El 2 de abril, el encargado de Negocios en Londres, Atilio Molteni, fue citado a concurrir al Foreign Office a las 17[1]. Cuando llegó, observó que estaban en la entrada del edificio las cámaras de las cadenas de televisión y el periodismo escrito. Para pasar desapercibido, se hizo llevar en el Mini Cooper de la consejera Nora Lucía Jaureguiberry y entró por una puerta del costado. Lo hicieron esperar cerca de media hora en la sala de ceremonias, un salón con escasa luz adornado por cuadros que reflejaban glorias del pasado del Reino Unido.
Cuando ingresó en el despacho del subsecretario del Foreign Office, Michael Palliser, este le comunicó la ruptura de relaciones diplomáticas (y consulares). Durante toda la entrevista, Molteni se mantuvo de pie porque no fue invitado a tomar asiento. Después de unas palabras de saludo, el funcionario le entregó la nota que comunicaba esa decisión:
El subsecretario principal de Asuntos Exteriores ofrece sus saludos al Encargado de Negocios de la Embajada Argentina y desea informarle que después de la invasión a las islas Malvinas, el gobierno de Su Majestad rompe las relaciones diplomáticas con el gobierno de la República Argentina. En estas circunstancias, el embajador argentino y su staff deberán irse de Gran Bretaña lo antes posible y en todo caso, no más tarde de la medianoche del 8 de abril de 1982. Si la Embajada Argentina tiene la intención de pedir a un tercer país que proteja los intereses argentinos en el Reino Unido deberá consultar a la oficina de Asuntos Exteriores lo antes posible con la identidad de poder de quien desea que proteja los intereses. En ese caso, el gobierno de Su Majestad no pondrá objeciones a los intereses argentinos. Será una sección de tamaño apropiado, integrada por diplomáticos argentinos que se alojarán en la embajada protectora. El subsecretario de Su Majestad aprovecha esta oportunidad para renovar al embajador de la República Argentina su máxima consideración.
Molteni informó los detalles de la entrevista por cable “Secreto” Nº 872 del 6 de abril de 1982. El alto funcionario le había dicho que la medida se había decidido porque la Argentina había invadido suelo británico. Molteni respondió que la Argentina solo había recuperado lo que era de ella. El funcionario respondió que la cuestión se iba a discutir en las Naciones Unidas y elsewhere (otro lugar). El otro lugar era el campo de batalla.
Los asuntos británicos a partir de ese momento fueron representados por Suiza. Según se desprende del cable “S” 824, del 2 de abril, Molteni no sabía qué país iba a llevar los temas argentinos en Londres, ya que pidió instrucciones. La respuesta desde Buenos Aires fue: Brasil. Entre los entretelones nunca se reveló que en esas horas se pensó en dejar a Molteni en Londres, pero finalmente se resolvió que fuera el consejero Juan Fleming y la central de información periodística se trasladó a Ginebra, a cargo del embajador Gabriel Martínez. Molteni volvió a Buenos Aires para trabajar al lado del embajador Arnoldo Listre en Organismos Internacionales. Apenas regresó de su encuentro con Palliser, se comunicó con el representante en Londres del Banco de la Nación Argentina. Este le dijo que iba a hacer un inventario, pese a que preveía que los depósitos no iban a ser tocados por el gobierno británico porque se trataba de “una plaza seria, aunque si me dan una orden la saco en minutos”. Sin embargo, Molteni dispuso que los fondos argentinos de esa sucursal fueran transferidos al exterior inmediatamente. Con esa medida, salvó casi todos los depósitos. Así lo informó en su cable “S” Nº 833, del 3 de abril.
Tras el rompimiento de las relaciones diplomáticas, los funcionarios tuvieron un tiempo muy corto para salir del Reino Unido. Algunos fueron al Banco Midland, retiraron sus fondos y se los llevaron en los bolsillos cuando cruzaron el canal de la Mancha. Al embajador Ortiz de Rozas la cancillería argentina no le permitió volver a Londres; sus efectos privados fueron retirados por su esposa “Nené”.
En la Argentina, el 2 de abril a la mañana las radios comenzaron a martillar con el comunicado:
La Junta Militar, como Órgano Supremo del Estado, comunica al pueblo de la Nación Argentina que hoy a las 07.00, la República, por intermedio de sus Fuerzas Armadas, mediante la concreción exitosa de una operación conjunta ha recuperado las islas Malvinas y Sandwich del Sur para el patrimonio nacional.
