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Milei presidente

La multitud rebelde

Los votantes ignoraron las cartas de los intelectuales, los artistas y todas las corporaciones que pidieron el voto por Massa.

Ahí quedarán las cartas de los intelectuales. Perdidas en cajones reales y virtuales, traspapeladas entre declaraciones, apoyos y repudios, dejando escuchar todavía su eco de acusaciones y advertencias. No hubo institución, logo o sello que se haya privado de dejar constancia de sus preferencias electorales como si se tratara de escribir mandamientos en piedra.

Así lo veía un usuario en Twitter y lo señalaba como quien acaba de descubrir algo grande: “No hay un solo colectivo que apoye a Milei, es toda gente suelta, sin adscripción, aislada. La fantasía húmeda de Weber, la sociedad como sumatoria de individuos. Como decía Sartre, la gente mala es mala básicamente porque está sola, aislada de toda instancia comunal y pública”.

Resulta que en los padrones no hay colectivos sino personas y la gente suelta va y vota. Incluso algunos hacen caso omiso de los comunicados. La dinámica del sufragio directo supone que cada voto vale como cualquier otro y la suma de un voto más otro voto más otro voto a veces logra imponerse sobre el aparato estatal y el espíritu corporativo.

A pesar de todos los NO escritos con mayúsculas, de las líneas trazadas en nombre de la democracia, de las caras solemnes, el gesto compungido y el dedo en alto, la gente votó a otro. A pesar de la unanimidad en las advertencias de los colectivos buenos, la gente suelta es tan mala que es capaz de votar contra sí misma. Si hasta parece que lo hubieran hecho a propósito, para llevarles la contra.

Hay un libro interesante que recoge las conferencias que Paolo Virno, representante de la izquierda antiparlamentaria italiana, dio en la Universidad de Calabria en 2001. Se llama Gramática de la multitud (Colihue, 2003) y forma parte de la colección Puñaladas, que estaba bajo la dirección de Horacio González. El prólogo para su edición argentina lo escribieron Christian Ferrer y Adriana Gómez y comienza con una observación: a lo largo de la historia han sido retratados los padecimientos y epopeyas de distintas expresiones de la sociedad (el pueblo, el proletariado, los disidentes, la ciudadanía), pero no las vicisitudes de la multitud. Una forma informe, fragmentaria, dispersa, inorgánica y  también políticamente activa. Y agregan algo más: la actividad política de las multitudes se ve, pero su funcionamiento es siempre caracterizado por la negativa. Politólogos, historiadores, sociólogos y analistas ven en la multitud formas inorgánicas, primitivas o patológicas de actividad política. No pueden entenderla. En la multitud hay una pluralidad, un afuera del Estado, que les resulta intolerable.

En la multitud hay una pluralidad, un afuera del Estado, que les resulta intolerable.

Dice Virno: “Entiendo que el concepto de multitud, en oposición a aquel más familiar de pueblo, es un instrumento decisivo para toda reflexión que intente abordar la esfera pública contemporánea”. Los dos conceptos se forjaron en el siglo XVII y estuvieron en pugna hasta que el de pueblo prevaleció para describir las formas de vida en sociedad en los Estados recién formados mientras el otro quedaba relegado para describir apenas un estado de naturaleza pre-organizativo. Los padres de esos conceptos fueron Spinoza y Hobbes. Para Spinoza la multitud indica una pluralidad que persiste como tal en la esfera pública, es la forma de existencia social y política de los muchos en tanto muchos, también el fundamento de las libertades civiles. En cambio Hobbes la detesta. En esa pluralidad ve una amenaza contra el monopolio de la decisión política: para que haya Estado, los muchos tienen que converger en uno, y eso es el pueblo.

Virno, que jamás podría ser considerado de derecha, dice que las formas de vida actuales (derivadas del modo de producción pos-fordista) no son las del pueblo sino las de la multitud y han hecho estallar las viejas categorías. Podemos buscar nuevas o quedarnos con las que teníamos porque son cómodas para nuestro propio centímetro cuadrado: el sindicato, la cátedra, el organismo, la asociación o cualquiera de esos espacios de la estatalidad que se ven amenazados. No por un candidato sino por los chicos de Rappi que no quieren agremiarse, por estudiantes universitarios que sólo buscan estudiar y recibirse y progresar, por freelancers que quieren cobrar los dólares que ganaron trabajando de manera remota para el exterior o por esos muchos que sobreviven en la más absoluta precariedad y no sienten ningún derecho amenazado porque no los tienen. Como temía Hobbes, el límite es la multitud.

Frente a la voluntad única, la pluralidad.

Frente a las teorías aprendidas, lo indescifrable.

Frente a los discursos anquilosados, la voz de los sueltos.

Lo intolerable.

Por eso a aquellas viejas cartas, declaraciones, proclamas y posicionamientos de la semana pasada se superpondrán las nuevas viejas cartas, declaraciones, proclamas y posicionamientos de la próxima semana. Más todas las que vendrán.

Porque el desconocimiento del otro –de la pluralidad de los muchos–, no se hace sin ostentación.

 

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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