El diputado Martín Tetaz lo dijo con todas las letras: Milei está a tiro del juicio político. Podría entenderse como la amenaza de un bravucón irrelevante, pero es uno de los tantos indicios que permiten pensar que Javier Milei será el primer presidente argentino destituido por el Congreso. El jurista Roberto Gargarella, mencionado recientemente en esta revista, garantiza la legitimidad del procedimiento, dado que está previsto por la Constitución y nadie podría acusarlo de golpista por impulsar una medida semejante. También fue constitucional la renuncia de Fernando de la Rúa en 2001, presionado incluso por representantes de su propio partido. Aunque adelantados como el piquetero Belliboni lo dijeron el primer día, la idea de voltear al presidente pasó de imaginarse a susurrarse, se transformó luego en secreto a voces y hoy es un curso probable para la política nacional. Entretanto, el gobernador Axel Kicillof reparte ambulancias a sus colegas, una medida que solo puede entenderse en el marco de una campaña presidencial, mientras sus ministros anuncian las medidas populistas del futuro, como lo que podría llamarse una “universidad para burros” a la que accederían quienes no comprenden textos al salir de una escuela secundaria en la que nadie repite el año.
A días de que se trate la Ley de Bases en el recinto del Senado, Pablo Moyano acusa preventivamente a los legisladores que la voten de ser traidores a la patria y la movilización del miércoles próximo, encabezada por el kirchnerismo, la izquierda trotskista, los sindicatos y la Iglesia promete ser importante. El senador Lousteau, presidente de la UCR, ya se pronunció en disidencia, agregando así un nuevo obstáculo para su sanción y no es inimaginable que los llamados opositores dialoguistas encuentren nuevas objeciones en los próximos días y que la ley finalmente fracase. Su historia ha sido una cadena de frustraciones para un gobierno que la propuso como etapa inaugural de una gran transformación en la Argentina desde una óptica anti-estatista, anti-regulatoria y de austeridad fiscal, que iba a ser rubricada por un pacto entre los gobernadores que ya cayó en el olvido. La ley original fue retirada de Diputados para volver reducida y separada de su capítulo fiscal. Allí sufrió innumerables podas y al llegar al Senado, el Gobierno negoció nuevas modificaciones para obtener un dictamen de comisión que puede no prosperar en el recinto.
El peronismo, el radicalismo y la izquierda están a un paso de conseguir esas mayorías calificadas: una de ellas permite iniciarle el juicio político al presidente y la otra juzgarlo y destituirlo.
Así pasaron seis meses en los que el Gobierno no logró hacer aprobar ninguna ley. En cambio, la oposición va camino de hacerlo con la que modifica la fórmula de actualización de las jubilaciones, sancionada por quienes participaron en el concurso de lanzamiento de piedras contra el Congreso que tuvo lugar durante el gobierno de Macri para que una ley semejante no pasara. Pero hoy la ley va en contra de la política de reducción del déficit y es otra provocación al Gobierno, que se enfrenta con la posibilidad de vetarla, aunque la ley puede hacerse definitiva con el apoyo de dos tercios de los presentes en ambas cámaras. El peronismo, el radicalismo y la izquierda están a un paso de conseguir esas mayorías calificadas: una de ellas permite iniciarle el juicio político al presidente y la otra juzgarlo y destituirlo.
En estos seis meses, las derrotas legislativas no fueron las únicas que sufrió Milei. También perdió en la calle el día en que los opositores lograron armar una marcha multitudinaria para evitar un supuesto cierre de las universidades, una trampa en la que el Gobierno cayó por no tener en cuenta dos cosas importantes: una es que lo que queda de la clase media tiene un alto concepto de la educación gratuita y la considera de las pocas cosas que debe agradecerle al Estado. La otra que quienes están detrás de su caída tienen una importante capacidad de movilizar y una no menor de instalar la agenda de los medios de comunicación, como se vio en estos días con otro hecho menor transformado en catástrofe como fue lo del reparto de alimentos por parte de una administración que sigue en manos de funcionarios de la anterior.
El diario de Milei
El Gobierno contraatacó denunciando más actos de corrupción kirchneristas aunque, al mismo tiempo, exhibió un internismo salvaje y produjo una serie de denuncias cruzadas y de renuncias en cadena que dieron toda la impresión de ser producto de la improvisación y la impericia, especialmente en el megaministerio de Capital Humano. Por otra parte, las variables macroeconómicas que en un principio parecieron alineadas con la estrategia oficial empezaron a deteriorarse: hoy no sólo hay recesión y caída en la actividad, como cabía esperar, sino suba del riesgo país y del dólar paralelo, baja de las acciones, etcétera. Sólo la progresión descendente del índice de precios parece sostenerse junto con el apoyo en las encuestas. Pero todos saben que ambas se puede desmoronar en semanas. Al mismo tiempo, Milei intenta, por razones que resultan difíciles de comprender, instalar a un personaje tan poco defendible como el juez Ariel Lijo en la Corte Suprema, lo que abriría un futuro tenebroso para la Justicia, especialmente si esa Corte va a actuar cuando Milei ya no sea el presidente.
