Me contaron que cuando se anunció el octavo Balón de Oro para Messi se escucharon gritos de festejo en distintos departamentos de la ciudad. También vi un video de algún país africano en donde en ese mismo momento la gente salía a festejar a los pasillos de un edificio a gritar “Messi, Messi”. Las dos cosas me parecen insólitas, pero al mismo tiempo, posibles y hasta entendibles. Desde Qatar 2022 e incluso antes, desde la Copa América, cuando terminó de emerger un Messi victorioso, saldando deudas a una edad en que los jugadores de fútbol empiezan a pensar en el retiro, remontando cuestas dificilísimas, desde esa resurrección mítica, Leo se convirtió definitivamente en la persona más amada del planeta, sin dejar ningún tipo de dudas, ni deportivas, ni humanas. La historia es tan perfecta que para darnos una satisfacción extra no hay unanimidad en la algarabía, sino que han quedado residuos de resentidos que le dan más color al momento de la victoria: algunos madridistas extraviados, en primer lugar, y, segundo, los franceses.
Para los argentinos, el triunfo definitivo de Messi tiene un condimento más. No es solamente que rompe la escasez de buenas noticias sino la idea de que una discusión –una “grieta”– ha quedado saldada para siempre. El kirchnerismo, el fin de la inflación, la suerte del peronismo, nuestra prolongada decadencia, todos temas de debate que los que tenemos cierta edad ya presumimos que no serán saldados en vida nos atormentan cotidianamente. Sin embargo, otro que nos acechaba se cerró sin discusiones y –sorprendentemente– sin rencores. Messi es el más grande de todos los tiempos y aquello que se le exigía, ganar un campeonato del mundo, fue cumplido con creces. Argentina en Qatar fue campeón con toda legitimidad, el liderazgo de Leo fue evidente y hasta tuvo la delicadeza de anotar goles en todas las instancias, desde la fase de grupos hasta la final.
Quedan algunos cabezones que insisten por motivos ideológicos en darle prioridad a Maradona, pero en el mundo de los amantes del fútbol ya no tiene sentido discutir eso.
Por supuesto que quedan algunos cabezones que insisten por motivos ideológicos en darle prioridad a Maradona, pero lo cierto es que en el mundo de los amantes del fútbol ya no tiene sentido discutir eso. Messi se encargó, por otra parte, de no dejar ninguna duda de la comunidad entre los cracks: lo hizo el martes en la entrega del Balón de Oro, cuando recordó emocionado que era el cumpleaños de Maradona y que no había mejor ámbito para homenajearlo que ése, un espacio en donde se reunía la elite de la elite del fútbol, los mejores jugadores, los mejores entrenadores y toda una afición pendiente de las pantallas en todo el mundo. Messi también lo había hecho con su iluminado homenaje luego de la muerte de Diego, con aquella camiseta de Newell’s como la que había usado en su paso por Rosario. Messi nunca apostó a ningún tipo de parricidio: siempre fue respetuoso y explícito en su amor por quien no dejaba de ser, a la vez, un predecesor y un competidor. No parece poco simbólico que la explosión final de Leo haya sido luego de la muerte de Maradona, como si no se hubiera animado a la última consagración en presencia de su padre putativo para no ofenderlo.
Si Messi siempre fue correcto y ubicado con la persona más complicada de la Argentina (quien, a su vez, siempre expresó cariño y admiración por Leo), hay que decir que, en realidad, una de las cosas más asombrosas de su carrera no es sólo que haya estado casi dos décadas en un nivel deportivo sin caídas, siempre superlativo, sino que, a lo largo de todo ese tiempo, con un nivel de exposición desconocido para cualquier otra persona en la Tierra, nunca se haya equivocado en sus exposiciones públicas, que no haya declaraciones que uno preferiría que no hubiera hecho o actitudes que generaran incomodidad. De hecho, los dos o tres hechos más traumáticos de su carrera lo mostraron vulnerable y desconsolado, más que agresivo y desafiante.
El más claro fue cuando tuvo una fugaz renuncia a la Selección, luego de una serie de finales perdidas, diciendo que evidentemente esa competencia no era para él. No cargó contra nadie, no expresó resentimientos, no tuvo palabras de rencor. Lo asumía como un fracaso personal. Fue el punto más bajo y triste de su relación con la Selección argentina. Hoy sabemos que era un elemento dramático para que a partir de ahí comenzara el camino del héroe y llegara a la consagración definitiva. Lo cierto es que Leo no lo sabía en el momento y se privó de expresar algún tipo de sentimiento negativo.
