VICTORIA MORETE
Domingo

El peronismo sin pelotas

En 'Los muchachos futbolistas', Ariel Borenstein cuenta cómo el gobierno nos dejó afuera de los mundiales de 1950 y 1954, una de las décadas doradas del fútbol argentino.

Esgrima, equitación, montañismo, boxeo. Fueron varios los deportes que practicó Juan Perón, ya fuera por gusto, por su condición de militar o por ambas cosas a la vez. Sin embargo, en las miles de imágenes que la propaganda oficial imprimió en la memoria colectiva durante sus primeros dos mandatos, quedó asociado al impulso dado al básquet, al automovilismo, a las veladas de guantes y trompadas en el Luna Park, al atletismo y, por encima de todo, al fútbol. Sucesos argentinos eternizó la estampa del General y su esposa cuando hacían la ceremonia del puntapié inicial en partidos de la liga local o de los Torneos Evita, y lo mismo replicó la cadena de diarios paraestatales. Lo aprendimos de chiquitos: antes de Perón no había nada, tuvo que venir Perón para que su gobierno fuera el gran difusor del deporte.

Curiosamente, el relato olvida que en aquel momento mítico de la Argentina hubo una huelga de futbolistas profesionales que duró seis meses, durante los cuales la Secretaría de Trabajo y Previsión no intervino gran cosa y jugó tácitamente a favor de la AFA, colonizada por el Estado. Luego de la medida de fuerza, hubo un éxodo de más de cien jugadores, especialmente a Colombia e Italia, por la sencilla razón de que acá había salarios máximos y afuera podían ganar más. La Selección nacional quedó autoexcluida de los mundiales de 1950 y 1954 porque, entre otras cosas, el Gobierno temía magros resultados por la sangría de figuras. En esa época, los que estaban en el exterior no podían ser llamados. Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Néstor “Pipo” Rossi y Mario Boyé fueron algunos de los ídolos que emigraron.

La Selección nacional quedó autoexcluida de los mundiales de 1950 y 1954 porque, entre otras cosas, el Gobierno temía magros resultados por la sangría de figuras.

El fútbol, enseñado en estas pampas por señoritos ingleses a fines del siglo XIX y adoptado por jailaifes, se transformó en pocas décadas en pasión de multitudes, expresión del pueblo, esparcimiento de trabajadores, pobres y marginados. También, en motivo de alegrías y decepciones, de trifulcas y fiestas cívicas. Y el peronismo, antes que perder en los mundiales de la posguerra, prefirió llevarse la pelota, dejar que se desgañitaran los demás, brillar por ausencia, para no darle un disgusto a la base de votantes y, de paso, tal vez, devolverles gentilezas a los futbolistas que habían osado ir a la huelga (no hay que protestar contra administraciones justicialistas, ya lo sabemos).

Para mantener entretenido al pueblo, además de los partidos de sábados y domingos (con enorme concurrencia en general, pero muy mermada para ver a los juveniles y amateurs que corrían detrás de la pelota durante el paro), la industria cinematográfica de la Nueva Argentina se interesó por producir una seguidilla de películas futboleras: Pelota de trapo (1948), Con los mismos colores (1949, con actuaciones de Boyé, Di Stéfano y Norberto “Tucho” Méndez), Escuela de campeones (1950) y El hincha (1951). Era, como siempre ocurre, un juego de tensiones y conveniencias, de tira y afloje, en momentos en que el material virgen era administrado por Raúl Alejandro Apold y nadie filmaba un plano sin un guion aprobado por la Subsecretaría de Prensa y Difusión.

“¿Cómo se explica que Alfredo Di Stéfano, el primer crack global, el más genuino antecesor de Messi y Maradona, haya hecho su carrera en Colombia y en España y ya no volviera a jugar en su tierra?”, pregunta la contratapa de Los muchachos futbolistas, libro del periodista Ariel Borenstein, publicado recientemente por Aguilar. El autor, acaso, no responde ese interrogante puntual, pero cuenta una historia distinta de la ya cristalizada, apelando al archivo de las revistas Goles, El Gráfico y la oficialista Mundo Deportivo, entre otras fuentes.