Entretanto, Milei sigue tuiteando, dando entrevistas, pronunciando conferencias, organizando shows y viajando al exterior a reunirse con quienes presume sus aliados y a enfrentar a los aliados de sus adversarios internos. Las acciones de esta vertiginosa rutina tienen como denominador común la reivindicación de su gobierno como una cruzada unipersonal destinada a torcer el destino de un mundo dominado por el socialismo estatista, las dictaduras liberticidas, las burocracias internacionales, el wokismo y los gobiernos cómplices de estos enemigos que para él definen la coyuntura histórica mundial.
Si uno analiza las declaraciones de Milei, todo gira en torno a esa guerra a escala planetaria, a esa batalla cultural de la que en la Argentina se libra un combate decisivo. En los primeros días de su gobierno, Milei afirmaba contar con el apoyo popular necesario para barrer lo que llamaba “la casta”, representada, ante todo, por los políticos del Congreso, esos políticos que hoy le están dando una descomunal paliza, pero también por todos quienes viven cómodamente gracias a corrupción y a las prebendas del Estado. Milei respondía a las objeciones prometiendo que las leyes que no le aprobaran ahora se sancionarían después de las elecciones de medio término, ignorando que difícilmente la composición de las cámaras pueda variar radicalmente, porque sólo se renueva la mitad de las bancas de diputados y un tercio de las de senadores. Aunque, de todos modos, si al oficialismo le fuera bien en esas elecciones, los famosos dos tercios podrían verse comprometidos, razón por la cual muchos que hoy empujan la destitución sienten que deben apurarse.
Si uno analiza las declaraciones de Milei, todo gira en torno a esa guerra a escala planetaria, a esa batalla cultural de la que en la Argentina se libra un combate decisivo.
Los acontecimientos se precipitaron esta semana y, visto desde afuera, el de Milei parece un gobierno a la deriva del que sólo emergen renuncias cada vez más frecuentes y casi siempre inexplicables, en el sentido de que nadie puede saber por qué se van los funcionarios salientes y qué ideas o políticas van a impulsar los entrantes. De hecho, el presidente no parece conducir un partido que responde a un proyecto político, sino una aglomeración de funcionarios de distintas ideologías y una masa de festejantes despistados. Pero el propio Milei, aun cuando conserva parte de su euforia y su triunfalismo, ha comenzado a utilizar otro lenguaje y habla de morir con las botas puestas. Es cierto que se trata de una metáfora y de la ratificación de su voluntad por imponer un rumbo al país que lo saque de décadas de retroceso en materia de salarios, trabajo, seguridad, educación y salud mediante una política ultraliberal de shock y de innovación tecnológica que habrá de generar inversiones, trabajo, prosperidad y transparencia. Pero no parece tener los medios para lograrlo. Ni siquiera para que su plan de gobierno arranque más allá de la decisión de no gastar y de las martingalas de sus economistas.
Lo que sí tiene Milei es enemigos muy peligrosos dispuestos a que nada de lo que propone llegue a ocurrir nunca. En ese panorama, la destitución deja de ser un último recurso de sus enemigos para transformarse en el primero frente a un político que no quiere dar su brazo a torcer. Los dirigentes del golpismo intentan demostrarle a la población que se preocupan por los jubilados, los hambrientos y los niños. Pero sus acciones, caracterizadas por una descomunal hipocresía, no están dirigidas a aliviar las penurias de los desposeídos sino a aumentar la del país en conjunto.
En medio de esa tensión creciente, rodeado de unos pocos incondicionales y de muchos adláteres de los que desconfía, el futuro político de Milei es una carrera de resistencia frente a contrariedades que se multiplican. Parece más de lo que un solo hombre puede soportar. Por eso, si yo fuera analista político empezaría a mirar en dirección a la vicepresidente Victoria Villarruel. Por fortuna, sólo soy un ciudadano que sufre y teme las consecuencias de lo que estamos viviendo. Es cierto que se trata de un momento novedoso. También es cierto que Milei no es un presidente como los otros y resulta muy difícil de analizar en otros términos que los emocionales. Pero para un pesimista nato como yo es muy difícil pensar en un futuro que no sea una vuelta al pasado.
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