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El otro fue la despedida intempestiva del Barcelona, uno de los actos de ingratitud más grandes de la historia del fútbol. El reconcentrado, tímido, reservado, Lionel Andrés Messi, no pudo parar de llorar en público, como si se hubieran separado los padres y los dos le hubieran dicho que no querían vivir con él. El episodio fue tan penoso que llevó a Leo y a su entorno a tomar quizás la única decisión profesional equivocada de su vida: recalar en París. Me resulta tan dolorosa la imagen de Messi llorando a mares delante de su familia que me resistí a revisarla para preparar esta nota. Aun así, estoy seguro de que tampoco en ese momento hubo expresiones de violencia o resentimiento.
El momento público más agresivo de Leo fue, sin dudas, después del partido contra Holanda en los cuartos de final de Qatar 2022. Un poco sobredimensionado el enfrentamiento, seguramente utilizado como una forma de motivación, pero lo cierto es que de un lado y del otro hubo provocaciones y choques. Finalmente, las palabras de Leo mientras era entrevistado y echó del recinto al delantero holandés se hicieron célebres y festejadas por buena parte de la afición argentina. El “andá pa’llá, bobo” sonaba demasiado ríspido en su boca, algo totalmente inusual. Quienes no lo festejamos en su momento tuvimos un momento de gran reivindicación, en una comedia desarrollada en dos actos.
El primer acto fue un tuit de la vicepresidenta Cristina Fernández, quien no pudo menos que celebrar la bravuconada y meter su paradigmática confusión cuando habla de algo que no sabe. Tuiteó:
“Gracias infinitas capitán… a usted, al equipo y al cuerpo técnico, por la enorme alegría que le han regalado al pueblo argentino. Y un saludo especial después de su maradoniano ‘andá pa’allá bobo’, con el que se ganó definitivamente el corazón de los y las argentinas”.
El tuit es del 18 de diciembre, el día de la consagración, después de una actuación memorable del equipo y de Leo en particular. Lo primero que se le ocurrió a CFK es destacar ese gesto señalado como “maradoniano” con la temeraria afirmación de que fue esa bravuconada la que conquistó a los argentinos y no su magia futbolística. Si una persona tiene que elegir algo de la carrera de Messi, especialmente del Mundial, y no es ni el gol contra México ni el baile a Gvardiol ni la asistencia a Molina sino una patoteada intempestiva, claramente no tiene la menor idea de lo que está hablando.
No fue fácil en esos días de euforia expresar cierta distancia o disgusto con ese Messi iracundo y confrontativo. Sin embargo, los que guardamos reserva tuvimos nuestro momento de reivindicación un tiempo después, cuando Leo comenzó a dar entrevistas relajado y confesó que efectivamente no era la imagen que le gustaba dar. Así se lo dijo a Andy Kusnetzoff: “No me gusta lo que hice. No me gusta el ‘andá p’allá’. Son momentos de tensión, nerviosismo. Pasó todo muy rápido, no te da para pensar nada. No me gusta dejar esa imagen”. “No me gusta lo que hice” es genial: lo revela humano y reflexivo, capaz de volver sobre sus pasos. Messi ve el gesto destemplado y siente que no lo representa o, al menos, que no es la imagen que él quiere dejar ante el mundo. No tiene problemas en arrepentirse y decirlo en forma pública. Con lo cual, el único exabrupto de una carrera de casi dos décadas de una presión tremenda, es revisado con inteligencia y sensibilidad.
“Lo’ botine’ mío”
Me contó gente que lo ha entrevistado en la intimidad que Leo es absolutamente consciente de su lugar en el mundo. Sabe perfectamente que cualquier palabra suya referida a cualquier tema va a tener repercusiones infinitas. Debe cuidarse al extremo, y no es que no tenga opiniones, ya que en off compartió algunas, sino que las reserva para cuando sabe que no serán filtradas.
Siempre dijimos que debería ser muy difícil ser Maradona, no lo es menos ser Messi, en un momento de globalidad instantánea mucho más masivo que en la época de Diego. Aun así, de una manera extraña, Leo denota en gestos pequeños, aquí y allá, que hay un residuo en su vida de persona simple.
