El kirchnerismo se prepara para el llano. Y se nota. La firme negativa de Cristina Kirchner a encabezar la fórmula presidencial y las crecientes dificultades de Sergio Massa para estabilizar la economía están dejando al Frente de Todos sin un candidato competitivo de cara a las elecciones de octubre. Con el gobernador de la Provincia de Buenos Aires mirando para otro lado, tal vez hacia su reelección, para poder resistir así al próximo “gobierno de derecha”, todo hace pensar que el designado para perder se decidirá entre Wado de Pedro, Daniel Scioli o Agustín Rossi.
Con este panorama, los que fueron eyectados de la coalición empiezan a desmarcarse de lo que ya es a todas luces un absoluto desastre político y económico. Un nuevo descenso para el país, en términos futbolísticos. Cómo catalogar si no a un gobierno que dejará al país con una inflación anual de tres dígitos, un nivel de pobreza récord y un cepo cambiario extremo. Entre quienes empiezan a despegarse está el ex ministro de Producción, Matías Kulfas. Su nuevo libro, Un peronismo para el siglo XXI: la batalla por un desarrollo que sintonice con el mundo actual y confronte el mito del ajuste eterno (Siglo XXI, 2023), parece inaugurar lo que será una corriente atractiva entre quienes fueron parte del kirchnerismo en su versión más reciente: el género literario del “yo no fui”.
El libro, cuyo autor fue funcionario de todos los gobiernos kirchneristas desde 2003, se estructura en tres partes. La primera se enfoca en reivindicar al peronismo en términos históricos, es decir, el revisionismo clásico al que se remiten casi siempre los autores kirchneristas. Interpreto que está particularmente dedicada a refutar la literatura que atribuye al surgimiento del peronismo como la raíz o causa última de la declinación y el estancamiento secular del país. En contraposición, Kulfas deja explícita su versión del punto de quiebre histórico en el crecimiento de la Argentina: “No está fechado en el ascenso del peronismo, sino en la última dictadura militar, la integración con la globalización financiera, el auge del endeudamiento externo y las políticas macroeconómicas adversas al desarrollo industrial”.
Es el crónico desmanejo de las finanzas públicas, junto a los nueve defaults en nuestro haber, lo que explica la inestabilidad de los flujos de financiamiento externos.
La combinación de conceptos es interesante. Uno podría entender que, en su lógica, la globalización financiera abre la puerta de entrada a los flujos financieros internacionales, que buscan colocar deuda a corto plazo y con altas tasas de rendimiento. La famosa “bicicleta financiera”. Este flujo, siguiendo el razonamiento, conlleva cierta apreciación cambiaria, abaratando las importaciones y, si es acompañado con apertura comercial, termina perjudicando a la industria nacional. Es curioso que el autor ni se moleste en esbozar al menos alguna conexión de esta situación con el déficit fiscal, toda vez que han sido siempre las crecientes necesidades de financiamiento del gasto público, que históricamente fueron cubiertas con emisión, las que dinamitaron una y otra vez el mercado de capitales en moneda local. Por lo tanto, es el crónico desmanejo de las finanzas públicas, junto a los nueve defaults en nuestro haber, lo que explica la inestabilidad de los flujos de financiamiento externos y su preferencia por plazos cortos y tasas altas. En fin, qué más se puede agregar. Sigamos.
Versiones del peronismo
La segunda parte del libro hace una enumeración de los tres grandes períodos de gobiernos peronistas y cómo administraron sus contradicciones. Así, le dedica un capítulo al peronismo “clásico”, uno al menemismo y uno al kirchnerismo. En el capítulo dedicado al primer período peronista, Kulfas plantea que Perón vio las limitaciones de su modelo e intentó revertirlas: “Si bien es correcto plantear que las políticas redistributivas se hicieron a expensas de los equilibrios macroeconómicos, alterando la base de sustentabilidad de tales políticas, también es cierto que Perón encontró mecanismos para remediar esos desequilibrios y calibrar de manera más efectiva las políticas industriales”. Esta línea argumental es la que entiendo que se tratará de instalar para que los ahora autopercibidos peronistas “clásicos” puedan desmarcarse del desastre que deja su gobierno. Reafirmar que Perón, el original, supo, quiso y pudo revertir sus propios desequilibrios –en los que se incurre de manera inevitable si se quiere mejorar la calidad de vida del pueblo– es el salvavidas ideológico elegido para lo que viene. Pero sigamos un poco más.
En el capítulo dedicado a Menem, Kulfas plantea la habitual pregunta culposa: “El eslabón perdido: ¿fue el menemato un gobierno peronista?”, a lo cual le sigue una elaboración, ya casi un lugar común en los escritos kirchneristas, para justificar que el mismo partido político que avaló ampliamente aquel gobierno lo haya caracterizado después como profundamente “neoliberal”. En resumen, se plantean luces y sombras para quedar bien con Dios y con el diablo.
