Gracias a Dios es viernes

#7 | A Silvina Luna no la mató la sociedad

Aflojemos con los '70. Milei no ganó y ya incumple sus promesas. ¿Qué hacemos con los que quieren que arda todo?

La muerte de Silvina Luna, actriz y modelo llegada a la fama en la segunda edición del reality show Gran Hermano en 2001, no por anunciada resultó menos triste: afectada por una bacteria que complicó aún más la insuficiencia renal que padecía a causa de una mala praxis en una cirugía estética hecha en 2011, murió a los 43 años tras estar dos meses internada en el Hospital Italiano. Inmediatamente todas las miradas acusatorias volvieron sobre el responsable de aquella intervención, el médico Aníbal Lotocki, quien ya fue condenado por la Justicia en primera instancia en febrero de 2022 en una causa iniciada por la propia Luna y otras tres denunciantes. Lotocki tiene además otro juicio pendiente –con la acusación de homicidio– por otra operación fallida que derivó en la muerte de Cristian Zárate en 2021. Como suele suceder en este tipo de casos tan conmocionantes, un grupo de personas organizaron y convocaron el miércoles a la noche a una mezcla de marcha de protesta y escrache en la casa del médico, evento que contó con la presencia de otros famosos que dicen haber sido víctimas de la mala praxis del médico y con la consabida cobertura televisiva.

Peor resultó sin embargo la reacción de la agrupación Actrices Argentinas, que consideró que la muerte de Silvina Luna era otra inmejorable oportunidad para ejercer el oficio más antiguo del mundo: llevar agua para el molino propio. Y rápido, antes de que se enfríe el cadáver. Lo curioso fue que de entre los muchos comentarios que despertó el comunicado de la colectiva de actrices (sic), sobresalió uno de alguien con quien suelen compartir preferencias políticas. En efecto, Malena Pichot estuvo –al menos por una vez– cerca del tuit perfecto. Una lástima que lo haya estropeado al final con la referencia a TN, más aún si consideramos que quizás (sólo quizás) la respuesta a la pregunta que formuló en la oración inmediatamente anterior podría relacionarse con un destacado funcionario del oficialismo al que ella adhiere fervientemente. Y, aunque en este newsletter creemos que el carpeteo con tuits viejos es una práctica de más de un filo, no pudimos evitar la tentación de recordar esta otra perla de Male, una con la que nos topamos involuntariamente al buscar el link al tuit adecuado. Creenos, hermana.

Con los años ‘70 en la Argentina nos pasa lo mismo que a Michael Corleone con la mafia: justo cuando estamos por dejarlos atrás, nos vuelven a llamar. Esta vez la controversia pública se suscitó por una iniciativa llevada adelante por Victoria Villarruel, la candidata a vicepresidente por La Libertad Avanza, que en un acto veladamente proselitista homenajeó en la Legislatura porteña a las víctimas de las organizaciones guerrilleras que operaron en el país.

Es cierto que Villarruel defiende públicamente esta causa desde hace años, que se trata de una causa justa y razonable más allá de las inocultables simpatías procesistas de su impulsora y que su accionar en pos de un reconocimiento a todas aquellas víctimas deliberadamente olvidadas por la prédica y el accionar de los gobiernos kirchneristas no encontró el eco que quizás debería haber tenido en otros ámbitos institucionales, incluidos los de Juntos por el Cambio. De hecho, el psicopateo constante del kirchnerismo, la izquierda y las organizaciones de derechos humanos llevó a la coalición a quedar constantemente entrampada entre el “Macri, basura, vos sos la dictadura” y el despropósito de aquella ley bonaerense del “fueron 30.000” como verdad indiscutible de Estado.

¿Qué hacer entonces cuando las causas nobles quedan a merced de las fuerzas políticas más irracionales? Puede que en épocas electorales y en medio de una situación tan delicada lo más sensato sea no hacer nada, por eso JxC optó por el muy prudente “salí de ahí, Maravilla” y les cedió el escenario a los exponentes más exaltados de LLA y el kirchnerismo para que se dieran el gusto de montar otro show de la demencia. Quedará entonces para otro momento (o para nunca) la tarea de volver a las fuentes de la CONADEP, el Nunca Más y los juicios a las Juntas militares y a las cúpulas guerrilleras, aquel espíritu de búsqueda de verdadera justicia en democracia y en un marco de auténtico respeto por la ley y sus procedimientos. Quizás cuando lo urgente no deje para otro momento lo importante podamos decir sin miedo que quienes bastardearon todo aquello en los ‘90 y en este siglo –en todos los sentidos posibles– fueron las distintas versiones del PJ. Mientras tanto, habrá que soportar también que su variante más reciente, la libertaria, haga campaña con una causa justa mientras vocifera su odio por Raúl Alfonsín y su legado.

Hablando de este tal Javier Milei (¿les suena?), a nadie medianamente sensato e informado se le puede escapar la manera en la que el candidato triunfante en las PASO y sus principales colaboradores, aquellos que se supone que tendrían un lugar destacado en un eventual gobierno de LLA, se dedican a contradecirse públicamente todos los días y a toda hora. Mientras que sus seguidores más exaltados nos siguen mandando a leer *estrellitas* LA PLATAFORMA *estrellitas*, las declaraciones públicas de Milei, Diana Mondino, Ramiro Marra, Carlos Rodríguez, Juan Nápoli o Emilio Ocampo van formando una rueda loca de contradicciones en dos niveles que se superponen: en el primero, cada uno de ellos dice algo distinto sobre un tema cualquiera; en el siguiente, se contradicen a sí mismos con una distancia no mayor a unos pocos días.

