Domingo

Nos tenemos que calmar

En 'Por qué estamos polarizados', Ezra Klein dice que nuestras identidades políticas han absorbido a todas las demás. Ya no se trata de averiguar qué es lo justo, sino de defender a nuestra tribu.

Di bastantes vueltas tratando de encontrar alguna razón plausible para explicar por qué tendríamos que leer Por qué estamos polarizados de Ezra Klein; algo que no sonara increíblemente fuera de contexto hoy, que otra vez parece que nos vamos a tirar de cabeza al abismo. ¿Qué importancia puede tener un libro publicado en las postrimerías de la era Trump y que discute política interna norteamericana cuando el dólar vuela, la inflación no tiene techo y el sistema político está al borde del colapso?

Tardé en darme cuenta de que la respuesta quizá estaba ahí a la vista, al principio del libro. Klein (columnista del New York Times, influyente bloguero y podcastero y fundador del medio digital Vox) se pregunta cómo un tipo como Trump, profundamente ignorante, racista, sexista, vulgar y manifiestamente desprovisto de las aptitudes mínimas para el cargo pudo no ya ganar las elecciones, sino siquiera sortear con éxito la maquinaria de selección política del Partido Republicano. Creo que la pregunta puede resonar un poco más con nuestra situación actual (y con la situación de muchos otros países) si la ampliamos un poco: ¿cómo puede ser que tomemos decisiones tan evidentemente irracionales, poco informadas, cortas de miras, cuyo pésimo resultado se podría anticipar con sólo pensarlo dos segundos?

Es ahí donde la respuesta de Klein se vuelve interesante. El sistema político norteamericano es un conjunto de actores perfectamente racionales (o aproximadamente racionales) que actúan de acuerdo a incentivos que, a pesar de esto (o quizá debido a esto), dan lugar a un resultado disfuncional. Es un error personalizar las narrativas de fracaso, porque nos impide ver el trasfondo sistémico en el que cobran sentido las acciones individuales. Parafraseando a Clinton: “Es el sistema, estúpido”. O mejor: “Es el sistema estúpido”.

En 1950 la Asociación Americana de Ciencia Política lamentaba la baja polarización del sistema político norteamericano: los partidos se parecían demasiado.

Ubicados entonces en el nivel del sistema político, lo que dice Klein es que la lógica operante más influyente (la “narrativa maestra”) es justamente la de la polarización: el público se está polarizando y, en respuesta, las instituciones y los actores políticos están haciendo lo mismo. A medida que éstas se polarizan, el público se polariza aún más, y así. Éste es un proceso de retroalimentación típico, en el que cada actor actúa como supuestamente se espera de él, pero el resultado es perjudicial para todos. La cuestión es explicar por qué.

De acuerdo a la reconstrucción de Klein, hace unos 50 años más o menos la situación era bastante distinta. De hecho, menciona que en 1950 la Asociación Americana de Ciencia Política lamentaba la baja polarización del sistema político norteamericano: los partidos se parecían demasiado y entonces no terminaban de cumplir con su función, que es la de ofrecer alternativas claras sobre política pública.

La cuestión cambió con la legislación racial y el Acta de Derechos Civiles. Al momento de discutir estas cuestiones, los Dixiecrats (los legisladores sureños que formalmente respondían al Partido Demócrata pero eran la garantía de la segregación racial en el Sur norteamericano) se parten, y los conservadores van a parar con los Republicanos y los de orientación más liberal, con los Demócratas. Esa nueva clasificación ideológica de partidos reconfiguró totalmente el sistema político norteamericano y dio lugar, con el tiempo, a otras identificaciones que se soldaron a las partidarias: por religión, raza, ubicación geográfica, etc.

Este es precisamente el punto que trata de mostrar Klein. Una vez que los partidos comienzan a agruparse en torno a estas identidades (los protestantes blancos de las áreas rurales quedan mayoritariamente del lado republicano; los negros e inmigrantes y quienes habitan las grandes ciudades del lado demócrata, etc.) algo fundamental cambia en el paisaje político: las identidades políticas han absorbido a todas las demás y, en la medida en que se encuentran todas alineadas, se refuerzan mutuamente. Los rasgos identitarios son como polos de atracción de lo parecido y de repulsión de lo extraño. En este sentido, dice Klein, “lo que estuvo pasando en la vida americana es que estuvimos tomando los imanes y apilándolos unos encima de otros, de modo que su fuerza de atracción-repulsión se ha multiplicado, particularmente para la gente que está involucrada en política”.

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Esto es lo que ha cambiado, y es un problema porque los humanos estamos psicológicamente predispuestos a hacer casi lo que sea para proteger nuestra identidad ante las amenazas. Al estar fusionadas de esta manera, cualquier activación de una identidad dispara las demás, y esto hace que los conflictos sean mucho más intratables. Klein aprovecha con solvencia la amplia literatura sobre psicología política para mostrar que una vez que las cuestiones públicas pasan a entenderse como amenazas a nuestra identidad, las razones y la evidencia pasan a un segundo plano. Ya no se trata de averiguar qué es lo verdadero o lo justo, ahora se trata de defender la propia tribu. Si a esto le sumamos lo que dije antes (que hemos construido mega identidades alrededor de nuestras afinidades políticas) llegamos al escenario que vivimos hoy: luchamos constantemente y sin cuartel en torno a cosas que a priori parecería que no ameritan tanto fervor (como pueden ser algunas cuestiones presupuestarias, la legislación vial o el uso de lenguaje inclusivo en las escuelas). Cuando la política pasa a ser completamente acerca de identidades, el criterio deja de ser “qué podemos obtener de esto” a “qué dice esta opción sobre mí”. La política, afirma Klein, hace estúpidas a las personas inteligentes.

