Argentina se llenó de nazis. Todos sabemos que muchas de las rutas de escape de los asesinos de guerra alemanes después del ’45 tuvieron como destino a nuestro país. Si no leímos historia, si no vimos documentales, si no quisimos saber, Hollywood nos lo recuerda con esa fuerza que tienen las simplificaciones: desde el nazi de la sopa en Seinfeld o la novia judía de Don Draper en Mad Men hasta una comedia romántica de los ’90, la Argentina no está sólo asociada al tango y a Eva Duarte. “Argentina tiene buena carne. Carne y nazis”, dice un personaje en While You Were Sleeping (1995). Pero los nazis alemanes no fueron los únicos. Los primeros en el país fueron autóctonos, nazis argentinos que proliferaron a partir del golpe a Yrigoyen de 1930 y se multiplicaron durante los años siguientes.
Las calles de Buenos Aires aparecían empapeladas con carteles llamando a la lucha contra comunistas y judíos. Agrupaciones nacionalistas vivaban al Fürher, interrumpían funciones de cine, atacaban sinagogas, comités radicales y locales socialistas. “Argentinos sí, judíos no”, era la consigna cuando entraban a los gritos a teatros y facultades.
El loco del bigotito gritaba más y más fuerte. ¿Cómo caricaturizar a una caricatura?
A un país así llegó, huyendo de los nazis originales, el alemán Clément Moreau en 1935. Pero ése no era su nombre. Había nacido en 1903 como Joseph Carl Meffert, era hijo extramatrimonial y una molestia para su padre, un funcionario de correos conservador, monárquico y abusivo que se lo sacó de encima pronto depositándolo en distintos asilos de los que Joseph se escapaba cada vez. A los 15 años fue libre, vagabundeó por Colonia y conoció a unos militantes comunistas con los que trabajó como asistente y mensajero; poco después fue acusado de actividades sospechosas en la izquierda radical espartaquista y lo mandaron a la cárcel. Salió en 1923, empezó su formación artística en la técnica del grabado y a colaborar en publicaciones dedicadas al humor político en un clima nacionalista cada vez más enrarecido. El loco del bigotito gritaba más y más fuerte. ¿Cómo caricaturizar a una caricatura?
En 1933, cuando Hitler dio por finalizada la constitución alemana, el dibujante abandonó definitivamente su país para instalarse en Zúrich; pronto entendió que el peligro seguía latente y decidió irse lejos. Los padres de su novia consiguieron pasaportes falsos. Ahí pasó a llamarse Clément Moreau y con ese nombre viajó a la Argentina en 1935. No podía imaginar entonces que en el otro extremo del planeta había un país también atravesado por el ascenso de los regímenes fascistas, nacionalistas y antidemocráticos.
Un lugar a donde ir
El país al que llega está en ebullición: después del golpe y el gobierno de Uriburu vino el de Justo, hubo alzamientos radicales y exilios, asesinaron por la espalda a un senador en medio de una sesión. Hay fraude y contubernios. Algunos sectores del gobierno y las fuerzas armadas siguen con interés el camino que está tomando Europa. Después vendrán Ortiz y Castillo, el clima se irá enrareciendo y los posicionamientos oficiales se inclinarán cada vez más hacia el Eje.
Hay agrupaciones abiertamente nazis. El Teniente Coronel Juan Molina, de la Legión Cívica Argentina, dice en 1932: “En nuestro país los judíos suman 800.000. Entre nosotros manejan grandes empresas y enormes capitales y tienen sojuzgados muchos valores netamente nacionales”. Son los “camisas negras argentinos” que nacieron en el ’30 con Uriburu. Se forma la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios y la Alianza de la Juventud Nacionalista que en los ’40 se transformarán en la Alianza Libertadora Nacionalista, con saludo fascista, uniforme gris y un cóndor como símbolo. Serán comandados por Guillermo Patricio Kelly y en el ’55 formarán parte de la resistencia peronista. Mientras Hitler avanza sobre Europa, estas agrupaciones locales organizan actos públicos en los que llaman a echar a los judíos del país, repudian el imperialismo inglés y condenan la democracia.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires en la década del ’30, Manuel Fresco, surgido de elecciones fraudulentas, es un exponente claro del crecimiento de los movimientos fascistas a nivel nacional. Su gestión y sus discursos giran en torno a la celebración del golpe de 1930, la derogación de la Ley Saenz Peña, un Estado grande, el control de las organizaciones obreras, la obra pública monumentalista y la admiración por el fascismo. Cuentan que recibía en su despacho entre dos bustos: el de Hitler y el de Mussolini.
