Julio cierra con un ministro de economía distinto al que vimos los primeros días del mes, pero también distinto a la que teníamos hace un par de semanas. Tres ministros en 28 días, dos de ellos eyectados por la imposibilidad de explicitar de manera contundente a su propio espacio político –y, en definitiva, a la sociedad– la severa crisis fiscal en la que nos encontramos. Y excepto que el núcleo de creencias dentro del Frente de Todos —dentro del kirchnerismo, mejor dicho— haya cambiado diametralmente en tan sólo cuatro semanas, difícilmente el nuevo ministro pueda cambiar el rumbo actual, incluso aunque tenga el prefijo “súper”.
Ese núcleo de creencias tan arraigado, en especial aquellas que se relacionan con la política económica, termina operando como anteojeras ideológicas que distorsionan fuertemente su percepción de la realidad y derivan, por ejemplo, en la necesidad de sostener relatos tan disímiles como los que escuchamos después la renuncia de Martín Guzmán: “Era un ajustador”, se lo acusó primero; “en realidad gastaba de más”, se corrigió después. Incluso cuando hay cierta resignación en lo discursivo (por ejemplo, cuando Batakis anunció la necesidad de controlar el gasto), inmediatamente aparece el reflejo de diferenciar claramente las posturas “ortodoxas/neoliberales/ajustadoras” de las “heterodoxas/populares/solidarias”.
Varias veces vimos en estos años cómo los funcionarios económicos de este Gobierno trataban de permear un entendimiento tan básico como que el corazón del proceso inflacionario argentino es la monetización sostenida del déficit fiscal. Guzmán con su “reducir el déficit no es de derecha” o Batakis con su “yo creo en el equilibrio fiscal” luchaban contra una traba ideológica que le impide al kirchnerismo (y, por lo tanto, a todo el país) acercarse a la estabilidad macroeconómica. Esta traba es tristemente reforzada desde distintos ámbitos de la sociedad.
Guzmán con su “reducir el déficit no es de derecha”, o Batakis con su “yo creo en el equilibrio fiscal” luchaban contra una traba ideológica.
La última vez que pasé por Seúl expuse los argumentos estrafalarios sobre las causas de la inflación presentes en Inflación, una costumbre argentina, el último libro del economista Andrés Asiain. Estos argumentos eran similares a los que se replicaban en los discursos de CFK, pero contrastaban con los de los entonces ministros Kulfas y Guzmán. Ahora pongo foco en otra publicación reciente, Es la economía, vos no sos estúpida (Paidós, 2022), de Estefanía Pozzo, que trata más temáticas que el de Asiain pero también le dedica un apartado específico a la inflación y sus causas.
En su libro, Pozzo busca combinar un manual de preguntas y respuestas básicas de cómo funciona el sistema económico, con herramientas para el manejo de las finanzas personales, y con una reflexión respecto a la relación de la mujer con el dinero, desde una perspectiva feminista. Columnista de C5N y el Washington Post, entre otros medios, es una de las voces femeninas más conocidas que encaran temas de coyuntura macroeconómica y finanzas. Por lo cual, las ideas que propone tienen relevancia e impactan sobre la sociedad y, a diferencia de Asiain, no es una militante política.
A lo largo de los ocho capítulos que componen el libro, la autora se esfuerza en presentar la información sin una carga partidaria particular, y le rehúye a la adjetivación de conceptos o ideas. Sin embargo, en el capítulo sobre la inflación pone en el mismo plano, y por lo tanto les termina dando la misma relevancia, a conceptos y explicaciones que nos impiden salir del atolladero en el que nos encontramos y que, al mismo tiempo, siguen alimentando la prédica kirchnerista.
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El capítulo en cuestión divide en dos la exposición: primero enumera los “determinantes de la inflación”, y luego presenta las “teorías o corrientes económicas que desarrollaron alguna explicación más estructural del fenómeno”. Entre sus razones de por qué suben los precios están la inflación de costos, la cambiaria, la que es por expectativas, por puja distributiva, por exceso de demanda y la que es por el combo déficit fiscal/monetario. A los que se agregan factores que tienen una especie de rol secundario, pero relevante: los monopolios/oligopolios, las diferencias de productividad y los formadores de precios.
