En las últimas semanas, tanto el presidente Alberto Fernández como la vicepresidenta Cristina Kirchner hicieron distintas referencias en público a un supuesto auge de la economía informal, en negro o barrani. Estos comentarios se debieron, en buena medida, a la prédica del excéntrico comentarista Carlos Maslatón, para quien este fenómeno sería no sólo rescatable sino incluso deseable, y quien desde hace ya un tiempo afirma que la economía argentina está “bullish” o “para arriba” a pesar de que las estadísticas públicas indican lo contrario.
En el discurso oficial, la discusión sobre la economía en negro se mezcló a su vez con anécdotas sobre restaurantes llenos, reservas turísticas en niveles altos y todos los sarcasmos imaginables que suelen sucederse en Twitter, además de las percepciones sesgadas que suele tener la gente sobre la actividad de “la calle”, algunas fallas que podrían tener las estadísticas del INDEC y los deseos del Gobierno por armar un relato que podría resumirse en que “la crisis es una sensación”. O, al revés, que la sensación es de “no crisis”.
Ahora bien, ¿qué es exactamente la economía en negro, informal o barrani? Son maneras equivalentes de referirse a los flujos o a las interacciones económicas que no se hacen a través de canales fiscalizados por el Estado, es decir, por fuera del radar de la AFIP. Pero esta definición nos obliga rápidamente a hacer una aclaración importante: las estadísticas del INDEC, como las de otros institutos de estadística de cualquier país, no reflejan solamente la economía formal. Esto es algo bastante obvio para quienes trabajamos con estos datos o estudiamos cuentas nacionales en la facultad, pero con frecuencia suelo tener que aclararle a mucha gente que lo que los números que muestra el INDEC sobre la evolución del comercio no los toma mirando los datos de la AFIP, o que las tasas de empleo y desempleo no se miden con los datos fiscalizados por el Ministerio de Trabajo. El INDEC busca reflejar la totalidad de la economía, sea formal, informal o incluso ilegal, hace estimaciones sobre lo que se denomina “economía no observable”. Esas mediciones pueden ser mejores o peores, podemos discutir si se podrían hacer cambios para que resulten más precisas, pero lo cierto es que las estadísticas del INDEC ya abarcan la economía formal y la informal. Lo barrani, no tan barrani: está adentro de esos números.
Las estadísticas del INDEC ya abarcan la economía formal y la informal. Lo ‘barrani’ está adentro de esos números.
Hecha la definición pertinente, ¿es cierto entonces que la economía está levantando, pero no lo vemos o queda fuera de las estadísticas? Vayamos por partes. Desde el piso de actividad que implicó la pandemia y la cuarentena, la actividad económica total –con una heterogeneidad sectorial muy grande– comenzó a recuperarse. En el tercer trimestre de 2021 alcanzó el mismo nivel de actividad que en el tercer trimestre de 2019, y siguió avanzando hasta tercer trimestre de 2022, cuando todo el desorden macroeconómico desembocó en la crisis financiera que terminó en megaemisión, salto de los dólares paralelos, brecha superior al 140%, y aceleración inflacionaria que pasó a grandes rasgos del 50% al 100% en pocos meses. En el cuatro trimestre de 2022, entonces, la economía cayó. Y si bien en el arranque de 2023 los números del INDEC muestran que esa caída se detuvo, desde el segundo trimestre de este año estamos cayendo nuevamente.
En síntesis, en el tercer trimestre de 2022 la economía tocó el pico del gobierno de Alberto Fernández, un pico que fue 0,5% más bajo que el pico del gobierno de Mauricio Macri del cuarto trimestre de 2017. Pero claro que, en el mientras tanto, la población argentina creció, motivo por el cual el PBI per cápita, la producción anual promedio por habitante, es casi 5% más baja en 2022 que en 2017.
Todo eso está en las estadísticas, más allá –reitero– de cualquier crítica a la forma de captar la informalidad que se pueda hacer. Y si bien hay datos que podrían estar indicando un crecimiento en la informalidad (mayor proporción de asalariados informales, mayor proporción de trabajo independiente), también hay otros que dan cuenta, por ejemplo, de la caída de la importancia del efectivo, algo que va en contra de la informalidad, genera formalización y mejora la capacidad de captación de información por parte del INDEC. Y no estoy hablando de cosas menores: según las encuestas de supermercados y autoservicios mayoristas, las ventas en efectivo entre 2017 y hoy cayeron desde el 37% al 28% y del 61% al 37%, respectivamente.