Elijamos nuestras batallas

Esta es la idea general. Hay, además, cuestiones que son bastante locales. Por ejemplo, hay un capítulo entero dedicado a modificaciones en el sistema de votación y cómo distintos cambios podrían introducir alteraciones en los incentivos. Otros hablan sobre la partidización de la Corte Suprema y qué se podría hacer (por suerte acá no pasa, ejem). Sin embargo, no es difícil encontrar lecciones que podríamos aprovechar. En cualquier caso, quizá lo más atractivo sea la idea de que para entender nuestros problemas lo mejor que podemos hacer es proceder a una especie de retroceso reflexivo para contemplar el sistema en su conjunto y el modo en que somos afectados por él. Es algo que los economistas y los psicólogos saben desde siempre: para entender un comportamiento hay que prestar atención a los incentivos a los que responde. Pero no aparece mucho en el análisis político sobre las causas de nuestro nivel de conflicto político o sobre por qué parecemos atrapados en un ciclo perpetuo de malas decisiones. No es que no existan ejemplos, obviamente. Un país al margen de la ley, de Carlos Nino, podría ser uno de ellos. Sólo digo que pareciera que tenemos mayor predilección por el análisis personalista que por la narrativa estructuralista.

El capítulo de cierre es, previsiblemente, el de las propuestas. Y es quizá el más flojo. La idea general es que no hay manera de salir de la polarización en el corto plazo (cerrar la grieta, digamos). La polarización llegó para quedarse y lo que tenemos que hacer es rediseñar las instituciones para que trabajen con polarización y no esperando un retorno a un pasado idílico de concordia (con lo cual Klein parece al borde de descubrir la filosofía política y el problema del conflicto intratable que da origen, por ejemplo, al liberalismo, pero bueno).

La primera propuesta es una invitación a desnacionalizar un poco la discusión política. Tendemos a enfocarnos demasiado en los macroprocesos, en la Gran Política, y eso no ayuda a desactivar nuestros núcleos identitarios de indignación. Hay varias ventajas de recobrar el contexto local de la política. En primer lugar, tendemos a vivir con gente que se parece en muchas cosas a nosotros, con lo que quizá en el plano local la cosa puede estar menos polarizada (o polarizada pero en menos dimensiones). Por otro lado, los problemas suelen ser más concretos, con lo cual la discusión podría ser más constructiva y menos hostil. Tercero, hay más chances de hacer una diferencia, y hacer la diferencia empodera. Por último, trabajar en el plano local ayuda a conectarse con los oficiales que después pasan al plano nacional, y éstos siguen en contacto con las personas que conocieron en el camino. Supongo que esto tiene que ver con la posibilidad de controlarlos (¡o eso espero!).

No vamos a desactivar la polarización si antes no nos hacemos responsables de nuestras propias identidades políticas y el modo en el que estas han sido construidas.

La segunda propuesta es un poco cándida, y el propio Klein se ataja al discutirla. La idea es que tenemos que tratar, todos, de volvernos mas conscientes del modo en que los incentivos trabajan para agitar nuestras identidades, cómo los medios buscan enojarnos, cómo las redes presionan nuestros puntos sensibles, etc. Esto es lo que dicen los que hacen meditación (Klein se burla del cliché: “un vegano de California termina con un llamado a hacer mindfulness”), pero tiene bastante sentido. No vamos a desactivar la polarización si antes no nos hacemos responsables de nuestras propias identidades políticas y el modo en el que estas han sido construidas. En ocasiones está bien polarizar. Como dijo Noriega en una columna, a veces de un lado está la gente decente y del otro los hijos de puta. Pero a veces no, a veces el sistema simplemente nos está contando las costillas, presionando los botones para que saltemos. Supongo que la virtud se encuentra en aprender a reconocer cuándo es un caso y cuándo es el otro.

Termino con algo que dice Obama y que va en el mismo sentido: “Todo el mundo tiene un familiar o un buen amigo del colegio que está en el lado opuesto del espectro político. Y, sin embargo, los seguimos queriendo, ¿verdad? Todo el mundo va a un partido de fútbol, o a ver a sus hijos, a entrenar, y ven a unos padres que les parecen personas maravillosas, y entonces, si hicieran un comentario sobre política, de repente dirían: “¡No puedo creer que pienses eso!”.

La idea detrás de esto, supongo, es que nuestras identidades políticas no son nuestras únicas identidades, y esas otras identidades están mucho menos polarizadas. Si el fogoneo de la identidad política omniabarcativa fue a propósito o no (y yo creo que algunos sectores lo hicieron deliberadamente, al menos en Argentina) es tema para otro momento. Por ahora, quizá lo mejor sea empezar a reflexionar sobre nuestras identidades y aprender a elegir mejor nuestras batallas.

POR QUÉ ESTAMOS POLARIZADOS
Por Ezra Klein
Capitán Swing, 2022.
$4.600, 250 páginas.

 

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Luis García Valiña

Doctor en Filosofía (UBA). Decente universitario (FFyL-UBA).

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