VICTORIA MORETE
Domingo

La revancha de Suecia

Criticado el año pasado (incluso desde Argentina) por su estrategia sin cuarentenas, el país escandinavo está dejando atrás la pandemia con vida casi normal y la economía en crecimiento.

A un año y medio del comienzo de la pandemia, con muchas incertidumbres y mucho todavía por descubrir, va quedando cada vez más claro que lo que se conoció como el “experimento sueco” está lejísimos de ser un fracaso. Tampoco resulta evidente que se lo pueda calificar de éxito, pero lo cierto es que, como sucedió con muchas otras regiones en donde las restricciones severas no fueron la medida más importante, ninguna métrica indica que los resultados hayan sido desastrosos y que habrían mejorado mucho tomando medidas severas. En tanto la evaluación se haga no solamente contando muertos y hospitalizados sino revisando calidad de vida y salud mental, las cosas se le presentan más y más favorables al país nórdico.

Lo que en este caso se llama “experimento” en realidad no fue más que la acción desplegada tradicionalmente por la humanidad en las distintas pandemias: evitar aglomeraciones, mantener cierta distancia, acentuar la higiene y tratar de mantener la calma. El experimento que fracasó fue el que se llevó a cabo en buena parte del resto del mundo: intentar cortar la circulación de un virus respiratorio a través de un encierro de término indefinido sostenido por un discurso que aterrorizaba a la población.

Tampoco quedan demasiadas dudas de que uno de los fracasos más sonoros fue el de la Argentina, que adoptó las formas más extremas de cuarentena a lo largo de un tiempo insólito.

Tampoco quedan demasiadas dudas de que uno de los fracasos más sonoros fue el de la Argentina, que adoptó las formas más extremas de cuarentena a lo largo de un tiempo insólito. La cantidad de muertos por millón de Argentina, las consecuencias económicas de las medidas restrictivas y el estado espiritual de la Nación hablan de una de las peores gestiones del mundo, con valores muy alejados de los de Suecia, con los cuales el Presidente quiso compararse cuando la carrera recién comenzaba. Aquella imprudencia de Alberto Fernández no fue un rasgo aislado de la gestión. En esa falta de perspectiva a largo plazo, en ese fervor inapropiadamente nacionalista, en ese desdén por las consecuencias de todo tipo que implicaba el encierro, están las claves de su fracaso.

No más muertes

Dejemos de lado el indiscutible naufragio nacional y concentrémonos en Suecia. La situación ahí hoy es comparativamente envidiable, no sólo para Argentina, sino para buena parte de la población mundial. A comienzos de junio, hace ya más de dos meses, el promedio de los últimos siete días de fallecidos por Covid se cuenta con un solo dígito. Más aún, desde el 17 de junio, cerca de dos meses atrás, el promedio da uno o cero. En la práctica, en Suecia el Covid como factor de muerte ya no existe.

Tomando como indicador las hospitalizaciones, la perspectiva no parece que vaya a cambiar ni a corto ni a mediano plazo. Luego de un pico de 450 personas en terapia intensiva por Covid hace dos meses y medio, el promedio actual es de 24 internados. 

Estos números no son muy diferentes a la fuerte baja que hubo en 2020 luego del verano. ¿Qué hace pensar que esta vez no vuelva a rearmarse la curva? La respuesta, dicen los más optimistas, tiene que ver con la inmunización acumulada a lo largo de todo este tiempo, sumada al efecto de las vacunas. En este momento, Suecia presenta al 43 % de su población con el esquema de vacunación completo y el 64 % con al menos una dosis.

Luego de un pico de 450 personas en terapia intensiva por Covid hace dos meses y medio, el promedio actual es de 24 internados.

El hecho de que menos de la mitad de la población no tenga la dosis completa, ¿no abre la posibilidad de que la aparición de la Delta genere una nueva ola de contagios? Sin embargo, la variante Delta ya apareció a principios de junio y desde los últimos días del mes pasado su preponderancia es total (95 %). Todos esos números positivos que presenta Suecia se desplegaron con la variante más temida casi como la única forma en que aparece el virus.

Ese es el panorama numérico de Suecia hoy, la foto. ¿Cómo se puede evaluar el recorrido hasta este punto con los valores acumulados?

El valor más reconocido es el de cantidad de muertos por millón de habitantes (mpm). Suecia tiene 1.438 muertos por Covid cada millón de habitantes y no parece que se vaya a modificar en el corto plazo (Argentina tiene casi 2.400 y sigue sumando). Si uno pone en orden los países europeos de acuerdo a esa medición (sacando a los países que tienen menos de un millón de habitantes), Suecia está en el puesto 20 de una lista de 36 países. Es decir, 19 países europeos han tenido más mpm y 16 países tuvieron menos. 

Entre los países que tuvieron menos se destacan los últimos de la lista, sus vecinos nórdicos: Dinamarca (549 mpm), Finlandia (177) y Noruega (147). La extraordinaria performance de sus vecinos hace pensar que Suecia podría haber tenido menos muertos que los que finalmente tuvo tomando algunas de sus medidas. Las autoridades sanitarias suecas alegan diferencias demográficas que hacen a su país más parecido a los de Europa occidental que a sus vecinos. En todo caso, la pregunta es válida aunque para contestarla se necesita más tiempo y datos de los que disponemos ahora.

Suecia tiene 1.438 muertos por Covid cada millón de habitantes y no parece que se vaya a modificar en el corto plazo (Argentina tiene casi 2.400 y sigue sumando).