Ante la marcha de Hitler sobre Alemania primero y sobre el mundo después, Argentina se decía neutral. Cuando en 1933 arrasó con la república, acá se festejó en el Teatro Colón.
Ante la marcha de Hitler sobre Alemania primero y sobre el mundo después, Argentina se decía neutral. Cuando en 1933 arrasó con la república, acá se festejó en el Teatro Colón. El Grupo Argentino del Partido de los Trabajadores Nacional Socialista Alemán se había fundado en 1931, muchos generales y coroneles eran admiradores de la Italia fascista y la Alemania nazi, surgieron revistas, gremios, clubes, hoteles. Como en la parodia de JoJo Rabit pero de verdad, jóvenes y niños pudieron asistir a los campamentos nazis en nuestro país.
En el período de entreguerras se había librado en Argentina un combate entre dos grandes corrientes políticas: una vinculada con los sectores progresistas –algunos liberales, otros socialistas– y otra de corte nacionalista. En la cultura también se jugaba el enfrentamiento. El progresismo liberal y socialista estaba en las universidades, las sociedades, los institutos, los nucleamientos editoriales y las revistas. Con ellos se juntó Clément Moreau. En cuanto llegó, en 1935, se puso en contacto con las instituciones alemanas que luchaban contra la infiltración nazi en su comunidad: el Goethe Schule, el Instituto Pestalozzi y el diario Argentinisches Tageblatt, tribuna de denuncia de los excesos del régimen. En los colegios trabajó como profesor de dibujo y en el periódico comenzó a publicar sus caricaturas. Cuando su manejo del español se lo permitió, el dibujante empezó a frecuentar un ambiente cultural más amplio y se codeó con los intelectuales críticos, la vanguardia artística del país y los grupos antifascistas.
El año 1938 es especialmente marcado por el nazismo en Argentina. En algunos colegios germanos locales se enseña el saludo con el brazo en alto hacia el Führer, el Mein Kampf es de lectura obligatoria, se planea un plebiscito sobre la “anexión” de Austria a Alemania. Cuando el ejército alemán invade Austria, el Luna Park se viste con banderas rojas y esvásticas, más de 20.000 personas con los brazos arriba corean “¡Heil, Hitler!”. Hay que tomarse un tiempo para figurarse la escena y no naturalizarla.
Entonces se hacen públicas una serie de denuncias sobre la intromisión de la embajada alemana en asuntos internos y el avance de agrupaciones nazis sobre distintos sectores de la sociedad. Se prohibieron sus actividades en el país pero ya es tarde: Argentina está llena de nazis. Mientras tanto, las ciudades europeas son tomadas como botines y los judíos son cazados. El 1º de septiembre de 1939 el ejército alemán invade Polonia y el gobierno argentino dice otra vez que se mantendrá neutral.
Argentina Libre
El 7 de marzo de 1940 se publica el primer número de Argentina Libre, un tabloide fundado por Octavio González Roura, abogado, periodista, corresponsal del diario Crítica en París. Su lanzamiento responde a la coyuntura política de entonces. El proceso de fascistización oficialista iba en aumento y se profundizaban las tensiones con la oposición –radicales, socialistas, demócrata progresistas–, que exigía un pronunciamiento urgente contra el Eje. Pero no toda la sociedad estaba dispuesta a suicidarse, también crecían los agrupamientos antifascistas y nuevos medios de comunicación. Argentina Libre se presentaba así:
Carecemos de preocupaciones políticas mezquinas, pero estamos con las democracias porque la democracia es el contenido filosófico de la Constitución Nacional y porque los soldados de Francia y de Inglaterra luchan en defensa de una civilización que representa también nuestro patrimonio espiritual.
La revista salió hasta 1943 y después tuvo una segunda etapa, entre el ’46 y el ’47, como oposición intelectual al peronismo, pero ese es otro tema. Volvamos a 1940, año de lanzamiento de Argentina Libre. La blitzkrieg nazi arrasa Europa, cae París, tiembla el mundo occidental, el gobierno argentino sostiene la neutralidad, que en ese contexto significa apoyar la invasión nazi. La nueva publicación está estrechamente vinculada a la organización pro aliada Acción Argentina, de la que forman parte políticos como Alfredo Palacios, Alicia Moreau de Justo, Marcelo T. de Alvear, Nicolás Repetto, Américo Ghioldi, los intelectuales de la revista Sur y los miembros de la Sociedad Argentina de Escritores. Muchos de ellos empezaron a colaborar en Argentina Libre. También Clément Moreau.
