ELÍAS WENGIEL
Domingo

La doma del artista

La pelea entre Milei y los artistas les sirve a todos. Milei construye un enemigo y los artistas venden rebeldía sin costo alguno.

Hace más de 60 años que la música popular para jóvenes vende rebeldía. Es la paradoja constitutiva del rock: ¿cuán rebelde puede ser la rebeldía cuando es un negocio? Bueno, a veces puede serlo: Elvis moviendo la pelvis escandalizaba y vendía discos por igual. Cuando van de la mano, cambian el mundo. Pero para eso el artista tiene que aventurarse en un terreno desconocido, lo que implica correr algún riesgo. Después de ese gesto inicial, casi todo fue un pálido reflejo.

Dos décadas después de los primeros espasmos de Elvis, luego de que pasara la beatlemanía y mucho más bajo el puente, los Sex Pistols presentaron el simple “God Save the Queen” sobre el bote Queen Elizabeth en el Támesis, a metros del Parlamento, dos días antes del Jubileo de Plata de la Reina Isabel II. Un bote repleto de músicos, amigos, groupies y periodistas, todos drogados, recorrió el mismo tramo del río que dos días después recorrería la reina. El truco publicitario ideado por el manager Malcolm McLaren funcionó: el escándalo fue tal que terminaron todos presos y el simple trepó al segundo lugar (no al primero porque una mano negra toqueteó las estadísticas, según dicen). Pero el mundo siguió igual, la Reina vivió más que muchos de los que estaban en ese barco y la monarquía continúa hasta hoy. El gesto rebelde fue sólo en beneficio propio.

Casi medio siglo después de aquel mini recital punk, los artistas que quieren vender rebeldía siguen en la misma. El sábado pasado hubo un revuelo porque el trapero Dillom cantó una versión de “Sr. Cobranza” cambiando el verso “Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar” por “A Caputo en la plaza lo tienen que matar”. La canción es de Las Manos de Filippi pero la popularizó Bersuit Vergarabat en su disco Libertinaje (1998) y fue un himno del ocaso menemista y el “que se vayan todos” (“elección o reelección, para mí la misma mierda”). La versión original del tema la grabó Las Manos de Filippi en su disco del mismo año titulado como podría haberse titulado un libro de Javier Milei: Arriba las manos, esto es el Estado.

Dillom también ganó más de lo que perdió con su gesto, por más que ahora tenga que ir a declarar un par de veces a un juzgado. En realidad ganó precisamente por eso.

Dillom fue denunciado por un abogado por “incitación a la violencia” y repudiado en las redes por los seguidores libertarios. Nada muy distinto de lo que había pasado en 1998. “Sr. Cobranza” fue prohibida por el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) y la compañía Universal aprovechó para lanzar una campaña de marketing llenando la ciudad de afiches con la letra de la canción. El disco explotó y gracias a eso la Bersuit se catapultó al escenario internacional. El resentimiento de Las Manos de Filippi por no haber sido ellos el vehículo del éxito se manifestó cuando editaron dos años después su EP Las manos santas van a misa: el arte gráfico mostraba a un Daniel Grinbank crucificado y unas Bananas en Pijamas (en alusión a los integrantes de la Bersuit, que solían tocar en pijama) bailando alrededor de un Papá Noel y una olla repleta de dinero, que representaba a Gustavo Santaolalla, productor de Libertinaje. La tensión constitutiva del rock: la rebeldía fagocitada por el mercado. Dillom también ganó más de lo que perdió con su gesto, por más que ahora tenga que ir a declarar un par de veces a un juzgado. En realidad ganó precisamente por eso. Y si le hicieran el favor de meterlo una noche en cana como a Malcolm McLaren lo catapultarían al estrellato mundial, pero por suerte no va a pasar.

El Cosquín Rock, ámbito del recital, se transformó en blanco del presidente Javier Milei. Ya se había preguntado en X quién lo financiaba y el organizador José Palazzo le había contestado que se hacía con fondos privados. Y el miércoles, en la entrevista que brindó en La Nación +, volvió a pegarle: “En subsidios recibe mil millones de pesos”. “Exenciones impositivas”, aclaró Pablo Rossi. “Por eso, subsidios”, definió el presidente. (Suena extraño que equipare exenciones impositivas a subsidios una persona que considera que todo impuesto es un robo.)

En la misma entrevista el presidente se dedicó a pegarle a Lali Espósito, a quien bautizó “Lali Depósito” y acusó de cobrar de varios gobiernos provinciales. Milei está obsesionado con la cantante desde que tuiteó “Qué peligroso. Qué triste” el día de su victoria en las PASO. Luego de ser atacada por las hordas libertarias, ella contestó en el Cosquín Rock con otra arenga que hizo casi tanto ruido como la de Dillom: “Esta canción es para los mentirosos, los giles, los mala personas, los que no valoran, los anti patria y todos”. Las críticas de Milei provocaron una ola de apoyos a la artista que fue desde Moria Casán hasta Eduardo Belliboni, la intendente de Quilmes Mayra Mendoza con una remera estampada con su imagen y una foto de la Juventud Radical con la imagen de un DVD de Lali en un LED al fondo. Después, un extenso tuit el jueves en el que la artista se dirige al presidente contándole que trabaja desde los diez años y que todo su dinero lo ganó en proyectos de capital privado, aunque reconoce que participó “en varios shows municipales con TODOS los gobiernos”.

