Domingo

Jhon Boretto

El rector de la Universidad Nacional de Córdoba dice que el recorte a las universidades fue "un error estratégico" y que el acuerdo del Gobierno sólo con la UBA es "inadmisible".

Jhon Boretto (Hernando, Córdoba, 1966) es desde hace dos años el rector de la Universidad Nacional de Córdoba. Antes había sido decano de la Facultad de Ciencias Económicas y también ahí se graduó como contador público. Durante su época estudiantil presidió la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) y fue secretario de la Federación Universitaria Argentina (FUA).

Conversamos ayer sobre la relación de Javier Milei con las universidades (dice que el recorte a las universidades fue “un error estratégico”), la necesidad de una mayor eficiencia en la gestión presupuestaria y el acuerdo al que llegó hace poco el Gobierno sólo con la UBA, al que calificó como “inadmisible” y una “discriminación inédita”. A continuación, la charla:

Esta semana el Gobierno firmó un acuerdo de financiamiento con la UBA pero no con el resto de las universidades nacionales, ¿qué le pareció?

Por un lado, a través de esta decisión el Gobierno nacional reconoce la grave situación que están viviendo las universidades. Recomponer las partidas en los mismos niveles de inflación que sufrimos el año pasado ayuda a sostener las actividades que venimos haciendo en la universidad. No estamos exigiendo nada fuera de lo común, sino una razonable actualización de las partidas, porque los costos que estamos afrontando han tenido incrementos muy significativos.

A su vez, es una sorpresa que sólo se haya llegado a un entendimiento con la UBA. Es inadmisible que se resuelva una cuestión puntual para una sola de las universidades, porque la situación afecta a todo el sistema universitario. Se trata de una situación de discrecionalidad y discriminación inédita, porque es la primera vez que sólo una universidad recibe aportes para gastos generales.

Hasta ahora, un interlocutor principal de las universidades con el Gobierno ha sido Emiliano Yacobiti, vicerrector de la UBA. ¿Su postura se parece a la suya o en qué se diferencia?

Desde mi perspectiva, no es el único interlocutor. Quizá un cierto sesgo porteño-centrista haga parecer eso, pero la realidad es que muchos rectores y, fundamentalmente, quienes conformamos el comité ejecutivo del CIN [Consejo Interuniversitario Nacional], tenemos diálogo con el Gobierno nacional. El sistema universitario es bien diverso, pero venimos construyendo una agenda de articulación con rectores de varias universidades del interior del país por compartir una cultura institucional particular. Se trata de universidades importantes, insertas fuertemente en el tejido social de nuestras provincias, con lógicas de funcionamiento similares asociadas al compromiso por la excelencia académica, la vinculación con el entramado socioproductivo y a la generación de conocimiento. Creemos firmemente en la contribución de nuestras universidades al desarrollo de nuestras sociedades y operamos en esa lógica.

¿Cómo definiría hasta ahora la actitud del Gobierno con el sistema universitario?

Es un tanto errática. Hubo momentos que propiciaron espacios de diálogo honesto y otros de franca actitud de tensión y conflicto. Me ha tocado participar de espacios donde se planteaban argumentaciones racionales y entendibles de la postura del Gobierno. Sin embargo, son un tanto desconcertantes muchas de las actitudes que se tomaron, con algunas expresiones fuera de lugar, que no hacen otra cosa que erosionar la confianza y ponerle trabas a los acuerdos que podamos alcanzar.

Sabemos que la situación que recibió el Gobierno es muy crítica, pero recortar a la educación en general y a las universidades en particular es un error estratégico para el objetivo de crecimiento que se traza el Gobierno y que requiere nuestro país. Necesitamos fortalecer a la educación, a la investigación, al desarrollo tecnológico para volver a potenciar el capital más valioso que tiene este país: sus personas. Mientras más desarrollado esté el capital humano de este país, más rápido lograremos ser la potencia que supimos ser. También debemos reconocer, desde nuestros lugares de gestión, que es necesaria una mayor eficiencia en la gestión presupuestaria para lograr mejores resultados sociales de las actividades educativas, extensionistas y de investigación que realizamos.

Buena parte del sector público y de la sociedad está sufriendo un ajuste tremendo con el objetivo de estabilizar la economía. ¿Crees que las universidades públicas deberían participar de ese esfuerzo?

En este contexto tan peculiar, signado además por las complejidades propias de nuestro país, necesitamos diseñar una agenda que esté a la altura de los desafíos que nos impone la época. Creemos que nuestra tarea es convertir la igualdad de oportunidades en igualdad de posibilidades. Sabemos que el carácter gratuito de las universidades es necesario pero no suficiente para abrir sus puertas y garantizar el acceso de todas las personas. El sueño de “mi hijo, el doctor” tiene que volver a ser el motor que nos impulse a ver en la educación la herramienta de progreso por excelencia. Soy un orgulloso hijo de la escuela pública.

