ELOÍSA BALLIVIAN

Los pibes de las Falklands

Un veterano de Malvinas y un amigo de dos soldados que murieron ahí nos escriben emocionados, agradeciendo nuestras notas sobre el tema. No todo está perdido.

Con la carta de 2021, la actualización de Vicente Palermo y el artículo de Diego Papic, estoy totalmente de acuerdo. Soy del ’48, me emocioné el 2 de abril de 1982, estaba equivocado.

Perfecto lo de ustedes, expresaron lo que ya hace tiempo pienso.

¡Saludos cordiales!

─Héctor A. Morales

Hola.

Quisiera felicitar a la revista y a Gustavo Noriega en particular por la nota “El que no salta“.

El tema me toca muy de cerca, y sepan disculpar la autorreferencia: en abril de 1982 me encontraba cursando Periodismo y Comunicación Social en La Plata, teniendo como compañero y amigo a un joven Osvaldo Bazán y viviendo con culpa el haber sido uno de los pocos que “se salvó” de ir a Malvinas entre un grupo de amigos, vecinos y compañeros de secundaria. La culpa todavía persiste en algunos momentos del año o luego de hablar con algún ex compañero veterano.

Lo cierto es que en Malvinas perdí a dos amigos de la infancia, Pedro Vojkovic y Dante Pereyra, y eso dolerá siempre. Sin resentimientos, sin odio, sin patrioterismo.

El 2 de abril de 1982 me desperté insultando por la noticia y enfrentando la queja de vecinos y familia por ser un aguafiestas. Sabía que algo malo iba a pasar.

Una semana antes, Pedro me había salvado de que me rapen en una juntada de ex compañeros. Estaba sostenido por cuatro, y con uno con unas tijeras listas para pelarme por haber zafado. Pedro se plantó y les dijo que no me corten el pelo, que al otro día debía presentarme en un trabajo. Al rato nos fuimos juntos hasta una plaza en City Bell que 40 años después llevaría su nombre. Fue la última vez que lo ví. Murió cuando fue enviado a robar comida a un galpón propio, porque no daban más del hambre y junto a un par de soldados más tuvieron la mala suerte de apoyar el botín en una mina.

Con Dante Pereyra fue algo diferente. Murió en Monte Longdon, en la noche del 12 al 13 de junio, luego de más de dos meses de sufrir porque sencillamente odiaba las armas y la violencia.

Con ambos estaba el denominador común del fútbol, de la pelota, pero había algo más: la admiración por la música inglesa y los buenos momentos que eso traía.

Mientras tanto, en la entonces Escuela Superior de Periodismo los directivos se la pasaban sermoneando con el “vamos ganando” y te marcaban de acuerdo a los libros que sacabas de la biblioteca. Curioso. Hoy es una unidad básica donde también se la pasan repitiendo consignas militantes.

Desde entonces, las palabras como soberanía, patria y nacional fueron perdiendo significado, fueron diluyéndose.

A veces veo viejos videos de Oasis en los ’90 usando buzos con los colores de Alemania o incluso uno recuerda que Los Beatles en el ’62 iban a Hamburgo a tocar y no puedo dejar de pensar lo que aquí pasa cuando ven a alguien con los colores británicos o aun los brasileros o cuando se canta que el que no salta es un inglés.

De lo que sí estoy seguro es de que mis dos amigos muertos en una guerra declarada por una dictadura, en unas islas demasiado famosas, como diría Borges, están identificados gracias a que un inglés se tomó el trabajo de respetar la memoria de unos soldados argentinos y preservar la información.

Felicitaciones nuevamente por la nota. Estoy totalmente de acuerdo con lo que nos une con los ingleses y con esos arrebatos tribuneros que nos separan de ellos y de muchos más.

Un saludo,

─Humberto Rosas Suárez

Estimados:

Nota extraordinaria, de una punta hasta la otra. Expone de manera contundente la barbaridad que un general desprestigiado y decadente hizo para recobrar prestigio. Yo agregaría que si Mrs. Thatcher no hubiese reaccionado como reaccionó, posiblemente hubiésemos tenido dictadura por muchos años más.

Desconocer a los isleños y el terrible daño que les hicimos metiéndolos en un conflicto absurdo que terminó aliando al país con lo peor del mundo contra la OTAN es una de las deudas que tenemos como sociedad.

Saludos y felicitaciones a Gustavo,

─Miguel Orell

Felicito al periodista que hizo la nota de María Kodama. ¡¡¡ES EXCELENTE!!!

De verdad también pensé que su muerte está rodeada de la ironía y humor borgianos. Por eso pienso que paradojear al maestro debe haber sido su última voluntad, o quizás quiso, como dice la nota, que la hereden sobrinos que nunca vio ni sostuvo relación alguna.

Saludo atte,

─Lic. Silvia Sanguinetti

En el 2019 ganó definitivamente Macri.
 
Sí, claro, no es literal.

Pero ─y esto se corroborará en pocos meses─ es irrefutable: el resultado electoral de 2019 quebró una tendencia de tres cuartos de siglo de hegemonía peronista. Lo que usted está pensando (este tipo delira) describe la superficie del océano. Sin embargo, no es necesario siquiera bucear para encontrar sustento al aparente desvarío. Pocos centímetros más abajo de esa superficie se delinea claramente un nuevo panorama político. Uno inimaginable hasta ese momento: el peronismo unido, entero, completo, sin descartar una sola miga, apenas pudo derrotar por ocho puntos a un espacio opositor que terminaba un gobierno que lejos había estado de satisfacer las demandas y expectativas de la población.

