ERLICH
Domingo

Periodismo de Estado (II)

Segunda parte de la historia de Télam, su manipulación y su propaganda, y una propuesta radical para el futuro: regalársela a sus empleados.

[Este artículo es la segunda parte de nuestra historia de Télam. La primera parte la podés leer acá. ]

 

Aunque la agencia oficial de noticias Télam, creada en 1945, ha sido uno de los medios más manipuladores y sesgados de la historia argentina, su papel durante el primer peronismo, contrariamente a lo que se cree, fue poco relevante. Con todas las emisoras y gran parte de los diarios en su poder o censurados, la verdadera y todopoderosa agencia oficial de aquellos años fue la hoy olvidada APA (Agencia Periodística Argentina), formalmente privada pero dependiente de Radio Belgrano, que ya era una empresa paraestatal. Tenía un presupuesto inmenso y suministraba noticias a todas las emisoras y periódicos provinciales a través de un sofisticado sistema de radioteletipos. Estaba dirigida, al menos nominalmente, por el relator deportivo “militante” de entonces, Luis Elías Sojit, inventor de la frase “hoy es un día peronista”.

APA era un auténtico ministerio de propaganda textual, más aún que la propia subsecretaría de Raúl Apold: los contenidos medulares de los diarios peronistas y los noticieros radiales se escribían en la agencia. Todos decían lo mismo, ya que esos medios usaban los cables solo con ligeras variaciones y casi sin ninguna otra fuente (excepto los internacionales). Un mecanismo orwelliano justo al mismo tiempo de la publicación de 1984.

Al mismo tiempo, Perón creó en 1950 la Agencia Latina de Noticias (AL), otra olvidada agencia privada cuya sede aparente estaba en Brasil pero que llegó a tener corresponsales en toda América Latina. Con escasos suscriptores y advertidos los medios de su carácter de difusor de propaganda peronista y a veces de completas fake news, sus costos fueron también altísimos y resultó un fracaso resonante. (El Che Guevara fue fotógrafo de AL a principios de 1955, durante su estadía en México, pero nunca le pagaron.) Muchos consideran a AL una especie de antecesora de la agencia cubana Prensa Latina (PL), establecida por Fidel Castro para llegar a toda América Latina. Increíblemente idealizada y mitificada en sus orígenes, PL no fue más que otro exponente de periodismo de Estado, en este caso de alcance continental y, a su vez, predecesora de la señal de TV chavista Telesur.

 

1. Espías y testaferros

Para 1951, a diferencia de APA, Télam se dedicaba en menor escala a redistribuir información de las oficinas del gobierno y a preparar algunas notas especiales para medios de Buenos Aires. Ya alejado su primer director, Jerónimo Jutronich, en aquel año fue constituida como SRL a cargo de los desconocidos José Ignacio Perazzo (un político municipal peronista) y Francisco Ramospé,  director del Boletín Oficial de la Provincia de Buenos Aires. Al año siguiente la SRL pasó a Jorge Adolfo Napp, un ferviente militante de la Alianza Libertadora Nacionalista, y Fulvio Cravacuore, periodista del diario Democracia, donde el propio Perón escribía a veces. Si bien ambos figuraban como los directores, se trataba de prestanombres: la agencia había pasado a ser, en realidad, propiedad de la SIDE.

Desde 1953 incorporó también un servicio de fotos (que era el que veía desarrollando la Subsecretaría de Apold) y Télam se dedicó a llevar adelante el “trabajo sucio” que APA no podía hacer: los artículos más desinformadores y difamatorios. Su influencia, aun así, seguía siendo limitada.

Hacia el final de su primera experiencia como presidente, Perón decidió reorganizar del área de comunicación. Por un lado, ante los crecientes problemas económicos y quizás consciente del efecto contraproducente de la propaganda salvaje, especialmente a nivel internacional, trató de bajar los decibeles. Con el oportunismo que siempre lo caracterizó, el peronismo hizo las paces con los Estados Unidos: AL, un costoso canal de propaganda antinorteamericana, y el servicio de radio internacional SIRA (hoy Radiodifusión Argentina al Exterior, RAE) fueron cerrados sin contemplaciones ni explicaciones, en abril de 1955 y diciembre de 1953, respectivamente. Insólitamente el peronismo posterior siempre imputó estas acciones a la Revolución Libertadora, mentira que es repetida hasta hoy en la web de Radio Nacional y otros lugares, incluyendo Télam. 

