Partes del aire

#30 | La revolución de los hinchas

Santiago Maratea sacude un mundo conservador: el fútbol.

Con lo rápido que nacen, se reproducen y mueren los ciclos temáticos queda raro (y hasta feo) salir a comentar algo que pasó hace ya varios días, pero bueno, me tocaba hoy, y me resultó imposible no ver como parte de un mismo proceso dos fenómenos que generaron furor en las redes en el mismo ciclo de 48 horas: por un lado, las quejas de Narda Lepes contra el delivery de comida y, por otro, las críticas por izquierda a la colecta de Santiago Maratea para salvar a Independiente. En ambos casos, posiciones autopercibidas como progresistas lamentaron el desafío a un statu quo corporativo.

Lo que dijo Narda fue polémico por varias razones, pero ya la condenó su forma absurda de argumentar: “Me parece que está mal hacer que alguien pedalee rápido 15 kilómetros para vos comerte dos empanadas”, dijo. Nadie puede tener razón cuando exagera tres veces en una misma frase: ni dos empanadas son un pedido típico, ni 15 kilómetros una distancia lógica ni pedalear rápido una conducta homogénea. Pero más allá de eso: cuando alguien no puede describir con buena fe un fenómeno antes de criticarlo, es que no tiene buena fe. O no tiene una opinión real: sólo tiene un estado de ánimo.

Y es muy del progresismo cultural tener estados de ánimo (“¿sensaciones?”, les preguntaría el cronista de campo de juego). Narda quiere menos “marketing” y más “filosofía”, que no tengamos todo lo que queremos a nuestra disposición todo el tiempo: que nos esforcemos un poquito. Supongamos que tiene razón: ¿quién pone las reglas?  Narda podría decir que ella misma está dispuesta. De hecho, en el rocambolesco episodio de la Mesa del Hambre, en los albores eufóricos de la presidencia de Alberto, ella y sus compañeros de aquella mesa efímera enseguida empezaron a plantear que está bien que los pobres coman, pero ojo con los azúcares y la Coca-Cola.

Cuando alguien no puede describir con buena fe un fenómeno antes de criticarlo, es que no tiene buena fe. O no tiene una opinión real: sólo tiene un estado de ánimo.

En estas conversaciones, cuando los argumentos filosóficos pierden gas, aparecen los argumentos laborales: se ponen del lado de los pobres repartidores, a quienes imaginan explotados y miserables, tracción a sangre, como en el siglo XIX. Y reclaman el statu quo del contrato de trabajo clásico, que sigue siendo el único modelo laboral que tienen en la cabeza, a pesar de su fracaso evidente (hay más trabajadores informales que formales privados, dato que debería alcanzar por sí mismo para reconocer su fracaso y buscar alternativas). Ese modelo, que también es un modelo peronista y corporativo, ignora las voces de los protagonistas, que cada vez empiezan a ser más audibles. Y son los propios repartidores los que dicen que están bien así, que por favor no los obliguen a estar en relación de dependencia, que no quieren hacer horario completo. 

Los menos militantes

De Maratea estoy a favor, como las personas de bien, a pesar de que cuando lo escucho siento que le falta un hervor, que ni él mismo entiende del todo lo que hace o por qué lo hace. Su aventura en Independiente es radicalísima y originalísima, porque pone patas arriba las estructuras históricas de un mundo súper conservador como el fútbol argentino, donde las cosas se vienen haciendo de la misma manera desde hace décadas. En ese modelo, los dirigentes hacían macanas (o afanaban) y los socios y los hinchas se jodían, sin mucha capacidad de respuesta más allá de las elecciones ocasionales, casi siempre aparateadas, decididas por unos pocos miles de votos. Si las macanas o el afano eran demasiado grandes, venía la AFA de Grondona, limpiaba la escena y aquí no había pasado nada.

Ahora se juntaron varias cosas. Por un lado, la gestión de los Moyano fue tan dantesca, obscena e incompetente que hasta la propia AFA, dirigida por un miembro de la familia, se vio impedida de actuar. Después está el cambio de época: para mucha gente se terminó la tolerancia a este otro statu quo peronista, si se me permite insistir con la metáfora. Durante décadas  sindicalistas, políticos y empresarios prebendarios pudieron no hacerse cargo de sus chanchullos o sus errores, porque el sistema se protegía a sí mismo y lograba que algún otro, casi siempre el Estado, pagara la factura. Hoy la visibilidad sobre la decadencia de ese sistema es otra, y no habría habido colecta exitosa sin este diagnóstico terminal compartido por decenas (o cientos) de miles de personas. 

Después está el cambio de época: para mucha gente se terminó la tolerancia a este otro statu quo peronista, si se me permite insistir con la metáfora.

El tercer factor es tecnológico y es doble: la fama de Maratea es tecnológica, pura de Internet, intocada por la verba tóxica del mundo de los medios (comparar, por ejemplo, con otro episodio de esta semana, la renuncia de Marcela Pagano a A24, que mostró un ambiente oscuro y paranoico); y también son tecnológicas las herramientas financieras que hicieron posible la colecta. Esta fama de Maratea, absolutamente suya, que no le debe a nadie, combinada con la posibilidad de mover plata en dos clicks a través de una marca confiable y disruptiva (Mercado Pago, otro villano del peronismo), fueron indispensables para que la colecta tuviera éxito.

Por todos estos ingredientes es que el kirchnerismo salió a atacar duramente a Maratea: no les gusta que use Mercado Pago, no les gusta que exponga el papelón de Moyano, no les gusta que ofrezca una salida por fuera de los circuitos corporativos tradicionales, no les gusta que se quiera vender como un hincha desinteresado sin agenda política. Ya amenazaron con investigarlo (como al pobre Aracre, que arrancó el verano pidiendo amor anti-grieta y entra en el otoño con una denuncia de sus ex amigos) y apretarlo con lo que fuera para hacerlo fracasar.

Ya termino, como diría Esteban Schmidt

Quiero hacer un último ejercicio, y cometer el error de extrapolar lo que pasa en Independiente a la situación política del país. Supongamos que los Moyano son el kirchnerismo, la situación del club es la herencia que le va a quedar al próximo gobierno y que gana las elecciones una fórmula de Juntos por el Cambio, homologable a la fórmula que lideró el breve Fabián Doman. Y agreguemos que, hasta hace diez días, Independiente estaba penúltimo en la tabla, el equipo sin técnico, el club sin presidente y la responsabilidad sobre la catástrofe empezaba a ser atribuida no sólo a los Moyano sino también a la nueva administración, que había prometido recuperar al club y no lo estaba logrando.  La pregunta del ejercicio es: ¿qué pasará dentro de un año cuando empiecen a sentirse los costos inevitables de la estabilización económica? ¿Seguirá siendo clara la responsabilidad del gobierno de Alberto, Massa y Cristina, cuyo único objetivo actual es sobrevivir al costo de dejarle la factura al próximo?

Quizás haya acá una lección de Independiente, al que no lo están salvando ni sus dirigentes ni su barra brava ni exclusivamente sus socios, sino los miembros menos militantes y organizados de su conglomerado social: los hinchas. El corolario sería que al próximo gobierno, cuando la esté pasando mal por hacerse cargo del desastre, sólo lo podrá salvar la parte menos organizada  pero más genuina de su conglomerado social: sus votantes. Sus hinchas.

Gracias por leer y nos vemos dentro de dos jueves.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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