En todo el país se alzó un clima de triunfalismo poco común. Tanto fue así que Galtieri se vio en la necesidad de salir a saludar, cerca del mediodía, a la multitud desde el balcón de la Casa Rosada. Antes llamó a sus colegas de la Junta Militar. “Vení a acompañarme”, les dijo por teléfono a Anaya y luego a Lami Dozo, pero los convocados decidieron dejarlo solo en la ocasión. En los instantes previos a su salida al balcón, el ayudante de órdenes de Anaya entró a su despacho y le dijo: “Almirante, la conferencia está preparada”. Anaya apretó un botón de su aparato telefónico y los tres miembros de la Junta se comunicaron. Pero el almirante lo hizo a micrófono abierto, para que el diálogo pudiera ser escuchado por otros. No lo aclaró, pero seguramente necesitaba testigos de lo que iba a decir:
—Mirá, Leo, te quiero recordar lo que dice el plan. No podemos ir a una guerra, no estamos en condiciones.
Un oyente[2] de la conversación sostuvo que su comandante prevenía al jefe del Ejército para que no se dejara llevar por el impulso, el imán, de los aplausos de la Plaza de Mayo. La mención de “el plan” se refería al “D+5” que habían escrito Lombardo, García y Plessl y entregado a cada uno de los miembros de la Junta Militar en un sobre blanco de tela y papel, en un cuerpo de texto de cuatro carillas y cuatro anexos. Allí estaba detallado que el día “D+1”, es decir el 3 de abril, la fuerza de intervención del “Operativo Rosario” debía abandonar el terreno dejando en las islas una pequeña dotación de soldados. Lami Dozo apoyó las palabras de Anaya: “Mi general, tenemos que atarnos al plan”. El brigadier general, ruiseñamente, aconsejó: “No levantes los brazos como Perón”[3].
Cuando salió al balcón —porque así lo exigía la multitud— Galtieri dijo: “Recién hemos comenzado con la actitud de recuperar las Malvinas y ya flamea la bandera argentina sobre nuestras islas”. Se ha contado mucho acerca de esa jornada en la Plaza de Mayo, pero algo no ha sido mencionado: antes, durante y después del discurso una parte del público insultaba a Margaret Thatcher, “la reina está caliente, la Argentina está de joda” y cantaba: “Tero, tero… hoy les toca a los ingleses y mañana a los chilenos”; y cantaban “Lo vamo’ a reventar”[4]. No lleva mucho esfuerzo imaginar que eran miembros de los servicios de Inteligencia.
El 2 de abril por la tarde, Galtieri pronunció un discurso por cadena nacional explicando el hecho bélico y al atardecer, junto con algunos ministros (Roberto Alemann entre otros) caminó hacia el centro de la Plaza de Mayo para arriar el pabellón nacional. Cientos de personas lo vitorearon. La Plaza de Mayo, cuyos alrededores habían sido campo de enfrentamientos cuarenta y ocho horas antes, se convirtió en un Cabildo Abierto del que participaron todos, incluidos los políticos que hasta poco antes se oponían con tenacidad al gobierno militar. Todos, salvo contadas excepciones, concurrirían a la plaza el 10 de abril (mientras Alexander Haig estaba en Buenos Aires) y formularían declaraciones de adhesión. Basta observar, en la edición de Clarín del mismo 2 de abril, las opiniones de apoyo a la decisión de Ítalo Argentino Luder, Francisco Cerro, Mario Amadeo, Martín Dip, Emilio Hardoy, Jorge Triaca y Manuel Arauz Castex. En esas horas, dudar del acierto de la medida era traición. Luego de la rendición británica y la ocupación militar de Puerto Stanley (todavía no se le había cambiado el nombre por Puerto Argentino), los canales de televisión comenzaron a emitir las declaraciones (editadas) de los dirigentes políticos, profesionales y sociales, adhiriendo al hecho. Nadie se quedó al margen.
