BERNARDO ERLICH
Domingo

¿Qué tiene en la cabeza
Vanina Biasi?

La izquierda apoya a Palestina, aun después de la masacre del sábado, porque considera que el deber de todo judío es ser la víctima. Pero ya no lo somos, porque existe Israel.

Qué pasa por la cabeza a una mujer que va a un evento político con la banderita de Palestina en la solapa al día siguiente de ver cómo el grupo terrorista palestino Hamás se llevaba secuestrada a otra mujer con la entrepierna ensangrentada? Sabemos que no fue sólo eso: los terroristas asesinaron el sábado pasado a más de 1.300 civiles y secuestraron a más de 150 personas. Dejo afuera los detalles atroces, pero sí quiero cifrar en la imagen de esa pobre chica el calvario de todos los demás e imaginarme qué pasó por la cabeza de Vanina Biasi cuando la vio y consideró que no sólo tenía que ponerse del lado del hombre armado que la empujaba adentro de la camioneta, sino que además tenía que gritárselo al mundo con orgullo.

Sé que muchos de los que pusieron peros al repudio a la masacre de Hamás están obligados a justificar su postura alejando la cámara de esa chica para capturar el famoso “contexto”, tratando de ignorar el árbol para observar el bosque. Y ahí nos encontramos con una metodología siniestra que se repite: la equiparación del Estado de Israel con la Alemania nazi. Así se utilizan palabras como “apartheid”, “racismo”, “genocidio”, “campo de concentración”, “limpieza étnica”, hasta llegar a la comparación que hizo Luis Zamora de los terroristas de Hamás con quienes se levantaron en el gueto de Varsovia.

Sin meterme específicamente en los vericuetos del conflicto (tenemos una excelente nota de Diego Mintz para eso), sí me gustaría tratar de entender ese procedimiento perverso. El Estado de Israel nació precisamente después del genocidio judío no sólo para acoger a los cientos de miles de sobrevivientes sino también para protegerlos, para que el genocidio no se repita. Los judíos de Europa no fueron protegidos por sus países natales y tampoco fueron recibidos en cantidad suficiente por los demás países del mundo. Con un Estado propio, eso no hubiera pasado.

Como estos días estuvimos viendo imágenes tan horrendas y escuchando detalles tan escabrosos tengo el estómago revuelto y ningún ánimo de recordar, porque parece que hace falta, de qué se trató el genocidio nazi. Pero así como el gobierno de Israel tuvo que publicar imágenes de bebés quemados para que le crean, 80 años después nos vemos obligados a la humillación de repetir los pormenores de nuestra propia destrucción para volver a dotar a la expresión “genocidio nazi” del sentido correcto.

Esto es un gueto, esto es un genocidio

La palabra “genocidio”, sin ir más lejos, fue acuñada en 1944 por el abogado polaco Raphael Lemkin para describir aquello que hasta ese momento no tenía nombre: la aniquilación de una raza. Se usó después retrospectivamente para el genocidio armenio perpetrado por los turcos durante la Primera Guerra Mundial. Y es lo que hicieron los nazis con los judíos: juntarlos en campos de concentración y mandarlos en trenes a cámaras de gas, en donde los liquidaban en tandas de mil personas cada media hora, aproximadamente. Los seis millones de judíos asesinados representaban alrededor del 36% de la población judía mundial (el 60% de la población judía europea).

Creo que la diferencia es evidente. La población de Palestina no para de crecer e Israel no levanta pueblos enteros para liquidarlos. Gaza tampoco es un campo de concentración. Es cierto que la frontera con Israel está cerrada (para que no pasen cosas como la que pasó el sábado), pero tienen una frontera con Egipto y miles de ellos tienen permiso para entrar a Israel a trabajar (bueno, lo tenían hasta el sábado).

La vida en Gaza no es la de un campo de concentración. No hace falta buscar fuentes en medios alternativos ni localizar periodistas en el territorio. Podés entrar a Google Maps.