Los años posteriores ─y en este aspecto la pandemia jugó un rol absolutamente marginal─ no hicieron más que confirmar la solidez del “nuevo” (recordar, nació menos de un año antes de llegar al poder como Cambiemos, y menos de una década antes como PRO) actor de la política argentina.

En el 2021, por cuarta vez consecutiva, superó el piso del 40% de los votos. En las buenas y en las malas, la ciudadanía respaldó a la novel fuerza que creó, básicamente, Mauricio Macri. La derrota circunstancial del 2019, cada vez parece mas claro, terminó de consolidar al espacio.

Quienes puedan fijar la mirada en lo que ocurre detrás de los chisporroteos del día a día de la política lo advertirán sin lugar a dudas. Esos fuegos de artificio incluyen a los más vistosos y ruidosos petardos “libertarios”. Un entretenimiento que improbablemente tenga “pesificación” electoral más allá de lo que históricamente la han tenido otras tantas bengalas políticas de la historia contemporánea, a izquierda y derecha del espectro.

Es más: es perfectamente lógico inferir que, en poco tiempo más, quienes le dan sustento momentáneo al estrellato del Elvis de la política millennial pasen a engrosar las filas del verdadero nuevo fenómeno aquí descripto.

Por último, y como lógico corolario de esta tesis, queda la reflexión sobre la reciente declinación de Macri a participar del ya lanzado proceso electoral. Y todo lo expuesto previamente decanta en ese renunciamiento.

Independientemente de todas las (válidas) hipótesis acerca de una expectativa de posible derrota, ya en una interna del espacio, ya en la general, es absolutamente razonable pensar que la percepción de Macri sobre la robustez de su creación lo haya llevado a dejarla seguir “sin andador”.

Hay ya una cantera dirigencial ─que incluye a emergentes de los socios del PRO─ tan o más importante que la que el propio peronismo generó en sus distintas etapas históricas.

Va de suyo: esta tesis deberá soportar los acontecimientos de los próximos meses y años para probarse verdadera. Pero parece, cada minuto que transcurre, más difícil de refutar.

─Enzo Prestileo

Acabo de terminar de leer la nota de Gustavo Noriega y estoy todavía conmovido. Fui un pibe de Malvinas y soy ahora un “abuelo” de Malvinas, porque tengo 61 años. Me tocó ir a la guerra con el regimiento 7 como soldado conscripto. Comparto plenamente esa idea de que el fútbol nos hermana con los ingleses, pero me animo a agregar otro dato que nos hermana a “los pibes de Malvinas” con “los pibes de las Falklands”: los veteranos argentinos y los veteranos ingleses tenemos muchas cosas en común, empezando por la guerra, y cada vez que nos hemos cruzado o encontrado se produce algo parecido a lo que describe tan bien Noriega en su artículo. Hay muchas historias de encuentros entre pilotos que se atacaron mutuamente, artilleros que se bombardearon y soldados rasos que nos tiroteamos escondidos detrás de las piedras.

He tenido la suerte maravillosa de participar en una obra de teatro donde trabajamos juntos veteranos argentinos e ingleses. Hicimos la obra en Buenos Aires y en Londres (y en muchas ciudades más alrededor del mundo), y el conocimiento cara a cara con el otro, el contacto humano y personal, es la mejor manera de aprender y reflexionar sobre nuestras ideas y las de otras personas.

Gracias Gustavo (¡qué confianzudo!) por hacernos pensar.

Abrazo fuerte y felices Pascuas,

─Gabriel Sagastume

¿Es Argentina un paciente terminal?

Los estudios nos confirman que un paciente terminal está en la fase de una enfermedad para la cual no existen más tratamientos, terapias o medios para prolongar la vida.

Desde la lejana Noruega, sigo creyendo que, a pesar de su gravísimo estado, Argentina sigue siendo un paciente, pero que requiere una operación sin precedentes y que históricamente ningún cirujano se atrevió a realizar.
 
El paciente debe saber que sí o sí se enfrentará a riesgos y miedos que requiere esta delicadísima operación, y además a los tremendos sacrificios y esfuerzos que exigirá su recuperación. Para el paciente es esta su última oportunidad para volver a caminar y recuperar de a poco una vida normal.
 
El paciente no puede esperar más y yo sigo confiado y convencido en que entre los 50 millones de argentinos debe haber un cirujano y un equipo con capacidad, tenacidad y profesionalmente preparado para esta operación, ya que si alguien merece sanarse y recuperarse definitivamente es justamente este paciente: ¡nuestra querida Argentina!
 
Como en todo tratamiento postoperatorio, el paciente cuenta siempre con el apoyo y soporte familiar, pero en este caso el paciente necesita de todos, absolutamente de todos los argentinos y con un grito al unísono: “¡Contá conmigo, Argentina!”

─Ricardo Clarke, desde Bodø, Noruega

Queridos, quiero agradecer la nota por Malvinas. Realmente me sentí muy identificada. La carta de 2012 y los comentarios de Palermo y Papic expresan todo lo que siento y siempre sentí, incluso el 2 de abril de 1982. ¡¿Estamos en guerra?!

Ese día almorcé con mi abuelo Ernesto. Tenía yo 10 años y él, 70. La pantalla del televisor estaba dominada por un Galtieri exaltado y a sus pies coreaba una muchedumbre más exaltada aún. Mi abuelo me miró y me dijo: “Siempre vas a recordar que el día que en la Argentina comenzó esta locura, estabas almorzando con tu abuelo”.

De esa locura, que persiste aún en muchos de nosotros, pasaron 41 años. Mi abuelo ya no está, yo tengo 50.

Gracias por leer, gracias por representarme,

─María José Pouyau

 

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