A Perón no se le para

Aunque para la posteridad quedó la imagen de una simbiosis sin fisuras entre el primer peronismo y el deporte de masas, ahí está –para desmentirla– la huelga de futbolistas que se extendió entre fines de octubre de 1948 y abril de 1949. Todo comenzó con un paro simbólico de un minuto para la fecha del 30 y 31 de octubre. Los clubes, en respuesta, amenazaron con suspender el campeonato si se cumplía el amague. Como los jugadores hicieron lo suyo, los dirigentes declararon el lockout. Pararon el fútbol y anunciaron la vuelta al fútbol amateur. El profesionalismo, de hecho, había nacido en 1931 con otra huelga de futbolistas por la libertad de contratación y el cobro de un salario. Buscaban ser reconocidos como trabajadores y dejar atrás el “amateurismo marrón”, en el que los jugadores cobraban debajo de la mesa.

En 1944 se fundó Futbolistas Argentinos Agremiados. En el ’46, con Perón ya como presidente, la Secretaría de Trabajo y Previsión le otorgó al sindicato la inscripción gremial, pero no la personería. Al comenzar la temporada de 1948, los reclamos de Agremiados incluían sueldos mínimos para los jugadores del ascenso, eliminar el techo salarial de 1.500 pesos para las figuras de Primera División, desterrar la costumbre de dejar de pagar a mitad del campeonato a los jugadores que no se destacaban y conseguir la libertad de trabajo de los cracks, para que no quedaran atados a contratos eternos con los clubes. Durante la huelga, el presidente de la AFA, Oscar Nicolini, se reunía con Agremiados en el Palacio de Correos (el actual CCK), porque era el director del Correo y pronto sería nombrado ministro de Comunicaciones.

En el ’46, con Perón ya como presidente, la Secretaría de Trabajo y Previsión le otorgó al sindicato la inscripción gremial, pero no la personería.

A la AFA, el lockout le duró poco. De inmediato anunció el regreso al campeonato profesional y agitó el fantasma de sanciones contra quienes no se presentaran a jugar. Nicolini pateó la pelota para el kilómetro cero del peronismo, la Secretaría de Trabajo y Previsión, que citó a las partes al segundo fin de semana sin fútbol. Trabajo les informó a los futbolistas que, para encarar negociaciones, primero debían levantar la huelga, y esa fue la cantinela que reiteró todos los meses que duró el conflicto.

El campeonato siguió a los ponchazos. Para tentar al escaso público, los clubes bajaron el precio de las entradas, pero claro, nadie tenía demasiado interés en ver a juveniles desconocidos. La AFA, al mismo tiempo, dio de baja todos los contratos de los huelguistas. Algunos se presentaron a trabajar. Amadeo Carrizo se desafilió de Agremiados y quedó marcado como rompehuelgas, mientras otros organizaban partidos a beneficio o volvían a sus trabajos de choferes o mecánicos para mantenerse.

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Por fin, el 5 de abril de 1949 Agremiados levantó la huelga y al poco tiempo Trabajo y Previsión le otorgó la demorada personería gremial. El sindicato consiguió la libertad de contratación y el 20% a favor del futbolista en los pases, pero no hubo manera de torcer la postura de los dirigentes en relación con el sueldo máximo, y eso fue lo que desató el éxodo en forma casi inmediata. Nicolini debió alejarse de la AFA, pero no se alejó de la función pública. El siguiente hombre fuerte en la AFA fue Valentín Suárez, otro político peronista que había actuado en el conflicto con Agremiados como subdirector nacional de Trabajo. Los dos, Nicolini y Suárez, respondían a Evita.

