JACKIE ELSZTEIN
Domingo

Pensé que se trataba
de sorditos

Un motivo de orgullo cultural argentino era que acá, a diferencia de países como España o Italia, no doblábamos las películas. Lamentablemente eso está cambiando.

Era sábado a la noche, no tenía plata ni hacía calor. No hay más pastillas Renomé y hace rato que no soy joven, pero –algo de la canción de Los Twist hay que respetar– me fui al cine a ver una de terror. No, mentira, a ver Argentina, 1985. Vivo en Balvanera y viajé hasta Flores porque ahí quedaban todavía algunas entradas disponibles para el éxito del momento. Pero no hablaré hoy de esa película sino de otros asuntos. O de un asunto particular. O de una derrota confirmada. Y que no se va a revertir en el corto plazo. Los efectos culturales son a largo plazo, y así como se tardó en llegar a este desastre, para salir se requerirá mucho tiempo, y quizás no se logre nunca.

El cine estaba lleno, llenísimo. Llegué con tiempo y así pude ver todo lo que se proyectaba antes del inicio del film. Hubo unas publicidades feas –la digitalitis avanza sin mayor contención– y también hubo trailers –“colas”, como se decía hace 40 años, o “adelantos”– de estrenos por venir. Fueron cuatro trailers, y tres de ellos estaban ¡doblados al castellano! Y no, no eran tres películas animadas o “infantiles”. Uno de ellos era el de Babylon, de Damien Chazelle, que ni siquiera va a ser apta para todo público. La película tiene como fecha de estreno la última semana de este año en Estados Unidos y Canadá, y recién 2023 en el resto del mundo y, según dicen, está en estado de post-producción. Pero el trailer, el 1º de octubre pasado, ya estaba listo y con un espantoso, oprobioso doblaje al castellano. Un doblaje siniestro, que nos ofrecía a Brad Pitt y a Margot Robbie hablando en castellano.

Surcoreanos y castellano neutro, un combo amenazante y explosivo; si la gestualidad del habla en inglés es distinta a la del castellano, la del coreano lo es aún más.

El otro trailer doblado era el de una película de acción surcoreana llamada Amenaza explosiva y dirigida por Kim Changju. Surcoreanos y castellano neutro, un combo amenazante y explosivo; si la gestualidad del habla en inglés es distinta a la del castellano, la del coreano lo es aún más. El uso del español en el trailer de Amenaza explosiva quizás sea una aberrante justicia poética porque este film coreano es una remake de El desconocido, película española de 2015 dirigida por Dani de la Torre.

El último trailer doblado fue algo así como un chiste, más bien un chiste letal, deprimente. Era el de Ámsterdam, estreno de esta semana dirigido por David O. Russell y una de esas propuestas que uno podría pensar en exhibir dobladas solamente como una especie de broma macabra. Así las cosas, otra vez Margot Robbie estaba hablando en castellano neutro –quizás era un guiño (?) a su presencia en la Argentina por estos días–, esta vez acompañada por Christian Bale en otra de sus admirables actuaciones intensas (al menos gestualmente, porque andá a saber cómo sonaba su voz) y también por Chris Rock, Mike Myers y Robert De Niro. Ay. El cine estaba lleno, yo sufría ante el aluvión doblado y me quejaba en voz alta, pero nadie parecía estar muy ofendido o sorprendido o prestando alguna atención a esta masacre sonora. Pensé que se trataba de sorditos.

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El otro trailer, el que no estaba doblado, fue el de Halloween: la noche final de David Gordon Green. O quizás no estaba doblado porque no se hablaba en el trailer, ya no recuerdo; o quizás también estaba doblado, porque ahora se me aparece una y otra en la memoria vez Jamie Lee Curtis doblada, más asustada ante un grito en castellano que le venía de afuera que ante Michael Myers. O tal vez yo también estaba sordo, o también estaba verde. Pero sigo recordando a Brad Pitt, a Margot Robbie por dos, a Christian Bale y a Robert De Niro en el mundo del castellano neutro o, más que neutro, rotundamente negativo.

Tremendo trabajo de Manolo García en El irlandés

Pienso en De Niro y recuerdo el problema que se generó cuando en España hubo que doblar Fuego contra fuego (Heat) de Michael Mann, porque el “actor de doblaje” en España era el mismo para De Niro y para Pacino. Reviso ese dato en los subsuelos periodísticos de la web y encuentro algo aún más deprimente que esa anécdota de doblaje: cuando El irlandés de Martin Scorsese salió doblada en Netflix, parece que no se tomó en cuenta la “tradición dobladora” hispana y así fue que hubo polémica y espectadores españoles –de los más doblados ante el doblaje– ofendidos. Incluso con tuits como este, que podría haber sido un endiablado mensaje sarcástico pero no, no lo era:

Releo opiniones de ese tenor en notas periodísticas y abandono toda esperanza (aunque ya lo había hecho, siempre se puede abandonar un poco más). El mundo se ha convertido en un lugar absurdo desde demasiados ángulos, un lugar en el que se naturaliza el doblaje hasta el punto de asignarle la voz de otro a un actor, que pasa así a ser solamente un fenómeno visual, algo así como un mimo. Podemos pensar que el doblaje en España fue y es la norma, que en Italia también, que Franco y Mussolini lo impusieron legalmente y su siniestro legado quedó (Franco obligaba a doblar en castellano; ahora pueden doblar en catalán y en gallego, y lo hacen). Y podemos recordar que en Alemania y Francia también se doblan muchas películas.