El ejemplo de la dolarización seguramente es el más obvio por los réditos electorales que esta promesa parece haberles deparado, pero la lista de asuntos a relativizar, posponer o directamente descartar es larga: la quema del Banco Central no será televisada porque no sucederá, la motosierra del gasto público no será tal porque el único gasto a eliminar es el de los cargos políticos (y así va a ser difícil llegar a los prometidos 15 puntos de reducción del gasto), las tarifas de los servicios no se pueden subir (apenas bajarían los subsidios), la reforma laboral no era tan indispensable porque el de los privilegios sindicales resulta que no es un mercado más y, por lo tanto, no se puede tocar. ¿Y las industrias protegidas de los empresaurios? Puede ser, pero van a tener dos años de changüí.

Es de suponer entonces que la estrategia de Milei para no defraudar a sus votantes incumpliendo en el Gobierno sus promesas de campaña consistiría directamente en dejar de lado las promesas durante la misma campaña. Es un lujo que se puede dar un candidato al que nadie elige por la consistencia de sus propuestas, por su coherencia o por la viabilidad de sus proyectos, sino más bien por dos o tres consignas altisonantes y como expresión de un agudo sentimiento de angustia y frustración. Y, más allá de eso, todo indica que su núcleo duro de seguidores que se manifiestan incansablemente en las polémicas tuiteras, producen memes con iconografía guerrera o mística y difunden sus mensajes en Tik Tok es absolutamente inmune a cualquier tipo de cuestionamiento a su líder.

Ahora bien, pasado el shock inicial de los primeros resultados de las PASO, algunos analistas se han propuesto la tarea de desentrañar la identidad de ese casi 30% de votos nacionales que cosechó LLA. Esta nota de Adrián Lucardi planteó algunas hipótesis interesantes y señaló ciertas particularidades de la distribución geográfica del voto mileísta. En estos días, un trabajo de análisis de datos de La Nación revela algo más: a diferencia de lo que sucede con JxC y Unión por la Patria, los votos mileístas son transversales, es decir, provienen de todos los sectores de la sociedad, sin distinciones.

Esto resulta interesante porque todavía leemos comentarios que hablan del voto bronca de los caídos del sistema, del voto Rappi de los trabajadores autónomos y precarizados y por supuesto que también están los jóvenes que se volcaron ideológicamente a la derecha como reacción a años de mindfucking kirchnerista. Menos se habla quizás de la paradoja de que muchos de esos votos de Milei en el interior del país sean de empleados públicos que votan a favor de alguien que prometía una motosierra para sus fuentes de ingresos, seguramente porque habrán entendido de algún modo que esa promesa no era en serio o resultaría incumplible en la práctica.

Pero lo que el análisis de La Nación confirma es la existencia de esos votantes de Milei distribuidos bastante uniformemente que pertenecen a las clases alta o media-alta. Decimos que lo confirman porque seguramente muchos de nosotros conocemos personalmente a alguno de estos votantes. Pero también los venimos leyendo en las redes sociales desde hace varios años, particularmente en Twitter. En general tienen más de 40 años, por lo que no se los puede acusar de inexpertos: perfectamente pueden recordar la mayoría de las grandes crisis del Rodrigazo para acá porque las vivieron, no se las contaron. Tienen un buen pasar económico, trabajan en finanzas, son empresarios, comerciantes o profesionales, independientes o no, por lo que no se puede decir que no hayan recibido una buena educación. Quizás en su momento le dieron su oportunidad a Cambiemos, pero se desencantaron pronto con la gestión de Macri, no pudieron esperar más de cuatro años.

Y ahora, cansados, enojados, quieren que “arda todo”. No está muy claro por qué, si toda la evidencia histórica demuestra que de las grandes crisis, del “que se vayan todos”, no hemos salido mejores, al contrario. Y que, además, cada uno de esos estallidos sociales y económicos provocaron daños tremendos y, muchas veces, irrecuperables. Seguramente saben también que no hay soluciones mágicas para ningún problema, menos para estos tan complicados que nos aquejan, que se fueron acumulando y agravando con el paso de los años y las décadas.

Saben que la dolarización es imposible sin una hiperinflación, una gran confiscación o ambas cosas, pero no importa: la única hiper que no perdonan es la de 1989. El reperfilamiento de la deuda en pesos de Lacunza en 2019 parece que fue mucho peor que el Plan Bonex o el manotazo a las AFJP. “¿Qué les pasó?”, se preguntaría Ernesto. ¿Por qué tanto enojo y tanta frustración, si a ustedes no les va tan mal, gorditos? ¿Pensaron que estaban para más, pero pasaron cosas? ¿Por qué tan poco rigor en el reparto de culpas, por qué tanta paciencia con algunos y tan poca con otros? ¿Qué se hace con quienes razonan así?

Ni idea. Que arda todo, loko.

 

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