El peronismo posterior siempre imputó estas acciones a la Revolución Libertadora, mentira que es repetida hasta hoy.

Junto con Canal 7 y Radio Belgrano, APA pasó a ser manejada desde 1954 por Jorge Antonio, un empresario protegido del peronismo y surgido de la nada, combinación de época entre los actuales Lázaro Báez y Cristóbal López. Pero Antonio finalmente también cerró APA. Aparentemente, Perón ahora sí quería concentrar toda la artillería informativa en Télam, no obstante que la oposición –que durante casi una década no pudo acceder ni un minuto a la radio o a la nueva TV– seguía sin existir en los cables. Como corresponsal de la agencia en Casa Rosada, Roberto Di Sandro vivió los tremendos momentos del bombardeo de 1955 ahí adentro, meses antes de que se acercara la hora final del primer peronismo.

Dicho sea de paso: Di Sandro, que nunca ocultó su “peronismo de Perón y Evita” ni dejó de criticar, muchos años después, el manejo kirchnerista de la información, podría ser un gran ejemplo para los “militantes” actuales de Télam. Nunca dejó que su posición influyera en su tarea de reportar como corresponde la información y es por eso que, una vez fuera de Télam, sus servicios fueron valorados por todas las entidades periodísticas, incluso en la “imperialista” United Press, donde trabajó por años. Cristina Kirchner, sin embargo, lo maltrató en una conferencia de prensa de 2010: “¿Eso es una pregunta, Di Sandro? ¿Qué parte de la conferencia se perdió?”. De todas maneras el mismo kirchnerismo no deja hasta hoy de hacerle homenajes.

Regreso a casa: a la SIDE

Producido el golpe de 1955, no se sabe de qué manera Télam pasó de la SIDE a la propiedad de Ricardo Pueyrredón, publicitario, dirigente radical unionista y padre del cantante César Banana Pueyrredón (quien en 1973 compuso el jingle electoral “Balbín Solución”). Sin dar mayores detalles, pero muy sugestivamente, Pueyrredón padre recuerda en sus memorias su administración de Télam como “un error” y una de las peores experiencias de su vida. 

Télam pasó a ser así la agencia oficiosa de la Revolución Libertadora y, pese a su carácter presuntamente privado, siguió siendo exponente del periodismo de Estado. Mientras se prohibía la sola mención a Perón con multa o prisión, línea que siguieron todos los medios, el único que entrevistaba al “presidente depuesto” durante esa época fue, una vez más, la imperialista United Press desde Paraguay. Pero nadie publicaba esos cables en Argentina. Todos los medios estaban intervenidos desde el golpe, a excepción de los que no habían sido comprados por el peronismo, que tampoco los reproducían.

En 1957 Pueyrredón se cansó y le vendió Télam al diplomático Ricardo Mosquera Eastman, inocultablemente ligado al gobierno de Aramburu (había sido interventor del confiscado diario Democracia). Sin embargo, las relaciones verdaderas entre el gobierno y la agencia continuaron siendo un misterio: bajo la administración de Mosquera, Télam estuvo a punto de cerrar. No se habría perdido mucho, pero el personal quiso seguir trabajando aun sin cobrar los sueldos por largos meses, lo que indica que pese al carácter todavía oficioso de la agencia, por alguna razón el gobierno había decidido no apoyarla económicamente.

Tras la asunción de Frondizi vendió la agencia en 1959 a tres prestanombres de la SIDE, encabezados por el coronel Bernabé Villegas. Télam volvía a su primer amor.

Mosquera también se cansó. Tras la asunción de Frondizi vendió la agencia en 1959 a tres prestanombres de la SIDE, encabezados por el coronel Bernabé Villegas. Télam volvía a su primer amor. Pero Frondizi hacía contorsiones y malabares para no quedar prisionero de los militares y se enfrentaba a los mismos peronistas (cuyos votos le posibilitaron su triunfo a cambio de una des-proscripción que nunca llegó). Télam seguía siendo oficialista y vocera del gobierno, a la vez que instrumento de los militares “azules” (antiperonistas light, que jugaban con los desarrollistas). 

