ELÍAS WENGIEL
Domingo

Somos actores,
queremos opinar

¿Cuánto valen los pronunciamientos políticos de los artistas?

Uno de los momentos más importantes en los medios del último lustro fue el speech de apertura de los Globos de Oro de 2020, el último de Ricky Gervais. Al principio, le pidió a la audiencia, compuesta por actores estelares, directores y productores, que no se ofendieran, “son sólo chistes, OK, ríanse”. Sabía con qué bueyes araba. El discurso tocó temas eléctricos: desde el sospechoso suicidio del pedófilo Jeffrey Epstein —amigo de muchos de los presentes, y Gervais se los recordó—, pasando por el racismo de la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood y la corrección política (“querían hacer un In Memoriam y, como no era lo suficientemente inclusivo, lo sacamos, dije no, no en mi turno de guardia”) y un golpe lateral a la Iglesia Católica (“fue un gran año para las películas de pedofilia… Los dos papas…”).

Pero, sin dudas, el cierre del discurso fue lo más importante y demostró que el humor sirve para decir verdades. Lo reproduzco entero: “Si ganás un premio esta noche, no uses el escenario para dar un discurso político. No estás en posición de darle lecciones sobre nada al público. No sabés nada del mundo real. La mayoría de ustedes pasaron menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg. Así que si ganás, vení, aceptá tu estatuita, agradecé a tu agente o a tu dios y rajá de acá”.

El “rajá de acá” es mi traducción de fuck off, pero todo el asunto podría subsumirse en un “rajá, turrito, rajá, o te creés que porque sos famoso el público es otario”. Y sí, el discurso, que puede verse subtitulado en YouTube y no perdió efectividad, es un cross a la mandíbula de lo que hoy llamamos “campo cultural”, y no sólo en la Argentina. Hollywood es el “campo cultural”. Es cierto, Gervais también un poco se pega a la corrección cultural con un par de chistes contra las películas de superhéroes. Pero al menos les pega a todos y parejo. El humor debe ser ecuánime, si no es insulto, aunque se diga con una sonrisa. Algo que muchos humoristas olvidaron, partidizados como están.

En Argentina ha sucedido algo que —por lo menos a mí— me preocupa: el desprecio por la cultura.

Pero este texto no es sobre Ricky Gervais, Hollywood o los Globos de Oro. En Argentina ha sucedido algo que —por lo menos a mí— me preocupa: el desprecio por la cultura. Lo que hay detrás de ese desprecio es doble. Por un lado, como dijimos en otra nota, está la idea de “¿por qué con mi plata hacen películas/muestras/obras de teatro/etcétera que no ve nadie?” o “¿se puede subsidiar el arte cuando un tercio de los pibes se va a dormir con hambre?”. Ambas preguntas son válidas y falaces al mismo tiempo. Válidas porque no puede aceptarse cualquier gasto del Estado y porque, sí, hay chicos (“los pibes” y “los laburantes” son términos que usan de manera demagógica quienes dicen comúnmente “chicos” y “trabajadores”, porque oh, qué cerca del pueblo estoy), con hambre y hay pocos recursos. Pensar en prioridades no es algo menor.

Ocurre que esas preguntas son también falaces. Primero, porque en circunstancias críticas quitar de manera absoluta el apoyo al arte es suicida para la educación ciudadana (insistí en otra nota con la imprescindible articulación cultura-educación). Segundo, porque dado el gasto que implica, es poco probable que un recorte en el apoyo a las artes llene panzas de chicos. Basta con pedir que las entidades que se dedican a ello no roben, sean transparentes, usen un presupuesto acotado para lo que deben hacer. Imagino que reduciendo fotocopias cuyo precio es propio de hacerlas en giclée, sacando a los auténticos ñoquis y no enviando contingentes de cientos a un festival en la Costa Azul alcanzaría para mejorar las cuentas y que ciertos recursos vayan a lo más urgente. No sé, creo, me parece.