Pero también podemos pensar, y recordar con añoranza, que en Argentina el doblaje no funcionaba. Y que hasta que comenzó el siglo XXI no parecía ser un problema para quienes íbamos al cine. Ni siquiera acechaba. En el momento del auge de la recuperación de Disney luego de La sirenita, teníamos claro que El Rey León, Hércules, Toy Story y muchas más tendrían las dos funciones nocturnas en idioma original para que fuéramos a escuchar las voces de Jeremy Irons, Danny DeVito, Tom Hanks y tantos otros. Con el correr del tiempo, encontrar películas animadas en versión original se fue convirtiendo en una misión cada vez más complicada, hasta que llegamos a la oferta directamente nula.

Con el correr del tiempo, encontrar películas animadas en versión original se fue convirtiendo en una misión cada vez más complicada, hasta que llegamos a la oferta nula.

Uno de los aspectos más llamativos del asunto es el siguiente: cuando El Rey León o la primera Toy Story se estrenaban con funciones dobladas al castellano durante el día y a la noche en idioma original inglés con subtítulos en castellano, se necesitaban dos copias distintas para esa oferta, porque se trataba de copias en 35mm, cada una de ellas con el sonido y los subtítulos ya definidos e inmodificables. Con la mudanza a lo digital y el fin de la exhibición en 35mm, cambiar la pista de audio y de subtítulos en una copia es mucho más sencillo, son opciones sencillas de un menú. Con ese cambio tecnológico lo que sucedió fue que cada vez creció más la oferta de funciones dobladas, y las películas dobladas ya no fueron solamente las de público infantil sino también las dirigidas a público adolescente.

Sobre ese tema recuerdo haber escrito diversas notas hace ya varios años, ante la constatación de que con cada nueva entrega de la saga Crepúsculo –apuntada con misiles al público adolescente– subía el porcentaje de oferta de funciones dobladas al castellano. Ya se veía la derrota en esos tiempos, y ahora estamos en ese momento en el que la derrota es tal que solamente nos llaman la atención cosas cada vez más extremas, como los espectadores españoles quejándose porque De Niro no suena como tendría que sonar De Niro (es decir, como el español que lo ha doblado “toda la vida”) o cuando se suceden ante nuestros ojos y oídos trailers en castellano “neutro” que incluyen asesinatos, cocaína, sexo y otros temas no aptos para niños.

Juana González en el papel de Greta Garbo

Uno ya se acostumbró a chequear más de una vez no estar sacando por error entradas para una función doblada –ni tampoco para las 4D o esas cosas– pero esta sucesión de trailers doblados fue una sorpresa inesperada, un clavo más en el ataúd. El tráiler intenta mostrar lo más vendible, suponemos que lo mejor, de una película. Y evidentemente que la película esté doblada ha pasado a ser un factor de compra para cada vez más público, o –al menos– ahuyenta a cada vez menos cantidad de público. Un motivo de orgullo del consumo cultural de este país era que el doblaje no lograba hacerse fuerte. Recuerdo un intento de vender doblaje en 1997 con la película Avión presidencial (Air Force One) que no funcionó. Y, sobre todo, recuerdo la convicción de Jorge Luis Borges contra el doblaje y voy a buscar uno de los tres ejemplares de Discusión que hay en la biblioteca. Tomo, en un acto seguramente significativo, la edición más vieja de las que dispongo, la de Emecé de 1957 reimpresa por sexta vez en 1970. Busco en las páginas finales, en las “Notas” que vienen después de “El escritor argentino y la tradición”, el pequeño texto “Sobre el doblaje”. Cito:

Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías fonético-visuales? Quienes defienden el doblaje razonarán (tal vez) que las objeciones que pueden oponérsele pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de traducción. Ese argumento desconoce, o elude, el defecto central: el arbitrario injerto de otra voz y de otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es contingente; es, para el mundo, uno de los atributos que las definen. Cabe asimismo recordar que la mímica del inglés no es la del español.

Y ahí Borges, maestro del margen, caminante de los bordes, apunta una nota al pie de esas para hacerse una remera:

Más de un espectador se pregunta: Ya que hay usurpación de voces, ¿por qué no también de figuras? ¿Cuándo será perfecto el sistema? ¿Cuándo veremos directamente a Juana González en el papel de Greta Garbo, en el papel de la Reina Cristina de Suecia?

El libro Discusión es de 1932, cuando estaban ocurriendo las primeras resistencias anti doblaje en la Argentina; luego vendrían más, varias en forma de persistentemente escasa o elegantemente nula asistencia ante la oferta doblada. Borges se adelantaba también a otras objeciones, a otros intentos de defensa del doblaje:

También oigo decir que el doblaje es deleitable, o tolerable, para los que no saben inglés. Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignaría a rever Alexander Nevksy en otro idioma que el primitivo y lo vería con fervor, por novena o décima vez, si dieran la versión original, o una que yo creyera la original. Esto último es importante; peor que el doblaje, peor que la sustitución que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustitución, de un engaño.

Con este argumento elegante, admirable, Borges también se adelantaba a “pero en el cine italiano, incluso en el neorrealismo, los actores se doblaban a sí mismos, porque el sonido directo y bla bla bla”. Otros bla bla bla que surgen cuando uno se queja del doblaje son aquellos relativos al trabajo de los “artistas del doblaje” y otras zarandajas. Pero acá no estamos hablando de esos asuntos, estamos hablando de que el doblaje era la excepción y no la regla en estas pampas y en otras geografías del país. Y estamos pensando en la suerte que tuvo Borges de quedarse ciego a mediados del siglo pasado y no en estos tiempos, porque de los actores en el cine no iba a percibir ni los sonidos de sus voces en esos peligrosos idiomas extranjeros.

 

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Javier Porta Fouz

Crítico de cine y programador. Actualmente es director artístico del Bafici y programador de Qubit.

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