Una agencia privada creada en 1957, Telpress, cuya cabeza visible era Rodolfo Aja Espil, fue inicialmente vocera de los militares “colorados” (antiperonistas de línea dura, más amigos de los radicales). Pero desde mediados de los ‘60 y poco antes de cerrar, Telpress se fue convirtiendo en portavoz de los “azules” (mientras, a la vez, Télam se hacía “colorada”). Como hoy con las interminables internas partidarias actuales, en esas épocas la “interna” del país era entre uniformados. El resto del país miraba impávido.

Con la venta a la SIDE en 1959 Télam despegó como nunca antes. Estableció una red de teletipos y radioteletipos que vinculaba todas sus corresponsalías y cubría todo el país. Su producción de cables se incrementó. Muchos medios se abonaron para usarla como servicio de “referencia” (conocer las movidas del gobierno y de sectores militares), pero los diarios, emisoras y canales importantes preferían los más completos y equilibrados servicios internos de las norteamericanas UPI (ex UP) y AP (que abrió su redacción porteña en 1961) o de la nacional Saporiti, todos manejados por argentinos, y que los libraba de caer en la dependencia del gobierno, la SIDE o los militares.

Télam azul, Télam colorada

Tras el derrocamiento de Frondizi, el ahora presidente Guido quedó rehén de las insólitas reyertas entre “azules” y “colorados”, que incluyeron enfrentamientos con tanques en la calle. La relación de fuerzas variaba continuamente. Télam, que continuaba vinculada a la SIDE y era una de las monedas de cambio entre las facciones, fue clausurada unos días en mayo de 1963 por emitir “noticias falsas” y “tendenciosas”. Quizás fue la primera vez en el mundo en que un gobierno sancionaba a su propia agencia de noticias, pero por sobre todo quedaba en evidencia a qué punto había llegado la fragmentación política en el país.

Al asumir el gobierno el radical Arturo Illia, Télam pasó a ser dirigida por el capitán de navío Antonio Revuelto, otro prestanombre de la SIDE. Ambos respondían a los “colorados”, pero en unas fuerzas armadas que crecientemente pasaban a ser dominadas por los “azules”, enemigos jurados de Illia y los radicales.

No obstante la vigencia de la libertad de expresión, es un mito que el gobierno de Illia —más allá de su conocido bajo perfil y tolerancia— careció de poder mediático. Al igual que durante los gobiernos anteriores, el Estado operaba la mitad de las radios comerciales, herencia de 1955 tras la intervención a las emisoras paraestatales peronistas, que no habían sido aún privatizadas. (La TV, salvo Canal 7, sí era totalmente privada). Y, por cierto, también se contaba con Télam. Todos estos medios, pero en especial la agencia, fueron utilizados para la defensa del gobierno contra los embates “azules”, los de algunos diarios y revistas, los de la CGT y los del peronismo (que seguía proscripto nacionalmente pero no a nivel provincial). 

En 1963 el Estado operaba la mitad de las radios comerciales del país, herencia de 1955 tras la intervención a las emisoras paraestatales peronistas.

Las fuerzas golpistas no pudieron ser detenidas ni con información veraz ni con propaganda. Con Onganía, Télam pasó a ser presidida por el teniente coronel retirado Roberto Simonovich y dirigida periodísticamente por el reaparecido Napp, los nuevos testaferros de la SIDE. Esta configuración reflejaba en parte lo que había significado el nuevo gobierno militar, que contó con un apoyo sindical peronista muy poco disimulado, al menos en sus primeros tiempos. En la agencia estas relaciones se expresaban en una alianza entre el militarismo corporativista integrista y el nacionalismo peronista de extrema derecha. El nacionalista Napp fue definido sin anestesia por el periodista liberal Roberto Aizcorbe como “un viejo admirador de Hitler”.

