LEO ACHILLI
Domingo

Me duele si me quedo

El Mercosur ya no sólo funciona como un corsé comercial, sino también intelectual. Así y todo, hay razones para no romper el bloque.

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La organización Fundar, un think tank progresista con buenos vínculos con el peronismo, publicó recientemente un documento titulado Mercosur: juntos estamos mejor. Lo tajante de la afirmación me despertó curiosidad: quería ver qué datos y argumentos la respaldaban. Pero al leer el trabajo en detalle aparece un contraste notable: la evidencia muestra un bloque caro, cerrado, asimétrico y paralizado. El diagnóstico va en una dirección; la recomendación, en otra.

No es un detalle menor. La forma en que se interpreta el presente del Mercosur define cómo se piensa el futuro de la inserción internacional de la Argentina. El informe de Fundar documenta con precisión el corsé comercial que nos impone el bloque. Pero al negarse a imaginar una salida distinta confirma algo peor: la existencia de un corsé intelectual que nos ata a la inercia.

Hace unos años, acá mismo en Seúl hablamos del Mercosur como de un matrimonio en crisis. Dijimos entonces: divorcio o poliamor, pero nunca la parálisis. Seguir en una relación que no funciona sin hacer nada no es estrategia: es la receta para seguir perdiendo tiempo. Fundar, en cambio, arranca dando por hecho que juntos estamos mejor. Y a partir de ahí propone abrir una mesa de diálogo para arreglar lo que anda mal. Es como ir a terapia de pareja después de haberse dado de alta de antemano: ya decidieron que van a seguir juntos, entonces la terapia no es para ver alternativas, sino para justificar la convivencia.

Ya decidieron que van a seguir juntos, entonces la terapia no es para ver alternativas, sino para justificar la convivencia.

El propio documento de Fundar reconoce que el Arancel Externo Común (AEC) —ese fuerte que construimos de cara al mundo— promedia 12,3%. El paredón es alto: más alto que el promedio de América Latina, que el del comercio global y que el de la OCDE. Y lo más problemático son los picos: 26% en textiles e indumentaria, 17% en transporte. Algo llamativo es que en el documento solo desagregan el AEC por sectores económicos y no por tipo de producto. Una lástima, porque si lo hubieran hecho también habrían advertido que el paredón no sólo es alto, sino que además tiene un escalonamiento contraintuitivo.

Ya en 2018, el Ministerio de Producción había desagregado el AEC en cuatro categorías: materias primas, insumos básicos, insumos elaborados y bienes finales. Y confirmaba algo fundamental: como en la mayoría de los países, la estructura tarifaria del Mercosur es “escalonada”, es decir, que los aranceles aumentan con el grado de elaboración de los productos. Aunque con una diferencia clave: mientras que en la mayoría de las economías los aranceles son relativamente homogéneos o reservan el salto principal para los bienes finales, en el Mercosur la protección sube fuertemente incluso para los insumos básicos. Es decir: castigamos los insumos con un arancel alto, encareciendo la base de la producción y desincentivando la competitividad. Además de alto, es un paredón con una inclinación que castiga lo que debería abaratarse para integrarnos al comercio.

Las consecuencias son dobles. Por un lado, los consumidores pagan más caro. Por el otro, los insumos y bienes de capital —la base de toda producción— también cargan con sobrecostos, lo que resta competitividad y condena a buena parte de la industria a sobrevivir con sobreprecios estructurales. Sorprende que un think tank que se identifica con lo que podría llamarse el desarrollismo industrial no resalte que este es un gran problema. En cambio, parece justificarlo diciendo que ese muro sirve para promover el comercio y la integración regional.

Integración mínima, frágil y desigual

Lo positivo de la estructura del AEC sería que fomenta el comercio intrabloque. El problema es que, cuando uno mira los datos, el comercio intrazona es bajo, declinante y lleno de obstáculos. No lo digo yo, lo muestra el informe. En 2007 el comercio intrarregional llegó a representar el 16,8% de las exportaciones totales del Mercosur. En 2019 ya había caído al 10,5%. En comparación, Europa y Asia superan el 50%. Es decir, no se trata de un mercado ampliado al estilo de las regiones exitosas, sino de un espacio cada vez más chico.