El viernes Milei contestó con otro extenso tuit más general e ideológico titulado “DESARMANDO EL GRAMSCI KULTURAL” en el que intentó justificar su obsesión por Lali: dijo que la casta cultural impone el socialismo y él la quiere exponer y desfinanciar como forma de dar la batalla cultural.

Cada cual atiende su juego

Ambas partes están jugando al juego que mejor les sienta y les sirve. Los artistas venden una rebeldía light sin costo y con toda ganancia y el Gobierno los usa para construir un enemigo e imponer un relato que sirva de columna vertebral simbólica para las reformas: un placebo para sus seguidores en el mientras tanto o ante un hipotético fracaso. El mundo cultural in toto apoyando, que llegó a situaciones tan delirantes y forzadas como Jorge Rial poniéndose un avatar de Lali Espósito en X o a Roberto Gargarella recomendando la canción de “Dillon” (sic) no hace más que reforzar la idea del Gobierno: son la casta que se defiende entre ellos y enfrente está la gente común, la “gente de bien”.

En Seúl venimos machacando desde hace tres años con la famosa batalla cultural, y aunque no creemos que se trate de una cuestión “moral”, como dice Milei, nos parece quizás tan importante como estabilizar la macro (al menos en el largo plazo). Ahora bien, y esto lo digo ahora a título personal, no me parece que justamente Lali Espósito sea el mejor ejemplo de artista cooptado por el discurso kirchnerista, por más que haya cobrado del Estado para hacer algunos shows. Es una artista popular, la mayor parte de su fortuna la hizo sin el Estado y hasta ahora se había mantenido bastante al margen de las opiniones políticas.

Uno de los adjetivos que vociferó Lali en el Cosquín Rock fue el de “anti-patria”, algo que la pone más cerca de Aldo Rico que de Joan Baez.

Más allá de los tuits y las declaraciones, que son alimento para que la horda libertaria de las redes transforme en memes, sí es importante llevarle el apunte a aquella enseñanza inolvidable que Garganta Profunda le hizo a Robert Redford en Todos los hombres del presidente: “Follow the money”. La batalla cultural no pasa por discutir, censurar ni insultar a nadie, sino por desfinanciar. “A desfinanciar, a desfinanciar”, como cantaba Daniel Viglietti.

La paranoia libertaria que ve socialismo hasta en la señal de ajuste causa más gracia cuando uno presta atención a las declaraciones de nuestros artistas. Uno de los adjetivos que vociferó Lali en el Cosquín Rock fue el de “antipatria”, algo que la pone más cerca de Aldo Rico que de Joan Baez. Y después de dedicar su canción “a los giles”, su tuit hacia el presidente pareció más un elogio de la meritocracia y del statu quo que un manifiesto antisistema. Ella pareció la adulta sensata y el presidente, el adolescente iconoclasta.

No enojar a nadie

La ideología de estos los artistas no es socialista, es cobarde: nunca van a decir algo que les pueda traer problemas. Aunque parezca paradójico, su objetivo es no enojar a nadie. Imaginemos a Dillom cantando “A Cristina en la plaza la tienen que matar”. No lo haría ni aunque fuera anti K. Lali Espósito, que hizo parte de su fortuna en Israel, apenas se expresó sobre la masacre del 7 de octubre con un tuit lavado, por compromiso. El podcaster Scott Galloway cuenta que perdió 980.000 dólares por hablar a favor de Israel. En el extremo opuesto, Roger Waters perdió un contrato con BMG por sus declaraciones antisemitas. Desde ya que me encuentro en el opuesto ideológico de Waters, pero es evidente que dijo lo que pensaba sin especular si le convenía o no. No es lo que suelen hacer estos artistas.

La ideología de estos los artistas no es socialista, es cobarde: nunca van a decir algo que les pueda traer problemas. Aunque parezca paradójico, su objetivo es no enojar a nadie.

El mes pasado en España le preguntaron a la cantante Emilia Mernes sobre las políticas culturales de Javier Milei. Ella se quedó muda y la agente de prensa que la acompañaba acudió en su rescate y aclaró que no iba a hablar de política. En las redes la acusaron de tibia, y es cierto que la manera en que se quedó tiesa llamó un poco la atención (podría haber al menos contestado ella misma), pero también es una idea que contribuye a perpetuar el equívoco de que estos artistas que se expresan políticamente están ejecutando actos de valentía, y no es así. Solo están haciendo su trabajo, como lo hace un carpintero o un electricista.

Seis meses después del circo de los Sex Pistols sobre el Támesis, Johnny Rotten entendió que estaba todo mal y durante un show en la primera y última gira norteamericana dijo: “Esto no es divertido. Esto no es para nada divertido. ¿Alguna vez se sintieron engañados? Buenas noches”. Tiró el micrófono, salió del escenario y los Sex Pistols ya eran historia. Cuando murió la Reina, 45 años después, tuiteó: “Descanse en paz, Reina Isabel II. Que salga victoriosa”.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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