2. Bienvenida a la máquina burocrática

Onganía decidió cortar por lo sano y “blanquear” a la agencia –la que durante años y pese a toda evidencia negaba ser un medio de la SIDE– y la estatizó formalmente en 1968, convirtiéndola en una sociedad anónima íntegramente estatal, dependiente de la Secretaría de Difusión y Turismo (hoy Secretaría de Comunicación de Jefatura de Gabinete). Insólitamente, o no tanto, Simonovich y Napp quedaron en sus puestos. 

A partir de allí pasó a ser sin duda alguna la agencia oficial de noticias, pero se le agregó una temible función: la centralización absoluta de la publicidad oficial nacional. Desde entonces, el pautado y la creatividad de los avisos estatales quedó exclusivamente en manos de Télam, adquiriendo así un poder enorme (los servicios creativos podrán tercerizarse más tarde). Es el formato que la agencia conserva hasta el día de hoy.

Como entidad plenamente estatal Télam siguió con su carrera de propaganda, desinformaciones, omisiones y mentiras. Ahora sí, más que nunca, Télam era ‘periodismo de Estado’. Pero la gran mayoría de los medios del país se suscribió a la agencia desde ese momento, ya sea para obtener un servicio de noticias a bajo precio (sus tarifas, cuando eran cobradas, resultaban ínfimas y permitían salir del paso a pequeños medios del interior) pero más que nada para recibir los ansiados avisos oficiales. Sin Télam no había paraíso.

De esa época data también la presencia constante de la publicidad oficial “creativa” formateada como spots y con slogans en diarios, radio y TV, todo por cortesía de Télam. Como las moscas o la humedad, nos acompañan como una presencia constante e intrusiva hasta el día de hoy. ¿Sabe usted que el gobierno…? (1969), Gran Acuerdo Nacional (el partido que jugamos todos) (1972), Argentina Potencia (1973), Sigámosla (1974), No te borrés (que te necesitamos) (1976), Proteger es querer (1977), el tanquecito de la DGI (1978), Ganamos la paz (1979), Argentinos a vencer (1982), Yo soy la Patria (tu madre universal) (1982), Estamos mejor (1985), Tercer Movimiento Histórico (1985), Menem lo hizo (1999), Hay cuatro señores (que quieren sacar el pan de la mesa de los argentinos) (2008), Un país con buena gente (2010), Clarín: Una cadena nacional ilegal (2012) y Reconstrucción Argentina (¡sic!) (2020) fueron algunos de los muchos, muchísimos lemas y spots a lo largo de este medio siglo. Pero siempre fueron manipulaciones o mentiras para decirnos cómo pensar y a veces hasta para intimidarnos: muy lejos de la “publicidad de los actos de gobierno”.

Aquel uso de la publicidad oficial no deja tampoco de causar perplejidad, cuando es muy claro que la gente –hoy más que nunca– se toma los avisos oficiales menos en serio que un spot de un yogur descremado.

Aquel uso de la publicidad oficial como propaganda política, ideológica o electoral no deja tampoco de causar perplejidad, cuando es muy claro que la gente –hoy más que nunca– se toma los avisos oficiales menos en serio que un spot de un yogur descremado. Por supuesto, son más útiles para incidir en el contenido general de los propios medios beneficiados por esa pauta. Y es que el monto y la distribución de la publicidad oficial, aunque parezca inverosímil, fueron casi desconocidos a lo largo de todo el siglo XX. Recién comenzaron a informarse pública y sistemáticamente desde 2000. Pero a partir de Onganía registraron un aumento y presencia hiperbólica que nunca más bajó significativamente hasta hoy, salvo breves períodos. 

Hay un fenómeno interesante. Prima facie, existe entre 1945 y 1983 una correlación casi matemática entre cómo crecieron la publicidad oficial y el involucramiento del Estado en los medios y cómo fue creciendo el aparato represivo y de censura. La ecuación sería: a más medios y presencia comunicacional estatal, más represión y censura. Ya en democracia plena y en una situación distinta, se puede establecer otro tipo de relación proporcional desde 2003: a más medios/comunicaciones estatales (o sustancialmente cooptados), más niveles de autoritarismo de base populista.