A comerla (la opinión)

Algo así dijo Guillermo Francella y provocó una de esas actitudes de las que se burlaba Gervais en su speech. Francella dio una entrevista al diario español Público. La razón era el estreno de la película La extorsión en España, pero, como pasa siempre, la entrevista deriva a otros lugares. El fragmento notable es el que sigue:

Periodista: ¿Y qué pasa hoy con el cine y la cultura en Argentina, con el nuevo gobierno? ¿Se van a retirar los fondos públicos? ¿Cuál es la situación?

Francella: El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) de ningún modo hay que cerrarlo, pero eso no justifica que se le descargue de cosas que sucedieron… y sabemos muchas cosas que suceden en el INCAA. Estoy totalmente de acuerdo en que no se puede acabar con el Fondo Nacional de las Artes (FNA), pero también hay que saber que hay muchas cosas que no caminan, que hay muchas cosas que han pasado. Directores muy talentosos han hablado públicamente de ello. Hay que tratar por todos los medios de mantenerlo, pero hay que purificar, optimizar su gestión. Creo que hay que tratar los temas y es vital que también ustedes estén informados de lo que pasa en Argentina. Qué sé yo, de ver acá con 45 días de gestión cómo le hicieron paros generales al presidente de la Nación, y en cuatro años de hambruna nunca hubo un solo paro general.

Guillermo Francella es actor de cine. Conoce el paño y la industria como uno de quienes trabajan en ella. Lo que dijo no es irrazonable en lo más mínimo y es el punto de coherencia básico: cerrar el INCAA es una estupidez, lo necesario es que funcione bien. Dice cosas de sentido común, y finalmente cierra con un pensamiento de ciudadano común: en mes y medio a Milei le encajan un paro general, mientras que en los cuatro años anteriores, con indicadores económicos y sociales en perpetuo deterioro, la CGT ni mu. Quizás no debería haber dicho eso, pero tampoco se le puede prohibir. Es un hecho, y responde a una pregunta que —primer punto crucial— el periodista no debería haberle hecho a un actor, o por lo menos de esa manera. A quien hay que preguntarle si se quitarán fondos a los apoyos económicos a las artes es a un funcionario. En otra entrevista en Radio Mitre, días más tarde y consultado sobre el Gobierno, dijo que las medidas de Milei “eran necesarias y se sabía que iba a haber cirugía mayor”. Otra opinión de un votante. La autoridad de Francella en ese tema es la misma que la mía, la de mi vieja o la de Érica Rivas.

De hecho, a Érica Rivas la consultaron también en Radio Mitre sobre los dichos de Francella, que no había dicho ninguna barbaridad. Rivas dijo: “No me sorprende porque yo conozco cómo piensa… Y piensa de ese lado, solamente puedo decir esto. Es consecuente con las cosas que elige hacer y la comunicación que decide tener con las personas que lo ven y lo disfrutan como actor”. Después siguen una serie de cuestionamientos (es muy feo lo de “ese lado”, pero no voy a entrar en ese juego) y algo que es —perdón por arrancar tan tarde— el meollo de esta nota: “Acá me parece que es importante, es interesante pensar cuál es nuestro trabajo. Éste es nuestro trabajo. Para mí, como artista, es reflejar ideas […] . Y bueno, él tiene estas, que son las ideas de él, las que fueron siempre”.

Acá aparece uno de los problemas que es un verdadero leitmotiv en el arte y el espectáculo contemporáneos: la idea del artista como profeta, docente o político en el sentido amplio del término.

