Los argentinos estamos acostumbrados a esperar hasta las 9 de la noche para conocer los resultados de la elección. Sin embargo, el domingo, sólo dos horas después de terminar de votar en todo el país, Sergio Massa anunció su derrota. La voluntad popular fue tan clara que no tuvo sentido dilatarlo. Javier Milei tiñó a la Argentina con el grito de “¡Viva la libertad, carajo!” y transformó al violeta en el color de la esperanza.
El primer consejo de cualquier estratega político es que hay que transmitir esperanza. Pero, en este eterno año electoral, el único que lo logró fue Milei. Juntos por el Cambio no lo pudo hacer. En gran parte por las peleas, pero también por la falta de definiciones nítidas a lo largo de los años. Denunciamos la terrible crisis argentina pero, al mismo tiempo, no fuimos claros mostrando cómo íbamos a solucionar los problemas. Como fuerza política siempre nos unieron dos características: el respeto a las instituciones y el camino del esfuerzo. Con la candidatura de Patricia Bullrich se agregaron los valores del coraje y la austeridad. Pero la ciudadanía no vio que con eso se llenaran los platos de comida ni se pagaran las cuentas. Es decir: no supimos mostrarnos capaces de resolver las urgencias diarias.
El primer consejo de cualquier estratega político es que hay que transmitir esperanza. Pero, en este eterno año electoral, el único que lo logró fue Milei. JxC no lo pudo hacer.
Para el kirchnerismo, transmitir esperanza era una misión imposible. Sergio Massa lo intentó tratando de hacernos creer no sólo que no era kirchnerista sino, incluso, que aunque fuera el ministro de Economía no era parte del Gobierno. Por supuesto, esos intentos fueron inútiles porque la gente no es estúpida. Los kirchneristas gobernaron 16 de los últimos 20 años y, por lo tanto, son los principales responsables de la decadencia de nuestro país. Son, también, los que instalaron el modelo populista, los que inventaron que un país podía constantemente gastar más de lo que tiene, sin relacionar eso con su consecuencia más obvia: terminar siendo todos cada vez más pobres. Sergio Massa es el responsable de que haya 3 millones de nuevos pobres, una inflación anual del 150% y, en esta situación de incendio, quien decidió dilapidar 3 puntos del PBI por su sueño presidencial. Nos costó muy caro a los argentinos que él aprendiera que la esperanza no se compra con el Plan Platita.
Esa es una buena noticia, una de las tres buenas noticias que hubo anoche. Aunque el Gobierno hizo la campaña electoral más cara de nuestra historia, no le alcanzó. La segunda buena noticia es el alivio que trae saber que los argentinos no nos resignamos. Que no queremos un futuro con uno que es parte del peor gobierno democrático que tuvimos. La tercera buena noticia es que la esperanza venció al miedo.
Eso no quiere decir que la futura presidencia de Milei nos tenga enamorados a los que lo votamos. Lo que significa es que nos invade cierta esperanza porque creemos que esta elección puede ser la más importante en cien años y porque nos ilusionamos con dejar atrás un país que condena a cada generación a estar peor que la anterior. Con una gran novedad, la de un candidato que al ganar dijo: “Voy a ser el primer presidente liberal libertario de la Argentina”.
La tradición liberal
No es la primera vez que la Argentina tiene un presidente liberal. Todos los del siglo XIX lo fueron. También Marcelo T. de Alvear. Macri lo fue en su cosmovisión, aunque no se tradujo en muchas políticas que se implementaron durante su gobierno. Pero Milei llega con una novedad: es la primera vez que un presidente, el día de su triunfo, dice: “Hay en la Argentina un presidente liberal”. Nadie lo había expresado así. El liberalismo que Milei predica es el liberalismo económico. En un país en el que el Estado ahoga a los individuos, dio con incuestionable éxito una batalla cultural para mostrar que hay que eliminar las trabas que dificultan producir, crecer y desarrollarnos.
De nuestro panteón liberal, anoche Milei decidió mencionar a Juan Bautista Alberdi. Para Alberdi, el mejor Estado era aquel que ponía reglas claras y transparentes para que fluyera el comercio. Su misión tenía que ser no obstaculizar y no ser arbitrario y, con eso, alcanzaría para dejar atrás el desierto argentino y construir una nación. Entre nuestros padres fundadores, Alberdi fue uno de los que más se apoyó en la no intervención del Estado en la economía como clave para que la sociedad progrese y persiga la prosperidad.
Estas ideas de Alberdi fueron acompañadas en su época por quienes sostuvieron otras ideas dentro del liberalismo, más ancladas en la dimensión política, social y cultural. Sarmiento, Mitre y Roca fueron nuestros ejemplos en este sentido. Su liberalismo –también había diferencias entre ellos– partía de la visión de una ciudadanía formada, un Estado separado de la Iglesia y una ciudadanía compuesta por individuos que tuvieran la libertad de elegir cómo vivir, siempre que lo hicieran dentro del respeto de la ley.
Milei llega con una novedad: es la primera vez que un presidente, el día de su triunfo, dice: “Hay en la Argentina un presidente liberal”. Nadie lo había expresado así.
