BERNARDO ERLICH
Domingo

El mito de la lapicera

El kirchnerismo está convencido de que gobernar es firmar, pero la buena gestión pública es un proceso complejo que no hace una sola persona: siempre es en equipo.

Para el kirchnerismo, gobernar es “usar la lapicera”. En su visión, el universo de los gobernantes se divide entre los que la usan (y eso está bien) y los que no la usan (lo cual está mal). Al Presidente se lo ha acusado de no usarla y se le ha pedido, como Cristina hace unos meses, que la use. Como si gobernar fuera firmar. Y como si firmar decretos o resoluciones fuera suficiente para gobernar bien.

Esta idea del poder, sin embargo, se queda muy corta e implica un menosprecio o una negación de la gestión, a la que definiría como el proceso de lograr que las cosas sucedan. Es probable que la ilusión de gobernar a través de la lapicera hasta dé por descontada la mucho más concreta noción de gestión. Pero lo cierto es que un gobierno pueden firmar mil decretos (usar la lapicera) y que todo quede en la nada. Esto puede pasar por varias razones: porque no hay un objetivo en común, o quizás porque no hay un equipo de trabajo impulsándolo o porque no se evaluó cómo implementarlo y ejecutarlo. La consecuencia para los ciudadanos de esta forma de gobernar es que las cosas, finalmente, no se terminen haciendo, o que se sume a sus vidas una nueva fuente de incertidumbre por parte de quienes deberíamos generar respuestas.

Por otro lado, la metáfora de la lapicera representa una idea verticalista del poder, que no sólo es poco democrática, sino que, además, en la mayoría de los casos atenta contra la eficacia de la propia medida que se pretende impulsar. En un buen gobierno hay equipo, hay un método de trabajo que hace que las cosas ocurran, y los resultados suceden porque hay un equipo que pensó la idea, estudió la viabilidad, después vino la decisión, la ejecución, etc. La firma es un acto jurídico muy importante, pero no el único ni el más importante en una cadena de procesos.

El “gobernar es firmar” tiene algo de pensamiento mágico: alguien pone su autógrafo en un papel y la letra se transforma en resultado.

El “gobernar es firmar” tiene algo de pensamiento mágico: alguien pone su autógrafo en un papel y la letra se transforma en resultado. Es la transformación social que el kirchnerismo nos plantea desde hace 20 años, pero que todavía no ocurrió. Uno puede firmar con convicción el programa Precios Cuidados, pero eso no va a bajar la inflación. Un aeropuerto, una ruta, un tren, no se ejecutan ni empiezan a funcionar por firmar una resolución.

Por ejemplo, para poner en marcha el aeropuerto de El Palomar hubo planificación, seguimiento y evaluación de cada objetivo. Trabajó un equipo de expertos en infraestructura, aviación, economía, derecho, urbanismo, comunicación. El resultado fue una terminal aérea funcionando en tres meses, en donde antes había apenas un predio militar. Por primera vez en la historia tuvimos vuelos baratos y logramos que cualquier argentino pudiera volar desde una provincia a la otra sin pasar por Buenos Aires. Incluso se abrieron nuevas oportunidades de trabajo por esta mayor conectividad. Más de un millón de argentinos viajaron en avión por primera vez. Necesitamos diez Palomares más en la Argentina, no uno solo.

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Poner en marcha la revolución de los aviones implicó armar equipos de alto rendimiento coordinados entre sí y enfocados en tres objetivos: que trasladarse por el país fuera accesible, dinamizar la economía a través del turismo y generar empleo. El Palomar fue apenas un paso. Reabrimos el mercado a nuevos jugadores, mejoramos las relaciones bilaterales con otros países para ampliar la conectividad internacional, profesionalizamos el servicio de control aéreo y dotamos al sector de tecnología, contribuimos a la eficiencia de Aerolíneas Argentinas e impulsamos el desarrollo del transporte de cargas. Este proceso generó miles de nuevos puestos de trabajo, desde un piloto de Flybondi, una asistente de cabina de Jet Smart o un mozo en un restaurante nuevo en El Palomar. Dinamizó más de 50 ciudades y localidades en todo el país, en donde se creó trabajo y se abrieron nuevas oportunidades. Se firmaron cosas para que todo esto suceda pero, por sobre todo, hubo una visión y gestión diaria.

Otro ejemplo: los bitrenes y los camiones escalables en las rutas. Incorporamos nuevas configuraciones de camiones en la Argentina después de más de 50 años, lo que permitió que en nuestro país circulen por primera vez unidades con mayor capacidad de carga, y que es hoy el gran incentivo de renovación de flota que queda vigente. Todo esto requirió leyes, decretos y resoluciones; sin embargo, para que efectivamente se implementara tuvimos que trabajar muy fuerte desde la mejora de la infraestructura, la simplificación de los trámites y la adhesión de las provincias.  Porque, más allá de los expedientes, necesitábamos que un bitren pudiese entrar a los puertos de Rosario por rutas provinciales, o ingresar a Córdoba, con un 30% de ahorro en sus costos.

