Recuerdo que cuando iba al colegio secundario me tomaba todas las mañanas y todos los mediodías el tren Mitre a Retiro. Y todas las mañanas —si el sol ya había asomado— y todos los mediodías esperaba con una vaga sensación de ansiedad y morbo el momento en el que mi tren pasaba por debajo de ese puente por el cual las formaciones del San Martín cruzan por encima de las vías del Belgrano y el Mitre, a la altura del Barrio Parque. En una de las amplias paredes de viejos ladrillos que sostienen el puente metálico había una gran pintada de alguna agrupación de izquierda que, con grandes letras naranjas y negras, había dejado allí un furioso mensaje contra el Fondo Monetario Internacional, el sistema financiero mundial y el gobierno de Alfonsín. El texto exacto de la pintada no lo recuerdo, pero seguramente podría resumirse en algo así como el clásico “Que la crisis la paguen los capitalistas”. En el costado izquierdo de la inscripción, para ilustrar el efecto buscado con el mensaje, los militantes habían pintado un cerdo de aspecto feroz, de semblante enojado y amenazantes colmillos, vestido a la manera del Tío Sam y con una banda que le cruzaba el pecho con las letras F, M e I.
Del otro lado del mostrador, un comentario que se repite entre las personas que han trabajado en algún momento en este organismo es que, excepto en la Argentina, en ninguno de los muchos países del mundo que les ha tocado en suerte visitar –o de los que han recibido comentarios de primera mano– sus nombres y menos aún sus rostros suelen cobrar notoriedad pública. Es decir que sólo en nuestro país nombres tales como Anoop Singh, Anne Krueger, Claudio Loser, Christine Lagarde, Alejandro Werner, Gita Gopinath o Kristalina Georgieva son tenidos en cuenta cuando se quiere saber cómo está la calle, Willy.
Hay entonces desde hace décadas un océano de incomprensión entre la pintada del cerdo capitalista y la perplejidad de estos tecnócratas.
Hay entonces desde hace décadas un océano de incomprensión entre la pintada del cerdo capitalista y la perplejidad de estos tecnócratas, personas que suelen sentirse satisfechas con los méritos académicos, ejecutivos o políticos necesarios para alcanzar una posición relevante en la vasta burocracia de los organismos internacionales, pero a los que les resulta muy difícil entender cómo esas funciones técnicas —de manejo de planillas de cálculos, análisis de datos y proyecciones económicas— los pueden convertir en algo así como villanos de película de superhéroes a los ojos de este curioso país austral de tantos mundiales ganados como dígitos de inflación anual.
Es probable entonces que La Argentina en el Fondo: la intimidad de la lucha con el FMI 2013-2023, un nuevo libro firmado por Martín Kanenguiser y Alejandro Werner (Edhasa, 236 páginas), sea el intento más reciente para entender dos cuestiones principales: por un lado, la verdadera naturaleza del FMI como organismo internacional de crédito; por el otro, sus difíciles relaciones con nuestros gobiernos y por qué, de una manera u otra, todo siempre termina mal. Ambos autores cuentan con credenciales más que apropiadas como para acometer la tarea. Kanenguiser es un periodista especializado en economía de larga trayectoria en medios como La Nación e Infobae; por su parte, Werner fue el jefe del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, y como tal fue un actor principal en las negociaciones del Fondo con los gobiernos de Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández. La vuelta de tuerca del caso es que Werner nació en la Argentina. Cuando era un niño, en la última dictadura militar, debió exiliarse con su familia en México, donde desarrolló una carrera académica y profesional que lo llevó incluso a ser designado viceministro de Hacienda en el gobierno de Felipe Calderón, entre otros cargos. En todo caso, lo que se explica al comienzo del libro es que su contenido es el resultado de un largo diálogo entre ambos autores, pero que en verdad, a excepción del prólogo y del epílogo escritos por Kanenguiser, los capítulos principales corresponden al relato y a la visión de Werner sobre sus años en el Fondo y su participación en el caso argentino, todo ello pasado en limpio y editado por el periodista.
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Los capítulos 1 y 3 de La Argentina en el Fondo se abocan a la primera de las dos cuestiones mencionadas más arriba: con espíritu didáctico y tono neutro, Werner explica la historia del Fondo como uno más de los tantos organismos multilaterales que existen en la actualidad. Éste en particular nació a partir de los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, aquellas iniciativas de las Naciones Unidas impulsadas por las potencias aliadas que ya un año antes de la victoria en la Segunda Guerra se preparaban para la compleja tarea de reconstrucción que deberían emprender. Werner explica con prolijidad las razones de la creación de este organismo, su evolución en las décadas siguientes, sus relaciones con otras instituciones similares como el Banco Mundial y con aquellas surgidas más tarde por otro tipo de acuerdos regionales, como el Banco Interamericano de Desarrollo en nuestro continente o el Banco Central Europeo, un organismo de creación mucho más reciente como consecuencia de la avanzada integración de la Unión.