El momento más bello de esa colección es, para mí, cuando fue al homenaje a Maxi Rodríguez, en la cancha de Newell’s, cuando bajó de un auto particular con los botines en la mano. Hasta uno puede extrapolar escenas absurdas como Messi gritando “¡Anto! ¿No viste dónde están lo’ botine’ mío’? Me voy a la despedida de Maxi”, absurda porque Leo podría ser el dueño de la fábrica de botines, o su cara más importante y tener un lacayo que se los lleve y traiga a cualquier lado. Lo mismo ocurrió cuando llegaron a Miami y fueron al supermercado y uno de los chicos pidió permiso para sumar un juego de mesa al changuito. Niño, tu papá podría comprar el supermercado tranquilamente y te educó de manera tal que le dieras valor a cada cosa. Cómo no admirarlo.
La veneración que genera hoy Messi en el vestuario es una obviedad. Para un jugador joven, poder estar en el mismo ámbito que el mejor jugador de todos los tiempos, intercambiar unas palabras, tocar la misma pelota, compartir un ejercicio físico y la informalidad de la mateada o algún juego en la concentración es sencillamente la anécdota de su vida. El primer capítulo de su camino del héroe fue aquella copa América en Brasil en donde el resto del plantel estaba más obsesionado con que su capitán se llevara un título que en sus logros personales. La imagen de la final, cuando suena el pitazo que da fin al partido y absolutamente todo el plantel sale corriendo a abrazarlo a él, habla a las claras de la devoción y el cariño que les generaba.
La imagen de la final, cuando suena el pitazo que da fin al partido y todo el plantel sale corriendo a abrazarlo a él, habla a las claras de la devoción y el cariño que les generaba.
Ahora bien, Leo no fue siempre una leyenda, con una historia sobre sus espaldas. Él también fue un jugador joven que se incorporaba a un plantel del estrellas, como era el Barcelona a comienzos del milenio. Es absolutamente significativo que todas esas grandes estrellas no hayan tenido con Messi algún gesto de disgusto o enfrentamiento. Estamos hablando de monstruos del fútbol, con sus personalidades complejas y su salvaje instinto de competencia, como Ronaldinho, Thierry Henry o el gran Zlatan Ibrahimović, otro de los jugadores más difíciles de la historia del fútbol. Basta recurrir al archivo para comprobar que todos hablan de Leo con admiración y amor. Y si hablamos de mayores y más jóvenes, también revisemos sus relaciones con sus coetáneos, con otras estrellas que tenían la necesidad de ser reconocidos al máximo nivel y que podrían ver en el argentino la amenaza de vivir siempre bajo su sombra. El mejor ejemplo es Neymar, compañero de Messi en dos equipos y uno de sus mejores amigos. La imagen de los dos charlando relajados luego de la final en el Maracaná es, seguramente, una de las postales más bellas y emocionantes que ha generado el fútbol.
Por último, me gustaría destacar la que para mí es la máxima muestra de sus valores. Me refiero a las invasiones a la cancha, con chicos audaces que gambetean con velocidad a los guardias de seguridad para llegar hasta Leo y tocarlo o pedirle una selfie o un autógrafo en la remera. Las transmisiones televisivas tienen la orden de no mostrar a los invasores para evitar el efecto contagio, pero finalmente aparecen las fotos del contacto con el ídolo. Invariablemente la actitud de Messi jamás es de miedo sino de cariño y colaboración con el propósito del invasor. La colección de fotos acumulada en estas acciones es desopilante. Hasta que llegan los de seguridad desairados, Messi ha posado para la selfies, intentado firmar camisetas, se ha abrazado sonriente tratando al mismo tiempo de que el chico no salga lastimado. La foto del muchacho chino que entró al césped en un amistoso de la Selección hace algunas semanas es antológica: escoltado y llevado por los aires por los agentes de seguridad (¡chinos!) el muchacho tiene una sonrisa que le llena la cara. Siente que el esfuerzo y el riesgo valió la pena.
¿Podemos sacar alguna lección de la impecable conducta moral del mejor jugador de todos los tiempos? Asumo que no, que lo que ha sucedido está en el orden de los milagros, que nos generan admiración pero resultan en algún sentido superficiales y no pueden cambiar nuestras conductas. Borges decía que la historia del país habría sido otra si hubiera elegido libro nacional al Facundo de Sarmiento en vez del Martín Fierro. Uno podría imaginar que el cambio de guardia en nuestros corazones de Maradona a Messi podría significar un paso adelante en términos de conducta. No hay nada del resto de nuestras acciones que haga pensar eso. La impecabilidad moral de Messi queda no como un norte a seguir sino como un ideal inalcanzable, que nos fue otorgado no se sabe muy bien por qué y que disfrutaremos mientas dure.
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