viuda, un ícono pop pretende uniformarnos a todos los gays en ese mundo que celebra la pertenencia a un partido político como condición inescindible de ser puto.
En todo el mundo han sido las instituciones de la democracia liberal las que han reconocido a los homosexuales los derechos de casarse y de adoptar.
En todo el mundo han sido las instituciones de la democracia liberal (parlamentos y tribunales) las que han reconocido a los homosexuales los derechos de casarse y de adoptar. Sin embargo, un impermeable grupo de activistas considera que en la parte del mundo en que “reina” el libre mercado, con las instituciones políticas que son su consecuencia, el problema es el capitalismo, el neoliberalismo o los partidos que lo representan. Hay un buen número de dictaduras y autocracias que mañana mismo podrían sancionar el matrimonio gay y no lo hacen. El primer país que aprobó el matrimonio para personas del mismo sexo es también miembro fundador de la OTAN. Yo veo allí una congruencia y no una contradicción.
Los gays kirchneristas obedecen en todo al líder y, cuando el líder gobierna, al Estado, tal vez porque sienten que le deben parte de su dignidad. Algunos lo hacen de manera falaz, porque sabemos que durante la cuarentena fueron a fiestas clandestinas, porque tienen empleadas domésticas informalmente contratadas, porque en la función pública son corruptos y en poco tiempo pasan de inquilinos a propietarios, porque somos pocos y nos conocemos mucho. Otros son obedientes de verdad. Tristemente hay gays kirchneristas que son obedientes de verdad.
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