Stop. Acá aparece uno de los problemas que es un verdadero leitmotiv en el arte y el espectáculo contemporáneos: la idea del artista como profeta, docente o, llegado el caso, político en el sentido amplio del término. Hay algo en ese “reflejar ideas” que está mal, que pone a los artistas en el pedestal, los hace especiales, superiores. Es decir, aquella postura que satirizaba Ricky Gervais. El problema es que un artista —o un deportista, o un abogado, médico, zapatero, vendedor de chipá, etcétera— puede ser una autoridad en lo suyo, pero sus opiniones respecto del resto del mundo son tan relevantes o irrelevantes como las de cualquier hijo de vecino. Por supuesto que puede tener una opinión política, como cualquier ciudadano (en la Argentina de voto obligatorio, la posibilidad es mayor), pero no necesariamente es un especialista en política. Es falaz pensar que una persona relevante en una actividad cualquiera tiene autoridad sobre cualquier materia. Los ejemplos al respecto son contados con los dedos de una mano. Lo que dice Rivas —a quien considero una muy buena actriz, en más de una ocasión brillante— es que propone una superioridad al menos intelectual y amplia para quien ejerce una profesión que no es ni más ni menos que las demás.

Este es un problema serio y no es exclusivamente argentino. Basta ver las declaraciones desinformadas, pedantescas, superficiales de muchas estrellas de Hollywood después del sangriento ataque de Hamas el 7 de octubre para comprenderlo. O el reguero de pólvora que fue la cultura de la cancelación (hoy un poco adormilada). Es probable que el problema, en realidad, no sean estas personas (que pueden pensar lo que quieran), sino el amplificador que se coloca delante de ellos. Ese amplificador es el periodismo.

Novedad: el rol de los medios

Requeriría demasiadas páginas aburridas para explicar cómo llegamos a este punto. Es probable que la aparición de los canales de noticias de 24 horas sea una de las causas: llenar con novedades insuficientes una franja de tiempo imposible obliga a “crear” la noticia: las declaraciones de X son contestadas por Y y comentadas por Z. Ese Z puede, y suele, ser otro periodista que sigue adelante con la cadena como en el teléfono descompuesto. Lo que ha llevado a que la opinión sea mucho más frecuente que la información. Seamos sinceros: no pasan tantas cosas en el país y en el mundo lo suficientemente relevantes como para convertirse en noticias. Las declaraciones de Guillermo Francella (mínimas) son una nota al pie en el estado del mundo, y las declaraciones de Érica Rivas sobre las declaraciones de Guillermo Francella, una nota al pie de la nota al pie. Pero estos tiempos son raros y la coyuntura política, agitada.

Estas declaraciones (las de Rivas fueron las más respetuosas, dentro de todo; hubo zafiedades y bravatas varias, pero mejor olvidémoslas) se dan en el momento en el que, entre otros entes relacionados con la cultura, el espectáculo y el arte, el INCAA está en crisis. Como ya hablamos del asunto, dejemos la cuestión así. Lo que es sintomático es que, hoy, hay una especie de corriente de rechazo a la defensa de ese organismo. Me sumo a lo que dice Francella: hay que mejorarlo y sanearlo, no cerrarlo, y creo que debe haber subsidios y ayudas a la industria audiovisual. Pero, así como es difícil criticarlo porque salta el espíritu de cuerpo biempensante, también hoy —y ésta es la enorme noticia— es difícil defenderlo. Una de las causas es, justamente, la voz que tuvieron los artistas durante muchos años, una voz de pretendida autoridad moral y docente amplificada por el Estado. Ante la crisis del bolsillo propio, todas esas posiciones de dedito levantado no sólo quedaron desautorizadas (especialmente después de la criminal cuarentena), sino que en muchos casos los llevó a cierto descrédito. Es muy difícil que lo hagan, pero deberían preguntarse por qué el público general no acompaña lo que, con otros modos y palabras, sería discutir una causa justa. Todos recordamos aquello que cantaba Enrique Pinti de “pasan los gobiernos, quedan los artistas”. Ahora pasó un gobierno y parece haberse llevado con él a demasiados artistas.

Así como repetir sin parar una palabra hace que pierda sentido, haber militado incansablemente a un partido político también esterilizó lo demás.

