BERNARDO ERLICH
BERNARDO ERLICH
Domingo

Flojos de papers

Apogeo y caída del grupo de expertos que acompañó al gobierno durante la cuarentena.

El 1º de marzo de 2020, cuando la palabra pandemia no participaba de la conversación cotidiana y el coronavirus era una vaga amenaza que seguramente terminaría por disolverse en el mar de las noticias, el nuevo presidente abría las sesiones parlamentarias y en su discurso decía: “Somos un gobierno de científicos, no de CEOs”. La referencia a la ciencia tenía que ver con los conflictos que el gobierno de Cambiemos había tenido con los miembros del Conicet y con la adhesión de algunas facultades, como la de Ciencias Exactas y Naturales, a la candidatura de Alberto Fernández. La irrupción del coronavirus en Argentina le permitió al gobierno reforzar la retórica cientificista. El resultado final no dejaría bien parado ni al gobierno ni a la comunidad de expertos que, al menos en un principio, respaldó las decisiones oficiales.

El fracaso de la gestión de la pandemia se puede demostrar numéricamente: un parate económico inédito a lo largo de casi un año que hizo descender el PBI con una caída semejante a la del 2001 sin que por eso Argentina se destaque por la reducción en la cantidad de contagiados y fallecidos por el Covid, más bien por el contrario. En la falsa dicotomía entre salud y economía, que Alberto Fernández negó y afirmó a menudo en la misma oración, el país falló rotundamente en las dos áreas.

Más allá de los irrefutables números, la derrota en el tratamiento de la diseminación del coronavirus se puede apreciar también en el plano de lo simbólico: en la curva de apogeo y caída de la imagen del grupo de expertos que acompañaron al gobierno. De las presentaciones del presidente con filminas (habitualmente con errores) acompañado por miembros destacados de la comunidad científica, al desbande final, cada uno por su lado, acentuando la sensación de descontrol generalizado. El caso más evidente es el del doctor Pedro Cahn, quien apareció varias veces cerca del presidente y fue tratado como una estrella de rock por sectores jóvenes progresistas que lo pusieron en tapas de revistas y hasta en remeras que imaginaban un movimiento con su nombre: #LaPedroCahn. Las apariciones públicas del infectólogo, conocido por su trabajo desde su fundación en la lucha contra el HIV, se hicieron cada vez más esporádicas.

El caso más evidente es el del doctor Pedro Cahn, quien apareció varias veces cerca del presidente y fue tratado como una estrella de rock por sectores jóvenes progresistas

El comité asesor nunca fue conformado oficialmente, sus reuniones y conclusiones no fueron informadas públicamente y carecía de un funcionamiento orgánico y sistemático, más allá de un activo grupo de WhatsApp en el que compartían entre ellos información y publicaciones científicas. Su única expresión pública –además de la presencia mediática de algunos de sus miembros– fue a mediados de septiembre, cuando el presidente ya los había dejado de convocar a los anuncios de extensión de la cuarentena y la suma de contagios crecía hasta pasar el millón.

En aquel momento se conocía un documento firmado por dieciséis expertos que aceptaba lo que era evidente: la acción del virus no se circunscribía al AMBA (acrónimo que desde hace unos meses ha dejado de usarse) sino que se extendía al resto de las provincias. Recomendaba para el resto del territorio la misma estrategia que había fracasado en Ciudad de Buenos Aires y Gran Buenos Aires: encierro y distanciamiento.

El documento decía tibiamente y entre líneas lo que Pedro Cahn declaraba en esos días al diario La Nación con más franqueza: “No formamos parte del Gobierno, no gobernamos, no decidimos, solo damos opiniones, sugerencias que a veces son tomadas y otras veces no. Trabajamos ad honorem; para renunciar, como piden algunos, primero nos tienen que contratar. Ponemos a disposición artículos, novedades científicas y cuando nos reunimos con las autoridades sanitarias intercambiamos opiniones. Es el Gobierno el que toma las decisiones, no nosotros”. Ese tardío distanciamiento era reflejo de la situación que se vivía en mitad de septiembre: no solo no se avizoraba una salida, sino que los números mostraban un panorama sombrío y el virus no parecía más que propagarse como un incendio en la pradera.

Encierro y más encierro

Sin embargo, el pecado original estuvo justamente en el comienzo. Los asesores quedaron atrapados en la lógica que impulsaba a la opinión pública en los primeros días de marzo, cuando el pánico ganó las mentes de políticos y periodistas: había que evitar muertes por Covid y la única forma de hacerlo era evitando los contagios. Según se entendía de las palabras del presidente, los costos no importaban. “De una caída del PBI se vuelve, de la muerte no.” El concepto era erróneo. Argentina no se destaca por las recuperaciones de sus crisis económicas y, por otra parte, una caída brutal en la riqueza del país trae aparejado un descenso en la calidad de vida de gente que está muy al borde de la subsistencia. ¿Quién se atreve a decir que esto no implica costos sanitarios?