Otro dato impactante de los fallecidos en Suecia es su muy alta edad. Las dos terceras partes de los muertos por Covid son mayores de 80 años. Si consideramos a los mayores de 70 años, cubren casi el 90 % de los fallecimientos. Los fallecidos de menos de 50 años representan apenas el 1,1 %. En proporción, la cantidad de años de vida perdidos por el Covid es mucho menor que en la Argentina, en donde los mayores de 70 años son apenas el 56 % del total de fallecidos.

Tomando como parámetro la recuperación económica de los países, es claro que Suecia está tomando la delantera. Durante el apogeo de la pandemia su economía cayó menos que la de la Unión Europea y mucho menos que las de algunos países individuales como Italia, Francia y España, que superaron largamente los dos dígitos de retracción. Ya en el último trimestre, Suecia es el único país europeo que comienza a hacer crecer su economía.

A pesar de lo que decía el presidente argentino en los comienzos de la pandemia, prestar atención a la economía cuando se toman medidas restrictivas contra la dispersión del virus está lejos de ser una frivolidad. La frase “El PBI se recupera, las vidas no” denota una ignorancia enorme respecto de lo que significa para la calidad de vida y la mortalidad que la riqueza de un país disminuya. Eso vale para Suecia, pero especialmente para un país con una economía quebrada desde hace años, como la Argentina, en donde cada caída del PBI significa que más y más personas se alejen del trabajo, de la alimentación sana, de la educación y, finalmente, de la salud. Una caída del PBI también son vidas que se truncan antes de tiempo.

“Seguro que no es sueco”

Según testimonios reunidos para esta nota de personas que viven en Estocolmo, la vida cotidiana es cercana a la normal. No se ven barbijos y si se ve a alguien con uno puesto “seguro que no es sueco”. No hay sensación hoy de estar viviendo una época especial. Sólo una voz en el subte recuerda la necesidad de distancia, que la gente respeta. No hay conversación pública sobre el Covid. Los datos de contagiados y fallecidos se brindan una vez por semana acumulados. Se acentuó la tendencia al home office, lo que le quita presión al transporte público. Las clases de los niños de primera escolaridad son presenciales y sin protocolos. Las clases universitarias alternaron presencialidad y distancia de acuerdo con el momento epidemiológico.

En el período de los picos de contagios y muertes, la actividad social se restringió bastante y no se permitieron reuniones religiosas o de otro tipo. A partir de la próxima semana, se podrán reunir hasta 300 personas. Sin embargo, la circulación de la gente no se detuvo nunca y jamás se prohibió encontrarse con otros. En todo caso, todas las medidas tuvieron la forma de recomendaciones, sin ninguna penalización.

Al responsable de las medidas sanitarias en Suecia, Agnes Tegnell (no es ministro porque, en Suecia, Salud no es Ministerio) le gusta decir que su país hizo las cosas “ligeramente diferentes” que el resto de los países. Efectivamente, el modelo no fue radical ni buscó, como se lo acusó en los comienzos, la inmunidad de rebaño a través del contagio generalizado. Simplemente decidió que las medidas que tendrían que tomarse debían ser sustentables en el tiempo. La prohibición de circular libremente no es sustentable en el tiempo. Recomendar distancia y poner aforos razonables en los lugares públicos en los momentos críticos, sí. 

Los datos suecos no se salen de la norma generalizada, poniendo en cuestión la validez de las medidas más extremas.

Los resultados contados en muertos no salieron del rango de la mayoría de los países en donde el virus se expandió. El contraste con sus vecinos nórdicos sugiere que se podrían haber mejorado, especialmente en el cuidado de los mayores de edad residentes en geriátricos. En todo caso, los datos suecos no se salen de la norma generalizada, poniendo en cuestión la validez de las medidas más extremas. Si con la variante Delta extendida se puede circular sin barbijos sin convertir a su país en un infierno de internados y muertos, ¿qué es lo que está haciendo el resto del mundo?

Si los datos sanitarios son satisfactorios y los económicos, mejores que los de los demás países, queda para analizar un elemento importantísimo del cual raramente se habla: la salud mental de la población. Argentina, como ejemplo contrario, ha quedado espiritualmente desquiciada con el coronavirus. Quien tenga dudas sobre esta afirmación, no tiene más que prender la televisión y prestar un poco de atención a lo que se dice y cómo se lo dice. El cansancio físico y moral de los argentinos, su derrota espiritual en manos de un virus combatido con las armas más insostenibles es innegable. En Suecia, en cambio, el Covid no arruinó la salud mental de sus ciudadanos porque no se los encerró ni se les prohibió ni se los atemorizó.

¿Podría haber hecho Argentina lo mismo que Suecia? Sí, pero no en un sentido literal: no exactamente las mismas recomendaciones. Suecia no tiene nuestro conurbano ni nuestro sistema de salud ni nuestro transporte público. Sin embargo, la regla de oro que debió aplicar para su realidad es la misma que aplicaron los suecos: medidas sustentables en el tiempo, evaluando sus costos y su eficiencia. Lo que sucedió fue totalmente lo contrario, gestando un verdadero desastre sanitario, económico y espiritual.

 

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Gustavo Noriega

Licenciado en Ciencias Biológicas de la UBA. Participa de programas de televisión y radio de interés general y escribe regularmente en el diario La Nación.

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