Uno podría decir que se pasaron de rosca, que se le dio demasiada importancia a sus opiniones políticas o sociales o económicas y no se ha preguntado lo suficiente por las estéticas o artísticas o incluso metafísicas del oficio del artista. Pero, en esta trama compleja, los medios no son menos culpables. Así como repetir sin parar una palabra hace que pierda sentido, haber militado incansablemente a un partido político también esterilizó lo demás. Cuando una causa noble se partidiza y se obliga, para adherir a ella, a comprar el paquete completo del partido, deja de ser universal y se vuelve propiedad de un sector. Es algo que sabemos; y si bien hoy se sigue señalando con el dedo al disidente o al que saca los pies del plato (Rivas planteando que Francella “piensa de ese lado”), ha perdido efectividad. Hay cosas más urgentes.

Hace pocos días, Mariano Cohn y Gastón Duprat presentaron su miniserie Bellas Artes en España. Hubo una nota en Infobae al respecto que hacía un cherry picking de declaraciones de ellos sobre el INCAA. En una de ellas, Duprat dijo lo siguiente: “El cine en Argentina depende de un instituto de cine estatal que está en ruinas y en un estado desastroso desde hace años. El declive no tiene que ver con el gobierno actual, aunque el gobierno actual será responsable a partir de ahora”.

Aclara que el desastre viene de antes y que el Instituto y la producción están paralizados, y Cohn además dice que estaría bien abrir la discusión para que se pueda volver a hacer cine. Pero esta versión, que es la que se puede leer en Infobae España hoy, no es la primera. En la versión original, la periodista (Beatriz Martínez) opinaba que Cohn y Duprat eran “poco solidarios”, y las declaraciones que figuran estaban recortadas. Y aquí volvemos al problema, pero del lado del amplificador: para gran parte del periodismo contemporáneo, la noticia es su propia opinión sobre lo que sucede a su alrededor. Es paradójico, pero son los mismos que se escandalizan con la “posverdad” los que adhieren a ella y la construyen. Una opinión, dijimos, no es información.

Opinólogos

Perdonen que me ponga como ejemplo (laboral): ejerzo la crítica cinematográfica y el periodismo, también hago notas de opinión más bien de cruce (esta que están leyendo, por ejemplo). Pero cuando opino, sé que es un juego, una conversación con el lector sobre algo que no es ciencia cierta, ni chequeable (a mí una película me parece buena y trato de explicarlo; después el lector la ve y le parece un bodrio: no hay certeza alguna). Eso es “opinión”. Cuando hago una nota periodística, chequeo información y publico lo que, tras ese trabajo, creo que es verdad, me guste o no. Puede no gustarme que tal funcionario haya pedido una coima, pero si la pidió, publicaré tal dato. En última instancia, ¿cómo podemos cambiar algo de lo que está mal si no sabemos lo mal que está? La tarea del periodismo es hacer público aquello que es relevante para nuestra vida, no juzgarlo.

Es hora, creo yo, de que separemos los hilos de esta madeja. Los actores pueden opinar de política si quieren, pero, salvo que sea algo muy relacionado con lo que realmente conocen o se trate de alguien de formación excepcional (y comprobable), su opinión tiene una autoridad débil que, en general, sólo sirve para llenar minutos. Los periodistas pueden hacer notas de opinión, pero serán eso: opiniones. La información realmente relevante para nuestra vida en sociedad es mucho menos de la que se difunde, y muchos datos relevantes y necesarios se callan. Y ser periodista o actor no provee de un estatuto moral superior al de un kiosquero, un patrón de barco, un conductor de subte o un cirujano cardiovascular. Y ahora que lo pienso, qué bueno sería que APTRA contrate a Ricky Gervais para los próximos Martín Fierro.

 

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Leonardo D'Esposito

Crítico de cine, periodista, docente. Edita en BAE Negocios, escribe en Noticias y Brando y publicó cuatro libros, entre ellos "50 películas para ser feliz".

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