Desde aquel lejano siglo XIX atravesamos el siglo XX, que nos enseñó mucho sobre liberalismo político, especialmente después de vivir el horror de Auschwitz y someternos a reflexionar sobre cómo la humanidad se había permitido a sí misma llegar hasta ahí. La educación dejó de considerarse sólo alfabetización o una herramienta para el trabajo y se transformó en un medio para formar a los ciudadanos en valores. De las cenizas del infierno aprendimos la necesidad de respetar a las minorías y también a no confundir a las mayorías con el todo.
Muchas de las enseñanzas de la segunda mitad del siglo XX hoy parecen olvidadas. Posiblemente sea culpa de las primeras décadas del siglo XXI. La corrección política y las políticas de la identidad están haciendo mucho daño, porque son posturas que sólo unas pocas veces buscan libertad e igualdad; la mayoría de las ocasiones están impulsadas por el revanchismo y la búsqueda de la inversión de los privilegios. Su objetivo no es el de terminar con la lógica de opresores y oprimidos, sólo pretenden revertir las inteligencias y que los verdugos del pasado se conviertan en las víctimas del presente. Así es como terminamos viendo a muchos referentes y organizaciones adoptando una doble vara, con la que defienden a las mujeres pero no a todas las mujeres, con la que nos dijeron que no podías ser puto y haber votado a Macri, con la que denuncian algunas violaciones de derechos humanos y esconden otras en el placard, con la que se llenan la boca hablando de democracia y defienden a dictadores, con la que hablan de justicia social y sólo toman decisiones que fabrican chicos pobres, con la que dicen defender la educación pública y lo único que hicieron a lo largo de los años fue quitarle calidad y, por lo tanto, su función social.
Hace meses que señalo que la palabra “democracia” no forma parte del léxico de Milei. Y ojo con caer en esa práctica tan habitual de tergiversar lo que el otro dice: no estoy diciendo que él no sea democrático, sólo marco que no usa la palabra. Ni siquiera tengo fundamentos sólidos para asumir que no le importa. Más bien lo que creo es que frente a la apropiación del concepto de democracia del kirchnerismo –para prueba sirven las últimas semanas de esta campaña–, Milei no actuó de la misma forma que lo hizo frente al populismo económico. No dio ahí ninguna batalla para mostrar que los que se creen dueños de la democracia manipularon instituciones que tienen que ser sagradas, como los organismos de defensa de derechos humanos, pudriéndolos con un uso partidario. No centró sus intervenciones públicas en hablar de Julio López o en denunciar la desaparición y el asesinato de más de 40 personas durante la eterna cuarentena. Tampoco se concentró en denunciar cómo hace pelota a la democracia la existencia de privilegios, como cuando los dirigentes kirchneristas se saltearon la fila para vacunarse a ellos y a su familia, poniéndose por encima de todo el resto de los argentinos. Ni habló de cómo la corrupción destruye a las democracias desde adentro, debilitando sus instituciones y llegando a adoptar en algunas partes de la Argentina la forma de narcoestado, al ponerse al servicio de quienes controlan el crimen organizado.
¿Por qué, pese a que no se centró en estas cuestiones, sostengo que no puedo decir con seguridad que no le importan? Porque es necesario reconocerle algunas cosas: Milei sí se expresa en contra de las dictaduras latinoamericanas y denuncia la amistad que el kirchnerismo tiene con ellas; Milei sí se pone claramente del lado de la única democracia de la región cuando, a partir de los ataques terroristas del 7 de octubre, defiende a Israel; Milei sí se opone a una práctica muy nociva para las democracias como es el adoctrinamiento; y, también, en las últimas semanas, supo reconocer un cambio en sus ideas al plantear que la libertad de expresión es necesaria y hay que defenderla y asegurarla.
Por eso tiendo a pensar que cuando Milei no habla de “democracia” es como reacción frente a lo que el kirchnerismo quiso vender que era la democracia. No habla de democracia porque los kirchneristas hicieron tanto uso y abuso del concepto de democracia que ya muchos argentinos no quieren ni escuchar hablar de eso. Y esto es grave, porque el problema es el populismo y la forma en la que el populismo rompió la democracia. Pero la Argentina es una sociedad en la que desde hace 40 años hubo, hay y tiene que seguir habiendo consenso en que todo es dentro de la democracia y nada por fuera de ella y, como sí dijo ayer Milei, todo es dentro de la ley y nada por fuera de la ley.
Milei, el primer presidente liberal libertario, tiene la voluntad de terminar con la economía populista. Ojalá abrace con la misma ambición terminar con el daño que el populismo le hizo a la democracia, así todos levantamos fuerte esa bandera y defendemos todos los logros que se consiguieron con ella al mismo tiempo que arreglamos todas las falencias que arrastró hasta acá.
En veinte días será el nuevo presidente de la Argentina y, a partir de ese momento, comenzará el desafío de empezar a resolver los problemas que tenemos. Hasta entonces tenemos, al menos, una seguridad: desde el domingo a la noche, somos libres.
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