Así las cosas, tomando contagios y muertes de una única dolencia como medida excluyente del éxito de la gestión, nadie tenía el menor incentivo para equilibrar el panorama y evaluar las consecuencias a largo plazo del encierro. ¿Era una tarea del poder político poner todas las variables sobre la mesa y evaluar un curso de acción equilibrado o era el equipo de expertos el que tenía la responsabilidad de alertar sobre los efectos médicos y sociales del encierro? Lo cierto es que el comité decidió aferrarse a la consigna inicial y aconsejar sobre la mejor forma de evitar contagios de Covid: encierro y más encierro, sin alternativas. Al subordinarse al poder político, los “expertos” rompieron su propia tradición, la científica, que discute consecuencias con datos y argumentos. Aceptaron la unidad de medida y se entregaron a ella: como la clase política, al recomendar confinamiento no estaban protegiendo a la sociedad sino a ellos mismos.

Al subordinarse al poder político, los “expertos” rompieron su propia tradición, la científica, que discute consecuencias con datos y argumentos.

En sus presentaciones, el presidente citó una y otra vez una frase que atribuía a Pedro Cahn: “El virus no nos busca a nosotros, nosotros vamos a buscar al virus”. De esa manera alentaba el #QuedateEnCasa. Pero la idea era equivocada: el virus se contagia de persona a persona en ambientes cerrados luego de un contacto estrecho y prolongado. La idea de evitar las interacciones naturales del ser humano para “no salir a buscar el virus” era impracticable y absurda. Es difícil tomar una afirmación de Alberto Fernandez a pie juntillas con lo cual no sabemos si la frase del infectólogo era literal pero lo cierto es que Cahn nunca lo corrigió y sus intervenciones públicas iban en la misma dirección. El contagiado había “salido a buscar al virus”, así que el contagio era responsabilidad suya y de nadie más. La lógica del encierro era circular: si no evitaba el crecimiento de los casos era porque la gente no se había confinado lo suficiente. No hay manera de perder con ese razonamiento, lo que implica que no pertenece a la tradición de la ciencia, hecha de conjeturas y refutaciones.

Si el comité hubiera presentado informes públicos regulares, podríamos hacer una evaluación de sus consejos. Con el funcionamiento irregular y reservado, solo nos quedan esas afirmaciones vacías y trascendidos de WhatsApp, combinados con apariciones mediáticas.

En diversas circunstancias, los expertos se mostraron, primero confiados en que el virus no desbordaría los límites del área metropolitana, y luego sorprendidos de que alcanzara a todas las provincias, que se habían defendido con decretos y montículos en las rutas.

Individualmente, en sus declaraciones en los medios cada uno de los “expertos” era distinto a los otros. Eduardo López, amable y cascarrabias al mismo tiempo, se permitía criticar al gobierno en cuanto a la cantidad de tests realizados y se rehusaba a ser parte de algunas operaciones claramente políticas, como la estigmatización de los corredores de CABA. Le costó mucho aceptar la evidencia respecto de la posibilidad de abrir las escuelas. Angela Gentile, infectóloga y pediatra, fue sensible respecto de los niños, pero en la práctica, las políticas del gobierno fueron excepcionalmente duras para con la infancia. Luis Cámera, también afable y bonachón, se mostró más cercano al gobierno y participó de la irresponsable campaña antiporteña. Declaró en una radio de Rosario en junio: “Esta histeria porteña nos está volviendo locos a todos. Ustedes son rosarinos. Yo soy correntino y sabemos que los porteños son insoportables. Se pusieron histéricos, parece que si no salían de sus casas se morían, y es al revés. Hay una especie de sensibilidad comunitaria que no logran ver”.

no hay forma de evaluarlos

Con el fin de año, la situación viró de las complejidades de la pandemia, con sus números y sus decisiones políticas, y se fue a un terreno eminentemente médico: las vacunas. Era un momento ideal para un “comité de expertos”. La discusión sobre la Sputnik V, las restricciones que implicaba la falta de testeo, el límite de edad y la posibilidad de dar una dosis a más cantidad de gente para ampliar la cobertura. Era simplemente información: algo para lo cual los expertos podían ser consultados. Sin embargo, brillaron por su ausencia y, consultados por los medios, confesaron que se habían enterado de las limitaciones de la vacuna rusa gracias a las expresiones públicas de Vladimir Putin.

Como comité no hay forma de evaluarlos: no se sabe exactamente qué recomendaron y en qué medida el gobierno tomó sus consejos. Individualmente, en público, se mostraron heterogéneos, a veces con sentido común y otras desactualizados y arrastrados por conflictos políticos que deberían haberles sido indiferentes.

No se trata de tomarle examen a cada uno de los miembros del comité. Como bien dijo Cahn en su etapa de distanciamiento social con el gobierno, trabajaron a destajo en un marco de incertidumbre y una enorme responsabilidad social sin más paga que el reconocimiento. Cuando los resultados fueron malos y el reconocimiento comenzó a escasear, se vio que no había sido una buena idea prestar una fachada científica a decisiones que eran básicamente políticas. Y equivocadas.

Las decisiones sanitarias más importantes y desafortunadas de la historia argentina fueron tomadas por el poder político pero con la coartada de la aquiescencia de los “expertos” y el aparato propagandístico que le prestó graciosamente el periodismo. El próximo domingo analizaremos el rol que los periodistas jugaron en la formación de un discurso único. Y la siguiente semana cerraremos este ciclo de notas con la evaluación de la cuarentena como método de intervención contra la pandemia.

 

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Gustavo Noriega

Licenciado en Ciencias Biológicas de la UBA. Participa de programas de televisión y radio de interés general y escribe regularmente en el diario La Nación.

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