Pero además la vida en Gaza no es la de un campo de concentración. No hace falta buscar fuentes en medios alternativos ni localizar periodistas gonzo en el territorio. Podés entrar a Google Maps vos mismo ahora, recorrer los comercios y ver las fotos que sacan los mismos gazatíes. Y lo más importante: ¿cómo podrían los prisioneros de un campo de concentración contar con misiles, drones y la organización para perpetrar el ataque del sábado?

Lo que nos lleva a la comparación inefable de Luis Zamora. ¿Sabrá Zamora qué fue el gueto de Varsovia? La mejor descripción que escuché fue la que hizo Jan Karski, un polaco miembro de la resistencia antinazi, católico, a quien los líderes judíos invitaron a una recorrida por el gueto para que les cuente a los líderes de Europa y Estados Unidos lo que estaba ocurriendo.

Cadáveres desnudos en la calle. Le pregunté: “¿Por qué están aquí?” Me dice: “Bueno, tienen un problema. Cada vez que muere un judío y su familia quiere una sepultura, tiene que pagar un impuesto. Por eso los tiran en la calle, porque no tienen con qué pagar. El más mínimo harapo importa. Por eso, les quitan la ropa”. Mujeres amamantando a sus hijos, pero no tienen pechos, están planas. Bebés con ojos desorbitados. No era el mundo. No era la humanidad. Las calles llenas. Como si todos vivieran en las calles. El trueque era lo más importante. Todos tenían algo para vender. Tres cebollas, dos cebollas, algunas galletitas. Todos vendiendo, mendigando. Llantos, hambre. Los niños eran horribles, corriendo solos. Era el infierno. Había oficiales alemanes caminando por el gueto. ¡Silencio! Todos se paralizan cuando pasan. Los alemanes tienen desprecio, los ven como sucios subhumanos. Había dos muchachos, bien parecidos, de las juventudes hitlerianas, en uniforme. Uno se lleva la mano al bolsillo y dispara. Vidrios rotos. El otro lo felicita. Yo estaba petrificado. Entonces una mujer judía, probablemente reconoció que yo no era judío, me abrazó y me dijo: “Váyase. No le hace bien”. (…) El olor, la suciedad, no se podía respirar. Mi acompañante me dice: “Mire ese judío”. Había un judío parado, inmóvil. Le pregunté: “¿Está muerto?” “No, está vivo. Se está muriendo”.

Más de 300.000 judíos del gueto fueron deportados a campos de exterminio y liquidados. Sólo en el verano de 1942 fueron 254.000. Eso es un gueto, eso es genocidio. Es más, eso es lo que le gustaría hacer a Hamás si pudiera, como dice el artículo 7 de su Carta Fundacional:

Además, si los eslabones se han distanciado unos de otros y si los obstáculos, colocados por los lacayos del sionismo en el camino de los combatientes, han obstruido la continuación de la lucha, el Movimiento de Resistencia Islámica aspira a la realización de la promesa de Alá, no importa cuánto tiempo lleve. El Profeta, Alá lo bendiga y le conceda la salvación, ha dicho:

“El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes luchen contra los judíos (matando a los judíos), cuando el judío se esconda detrás de las piedras y los árboles. Las piedras y los árboles dirán: «Oh musulmanes, Abdullah, hay un judío detrás de mí, venid y matadlo». Sólo el árbol Gharkad no haría eso porque es uno de los árboles de los judíos”. (relatado por al-Bujari y Moslem).

En cuando al levantamiento del gueto de Varsovia, cuyos líderes Zamora compara con el Hamás, huelga decir que no incluyó el asesinato, la violación ni la tortura de civiles. Un dato no menor es que incluso la resistencia polaca no judía les negó armas. El pueblo judío teniendo que defenderse solo es una constante en la historia.

La gente ama a los judíos muertos

¿Por qué, entonces, cuando quieren buscar una comparación, de todas las posibles, eligen esa que no sólo es tan evidentemente incorrecta sino también de una falta de humanidad indigna de gente que se dice sensible al sufrimiento del prójimo? Porque acusar de nazi a un judío es un insulto por partida doble. Como escribió el historiador inglés Simon Schama esta semana: “La empatía, por el momento, abunda, pues como señaló la escritora Dara Horn en el título de su incisivo libro de ensayos, la gente ama a los judíos muertos; a los vivos, sobre todo si tenemos la temeridad de defendernos, no tanto”.