“El arreglo diplomático va a ser muy difícil. Los Estados Unidos anunciaron su neutralidad, no juegan con la Argentina”, comentó al autor con aire más realista en esas horas el embajador Arnoldo Manuel Listre, director de Organismos Internacionales de la Cancillería, mientras atravesaba la plaza San Martín en dirección a la calle Maipú.
Su opinión coincidió con un gesto que solo algunos tomaron en cuenta: el del almirante Thomas Hayward, jefe de Operaciones Navales de la Armada de los EE.UU. El 2 de abril de 1982 llegó a la Sala de Crisis de la Casa Blanca un cable cifrado de Hayward, informando con mayor precisión que Anaya:
Ayer [1º abril] a la noche, a las 10 pm hora local, 70 marinos argentinos (denominados comandos) desembarcaron al sur de Puerto Stanley, islas Malvinas (Falklands). A las 04 am del día de hoy se produjo la toma de la estación de radio del gobierno en la isla. A las 06 am un batallón de Marina desembarcó por medios anfibios cerca de Puerto Stanley (un batallón, en general, cuenta con 350). El agregado naval estima que, con el LST Cabo San Antonio y los vehículos anfibios LVTP-7, la fuerza de la Armada Argentina en tierra podría alcanzar un total de 300. El almirante Anaya no brindó información adicional sobre las acciones en Malvinas [y] se disculpó por haber llevado a cabo estas acciones durante mi visita. Intentó vincularlas al rol que cumplen los argentinos para detener una amenaza “soviética” que se percibe en la región, en referencia a la presencia de unos 60 pesqueros de arrastre soviéticos, según se estimó, en las cercanías de las islas. Le comuniqué que había cancelado el resto de mi visita y que ya se había puesto en marcha mi partida hacia Río de Janeiro esta tarde.
El clima que iba a prevalecer entre la opinión pública estadounidense se vería reflejado con el paso de los días. El frente interno norteamericano no quería saber nada con el gobierno de Galtieri. El embajador en Washington, Esteban Takacs, escribió:
El examen de las principales tendencias de la prensa local hasta hoy domingo permite formular siguientes apreciaciones, la mayoría de los análisis han comenzado a cuestionar razonabilidad de posición equidistante asumida por la administración Reagan en la crisis. Comentarios enfatizan por un lado “dictadura militar” con “deplorable récord de derechos humanos”, que ha mantenido históricamente posiciones hostiles respecto de Estados Unidos, que no se plegó al embargo cerealero en caso Afganistán y que continúa siendo principal abastecedor granos de la Unión Soviética. A dichas imputaciones contraponen caso del Reino Unido al que califican de país democrático, aliado histórico de Estados Unidos en situaciones críticas y pilar de la OTAN. […] diversos columnistas y comentaristas de televisión han cuestionado participación altos funcionarios del Departamento de Estado en comida [ofrecida por Takacs] del 2 del corriente en honor de la embajadora Kirkpatrick. Dichos comentaristas han pretendido que la presencia de los mismos en sede representación argentina constituyó un virtual “aval” toma de las islas.
El embajador tuvo que aclarar a la prensa estadounidense que la cena había sido programada con anterioridad, lo que era cierto. Takacs también informó que para los medios locales la ocupación de las Malvinas respondió “a circunstancias de orden interno, tales como dificultades políticas y económicas”. Similar análisis se difundió en Londres en la prensa local, cuando “se recalca en despachos que el gobierno argentino busca solo distraer la atención sus graves problemas internos”. A renglón seguido, Takacs hizo una especial mención a las “presuntas divergencias” dentro del gobierno de Reagan “para que la Casa Blanca defina más nítidamente su alineamiento junto al Reino Unido, superando actual ambigüedad”. Todo está contenido en el cable “Secreto” 977, “exclusivo para el canciller” del 6 de abril de 1982.
Improvisación diplomática y abandono del “D+5”
Continuando con el plan militar, el sábado 3 de abril infantes de marina ocuparon Gruyviken y mantuvieron Puerto Leite “a fin de asegurar el dominio en las islas Georgias del Sur”, con apoyo de buques de la Armada, según ordenaba la DEMIL2/82. El grupo, denominado “Los Lagartos”, estaba al mando del teniente Alfredo Astiz. En las horas posteriores a la invasión, algunos directores de periódicos fueron invitados a la Casa Rosada a conversar. En la reunión participaron el secretario de prensa Rodolfo Baltiérrez, un dirigente conservador que había pasado por la diplomacia. Cuando algunos se retiraban, hizo un aparte para solicitarles “colaboración”, al tiempo que les comentó: “No se preocupen por la reunión de Naciones Unidas. Ya tenemos asegurado el veto ruso”.