Además, el comercio intrazona “está lejos de ser libre”. A fines de 2024, según el propio documento, había 602 medidas brasileñas que afectaban exportaciones argentinas y 71 en sentido inverso. Barreras no arancelarias que elevan los costos de cumplimiento y estrechan la base exportadora a un puñado de rubros.

Como si fuera poco, ese comercio intrabloque es muy desigual. El Mercosur es apenas el 7% del comercio total de Brasil, mientras que concentra el 22–30% del comercio de Argentina. La mayor dependencia de Argentina hace que nosotros tengamos que internalizar reglas y shocks brasileños con menor capacidad de reciprocidad.

La mayor dependencia de Argentina hace que nosotros tengamos que internalizar reglas y shocks brasileños con menor capacidad de reciprocidad.

Frente a esto, el trabajo intenta rescatar que en el Mercosur circulan manufacturas “de mayor complejidad tecnológica”. Pero ahí también la trampa es evidente. Ese mix más complejo no escala: es pequeño, volátil y depende de la protección intrabloque. Más que un oasis de competitividad, es una zona de confort: un corralito donde acomodamos lo que el mundo no nos compra.

Además, y citando textual al documento: “Argentina explica el 3,5% del valor agregado extranjero en las exportaciones industriales de Brasil, en tanto que Brasil representa el 21,2% en el valor agregado extranjero en las exportaciones industriales de Argentina. La integración productiva argentina-brasilera es desbalanceada y ha resultado más acotada para Argentina”. En definitiva, el gran beneficiado es Brasil, que nos vende mucho más de lo que nosotros le vendemos, y con mayor derrame tecnológico.

En otras palabras, Fundar admite que el comercio intrazona es mínimo, plagado de trabas y desigual. Pero lo maquilla diciendo que “al menos” hay sofisticación relativa en los flujos.

La parálisis externa

Repasemos: hasta acá vimos que el AEC encarece lo que consumimos, resta competitividad y tampoco sostiene un comercio intrazona relevante. Según Fundar, el Mercosur tendría al menos una virtud: negociar juntos mejores acuerdos internacionales.

El problema es que las cifras dicen lo contrario. El propio documento reconoce que el bloque ha firmado pocos acuerdos, casi todos dentro de la región. Ninguno con socios globales de peso. Los vigentes cubren apenas el 7% del PIB mundial y solo el 14,4% de nuestras exportaciones extrazona ingresan con preferencias. Un techo muy bajo que deja a los bienes y servicios del Mercosur en clara desventaja frente a competidores con acceso preferencial.

Para explicar este fracaso, Fundar agrega matices: que Argentina muchas veces frenó negociaciones, que priorizó vínculos Sur-Sur, que la ola de tratados se agotó cuando el bloque decidió entrar a jugar, que la pandemia y los cambios globales también pesaron. Traducido: el kirchnerismo y su “vivir con lo nuestro” dominaron casi dos de las últimas tres décadas. Incluso sugieren —de forma implícita— que si no hubiéramos estado con el corsé del Mercosur, Axel Kicillof y Guillermo Moreno habrían llevado el arancel promedio a 50%. ¡De la que nos salvó el bloque!

El problema de ese argumento es que reduce a la Argentina al kirchnerismo, ignorando que durante el gobierno de Cambiemos y en el actual sí se hicieron reducciones puntuales de aranceles.

El problema de ese argumento es que reduce a la Argentina al kirchnerismo, ignorando que durante el gobierno de Cambiemos y en el actual sí se hicieron reducciones puntuales de aranceles (“acupuntura arancelaria”). Hacia el final del gobierno de Cambiemos se estaba trabajando en una reforma integral del AEC. Había voluntad de derribar muros. Más allá de excusas y matices, la realidad es más sencilla: la regla del consenso se convirtió en un derecho de veto que paraliza cualquier apertura. Y el resultado es siempre el mismo: una agenda externa bloqueada por una infraestructura institucional que no funciona.