Equipo antes que lapicera

Armar un equipo de alto rendimiento requiere, como en un equipo de la Selección Argentina, elegir a los mejores para cada puesto y saber delegar en cada uno de ellos. Todos tienen claro cuáles son las prioridades y gestionan con el foco puesto en eso, con método y procesos. Necesitamos más gestión y más equipos en todas las áreas. Política que se plantea, se planifica, se ejecuta, se evalúa y tiene resultados. Algunos podrían pensar que es un planteo demasiado técnico, que “la política”, “los dirigentes” están para otra cosa. Pero las grandes ideas y las decisiones no se sostienen sin un equipo perfectamente coordinado trabajando detrás con objetivos claros y metas.

Sin la gestión y sin el equipo, sólo queda el relato. La política se reduce a anunciar medidas imaginarias que no sabemos si van a suceder, ni cómo, ni cuándo. Quizás nunca sucedan, o salgan mal, y entonces sucederá lo que muchas veces ya vimos: habrá que salir a buscar al culpable, o bien echarle la culpa al árbitro (“la Justicia”), ya con el resultado en contra y el tiempo y la oportunidad perdidos. O el ya famoso “Ah, pero Macri…”. Eso no es transformar. Esa forma de hacer política la venimos viendo desde hace mucho tiempo y no es la que necesitamos, porque no es constructiva, no nos hace bien, no nos trae resultados.

La “lapicera” degrada el trabajo en equipo, tanto para la toma de decisiones como para su implementación.

Tenemos las herramientas para hacerlo mejor. Gestionar está en el corazón de la política. Los resultados pueden ser buenos o malos, nadie es infalible. Pero pensar que un gobierno va a ser mejor por la decisión de una sola persona es un comienzo difícil. Hay ahí un desacople entre la política y las transformaciones profundas. La lapicera degrada el trabajo en equipo, tanto para la toma de decisiones como para su implementación. Es una representación del poder tremendamente solitaria. La lapicera en el escritorio, el sillón de mando, el líder solitario en su despacho vacío, todo eso nos da una imagen totalmente alejada de la política que hoy necesitamos: conversacional, dinámica, con muchas personas pensando en equipo y analizando juntas los pros y las contras, los diferentes escenarios, los datos y su impacto, trabajando con un objetivo. En un diálogo abierto y, sobre todo, en equipo.

Toda esa conversación y ese trabajo colectivo ponen en marcha a la lapicera. Y después de la firma, ese mismo diálogo coordinado, liderado y en equipo es el que hace posible las transformaciones. Es un círculo virtuoso en el que la letra se hace realidad. La motivación y los incentivos de formar parte de este círculo son altos, y los funcionarios funcionan. Además de pasar por alto la gestión, la lapicera también tiene un componente unipersonal fuerte y cargado. Uno decide y los de abajo obedecen. Los de abajo no somos sólo los ciudadanos, sino también los funcionarios que se supone que van a ser los responsables de ejecutar la decisión.

En un buen gobierno, los funcionarios se hablan entre sí. No hay que esperar a que alguien “use la lapicera”.

Ese personalismo termina fomentando la fragmentación. Y, al final, a una parálisis del gobierno por falta de coordinación. En un buen gobierno, los funcionarios se hablan entre sí. No hay que esperar a que alguien “use la lapicera”. No hay que esperar a ver qué dice “la letra chica del decreto”. Las medidas se estudian, se conversan. El funcionario firma las ideas que se conversaron en forma colectiva, con fundamentos sólidos y una evaluación de los beneficios colectivos. La lapicera no es un acto individual de arrojo, es el acto jurídico que consolida una decisión previamente consensuada y coordinada.

En el plano nacional quizá tengamos una nueva oportunidad de encarar múltiples y muy profundas transformaciones que requerirán una gestión perseverante, profesional y honesta, y que van a impactar de manera directa en el desarrollo del país. Generarán inversiones y empleo, abriendo un nuevo círculo virtuoso. La Argentina necesita enormemente abrir círculos virtuosos y acompañar los que ya existen, porque eso, junto con una macroeconomía ordenada, nos va a permitir sacar la cabeza de la debacle liderada por el pensamiento mágico, la superioridad moral y la carencia de capacidad de respuesta a las demandas sociales que quedaron al desnudo en estos últimos cuatro años.

Un período en el que quedó evidenciado este desdén por gestionar, un modelo de poder y de gobierno que quedó viejo para el Estado que necesitamos hoy, de cara a solucionar los problemas, escuchar, planificar, implementar y medir. No tengo dudas de que necesitamos menos lapiceras y mucho más equipo para poner en marcha las transformaciones.

 

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Guillermo Dietrich

Economista. Ministro de Transporte 2015-2019. Co-fundador de G25.

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