Ese mismo día, Costa Méndez partió a Nueva York para participar en la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Viajó acompañado por los embajadores Erhart del Campo y Figueroa y por sus secretarios Julio Freyre y Roberto García Moritán. En el aeropuerto Kennedy los esperaba Eduardo Roca y otros funcionarios. “Esto es una locura” se alcanzó a escuchar que dijo Roca, el íntimo amigo de Costa Méndez. Durante el debate, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 502, que manifestaba la primera derrota diplomática argentina:
Profundamente preocupado por los informes acerca de una invasión por las fuerzas armadas de la Argentina el 2 de abril de 1982; declarando que existe un quebrantamiento de la paz en la región de las islas Falkland/Malvinas”:
1) exige la cesación inmediata de las hostilidades;
2) exige la retirada inmediata de todas las fuerzas argentinas de las islas Falkland/Malvinas;
3) Exhorta a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a que procuren una solución diplomática a sus diferencias y a que respeten plenamente los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas.
El voto favorable a la resolución fue acompañado por diez países sobre los quince que integran el Consejo (uno más del mínimo necesario). La Unión Soviética (de quien se esperaba un veto que favorecería a la Argentina), España, Polonia y China se abstuvieron. Según explicó Roca varios años más tarde:
En la tarde de día 2 de abril nos alentó una posibilidad que luego resultó falsa: uno de los funcionarios de la delegación de Jordania nos anticipó el voto favorable de los No Alineados, es decir de Jordania, Panamá, Uganda, Togo, Zaire (Guyana siempre fue contraria). Ello nos iba a dar los votos necesarios si los sumábamos a la URSS, China, España y Polonia, cuya oposición al proyecto británico descontábamos. En base a esta información surgieron dos acciones concretas: preparamos una reunión de Costa Méndez con el bloque de No Alineados del Consejo de Seguridad, a desarrollarse en la mañana del 3 de abril antes de la reunión del Consejo. […] En realidad, el jordano amigo no estaba confundido sino que en el ínterin Anthony Parsons, el embajador británico en la ONU, llamó a Londres y la señora Thatcher habló con el rey Hussein y en cuestión de minutos nuestra esperanza quedó disipada. Lo supimos mucho después.
En la reunión previa del Consejo de Seguridad, celebrada en una salita cercana a la gran sala, los No Alineados se mostraron peligrosamente cautos, escucharon impasibles la propuesta de resolución de Costa Méndez y partieron para la reunión. Cuando esta se inició, en las votaciones de procedimiento fuimos advirtiendo que los votos de los No Alineados, salvo Panamá, eran adversos, de modo que nada podíamos esperar de ellos. La gran duda era el voto de la Unión Soviética. No conocíamos si se había entregado en Moscú el pedido argentino de veto. En Nueva York creímos que podía brindar un apoyo gratuito, otorgado para perjudicar a los Estados Unidos y al Reino Unido, y de paso comprometer a un país como la Argentina, que podía ser marginado de esa manera del área occidental[5].
No hubo conversación previa con el representante de la Unión Soviética. Cuando se estaba por votar en la sala del Consejo de Seguridad, Costa Méndez escribió un mensaje en un papelito y le dijo a Roberto García Moritán:
—Mirá y llevalo —era para el embajador Oleg Troianovski.
—Canoro, me parece una locura, corresponde que lo lleves vos —atinó a responder el joven diplomático.
El canciller argentino se negó y entonces el secretario se acercó al delegado soviético y se lo entregó. El embajador Eduardo Roca estaba paralizado. Lo único que respondió Troianovski fue que ese veto solo podía ser dispuesto por the highest authorities (altas autoridades) de su país[6]. Como China y Polonia, la misión de la URSS se abstuvo. Anoticiado de ello, el de España también lo hizo. Por eso, solo Panamá rechazó el proyecto. “Fue, verdaderamente, una noche triste”, relató uno de los integrantes de la delegación argentina.