En paralelo, sé que la calidad es también una faceta de la verdadera inclusión. El mejoramiento de la trayectoria formativa es una responsabilidad de quienes creemos en una educación superior centrada en los estudiantes. Sostenemos la calidad en su concepto más amplio y como denominador común de las actividades universitarias, del funcionamiento de sus órganos de cogobierno, del ejercicio de la autonomía plena, de la generación y transmisión del conocimiento.

En un contexto tan vertiginoso como el de la sociedad contemporánea, la pasividad también es un modo de actuar; implica la dimisión frente a los problemas que únicamente pueden empeorar cuando no se hace nada.

¿Por qué cree que Argentina está produciendo menos graduados universitarios por habitante que Chile o Uruguay?

Aquí surgen dos cuestiones muy interesantes para aclarar antes de contestar la consulta puntual: los criterios de eficiencia y el contexto. Respecto del primero, es necesario comprender que lograr la graduación de una carrera universitaria no es el único indicador válido de éxito universitario. Es necesario interpretarlo con la calidad de la formación recibida, si no se pueden generar peligrosos incentivos vinculados a que las instituciones bajen sus estándares sólo para lograr mayor cantidad de graduados. A eso hay que sumarle una perspectiva que pocas veces se valora como debería: el paso por la universidad transforma a cualquier persona. Aun cuando sea por unos meses, transitar los pasillos de la universidad te otorga cierto bagaje cultural que te da mejores herramientas para el resto de tu vida. La productividad promedio de un trabajador con educación terciaria incompleta es mayor a la de uno que solo completó la secundaria. No se pierde por completo la inversión que hizo el Estado en formarlo.

La productividad promedio de un trabajador con educación terciaria incompleta es mayor a la de uno que solo completó la secundaria.

En segundo lugar, para comparar las cifras, es fundamental contextualizar: tener en cuenta el modelo universitario, la estructura social y las políticas, que son muy diferentes entre los países de la región. Los sistemas de ingreso a la universidad en nuestro país son totalmente diferentes a los de nuestros vecinos. Tenemos ingreso directo que genera una mayor tasa de estudiantes universitarios pero afecta los indicadores de graduación. En tal sentido, una primera aproximación se debe a que las bajas tasas de graduación resultan inherentes a un modelo universitario de ingreso directo. También incide la alta proporción de estudiantes que trabajan; así como cuestiones académicas como la rigidez de los planes de estudio o la falta de coordinación entre materias correlativas, que pueden hacer que un alumno que desaprueba una asignatura pierda un año de cursada. No es menor también la incidencia que tiene el nivel de preparación con la que se gradúan los estudiantes del secundario. Cada vez son más los estudiantes que terminan el secundario sin los saberes esperados.

¿Qué se puede hacer para mejorar los resultados del sistema, sin sacrificar calidad pero sin resignar su impronta inclusiva?

Es fundamental hacer mayores esfuerzos en el apoyo a las trayectorias de los estudiantes, así como también ofrecer programas más flexibles, con mayores opciones, porque el perfil del estudiante ya no es el de hace cuatro décadas. Trabajar en la acreditación de trayectos más cortos que den validez a trayectos intermedios, sobre todo en carreras donde los estudiantes se insertan al mundo laboral de manera plena sin la necesidad de contar con el título de grado. A su vez, hay que poner el foco en los planes de estudio y en la forma de enseñar de los docentes. Esto merece un análisis profundo por parte del sistema universitario, sin por ello recurrir a soluciones simplistas.

¿Qué opina de las acusaciones de adoctrinamiento en las universidades?

Para que exista adoctrinamiento tienen que darse, en términos concurrentes, dos fenómenos: que los docentes bajen línea y que los estudiantes (mayores de edad) la acepten sin chistar. No existe, bajo ningún punto de vista, una organización institucional que promueva eso. Que haya casos puntuales no significa que el conjunto de los docentes lo ejerzamos, ni mucho menos que los estudiantes lo acepten.

En nuestro caso, la Universidad Nacional de Córdoba es plural y diversa. Instituciones como la nuestra, con entornos dinámicos, se resisten a ser comprendidas y gobernadas a partir de un pensamiento único o excluyente. Como universitarios, tenemos el deber de interpretar y aportar nuestro conocimiento para comprender y transformar la realidad. Pero nuestras explicaciones, nuestras propuestas, nuestros aportes en todos los campos y problemáticas siempre serán parciales, caleidoscópicas, diversas, incluso contradictorias. La universidad no fue, no es y nunca será una banda transportadora de ideas fijas y unidireccionales.

Te definís como “reformista”. ¿Qué necesita el movimiento reformista de acá en adelante?

Me considero integrante de una de las numerosas generaciones de reformistas. La Reforma Universitaria de Córdoba fue un hecho fundacional en la historia de nuestro país. Significó la materialización de un conjunto de tendencias que, desde distintas vertientes políticas e ideológicas, expresaron una voluntad de cambio y modernización.