Claramente, estos supuestos no son válidos en todo el mundo, ni tampoco durante los primeros 20 años del restablecimiento de la democracia en Argentina (la naturaleza de las estructuras estatales no siempre es comparable). Pero un estudio interdisciplinario de comunicólogos, economistas y politólogos de largo alcance podrá confirmar, al menos en buena medida, esta hipótesis para los periodos señalados.

Cambiar para seguir igual

En 1970, cuando el desconocido general Roberto Levingston asumió la presidencia, desplazando a Onganía, Télam cambió una vez más de personal. Por supuesto, para apoyar el gobierno de turno. Pero los militares no escarmentaban: pese a estatizar Télam, la SIDE ahora compró secretamente la venida a menos agencia privada Saporiti, que quedó sumida en la irrelevancia y, dentro del ambiente, hundida en un lógico desprestigio. 

Al asumir la presidencia el general Lanusse, los nacionalistas fueron barridos de la dirección de Télam, que recayó en el coronel retirado Abel Almeida, un especialista en relaciones públicas. En la parte periodística, estuvo a cargo de un profesional, Bernardo Rabinovitz, ex director de UPI en Buenos Aires, liberal y antiperonista. Sin embargo, la agencia se usó para impulsar la agenda del Gran Acuerdo Nacional lanussista y tapar algunas situaciones incómodas para el gobierno.

En 1973, con el peronismo en el poder, vuelve a la presidencia de la agencia el inefable Jorge Adolfo Napp (parece ya el malo de esta historia), secundado otra vez por el coronel Osinde y luego con el apoyo de López Rega, que abrió una corresponsalía en Brasil y colocó a uno de sus amigos: un pai umbanda carente de antecedentes periodísticos pero rápido para los negocios. 

Los cables de Télam seguían omitiendo lo que no le convenía al gobierno y minimizando a críticos y opositores.

Los cables de Télam seguían omitiendo lo que no le convenía al gobierno y minimizando a críticos y opositores, ejerciendo generosamente la manipulación, la propaganda y la desinformación. Cuando el nuevo gobierno peronista prohibió que AP y UPI suministraran noticias internas, el diario platense El Día y otros editores formaron la agencia Noticias Argentinas (NA), que aún subsiste bajo otros propietarios. Fue un ejemplo de independencia periodística que evitó al periodismo argentino caer en el monopolio de Télam o la desdibujada Saporiti de la SIDE.

Con Perón ya muerto, la Triple A y Montoneros se siguieron enfrentando, a los tiros, dentro de la agencia. Montoneros detonó bombas en oficinas y corresponsalías y en ocasiones ocupaban los teletipos para transmitir comunicados o reivindicar asesinatos, práctica a la que tampoco le rehuyó el ERP. (Desde 1975 estuvo prohibido decir o publicar las expresiones “Montoneros” o “ERP”.) Al mismo tiempo, Télam retiró la publicidad oficial a El Cronista Comercial y a La Opinión, mientras pasaba sus propios avisos por TV acusando a ambos diarios de desestabilizadores y subversivos.

Por unos meses de 1974, y en un intento de aquietar las aguas, aun en un ambiente tan tóxico como el de la presidencia de Isabelita, acuerdos internos permitieron que estuviera al frente de la agencia el periodista económico Osvaldo Bebo Granados. Amenazado por la Triple A por “marxista y judaizante”, renunció muy pronto. Las cosas volvieron a ser business as usual en Télam: tiros, intimidaciones y propaganda y hasta un primer desaparecido en pleno gobierno peronista (aunque ya no trabajaba ahí): el administrativo Alejandro Almeida, integrante del ERP-22, hijo de la futura madre de Plaza de Mayo Taty Almeida y también sobrino del coronel Almeida presidente de Télam en 1971 y 1973, durante el gobierno de Lanusse.

Malvinas: “Traigan al principito”

El golpe de 1976 puso a Télam en un nuevo nivel de ocultamiento, manipulación y propaganda: eliminación de toda crítica, denuncia de campañas “antiargentinas”, combates fraguados con muertos de un solo lado, omisión o negación del terrorismo de Estado, “listas negras” de no personas, censura de música o películas, declaraciones inventadas y propaganda contra Chile. En 1981, Télam le retiró la publicidad oficial a un medio tan poco sospechoso de “subversivo” como La Prensa por atreverse a criticar a los militares. Ya en 1979 ese diario y NA fueron los primeros medios que comenzaron a hablar tímidamente de desaparecidos, sin comprarse la versión oficial.