No hay una diferencia tan grande entre estar a favor del genocidio judío y estar en contra, pero considerar que igual ese es nuestro destino, nuestro lugar, lo que “lamentablemente” nos corresponde. Por eso está todo bien, hasta que nos defendemos. Y cuando nos acusan de nazis lo que están haciendo es recordarnos que fuimos víctimas y que nuestro deber es seguir siéndolo.

Dijo Yonah Jeremy Bob en The Jerusalem Post:

Las críticas a Israel ya han empezado a crecer paulatinamente a medida que pasa la conmoción provocada por los bárbaros videos e imágenes de la matanza asesina de civiles perpetrada por Hamás el sábado, y siguen apareciendo más imágenes y videos de los daños colaterales causados a civiles palestinos por los ataques aéreos de las Fuerzas de Defensa Israelíes.

Como en rondas anteriores, gran parte del mundo empezará a cambiar la presión sobre Israel para que ponga fin a su invasión, tan pronto como la oleada de medios de comunicación que muestran el sufrimiento palestino se convierta en la única narrativa, y a las FDI se les dará poco crédito por su intento de evitar dañar a civiles, al mismo tiempo que Hamás ataca deliberadamente a civiles.

Tal vez debido a la magnitud del terror de Hamás el sábado, la presión llegará más gradualmente, pero llegará.

O como dijo de una manera más graciosa el guionista inglés Lee Kern. Sean Ono Lennon tuiteó: “Recuerdo que después del 11-S, América tenía con justicia la empatía del mundo entero. Después malgastamos sistemáticamente esa empatía”. Y Kern le contestó: “Qué pena, los judíos rodeados por aquellos que quieren exterminarlos y lo intentan diariamente han perdido la empatía de Sean. Israel debería dejar que Hamás viole a sus mujeres y decapite a sus bebés para recuperar la empatía de Sean. Sus lápidas dirán: «Tenemos la empatía de Sean»”.

La guerra en Israel va a recrudecer y los judíos de la diáspora sabemos que el antisemitismo también. Hoy la bandera de Palestina es la nueva esvástica. Los antisemitas la ondean impunemente para mostrar su odio a los judíos. Pasó esta semana en el barrio de Once. Pasa en las universidades norteamericanas. Algunas ciudades ya las están prohibiendo.

La guerra en Israel va a recrudecer y los judíos de la diáspora sabemos que el antisemitismo también. Hoy la bandera de Palestina es la nueva esvástica.

Si el lector no judío cree que exagero, no tiene más que entrar a los comentarios de cualquier posteo de Instagram o de Twitter de apoyo a Israel, ya sea de Mercado Libre o de La Crespo, de Gal Gadot o de Gabriel Rolón. Por eso, a diferencia de cualquier otra causa a la que las celebridades y las marcas se suben sin costo para ganar puntos y mostrarse sensibles y del lado “correcto”, en este caso mostrar el apoyo a Israel tiene un valor incalculable.

Esto vale más para los propios miembros de la comunidad judía. Fue una sorpresa ver cómo uno de los más claros representantes fue un bailarín de Tinelli. Martín Salwe, a quien yo no conocía hasta esta semana, pudo expresar en un minuto, en el prime time de la televisión de aire, su apoyo sin peros a Israel. Si no somos contundentes nosotros, ¿qué nos queda? Israel nos está defendiendo a nosotros también.

Y sin embargo, no creo que todo esto alcance para explicar qué se le pasó por la cabeza a Vanina Biasi, que al día siguiente de ver cómo Hamás se llevó secuestrada a una mujer con la entrepierna ensangrentada, fue a un evento político con la bandera de Palestina en la solapa. Porque aun si todo lo que yo acabo de decir estuviera equivocado, sigo pensando que sólo una persona con muchos problemitas puede considerar que no sólo tiene que ponerse del lado del hombre armado que empujó a la mujer adentro de la camioneta, sino que además tiene que gritárselo al mundo con orgullo.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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