Y un dato muy importante que muchas veces no se tiene en cuenta: el Fondo no es una entidad ajena a los países que recurren a él, sino que es un organismo que tiene prácticamente tantos países integrantes como la ONU. Lejos de ciertas caracterizaciones exageradas, se parece bastante a algo así como una asociación mutual a la que puede recurrir gente que está en problemas. Desde luego que por su formación, organización y aportes el peso de Estados Unidos no es el mismo que el de Rumania, pero eso no quiere decir que se trate de un instrumento perverso de dominación ni parte de una oscura conspiración global. La Argentina, como cualquier otro de sus miembros, es parte del club de manera voluntaria, y tiene obligaciones y derechos que se derivan de su membresía. La interpretación que se pueda hacer de la naturaleza y los resultados de cada uno de los muchos programas acordados entre el Fondo y la Argentina a lo largo de los años no es de ningún modo —pese a los reiterados chillidos del kirchnerismo, la izquierda y los nacionalismos— el producto de un intento de dominación neocolonialista ni nada que se le asemeje.
Werner repasa rápidamente la historia de la actuación del FMI y los programas aplicados en países de América Latina, entre los que lista más casos de éxito que fallidos.
Werner repasa rápidamente la historia de la actuación del FMI y los programas aplicados en países de América Latina, entre los que lista más casos de éxito que fallidos. Explica la diferente naturaleza de cada uno de los programas que figuran en su menú de asistencia económica a países en problemas, que pueden ir de la simple asesoría sin mayores condicionalidades a la función de prestamista en última instancia cuando las cosas se presentan realmente complicadas. Del tipo de programa que se trate en uno u otro caso —y, sobre todo, de los montos del crédito involucrado— dependerán ciertas metas de política económica que los gobiernos deberán negociar con el FMI y que serán auditadas periódicamente por sus equipos técnicos.
A continuación, y como para reforzar la idea de que el FMI no es una fuerza malvada de objetivos inconfesables, Werner se detiene a explicar otro tipo de obviedades que los adultos ya deberíamos saber: las personas que trabajan en los organismos multilaterales en general y en los financieros en particular tienen un cierto perfil académico y vocacional, pero no son agentes de las fuerzas del Mal ni nada que se le parezca, sino apenas gente común. Personas de muchas nacionalidades que no hacen más que ir a la oficina como tantas otras en el mundo, y el hecho de que esta oficina sea una organización que influye en la política y la economía mundial no impide que pueda tener a su vez cosas de aquella The Office de ficción. Algunos de sus burócratas, inclusos los más altos, pueden parecerse a veces a David Brent (o a Michael Scott, como prefieran). En todo caso, el Fondo (y cualquier organización de este tipo) es una institución con reglas estrictas, procedimientos rigurosos, un organigrama bastante complejo y una burocracia muy densa y vertical. También, desde luego, hay allí internas, conflictos, gente con ansias de figurar y trepadores de todo pelaje. Si aceptamos que esto mismo podría decirse de cualquier gobierno de cualquier país del mundo, deberíamos entonces tenerlo mucho más presente al analizar los resultados de los programas de crédito que se suelen negociar entre las partes.
La excepcionalidad argentina
Pero por supuesto que éste es un libro publicado en la Argentina, escrito por un periodista argentino a partir del testimonio de un argentino-mexicano, y el principal asunto a tratar aquí es la relación del FMI con los últimos gobiernos argentinos. Por eso podría decirse que hay tres tipos de capítulos entre los cinco que aún no hemos reseñado de La Argentina en el Fondo. En primer lugar, aquellos que repasan la actuación del organismo en América Latina en los años ’70, las crisis de deuda y la década perdida en los ’80, la reconversión neoliberal de los ’90 y los vaivenes del nuevo siglo. Si la Argentina compartió en gran medida las dificultades y las distintas políticas de aquellas primeras tres décadas con el resto de las grandes economías del continente (Brasil, México y Venezuela), lo que sucedió a partir de 2003 empezó a delinear los contornos de esta suerte de nueva excepcionalidad argentina: incluso con gobiernos de signo político muy distintos y momentos de graves turbulencias económicas, tanto México y Brasil como los más pequeños Perú, Colombia, Uruguay o Paraguay mostraron aceptables niveles de crecimiento económico y mantuvieron la inflación en niveles de un dígito anual; por el contrario, la manía argentina por encontrarle la quinta pata al gato inflacionario sólo podría entenderse como una pulsión suicida. Todo esto, claro, con la otra y más tortuosa excepción como horizonte y amenaza recurrente: Venezuela.