No es casual que esta ciudad, que parece tener la característica de brindar escenario para hitos históricos en los que se corporizan los deseos de transformación social de cada época, haya producido un hecho que marca un antes y un después en la memoria política y cultural de nuestro país. El propio Manifiesto Liminar señala que “la rebeldía” que estalló en Córdoba reconoce causas propias en el contexto de una realidad que se percibía inmóvil y desconectada de los avances que se producían en el país y en el mundo. Mirar al pasado, nuestra historia y de dónde venimos debe servirnos para identificar los retos de nuestro tiempo. Romper los muros de la universidad para impedir el enclaustramiento, debe seguir siendo un mandato presente.

La raíz del pensamiento de 1918 considera a la vocación transformadora constante como uno de sus ejes fundamentales.

El país atraviesa momentos muy difíciles que golpean con fuerza a la sociedad. El crecimiento de la pobreza, el deterioro de la educación, las crisis económicas recurrentes, la incertidumbre deben sacar lo mejor de nosotros para hacer de la universidad un actor que contribuya en la búsqueda de soluciones y que no rehúye de su responsabilidad, amparándose en una actitud corporativa.

La Reforma de 1918 nos nutrió de ideas que tienen vigencia hasta nuestros días. Postuló una manera democrática de transferir el conocimiento, pugnó por incorporar sectores sociales que no accedían a la educación superior y diseñó estructuras de gobierno más democráticas para que las instituciones fueran capaces de expresar la pluralidad que compone a nuestra comunidad. En definitiva, imaginó una universidad moderna, conectada con la sociedad y al servicio de sus necesidades. Pero más allá de estos legados concretos, el movimiento de Córdoba nos impone un mandato de cambio permanente. La raíz del pensamiento de 1918 considera a la vocación transformadora constante como uno de sus ejes fundamentales. La Reforma Universitaria no es un objeto de museo, es una responsabilidad con el progreso que compromete a todas las generaciones que se reconocen como sus continuadoras. Esta vocación reformista bien entendida es el mejor antídoto contra la endogamia, el corporativismo, el conservadurismo y la actitud defensiva. Es un mandato que nos obliga a replantearnos constantemente el sentido de nuestras políticas y acciones, de los arreglos institucionales que permiten el cogobierno y de los derechos y deberes que implican nuestra pertenencia a esta comunidad.

¿Cuáles dirías que son las reformas más importantes que necesita la universidad argentina?

Hay que pensar el mundo que viene, ser capaces de anticiparnos y de encontrar en los problemas globales emergentes una oportunidad para que el conocimiento y la educación sean la llave al desarrollo. El vertiginoso avance de la ciencia y la tecnología, con logros para la humanidad que vencen barreras espaciales, temporales, físicas, es acompañado también por la presencia de retos cada vez más complejos. El principal desafío es ser capaces de anticiparnos, de modelar escenarios futuros y desarrollar las habilidades necesarias para reducir la incertidumbre en un mundo que cambia de manera exponencial. No es tiempo de seguir fragmentando el conocimiento, sino de articularlo, interrelacionarlo y potenciarlo para producir soluciones innovadoras.

Por otro lado, la aceleración de la transformación tecnológica está cambiando los modos de concebir las profesiones, los trabajos y el desarrollo del sistema productivo. La robótica, la inteligencia artificial, la biotecnología, la industria 4.0, entre otros fenómenos crecientes, desafían a los modelos productivos del mundo entero y dotan de sentido al compromiso de educar a lo largo de toda la vida. Más que nunca, las universidades deben pensar en acercar propuestas formativas más cortas, más flexibles, que puedan acompañar la formación continua de profesionales y trabajadores para que el conocimiento no sea un ancla al desarrollo, sino un motor para potenciarlo. Nuestra capacidad de aggiornarnos permitirá que no veamos las transformaciones del mundo como algo ajeno, sino que seamos protagonistas de su construcción.

Más que nunca, las universidades deben pensar en acercar propuestas formativas más cortas, más flexibles, que puedan acompañar la formación continua.

Además, tenemos que pensar en el fomento de la inclusión, en un contexto en el que solo 1 de cada 10 jóvenes pertenecientes al estrato social de ingresos más bajos cursa estudios universitarios en nuestro país. Las tecnologías aplicadas a la educación pueden ser una herramienta que nos ayude a amplificar nuestros rendimientos, ganar en autonomía, minimizar las barreras que hoy excluyen a muchos estudiantes, optimizar nuestro tiempo y aumentar las interacciones entre todos los miembros de nuestra comunidad. Pero nada de esto tendría sentido si no revalorizamos el núcleo de nuestra tarea. La clase, quizás el momento más rico y prolífico de la vida universitaria, debe ser una experiencia digna de ser vivida. Nuestro objetivo es maximizar esfuerzos para ensanchar el período de tiempo en el que desarrollamos las tareas que nos apasionan y minimizar el que dedicamos a la burocracia.

 

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Luz Agüero

Editora en Seúl. Licenciada en Comunicación Social y Periodista (CUP). Cordobesa. Trabajó en la comunicación del Club Atlético Belgrano y hoy es consultora independiente.

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