“No quiero que nos golee Inglaterra”

La huelga motivó la ausencia argentina en el Sudamericano jugado en 1949 en Brasil, el mismo escenario que un año después albergaría el Mundial, con la inauguración del Maracaná como el estadio mais grande. A medida que transcurrían los meses y migraban decenas y decenas de jugadores (para participar mayormente de El Dorado colombiano, una época de esplendor inigualable), la AFA anunció que quienes se marcharan no podrían jugar de nuevo en canchas argentinas, pero al mismo tiempo dio marcha atrás con los límites salariales. Ya parecía un chiste. Credibilidad cero. La diáspora recién amainó con una disposición del Poder Ejecutivo que prohibía salir del país a quien tuviera deudas con la Dirección Impositiva. Presentar comprobantes de réditos fue un escollo duro de superar para muchos futbolistas.

Colombia era una aspiradora de jugadores tan voraz que intervino la FIFA. Había otros países damnificados. En 1951 se firmó el llamado Pacto de Lima, por el cual se dio plazo a la Federación Colombiana, hasta 1954, para que devolviera a los deportistas a sus clubes de origen.

Luego de muchas idas y vueltas, la AFA anunció que no mandaría la Selección nacional a la Copa del Mundo de 1950 alegando diferencias con la Confederación Brasileña de Deportes. Las cosas venían tensas desde la final del Sudamericano jugada en el Monumental en 1946. Batalla campal es poco para describir el caos que se vivió. La revista Mundo Deportivo, algo así como El Gráfico de Perón, fue más clara al explicar por qué Argentina no fue a Brasil ’50: “Colombia fue la verdadera razón. Los motivos son varios pero la razón es esta. Un país con la tradición deportiva de la Argentina no podría comparecer en certámenes de carácter mundial con un equipo de segunda o tercera categoría. Casi el verdadero seleccionado está en Bogotá”.

El presidente lo consultó: “¿Hicimos bien en invitar a los ingleses? Alguien me dijo que nos van a meter cinco goles y a mí no me gusta la idea de perder con ellos y por goleada”.

Con los años, Valentín Suárez, el funcionario a cargo de la AFA, dijo varias veces que Perón le preguntó si tenía un equipo con chances de ganar el Mundial de Brasil, y que él le respondió que no podía dar garantías. No fue la única vez que el general se mostró preocupado por eventuales resultados adversos. El mismo Suárez contó que, en 1953, antes de unos amistosos con Inglaterra en Buenos Aires, el presidente lo consultó: “¿Hicimos bien en invitar a los ingleses? Alguien me dijo que nos van a meter cinco goles y a mí no me gusta la idea de perder con ellos y por goleada”.

Para el siguiente Mundial, Suiza 1954, las cosas venían mal barajadas: fallas de organización y casi un año sin que la Selección jugara partidos internacionales. En el mismo período, Hungría, que saldría segunda, tuvo 20 cotejos.

Según Borenstein, había otro problema de base y era el tremendo ausentismo. Los convocados no se presentaban a entrenar. La AFA propuso citar por telegrama. En caso de fuerza mayor, los jugadores debían justificar su inasistencia por el mismo medio. La dirigencia estableció multas de 500 a 1.000 pesos por faltar a las prácticas. Al final, todo fue en vano y Argentina se quedó sin ir a Suiza.

Perón, “el primer deportista argentino” (según Mundo Deportivo), no se entendió del todo bien con los futbolistas, pero ninguno le negó el saludo las muchas veces que asistió a ver partidos. Eso sólo le pasó a Wado de Pedro en Ezeiza, y al Gobierno entero que ansiaba una visita a la Casa Rosada, cuando Lionel Messi y La Scaloneta volvieron victoriosos de Qatar.

 

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José Montero

Nació en Buenos Aires en 1968. Es periodista, escritor y guionista. Autor de literatura infantil y juvenil, sus libros se leen en escuelas primarias y secundarias. Colabora en La Agenda. Acaba de cursar la Diplomatura en Dramaturgia de la UBA.

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