Los artículos de Dietrich y Boulin/Cadenas de complementan perfectamente, y muestran, directamente por contraste, la lamentable situación del Estado argentino. Diría que el segundo muestra cuáles son las condiciones de posibilidad de la “lapicera”: la falta del funcionamiento de los controles que una burocracia de oficio, weberiana, pone al uso de la lapicera. En cuanto al de Dietrich, referido a los cuadros técnico políticos de un gobierno, quizá como reacción contra el decisionismo kirchnerista, se olvida de que los técnicos necesitan finalmente una lapicera, es decir, una conducción política que ejecute y, con un panorama general, establezca prioridades. El liderazgo es uno de los aspectos de la democracia.
Cuadros técnicos y burocracia son los dos componentes del Estado administrador. Creo que no hay que olvidar un tercer elemento: la ciudadanía, o la sociedad, cuya participación y convencimiento es esencial para que las políticas diseñadas por los técnicos y ejecutadas por los burócratas puedan ser aceptadas, transferidas de gobierno a gobierno y convertirse finalmente en las famosas “políticas de Estado”.
Durkheim, que era un gran republicano francés –no es poca cosa– pero un escéptico de la sabiduría de las masas inorgánicas (una idea muy de su época, el comienzo del siglo XX), concibió un mecanismo de circulación, discusión, enriquecimiento, conflicto y acuerdo (con un vencedor que no era total y un vencido que algo sacaba), por el cuál se lograba ese consenso. Asignó al Estado –es decir a la lapicera y a los cuadros técnico-políticos– la función de iniciadora: proponer algo. Luego, pensó en un proceso de circulación del que participaban los distintos canales de la opinión pública y los grupos de intereses organizados, al cabo del cuál la iniciativa retornaba al lugar de origen, corregida, quizá mejorada, pero sobre todo con el consenso necesario para poder trascender la iniciativa de un gobierno.
Pensar en los cuadros técnicos sin tener en cuenta este proceso no sólo no va bien con la democracia –al menos con la que a mí me gusta– sino que coloca al Gobierno y a sus iniciativas a tiro de piedra, literalmente, de las “masas amorfas”. Hasta donde sé, es una de las lecciones que Mauricio Macri declara haber aprendido.
–Luis Alberto Romero.
Guillo fue ministro de donde trabajo hace más de 30 años.
La lapicera peronista significa subordinación, sometimiento: no te giro fondos, no te hago Aportes del Tesoro, no te doy obra pública, no te firmo designaciones, etc.
Venís al pie, mansito, a pedir que te firme algo.
Esa es la desesperación por tener la lapicera en la mano.
Tras tanto sometimiento, ahora me toca a mí. Es mi turno.
¿Es #ElPeorGobiernoDeLaHistoria ✌?
Pero si no tenemos en claro el modus operandi y la concepción del ideario peronista, estaremos condenados a ver otro gobierno que supere al actual en su desgobierno.
Por último, sin un Plan Nacional de Logística de Cargas, no podremos bajar costos, generar nuevos puestos de trabajo y ser competitivos como exportadores.
Es un Diagrama de Ishikawa, donde deben participar todos los estamentos del Estado: nacional, provincial y municipal. Y extendido a todos los modos de transporte.
Todos, y sin distinciones.
–Fernando Raúl Ladino.
Damián, entiendo que no te guste Páez, pero no estoy de acuerdo con la nota que escribiste. La serie retrata una época de la Argentina a través de la música, y si bien el protagonista es Fito, abarca a muchos otros y eso habla de la falta de ego, justamente. Es más, por momentos parece más una serie de Fabiana.
Considero que cada músico interviniente podría tener su propia serie, pero creo que ser el disco más vendido le ofrece un plus.
Toda tu nota, que por cierto está muy bien escrita, podría resumirse en “a mi Fito no me gusta” y chau.
Saludos cordiales,
–Julio Napoli.
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