Luego están los capítulos dedicados a los gobiernos kirchneristas, especialmente a aquellos que coincidieron con la jefatura de Werner en el Departamento del FMI que le correspondía a la Argentina, es decir, el segundo período de CFK y la primera mitad del actual gobierno de Alberto Fernández. Y, aunque Werner evita en general los calificativos fuertes, la conclusión que deja entrever es que resulta casi imposible encontrar en el siglo XXI algo remotamente parecido a este cúmulo de ignorancia, prejuicios, mala intención y mala fe, prepotencia y bravuconería. No se puede explicar ni creer la manera en que las administraciones kirchneristas hicieron y deshicieron a voluntad en medio de uno de los ciclos de precios de productos exportables más favorables para el país en su historia. Menos aún se pueden aceptar los ardides y las justificaciones para echarles la culpa de todos los males pasados, presentes y futuros del país a los que “se la fugaron toda”, a los malvados de afuera (“los fondos buitre”) y al propio FMI. No se trata de que la experiencia de Werner con los gobiernos kirchneristas no sea interesante o la información que proporciona sea poco relevante: se trata de que, a esta altura del partido y cuando en esta misma semana nos enteramos de otra penosa consecuencia que deberá afrontar el país por la mala praxis de Axel Kicillof en la expropiación de YPF, lo que leemos al respecto en este libro no hace más que confirmarnos lo que ya sabíamos de sobra.
Los capítulos más complejos y elaborados, los que aportan algunas novedades sobre la historia reciente del país, son los dedicados al gobierno de Mauricio Macri.
Finalmente, los capítulos más complejos y elaborados, los que aportan algunas novedades sobre la historia reciente del país, son los dedicados al gobierno de Mauricio Macri y el famoso crédito “más grande de la historia”. Además de unas cuantas precisiones técnicas y metodológicas, Werner aporta su opinión acerca de las razones por las cuales la gestión económica de Cambiemos —a pesar de la abismal diferencia en cuanto a la calidad profesional y humana de sus integrantes si se los compara con los kirchneristas— no pudo alcanzar los resultados esperados y, apenas comenzado 2018, debió acudir nuevamente al FMI en busca de ayuda cuando la situación parecía salirse de control. Intenta explicar también por qué, a pesar de los esfuerzos llevados adelante por ambas partes y a que el monto del crédito stand by al que accedió la Argentina fue realmente muy significativo, este programa tardó bastante más de lo esperado en mostrar resultados positivos en el mercado cambiario y en los índices de inflación. Cuando parecía que se avistaba la luz al final del túnel, llegaron las PASO de 2019 y ya no hubo mucho más que hacer.
Werner aporta sus opiniones sobre todas las cuestiones que se discutieron durante el gobierno de Macri e incluso después: si el plan fue demasiado gradualista (para él, sí), si Macri se excedió en su optimismo (también), si hubo errores técnicos en la confección inicial de las metas de inflación, en la política monetaria, en la fiscal y en la cambiaria. Para todo esto Werner reitera las críticas más habituales que ha recibido la gestión de Cambiemos, aunque entiende que existieron atenuantes en la falta de un respaldo social sólido para implementar un programa mucho más ambicioso de reforma y modernización de la economía. Esa debilidad política de origen sin dudas atentó contra sus posibilidades de éxito en la misma medida que la complicada herencia recibida a fines de 2015 y las malas artes del peronismo en la oposición.
Esa debilidad política de origen sin dudas atentó contra sus posibilidades de éxito en la misma medida que la complicada herencia recibida a fines de 2015.
Es cierto, hay espacio en el libro para algunas anécdotas, chismes, opiniones personales del autor y, quizás, algún ajuste de cuentas. Al referirse a los funcionarios de Cambiemos, Werner destaca tanto las cualidades humanas como profesionales de Nicolás Dujovne, Federico Sturzenegger, Guido Sandleris o Gustavo Cañonero, por ejemplo. A otros puede reconocerles méritos pese a las fuertes disidencias que pudieran haber tenido en las negociaciones, o quizás señala ciertas falencias en las ideas o en la iniciativas de alguien como Alfonso Prat Gay, por ejemplo. Pero el que sin dudas se lleva la peor parte es Luis Toto Caputo, a quien lejos de calificar como “el Messi de las finanzas” (como él mismo comentaba que se lo apodaba) lo muestra más bien como una persona sin los antecedentes apropiados para el cargo, excesivamente nervioso e inseguro. Cualidades poco apreciadas en tiempos de crisis, desde luego, con el agravante —según Werner— de que su influencia en el presidente Macri resultó nociva y lo llevó a cometer muchos errores.
En definitiva, la lectura de La Argentina en el Fondo puede resultar de utilidad para repasar ciertas cuestiones básicas de nuestra historia económica y política reciente, pero no tiene mucho más para aportar que un renovado sentimiento de frustración y pérdida por comprobar una vez más que la Argentina parece condenada a la categoría de paria internacional no sólo por las decisiones de sus gobiernos, sino sobre todo por el mandato que estos reciben de la sociedad que los vota. Desde luego que no es lo mismo una bestialidad como el falseamiento de las estadísticas públicas implementado por un gobierno de malhechores que un error de diseño en una meta de inflación por parte de funcionarios calificados y de moral intachable, pero al mundo tal y como existe esto no le importa en lo más mínimo. De nada sirve enojarse con “los mercados”, los gobiernos extranjeros o los organismos como el FMI, porque las facturas por nuestra irracional obstinación en negarnos a hacer simplemente lo que corresponde siempre llegan al mismo domicilio de Balcarce 50 y al quinto piso del edificio de enfrente, sin distinción de quién lo habite circunstancialmente.
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