El formato expositivo que me genera esta enumeración me recuerda todas las medidas aplicadas por el kirchnerismo bajo este paradigma de que el problema inflacionario en la Argentina tiene en su origen muchas causas: es “multicausal”, según una expresión muy usada. Así, a la inflación de costos se la combate con una política de revisión de márgenes de las cadenas de valor; a la inflación cambiaria, con atraso cambiario; a la inflación por expectativas, con escraches a pronosticadores; a la que es por puja distributiva, con la conformación de una mesa coordinadora de precios y salarios; y a la que es por el combo déficit fiscal/monetario, se la desconoce, porque es de neoclásico/ortodoxo. Ni hablar del tema monopolios y formadores de precios: a ésos se los persigue. Todas medidas que siempre fracasaron o empeoraron la situación.
No es escuela, estúpido
En la segunda sección, Pozzo plantea tres grandes escuelas/enfoques: la neoclásica u ortodoxa, la keynesiana y la estructuralista o heterodoxa. Me detengo en esta última, muy presente en la narrativa kirchnerista, que sostiene que hay dos sectores, uno primario exportador generador de divisas, y otro industrial que insume dólares pero genera trabajo. Así, cuando crece la economía, aumenta la producción y con ello la importación. Como las importaciones crecen siempre a una velocidad mayor a la de las exportaciones, se genera una escasez de divisas. Si las reservas internacionales son pocas, hay presiones devaluatorias. Pero como una devaluación provoca inflación, que impacta negativamente en los estratos de la sociedad más vulnerables, se recurre al control de las importaciones, es decir al cepo. La famosa restricción externa.
Y acá estamos, con liquidación de exportaciones récord (es decir, abundancia de divisas) pero, a su vez, con brecha cambiaria récord y sin reservas. Y eso sin contar los efectos de la cantidad descomunal de dinero que emitió el BCRA en los últimos dos meses. La sección final del capítulo menciona que resolver el problema de la inflación requiere “coordinación, diálogo y, sobre todo, no cambiar la receta cada vez que un nuevo presidente llega a la Casa Rosada. Y también le cabe una buena parte de responsabilidad al empresariado, con su búsqueda de mantener o aumentar su rentabilidad, con sus prácticas corporativas predatorias”. De nuevo, igualando responsabilidades.
El ‘guztakis-gate’ de julio le agregó entre 10 y 15 puntos porcentuales a la proyección de inflación de diciembre.
El guztakis-gate de julio le agregó entre 10 y 15 puntos porcentuales a la proyección de inflación de diciembre, que pasó de estar por arriba del 80% a largamente por arriba del 90%, rozando ya los tres dígitos. Esto sucedió porque la incertidumbre generada tras la renuncia de Guzmán, cuya carta explicaba la dificultad de estabilizar la macroeconomía sin el apoyo político de todo el Frente de Todos, aceleró las cotizaciones paralelas del dólar y las remarcaciones, que anticipaban una devaluación del oficial. Difícilmente veo en este comportamiento de sentido común, por la memoria que tienen las empresas y comerciantes del proceso inflacionario argentino, una “práctica corporativa predatoria”.
Lo que me pasó, tanto en el libro de Asiain como en el de Pozzo, es encontrarme con la resignación de que la inflación es parte de nuestra economía. En el primer caso ya el título lo sugiere, “Inflación, una costumbre argentina”, mientras que en el segundo hay recomendaciones de cómo protegerse ante el aumento de los precios, por ejemplo, ajustando contratos en un menor lapso. La inflación y su correlato directo (el ahorro en dólares) no son una particularidad de la Argentina, con la que estamos obligados a convivir. Son el resultado de políticas equivocadas sostenidas por una comprensión errónea de fundamentos básicos de la macroeconomía.
En estas semanas se fueron dos ministros que trataron de marcar la necesidad de ordenar las cuentas públicas. Mientras voces externas con relevancia en el discurso público sigan poniendo en igualdad de condiciones a todos los conceptos, escuelas o enfoques arriba citados, el núcleo de creencias kirchnerista sobrevivirá, incluso pese a que sus propios funcionarios económicos, ante el advenimiento de la crisis, empiecen a pregonar abiertamente ante la sociedad políticas contrarias. Porque la culpa no es del chancho.
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