La frutilla del postre fue el episodio Malvinas. Télam y Canal 7 fueron los únicos medios permitidos en las islas en 1982. El enviado principal de la agencia, Carlos García Malod, nombrado por acuerdo entre los militares y los sindicatos, era un peronista “nacional y popular” que no fue menos entusiasta que los uniformados para manipular información. Los cables de Télam se usaban para “marcar la agenda” a los medios argentinos censurados, así como para crear confusión interna e internacional. “Fuentes fidedignas” de Télam revelaban que aviones argentinos habían atacado a los portaaviones Hermes o Invincible (hechos nunca comprobados y que muy probablemente no ocurrieron jamás). Contaban, también, que los británicos no podrían resistir el invierno o que se estaban quedando sin municiones, entre otras informaciones.

Contaban, también, que los británicos no podrían resistir el invierno o que se estaban quedando sin municiones, entre otras informaciones.

Fue el mismo García Malod el que inventó la frase “vengan y traigan al principito” y la puso en boca del gobernador militar de las islas, Mario Benjamín Menéndez, y por la cual este último pasó a la historia. Irritado por el invento pero sin desmentirlo jamás, Menéndez clausuró la corresponsalía de Télam por unos días. Hoy, los propagandistas de Télam y la misma agencia, en una nueva manipulación, pintan ese episodio como muestra del supuesto “recelo” que causaba a los militares la presencia de la agencia, como si se tratara de un medio dedicado a buscar valerosamente la verdad. Entre 1978 y 1983 el presidente de la agencia fue el coronel (RE) Rafael de Piano.

Después de todo lo que había pasado, la última campaña publicitaria de Télam de la etapa militar, en noviembre de 1983, decía con aire solemne: “El único camino es la urna. Depositemos en ella el futuro el todos”. Caía el telón de un ciclo de autoritarismo continuado y acumulativo de muchas décadas, del cual Télam fue fiel reflejo y ejecutora.

 

3. Télam y la democracia

La historia de Télam post-1983 es tan compleja e intrincada como la de las etapas previas. A pesar de libertad de expresión recuperada, la agencia siguió haciendo de las suyas. O, si se quiere, el lado B de cada gobierno a través de ella. Esta historia es demasiado larga para ser expuesta acá, en esta segunda parte de un artículo que quizás debió tener tres. Sólo así podría contarse lo ocurrido con Télam durante Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde y Macri, pero por sobre todo en los primeros 12 años de kirchnerismo y el presente e inclasificable (para algunos, también incalificable) gobierno de Alberto Fernández. La tarea quedará pendiente para mejor ocasión.

Durante el kirchnerismo y por primera vez desde la democracia restablecida, la libertad de expresión estuvo en riesgo. Esto ocurrió a partir de intentos de ahogamiento de medios y periodismo independiente que se llevaron adelante con varios instrumentos y metodologías, que se pueden resumir en seis puntos: 1) el funcionamiento de medios estatales, que se comportaron como cotos privados del grupo en el poder; 2) la creación a granel de medios oficialistas con pauta oficial; 3) la compra con esos mismos recursos públicos de líneas editoriales; 4) desmantelamiento de medios existentes por presunta “concentración”; 5) una bajada de línea incesante del “relato” oficial por las tres primeras clases de medios y 6) un clima de agitación y propaganda dirigidas desde el poder para crear efectos intimidatorios. Todo este paquete estaba envuelto en un contexto que, para muchos, presagiaba el ejercicio del poder en forma autoritaria de un modo continuado y aún indefinido.

Fue también desde la Télam kirchnerista desde donde salieron o se difundieron las mentiras sobre los políticos opositores Enrique Olivera y Francisco de Narváez.