El general Mario Menéndez recibió la noticia del resultado casi de inmediato, mientras se encontraba conversando con el general Vaquero y sorpresivamente irrumpió el general Sotera, el jefe de Inteligencia del Estado Mayor:
—Mi general, el Consejo de Seguridad votó en contra de Argentina.
—¡La pucha! —exclamó Vaquero.
—Fíjese, el Canciller decía que ganábamos o teníamos veto de Rusia o China. ¿Qué pasó? Ahora resulta que perdimos diez a uno y hay cuatro abstenciones —fue el comentario de Menéndez[7].
Fue un pronunciamiento “injusto” y “sorpresivo”, declararon posteriormente doce ex cancilleres en el Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), presidido por Carlos Muñiz, al que pertenecía Costa Méndez, pero con quien el ex canciller de José María Guido tenía sustanciales diferencias del pasado. Algunas venían de la década de 1960. Los más importantes ex cancilleres no decían en público lo que sostenían en privado (el autor es testigo de muchos de los comentarios). En plena guerra, Muñiz se atrevió a plantear algunas dudas en un popular programa de televisión y fue vapuleado por su conductor, Bernardo Neustadt, quien con el correr de las semanas se convertiría en un severo analista de los acontecimientos.
Los Estados “deciden en conformidad con sus intereses nacionales, sin plantearse si lo que les conviene es justo o no lo es. Y la Argentina no tiene derecho a sorprenderse; identificada con la causa de Occidente, ayuda a la URSS a burlar el embargo cerealero declarado por el gobierno de Washington para castigar la invasión de Afganistán”, pareció responderle al CARI el periodista Osiris Troiani, desde su libro editado a los pocos días del 2 de abril[8]. Luego apuntó a la conducción del Palacio San Martín: “Si también la cancillería argentina ha sido sorprendida por esa votación, ello solo significa que no ha sabido preverla ni evitarla […] es cierto que todos los pueblos y más de cien gobiernos aplauden el reintegro de las Malvinas a nuestro país, pero siempre que se lograra por vía de negociaciones”.
De acuerdo con el cable Nº 864, del 3 de abril, el representante argentino en Londres, Atilio Molteni, informó que en un sondeo de la televisión estatal la opinión pública británica se había pronunciado a favor de la guerra: 79 por ciento estaba de acuerdo con la declaración de guerra; 82 por ciento, a su vez, opinó que el gobierno de Margaret Thatcher había manejado mal el problema con la Argentina; 70 por ciento estimó que debía permitírsele a la población de las islas ejercer la autodeterminación, y 20 por ciento sostuvo que debía usarse armamento nuclear contra la Argentina. Ante ese cable y otras informaciones, la Junta emitió la resolución del Comité Militar (Acta 8 “M”/82) y se “procedió a ordenar no desafectar más medios en las islas Malvinas” y “retener las tropas necesarias y suspender el regreso de los medios de Malvinas”. Se comenzaba a desarmar el plan “D+5”. El domingo 4 de abril, la Argentina comenzó a reforzar su presencia en las islas, y ese mismo día el Estado Mayor Conjunto, a través del Mensaje Militar Conjunto Nº 48, también informó que Gran Bretaña había sido autorizada por los EE.UU. a utilizar la isla Ascensión; el general Mario Benjamín Menéndez partió hacia Puerto Stanley.
[1] Se convocó a Molteni debido a la ausencia de Ortiz de Rozas.
[2] El contralmirante Edgardo Otero. Diálogos con el autor, 2011.
[3] Relato de Lami Dozo al autor.
[4] Grabaciones realizadas por Alejandro Escobar, del Equipo de Comunicaciones de la Presidencia. Archivo del autor.
[5] Eduardo Roca, Las Malvinas en la ONU, Utopías, Buenos Aires, 2016. También reproducido por Manuel Solanet en su libro Notas sobre la guerra de Malvinas, s/d.
[6]Testimonio de García Moritán al autor.
[7] Carlos M. Túrolo (h), “Malvinas, testimonio de su gobernador”, Carlos M. Túrolo (h), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1983.
[8] Osiris Troiani, Martínez de Hoz en Londres, El Cid, Buenos Aires, 1982.
Este texto es un fragmento de La trampa. Cronología documentada de un fracaso, publicado recientemente por Editorial Sudamericana.
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