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En el capítulo dedicado al kirchnerismo, definido como un “proceso de rectificación histórica“ luego del menemismo, Kulfas esboza elogios al gobierno de Néstor. En cambio, a CFK y La Cámpora les dedica un pasaje de un tenor diferente, tratando de colocarlos en otra categoría, por fuera del peronismo “clásico”: “Si el Perón de fines de los ’40 fue el que salió a buscar a Gómez Morales para acomodar los desarreglos de Miranda, CFK parecía orientada a no ordenar y a seguir construyendo mayor poder y fuerza propia. El tiempo de la consolidación del proyecto propio, de La Cámpora, fue así el de la pérdida de oportunidad del reordenamiento”.
La segunda parte del libro se cierra con un resumen de la gestión del propio autor al frente del ministerio de Producción, con la clara intención de dejar en claro que, al menos en lo que respecta a su metro cuadrado, él triunfó. Siempre que leo auto-felicitaciones por la política industrial de los últimos años me es inevitable sentir que se incurre en algún grado de deshonestidad intelectual. O, al menos, no encuentro otra definición si se toma en cuenta que fue el cierre de la economía, tanto por el aumento de los aranceles como de las trabas a la importación (junto a los estímulos vía créditos subsidiados), lo que impulsó en buena medida a la producción local mano-de-obra intensiva.
Siempre que leo auto-felicitaciones por la política industrial de los últimos años me es inevitable sentir que se incurre en algún grado de deshonestidad intelectual.
Kulfas explica cómo el kirchnerismo concibe el objetivo de su política industrial: “Una industria que exporta más y ahorra divisas produciendo más partes y piezas en el país“. Difiero: la necesidad de insertarnos de manera inteligente al mundo, que consiste en buscar mercados más grandes y dinámicos para nuestros bienes y servicios, los cuales tendrán un grado mayor o menor de componentes importados, dista mucho de una mera voluntad de “ahorrar divisas” y priorizar la fabricación nacional por el simple hecho de festejar el “made in Argentina”.
Me resultó igualmente llamativo el hecho de que Kulfas explique con cierta desilusión que tanto el gobierno de CFK como el del Frente de Todos tuvieron inicios prometedores y luego derivaron en “zozobra y frustración”. Pero no es más que el ejemplo, por duplicado, de que el kirchnerismo siempre se vendió como esa fuerza política exitosa que pudo administrar momentos de crisis, cuando en realidad sólo conoce un mecanismo para hacerlo: expandir de manera fenomenal el gasto público. Y lo hizo tanto en los años 2008/2009 como en 2020/2021. La única diferencia es que la primera vez tardó más en chocarse con los límites de su propio accionar.
Pero Kulfas, nuevamente, diferencia un “buen peronismo”, el clásico, de un “mal peronismo”, el kirchnerista, que no se hace cargo de nada: “En un sentido opuesto al Perón de 1952, que enfrentó la crisis con iniciativas que tuvieron un impacto inicial negativo sobre los trabajadores, pero de manera frontal y explicando las causas, las consecuencias y el futuro curso de acción, CFK eligió comentar la situación con una sorpresiva lejanía y adversidad, sin más propuesta que la de hacer referencia a lo hecho durante su propio gobierno, bajo circunstancias locales e internacionales completamente diferentes y omitiendo las numerosas falencias que su propia acción de gobierno había generado”.
Otra vez la mirada en el pasado, para esconder que en el presente dejan un país quebrado.
En la tercera y última parte del libro, luego de haber delimitado claramente la división entre el kirchnerismo, del que no es parte, y el peronismo “clásico” al que abraza e invita a que otros se sumen, propone su “peronismo para el siglo XXI”. Un listado de diez puntos, los mandamientos neoperonistas que, de cumplirse, nos transportarían otra vez a ese proceso virtuoso de corrección de los desequilibrios que Perón dejó inconcluso hace 70 años. Otra vez la mirada en el pasado, para esconder que en el presente dejan un país quebrado.
Todo hace pensar entonces que Kulfas y algunos otros compañeros de ruta tienen pensado adoptar la postura del siempre pícaro Ramón Díaz, a quien los bosteros de La 12 le cantaron el inevitable “vos sos de la B”, a lo que él respondió con gestos más que elocuentes: “Yo no”. Pero, por mucho que se hagan los desentendidos, la realidad es que tanto Kulfas como sus colegas afines son corresponsables del desastre macroeconómico en el que estamos metidos. Y por eso, cuando traten de explicarnos que ellos en realidad son peronistas “clásicos” y la culpa es del kirchnerismo que no quiso escucharlos, hay que mostrar mucha seguridad y decirles claramente: “Conmigo no, Matías, conmigo no”.
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