En cada número se alternaban, en primera plana, las caricaturas del salvadoreño Toño Salazar y del alemán Clément Moreau. Eran un golpe al lector antes de empezar a leer los artículos de los mejores intelectuales argentinos y del mundo; el proyecto universalista del periódico desentonaba con el espíritu nacionalista que se estaba apoderando de la Argentina (recomiendo repasar en una hemeroteca las firmas y contenidos de la publicación).
Caricaturizando a Adolf
A poco de andar, Argentina Libre reeditó una obra de Moreau que había pasado desapercibida unos años antes en Argentinisches Tageblatt: su versión ilustrada del Mein Kampf, la inverosímil autobiografía que escribió Adolf antes de ser el Hitler que todos conocemos.
En los años ’20 Adolf Hitler había aprovechado una cómoda estadía en la cárcel para escribir su vida y mostrar sus ideas. Le puso como título Una lucha de cuatro y medio años contra las mentiras, la estupidez y la cobardía: liquidando cuentas con los destructores de El Movimiento Nacionalsocialista. Más adelante lo simplificó como Mi lucha [Mein Kampf]. En los años siguientes casi todos en Alemania tenían su ejemplar. Después se volvió obligatorio tenerlo. Se reimprimía cada año, se leía en las escuelas, se hacían ediciones “de mochila” para los soldados y el autor embolsaba los derechos, millonarios, mientras se eximía de los impuestos por decreto. Fue un best-seller, se tradujo a 16 idiomas y en 1935 se editó en Argentina. Clément Moreau compró uno, tomó 60 pasajes y los reprodujo, textuales, al lado de sus caricaturas.
El resultado es tan contundente como simple: la historieta fue mostrando al Adolf niño, humillado por su padre y sus maestros, al joven sin talento proyectando venganza, al aspirante a artista, al megalómano con aires de Napoleón y hambre de poder. Las tiras aparecían sin introducción ni comentario editorial, no había notas de la redacción ni referencias al copyright, sólo un título “La vida de Hitler según Mein Kampf” y una firma, la de Clément Moreau.
Es cierto que Hitler estaba lejos de Buenos Aires, pero no sus ideas. Y cuando su voz tronaba cada vez más fuerte, un alemán exiliado dibuja viñetas para tapar el aturdimiento.
Es cierto que Hitler estaba lejos de Buenos Aires, pero no sus ideas, tampoco sus seguidores. Y cuando su voz tronaba cada vez más fuerte, un alemán en el exilio dibuja viñetas para tapar el aturdimiento. Porque el humor puede hacer esas cosas: bajarle el volumen al peor de los tiranos. Claro que en Alemania ni estaban enterados de eso. Cuando el dibujante dejó Europa era apenas conocido en el círculo acotado de las publicaciones de sátira política y tras su exilio en Argentina fue olvidado por completo. En 1978 se hizo en Berlín una retrospectiva de su obra y recién entonces accedieron a la versión ilustrada del Mein Kampf, el libro que había estado en 12 millones de casas, bibliotecas y escuelas, que dejó de imprimirse en 1945, que se convirtió en tabú y volvió a publicarse en 2016 con más de tres mil comentarios de expertos para “poner en evidencia las mentiras y manipulaciones del autor”.
Clément Moreau había hecho eso mismo, con sus dibujos, cuando la bestia estaba fuerte, poderosa y resoplando.
Su segunda gran obra fue La comedia humana, otra novela ilustrada ya no centrada en Hitler sino en sus víctimas. Moreau quería mostrar a los lectores argentinos lo que se vive bajo una dictadura: persecuciones, exilio, interrogatorios, espionaje, tortura, muerte. Después participó como colaborador en el cuadernillo Prohibido escuchar, editado por los países aliados y distribuido en América Latina y en la serie Quien siembra vientos cosecha tempestades, sobre la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.
Cuando la guerra terminó, Clément Moreau decidió seguir en nuestro país. Alemania era un territorio devastado, acá tenía trabajo, un nombre como caricaturista político y se había ido argentinizando poco a poco. Con la llegada de Perón, sus dibujos fueron censurados y empezó a viajar por el país; retrató indígenas en Jujuy, quiso abrir una escuela de arte en el Chaco, estuvo en la Patagonia. El hombre que convirtió en viñetas al Mein Kampf vio, estupefacto, cómo el país al que había llegado huyendo del nazismo empezó a convertirse en refugio de sus jerarcas.
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