Lo más llamativo del paper de Fundar no es el diagnóstico sino la brecha con el título elegido: Juntos estamos mejor. Esa desconexión, a mi entender, responde a dos factores. El primero, una reacción automática al discurso de Milei en la cumbre del Mercosur, cuando dijo que Argentina podía dejar el bloque, sumado a la moda del neologismo “Cercosur” que circula en Twitter. Más que un análisis de alternativas reales, el informe parece una réplica al clima del momento. El segundo factor, más profundo, es la incapacidad de imaginar algo distinto: una resignación genuina al statu quo.

Mejor, nos quedamos

Ahora bien, hay razones más fuertes que el “porque sí” de Fundar para sostener que hoy no conviene dar el portazo. Dos de ellas me parecen clave: la primera, que el contexto internacional es ruidoso y la Argentina está lejos de ser un oasis de certidumbre, por lo que abrir más frentes ahora sería imprudente; la otra, que estamos más cerca de que se concrete el acuerdo Mercosur-Unión Europea, un paso importante que podría resolver los problemas de gobernanza del bloque y relajar el cerco. Conviene esperar a ver si eso ocurre.

Si de picantear en Twitter se tratara, incluso podría recordarse que durante la presidencia pro tempore de Milei, el Mercosur creó la Agencia Regional contra el Crimen Transnacional Organizado. ¿Nos vamos o seguimos inventando burocracia, Javito? El sueño de Alfredo Casero: la primera convención de los Batmanes del Mercosur. Más aún: en lugar de cacarear cuando entregaba la presidencia, Milei podría haber hecho más ruido impulsando la flexibilización para negociar y la revisión integral del arancel externo común. Pero eligió irse con un “agarrame que lo mato”, cuando en verdad ya lo habían separado.

Lo que definitivamente no es un buen argumento —y es el que usa el paper— es decir que el Mercosur no es un “cerco” porque el AEC está lleno de excepciones. Que el informe admita que cada socio baja aranceles por su cuenta, mientras sigue vigente la prohibición de negociar afuera, no prueba flexibilidad: prueba incoherencia. No hay disciplina creíble de unión aduanera ni libertad real para abrir mercados. Rigidez para abrir y flexibilidad para cerrar: el peor de los mundos. El propio informe lo reconoce al hablar de “inercia” y “deterioro progresivo” del statu quo.

Rigidez para abrir y flexibilidad para cerrar: el peor de los mundos.

Lo más preocupante, sin embargo, es el reflejo final: “resolvámoslo con más diálogo. Cito textuales: “Integrar el Mercosur a una política estratégica de inserción internacional”; “ampliar la mesa de diálogo y construir consensos inclusivos”. Muy lindo. Ojalá funcionara. Pero detrás de esas frases se esconde la incapacidad de pensar una alternativa. Salir es “impensable” porque es burocrático, porque hay que hacer muchos papeles. Y mientras tanto, seguimos atados a lo mismo. Ése es el verdadero corsé intelectual: el bloqueo mental que nos mantiene en un esquema que todos sabemos que no funciona, pero al que seguimos apostando porque no podemos —o no queremos— pensar algo distinto.

Este corsé intelectual en relación con el Mercosur me recordó a otra nota que también escribí en Seúl sobre el plan productivo del gobierno de Alberto Fernández. Allí se trataba de la imposibilidad de pensar una Argentina sin “restricción externa”. Se asumía como una maldición inevitable y todo se organizaba en torno a la sustitución de importaciones. Nunca se admitía que buena parte de esa restricción era autoinfligida, ni se contemplaba que abrir, atraer y competir pudiera ser parte de la solución.

De eso se trata en el fondo  este corsé intelectual: una forma de pensar que nos condena a la inercia y a repetir una y otra vez los errores del pasado. El miedo a imaginar una Argentina distinta es lo que realmente nos estanca.

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Daiana Molero

Diputada nacional (PRO-CABA). Economista. En X es @daianamol.

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