En ese marco, Télam fue un elemento importante, aunque de ninguna manera el único. Sin contar numerosos contenidos cuestionables de publicidad oficial, fue también desde la Télam kirchnerista desde donde salieron o se difundieron privilegiadamente las mentiras sobre los políticos opositores Enrique Olivera y Francisco de Narváez. Y en 2015 Télam se usó para el escrache, con hora y fecha, del pasaje aéreo del periodista Damián Pachter, que el día anterior había dado la primicia de la muerte del fiscal Nisman y salía del país tras denunciar que se sentía amenazado. A todo esto hay que agregar una regla clásica, pero más exacerbada que nunca con los K: las noticias sobre el oficialismo eran siempre abundantes y positivas; aquellas sobre críticos y opositores, siempre mínimas y negativas. Una pequeña muestra del principio ‘al enemigo, ni justicia’, al menos en los cables de la agencia.

La manera en que los K veían a los medios públicos quedó perfectamente expuesta en unas surrealistas declaraciones de la entonces diputada Diana Conti en 2013. Se preguntó: ¿cómo puedo desmentir haber sido la creadora de la frase “Cristina eterna”?, que efectivamente había pronunciado, pero disparó una reprimenda y una orden de reparar el daño de parte de su jefa política. “Ya sé”, confesó después la encantadora Diana. “Hago un cable [de negación] de Télam, cumplo, que se lo muestren a Cristina y yo ya estoy”. Y así se hizo.

Ahora, además de Cristina Re-Ungida y el micrófono-revólver, Télam nos ofrece una novedosa línea editorial pro-china y pro-rusa (y anti-Ucrania), que se suma a su tradicional enfoque favorable al chavismo. Sin olvidar tampoco su política de prolijo ocultamiento y minimización de todas las violaciones de derechos humanos producidas durante la pandemia. O de las tropelías de los señores feudales provinciales, cuyos cada vez más abundantes medios “públicos” locales son firmes abonados –nunca mejor usada la expresión– a los cables de Télam: un verdadero juego de espejos enfrentados y deformados, como los de aquellos parques de diversiones. Pero que tienen muy poco de divertidos.

 

4. Télam para sus empleados

¿Qué hacer con Télam? Algunas veces se ha querido cerrar la agencia en su totalidad o al menos eliminar sus funciones publicitarias, así como varias veces se buscó reformularla y hacerla pluralista. Estos intentos han fracasado porque existe un fuerte entramado de fuerzas para mantener el statu quo: la inercia burocrática, la defensa de “puestos de trabajo” o de meros privilegios y el deseo de ahorrarse problemas políticos y con los gremios. O la creencia de que, después de todo, se la puede seguir usando para que el gobierno de turno obtenga alguna ventaja con ella.

Como entidad estatal o paraestatal, la historia parece mostrar que Télam no tiene redención ni salvación posible: ningún rol que se le pueda encontrar en esa condición, aun en el hipotético caso que fuese “saneada”, la justifica como una entidad pública.

La tarea de hacerla un ente periodístico balanceado chocará siempre con la tentación del gobierno de usarla en su favor, o estará supeditada a la buena voluntad circunstancial de quienes crean que debe abstenerse de esa línea. Pero también se enfrentará a quienes, en su interior, tengan una visión “militante” del periodismo, no importa de qué sector, pero que crean que la agencia le pertenece más a ellos que a la sociedad argentina. A esa deformación casi naturalizada de los entes estatales es a lo que nos ha conducido el faccioso sindicalismo local.

Como entidad estatal o paraestatal, la historia parece mostrar que Télam no tiene redención ni salvación posible

Asimismo, los intentos de redimensionar el plantel periodístico de Télam llevarán indefectiblemente a discusiones interminables y hasta violentas; también posiblemente a injusticias sobre quién se queda o quién se va y con qué criterios se toman las decisiones. Disparará inevitables acusaciones (justas o injustas, interesadas o no) sobre “persecución ideológica”, “ajustes en contra de los trabajadores” o uso político de la agencia. 

En cuanto a su función publicitaria, es imposible también establecer un criterio estrictamente justo para distribuir la publicidad oficial, por más que se delineen parámetros “equitativos”: nunca se podrán aplicar en forma integral ni verificar adecuadamente, salvo con complejos estudios econométricos, de audiencia y de contenido.