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Hay además otras cuestiones acerca del argumento de que la actividad económica que se percibe en la calle es más alta que la que muestran las estadísticas, los típicos “los restaurantes están llenos y los recitales se agotan en minutos”. En primer lugar, es poco serio sacar conclusiones de actividad general en base a un par de sectores muy visibles en algunos puntos específicos del país o de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Y toda la menor actividad que no vemos en otros sectores? Las ventas de autos el año pasado fueron un 55% más bajas que en 2017 o 12% más bajas que en 2019. Las ventas de inmuebles, un 40% más bajas que en 2018. Si no te podés comprar un auto, porque los precios en dólares se dispararon, o si no te podés comprar un departamento porque desapareció el crédito hipotecario y los ingresos en dólares se licuaron, o si tampoco te podes comprar ropa porque está 40% más cara que en 2019, entonces salís a comer y vas a ver a la banda que te gusta. Hay una redistribución del gasto y el ajuste final lo hace la tasa de ahorro.
Un restaurante lleno no implica que la actividad gastronómica esté alcanzando un récord, sino que la “capacidad instalada” está siendo utilizada en altos niveles.
En segundo lugar, un comentario en particular sobre la actividad gastronómica: los niveles de actividad general todavía están por debajo del período pre-pandemia. Recién ahora el número de empresas del sector está volviendo a los niveles normales. Por eso, entonces, es que ver un restaurante lleno no implica que la actividad gastronómica esté alcanzando un récord, sino que la “capacidad instalada” está siendo utilizada en altos niveles, en parte porque la cuarentena llevó al cierre de muchos competidores. El gastronómico fue el sector que más impacto sufrió en la pandemia en términos de oferta, por lo cual cualquier análisis debe hacerse con cuidado. Palermo puede estar mejor que hace dos años, pero ¿qué tal anda el Microcentro? ¿Cómo creen que está la actividad en Pergamino o Venado Tuerto en este momento?
Tercera y última aclaración. Hace pocos días estuve en Bariloche y me encontré a la ciudad repleta de chilenos atraídos por la brecha cambiaria. Unos amigos me contaban que hay visitantes trasandinos hasta en las peluquerías de Bariloche, lo que nos dejó a los economistas sin el ejemplo de los cortes de pelo como el clásico bien no transable para usar en clase en la facultad. Todas las ciudades de la costa del Uruguay en Entre Ríos se llenan de uruguayos, así como a Misiones van paraguayos y brasileños. Todo ese movimiento es actividad económica, pero ¿cuán sostenible es? ¿Podemos festejar actividad económica que es producto de una brecha cambiaria récord y que tiene los meses contados?
Señales negativas
Así las cosas, aclarada la cuestión de la economía en negro y su percepción, habría que volver a decir lo obvio: es prácticamente imposible interpretar un auge de lo barrani como una señal positiva. Más allá de cualquier fenómeno circunstancial, en el largo plazo la informalidad tiene impactos muy negativos, principalmente porque, dado un mismo nivel de gasto público, implica una presión impositiva cada vez mayor sobre la parte formal de la economía. Y eso atenta contra el crecimiento de la productividad a largo plazo y, por ende, contra el desarrollo.
La economía informal es un fenómeno que se viene estudiando y analizando al menos desde los ’80, con un libro publicado en 1989 como referencia ineludible: La Argentina informal, de Adrián Guissarri. Esta fecha de publicación podría sugerirnos entonces que no se trata de una coincidencia que muchos actores económicos se pasen “al lado oscuro” en una situación como la actual, que se empieza a parecer peligrosamente a la de aquella década. Lógicamente, un contexto macroeconómico de inestabilidad creciente incentiva la informalidad por parte de los contribuyentes y dificulta la fiscalización por parte de los entes recaudadores. A eso hay que sumarle la pulsión permanente del Gobierno por avanzar sobre el sector privado con más regulaciones y carga tributaria. Y también el hecho de que el resto de la política económica, por fuera de lo tributario, genera muchos incentivos para la informalidad. La locura del mercado de cambios argentino con sus múltiples tipos de cambios y brechas es un incentivo enorme a aumentar la informalidad en el comercio exterior, por ejemplo.
Los trabajos de Guissarri mostraban una tendencia de largo plazo del avance de la informalidad en la Argentina. Desde 1930 hasta inicios de los 2000, el peso del PBI informal estimado venía creciendo. Pero nuevamente, mirando los datos, hay señales mixtas. El avance de los medios de pagos digitales, que es una tendencia superpuesta a la coyuntura macro, va en la dirección inversa. Creo que el boom tecnológico de las últimas décadas puede estar cambiando o matizando la situación.
Hacerle más fácil la vida al contribuyente para cumplir con sus obligaciones es una medida que ayuda a blanquear.
