El cine es misterioso y un poco inexplicable. Las películas suelen ser más (o menos) que la suma de las partes. Por eso cuando alguien dice que tal película tiene “buena fotografía” hay que desconfiar. También cuando se habla demasiado de la trama, que es menos que el guion, que a su vez es mucho menos que la película. No digo que yo no incurra en esos descuidos, pero es por pereza, porque me rindo antes de conseguir aprehender el objeto elusivo del que estoy hablando.
Uno de los aspectos más singulares del cine es el de los actores. Mientras que en el teatro son casi todo, en el cine son un elemento más. “Son ganado”, dijo famosamente Alfred Hitchcock. Y a la vez fue el cine el que elevó a los actores a la categoría de estrellas mundiales. Lo explicó bien el filósofo francés Edgar Morin: “Nada en la naturaleza técnica y estética del cine reclamaba de inmediato a la estrella. Por el contrario, el cine puede ignorar al actor, su interpretación, su propia presencia, puede reemplazarlo ventajosamente por aficionados, niños, objetos, dibujos animados. Y no obstante ello, el cine –capaz de prescindir del actor– inventa la estrella; provoca su hipóstasis, aunque ella no parece participar para nada de su esencia”. Lo escribió en el libro Las estrellas del cine, de 1957, en los mismos años en que unos compatriotas suyos decían que el director era el verdadero autor de una película.
Esta paradoja es prima hermana de otra: el dominio del actor es el teatro, pero fueron los primeros planos del cine los que le dieron la posibilidad de actuar por completo, de actuar con la mirada, es decir, con el alma. El actor no importa tanto en el cine y a la vez una Maria Falconetti es más a La pasión de Juana de Arco que cualquier actor a cualquier obra de teatro.
Este divague viene a cuento de que hace doce días y algunas horas murió mientras dormía Raymond Allen Liotta en el hotel Casas del XVI de la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana, Antillas Mayores, América, Planeta Tierra. Ray Liotta fue un actor de cine extraordinario. No sólo porque actuó poco en televisión y en teatro, sino también porque su existencia está ligada a una sola película, que brilla en su filmografía con un fulgor demasiado intenso como para no opacar a las demás. Y también porque en esa película brilla él, centro absoluto y narrador, presencia arrolladora aun al lado de gigantes como Robert De Niro delante de la cámara y Martin Scorsese detrás. Bueno, ya sabés a qué película me refiero, solo queda registrar acá el título: Goodfellas o Buenos muchachos, para el que gusta de los títulos en castellano.
Cuando la noticia de su muerte se diseminó por las redes sociales, todos caímos en el lugar común de evitar el lugar común y destacar que Ray Liotta también había hecho grandes papeles en Something Wild, en Marriage Story, en Field of Dreams, en Killing Them Softly, en The Many Saints of Newark (todas menos las primera, en plataformas). El empeño en aclarar que Ray Liotta no fue solo Goodfellas es porque pensamos que mereció haber alcanzado el prestigio de un Al Pacino.
Creo eso, pero creo también que hay algo eminentemente cinematográfico y por lo tanto hermoso en el hecho de que su cara poceada y angulosa, su cuerpo y su voz remitan enseguida a una película específica y tan deslumbrante como esa.
Cuando se cumplieron 30 años del estreno, la revista GQ publicó una historia oral con entrevistas a Scorsese, Liotta, De Niro y casi todos los involucrados (menos el arisco Joe Pesci). Corro el riesgo de que le des click y te vayas de este newsletter para siempre, porque es una nota apasionante, pero esperá. Quiero citar la anécdota del primer encuentro de Scorsese con Liotta.
Scorsese ya estaba preparando la película y pensando en actores para el papel de Henry Hill. Liotta había hecho un buen trabajo en Something Wild, a Scorsese le gustaba, pero no era tan conocido. Los productores preferían a Tom Cruise. El encuentro fue en Italia, como no podía ser de otra manera. En el Festival de Venecia, en donde se estaba presentando La última tentación de Cristo. Cuenta Scorsese: “Estaba atravesando el lobby del hotel. Tenía varios guardaespaldas a mi alrededor. Ray se acercó y los guardaespaldas se le abalanzaron, entonces reaccionó de una manera muy interesante: se mantuvo firme, pero les dio a entender que no era una amenaza. Me gustó su comportamiento en ese momento. Me dije «ah, entiende cómo es una situación así, no se la voy a tener que explicar»”.
En una hermosa nota en The Guardian publicada anteayer, Scorsese cuenta otra cosa. Un día, durante el rodaje, Liotta recibió un llamado con malas noticias. Su madre se estaba muriendo. Estaba triste, pero sobre todo enojado. Scorsese le dijo que fuera a despedirse, pero él quería filmar la escena primero. La podés ver más o menos a la media hora de película (no lo dije todavía, pero está en HBO Max). Se trata de la escena posterior al robo de Air France, cuando Jimmy, Tommy y Henry van a darle el tributo a Paulie.
Reunidos alrededor de una mesa repleta de fajos de dólares, ríen y se abrazan. Cuenta Scorsese: “La escena era sobre la euforia de los personajes después de haber cometido su primer gran robo, y todos formaron un lazo emocional alrededor de Ray: al mismo tiempo que reían y celebraban, lloraban con él. Risas y lágrimas, lágrimas y risas… todos eran uno. Ray hizo la escena de manera hermosa, y luego se fue a despedir a su amada madre. Fue una experiencia única”.
Hay otra cosa que siempre me maravilló de esa escena. Paulie le pasa el brazo por sobre los hombros a Henry, le da un beso en cada mejilla y le dice: “Estoy orgulloso de vos, hijo. Esa es mucha plata para un chico como vos. Si alguien te pregunta de dónde la sacaste, le decís que la ganaste en el casino”. Y después le da una cachetadita, pero antes amaga un par de veces, y Henry en ese momento es tan vulnerable, casi infantil.
Otro momento y me despido, porque como te habrás imaginado hoy no voy a hablar ni de Top Gun, ni de The Unbearable Weight of Massive Talent, ni de Obi-Wan Kenobi, ni de Irma Vep.
Karen llama llorando porque un chico del club la quiso violar. Henry lo va a buscar. Se pone el revolver en el cinto y baja del auto. La cara con la que cruza la calle está en llamas. Imposible no pensar en Sonny Corleone yendo a fajar a Carlo. Pero si lo de Sonny y Carlo era de una brutalidad desordenada, lo de Henry tiene la frialdad de un asesino serial: con una mano lo agarra de los pelos y con la otra le rompe la nariz con diez puñetazos. Y la cara con la que vuelve a cruzar la calle supura adrenalina.
Liotta fue más que Goodfellas y Goodfellas fue más que Liotta, pero si hubiera que pensar qué es un actor para el cine y qué es el cine para un actor, habría que empezar por acá.
Nos vemos en quince días.
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