Una solución posible es desincorporar a Télam del Estado y suprimir sus privilegios: cedérsela a sus empleados, entre quienes se encuentran los que están más involucrados emocional y laboralmente en su actividad diaria y en la historia de la agencia. De ese modo, como entidad privada, la gestionarán como mejor les parezca y le podrán dar el carácter o la organización directiva y sindical que consideren conveniente, así como determinar su línea editorial: si la convierten en “objetiva”, pluralista o una plataforma de puntos de vista determinados. En última instancia, también podrán decidir si la venden o la cierran.

La gestionarán como mejor les parezca y le podrán dar el carácter o la organización directiva y sindical que consideren conveniente, así como determinar su línea editorial.

El Estado no tiene por qué tener una agencia de noticias, menos todavía si al mismo tiempo es su agencia de publicidad. Con una secretaría de prensa alcanza y sobra para dar a conocer a los medios y a la opinión pública las noticias de la actividad estatal y la “publicidad de los actos de gobierno” (en el sentido de informarlos sin propaganda). Si hay una función que no puede ser estatal por definición es el periodismo, el cuarto poder. Télam, contrario sensu, ha actuado durante mucho tiempo como un poder de cuarta.

Esto no se ve alterado porque en algunos países europeos haya agencias noticiosas con participación o subsidios estatales. Estas agencias no sólo poseen autonomía real y están generalmente manejadas por la prensa privada independiente de la nación correspondiente: sus abonados están en muchos casos en el exterior y las consideran confiables. No fue, no es y no será el caso de Télam. En América Latina, ni Chile ni Uruguay ni Costa Rica tienen agencias estatales de noticias. En otros lugares de la región, varias de las que ostentan ese carácter no efectúan periodismo general, sino que se limitan a suministrar información de las oficinas de gobierno. Y las que sí lo hacen se parecen mucho a Télam y terminan haciendo periodismo de Estado. 

Un esquema que funcione

Para que todo este esquema funcione, sin embargo, debe hacerse al mismo tiempo una profunda reformulación del régimen de publicidad oficial nacional, hoy monopolizado por Télam pero que también es pautada en buena parte de los 1300 municipios, las 23 provincias y la propia Ciudad de Buenos Aires y empresas del Estado. Su total agregado puede estimarse para 2021 en unos 160 millones de dólares al cambio blue: una cifra obscena en un país con tantas carencias. Un futuro artículo podría delinear igualmente una propuesta a tal efecto.

A diferencia de Télam, los casos de Radio Nacional y la (mal llamada) TV Pública representan medios públicos que con esa u otra encarnación sí son necesarios para una programación alternativa, artística, cultural o de integración geográfica, con independencia del mercado. Sus equivalentes se los encuentra en Estados Unidos, Inglaterra o Uruguay, con una función clara, pluralista y aceptada por los diferentes sectores. En la Argentina, la radio y la TV públicas requieren de otro tipo de soluciones y approach, muy distintos al de casos como Télam, por más que pueda entenderse a quienes –cansados también de su propaganda, irrelevancia y costos– digan “ciérrenlos de una vez”.

Cuando hablamos de propaganda, voluntades compradas, escraches, fundamentalismo militante o indiferente a la realidad, obediencia a las directivas de un caudillo (o caudilla), “juicios populares” callejeros, periodistas agredidos (en fotos para escupir o en persona), conductas intimidatorias y arrasadoras presentadas como “derecho a manifestarse” o “actividad gremial”, fake news, construcción de “enemigos” y  “operaciones” contra personas y entidades, podemos estar hablando igualmente de Stroessner, Franco, Somoza, Ortega o Maduro. O bien, mal que le pese, del kirchnerismo y sus medios “públicos”. 

Es por eso que la condición actual y pasada de Télam, tal como aquí ha sido descripta, es incompatible con una verdadera democracia. Su traspaso a quienes quieran manejarla sin privilegios, asumiendo riesgos y desafíos y con la posibilidad de convertirla en un medio real, y sin importar qué línea editorial adopte, será un importante paso, quizás definitivo, para acabar con el periodismo de Estado en la Argentina.

 

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Roberto H. Iglesias

Periodista e investigador sobre temas de medios y comunicación. Trabajó en EFE y UPI. Autor de 'El Medio es el Relato: propaganda, manipulación y restricciones para todos' (2014).

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