En definitiva, más allá de un imprescindible ordenamiento de la macroeconomía y de una reducción de la carga impositiva, hay también medidas a nivel microeconómico que pueden ayudar a blanquear la economía con beneficios concretos. La más natural de todas sería sin dudas una simplificación tributaria: hacerle más fácil la vida al contribuyente para cumplir con sus obligaciones es una medida que ayuda a blanquear. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con el caso del monotributo unificado que se implementó en la gestión de Cambiemos en la provincia de Córdoba.
El fondo de la cuestión tiene mucho que ver en mi opinión justamente con el nivel microeconómico, entendido éste desde el punto de vista de la asignación de recursos productivos a distintas actividades o sectores. Una gran parte de la informalidad de la economía tiene que ver con que sostenemos actividades que, dada su baja productividad, recurren a lo barrani como la única manera de mantener la rentabilidad. En esos casos no hay otra forma de bajar la informalidad que generando los incentivos para la reconversión de esas actividades, para la relocalización de la actividad económica entre sectores.
Un ejemplo típico podría ser la industria de la indumentaria, uno de los sectores con mayor informalidad laboral de la economía, y esto se da aun bloqueando la competencia extranjera y obligando a los consumidores a pagar precios muy superiores a los internacionales. Y el sector textil y del calzado es informal porque es una industria que en el mundo se localiza en países con salarios muchísimos más bajos y sin las regulaciones laborales de la Argentina. Entonces, la manera de bajar los costos que encuentra la industria nacional es con informalidad, y ni así llegan a compensar porque los costos y los precios son más altos que en el resto del mundo. Si seguimos insistiendo en mantener sobredimensionado a un sector que globalmente funciona con bajos salarios y baja protección laboral, va a ser imposible reducir la informalidad.
Economía popular y economía informal
En paralelo a la discusión por la economía barrani, también está la cuestión de la llamada economía popular, tanto de las actividades llevadas a cabo por cuentapropistas o emprendedores de los sectores sociales más bajos como por aquellas gestionadas por distintas organizaciones sociales. Al respecto, suele discutirse la utilidad y pertinencia de las políticas de apoyo a la economía popular que, por ejemplo, lleva adelante el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para volverla más eficiente y pasible de regularización frente a la opción de limitarse a bajar los impuestos, desregular y desburocratizar para que el blanqueo llegue solo.
Creo que si las políticas de apoyo están bien diseñadas e implementadas son complementarias a las medidas de ordenamiento de la macro. Sin una reducción del costo que deben soportar hoy las empresas, determinado por los impuestos, las regulaciones, la burocracia y el corporativismo no hay posibilidad de éxito. Es una condición necesaria. Pero para que mucha gente pueda insertarse en una tendencia positiva de largo plazo quizás eso no sea suficiente y se necesiten políticas más directas que lo complementen.
Hay muchas personas que han quedado desconectadas del mercado laboral formal desde hace demasiado tiempo.
Ésa es al menos la opinión que recibo de gente que trabaja en temas sociales. Hay muchas personas que han quedado desconectadas del mercado laboral formal desde hace demasiado tiempo, o que directamente nunca pudieron ingresar, que hoy necesitan incorporar hábitos esenciales para poder formar parte del mismo mercado laboral que el resto, como el simple hecho de cumplir un horario o mantener una rutina. Los economistas tendemos a pensar estas cosas en términos de “el mercado laboral”, pero sucede en verdad que tal cosa no existe. No hay “un” mercado laboral en donde concurre toda la oferta y toda la demanda. Hay gente que está en otra “curva de oferta” que no se va a encontrar nunca en ningún punto de equilibrio con la demanda. Entonces es lógico que existan políticas más activas para esos sectores.
Más allá de eso, creo que habría que evitar la tendencia a pensar en la economía popular como una cosa autónoma, como un universo separado del resto de forma permanente. Y también suelo notar una confusión en la creencia de que todos los actores de la economía popular podrían transformarse en microemprendedores. Es probable que algunos sí, pero otros no. En este sentido, algo que habría que evitar es condenar a todas esas personas a una situación de baja productividad y bajos ingresos de forma permanente. La capacidad empresaria es un bien escaso y la escala es importante para determinar los ingresos, las ganancias y los salarios de una economía. Es por este motivo que el Estado debería concentrarse en la capacitación, a que los programas apunten a transmitir habilidades laborales que, por distintos motivos, resultan desconocidas para muchas personas, a facilitarles el acceso al mercado de trabajo con menores regulaciones para las empresas. Todo esto resulta esencial para acceder a un puesto de trabajo que, probablemente, les rendirá más en términos de ingresos que trabajar de forma independiente en un contexto de menor productividad.
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