¡Hola! Espero que estés bien.
Hoy te escribo para contarte qué me pareció el Libro Blanco de propuestas que la Unión Industrial Argentina (UIA) presentó la semana pasada y en el que sus técnicos estuvieron trabajando desde mediados del año pasado. El libro, que es más un powerpoint que un libro, no está disponible online, pero pude hacerme de una copia.
¿Qué tal está entonces? A mí no me gustó.
Su nombre completo es Propuestas para un desarrollo productivo federal, sustentable e inclusivo, que refleja lo convencido que está el libro de estar del lado del bien. Me pareció interesante su énfasis en lo federal, un costado a veces ignorado en la discusión sobre política industrial, y algunas ideas para solucionar cuellos de botella específicos.
Pero el resto me pareció decepcionante y, por momentos, irritante. Por varias razones. Entre ellas, su diagnóstico superficial de los problemas económicos de la Argentina; su casi nulo énfasis en la integración internacional (más allá del clásico “hay que exportar más”); la gran cantidad de reclamos con costo fiscal (en un momento en el que el Estado se comprometió a gastar menos, no más); y, la principal, que todas las propuestas importantes del documento son reclamos de medidas, leyes y obras al Estado. La única solución que se le ocurre a la UIA para que el país vuelva a crecer es que el Estado, es decir, todos los argentinos, les demos más beneficios a sus socios.
Empiezo por esta última, que me parece la principal, lo primero que me saltó a los ojos pasando por las páginas del Libro Blanco. Uno va mirando las propuestas del plan productivo de la UIA y lo único que ve son pedidos al Estado. Miremos, por ejemplo, los “cuatro ejes prioritarios” del documento, su verdadero corazón programático. Los ejes son: 1) incentivos a las inversiones industriales, 2) nuevas realidades laborales, 3) desarrollo PyME y dinamismo empresarial, y 4) promoción de exportaciones. Lejos de articular una visión sobre el futuro, estos cuatro ejes son, cuando llega el momento de los detalles, poco más que una enumeración de demandas, algunas de ellas súper específicas.
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En el primer eje, por ejemplo, se listan reclamos como “amortización acelerada de las inversiones”, “deducción de intereses sobre el capital propio”, “libre disponibilidad inmediata del crédito fiscal de IVA” y “acceso a divisas para el repago de la inversión”, entre muchos otros. En el segundo, sobre empleo, se pide bajar contribuciones patronales para nuevos empleados (90% el primer año, 80% el segundo) e “incentivos fiscales para formación continua”. En el tercer eje, sobre PyMEs, reclama “líneas de financiamiento para inversión” subsidiadas por el Estado, con tasa “BADLAR -10/20pp”, lo que a valores de hoy da entre 20% y 30% anual, la mitad de la inflación; e “incentivos para la inversión en herramientas digitales”. En el cuarto eje, el de exportaciones, exige eliminar las retenciones para bienes industriales, aumentar los reintegros y que les dejen comprar dólares al tipo de cambio oficial (a ellos, no a toda la población) para “giro de utilidades, acceso a insumos y participación de ferias comerciales”.
Parecen, por lo tanto, un ejercicio de lobby. Legítimo, pero lobby al fin.
No juzgo estas medidas. No tengo certeza de si son buenas o malas. Algunas de las cosas que le pide el documento al Estado, como reducir los juicios laborales, ampliar la red de bitrenes o digitalizar la creación de empresas, son cosas que hizo el propio gobierno en el que trabajé. Lo que me llama la atención es que están presentadas como un plan de desarrollo cuando casi nunca levantan la vista de la enumeración de exigencias. Parecen, por lo tanto, un ejercicio de lobby. Legítimo, pero lobby al fin: 75 slides con cosas que tiene que hacer el Estado para ayudar a la industria, desde exenciones impositivas y crédito subsidiado a ampliar la red de gasoductos y lanzar la red de 5G. Cincuenta veces aparece la palabra “incentivos”, 14 veces la palabra “beneficios” y nueve veces la palabra “deducciones”.
Por eso siento que el Libro Blanco tampoco contiene una visión de país. Quizás no era su objetivo y le estoy pidiendo demasiado, pero su ambicioso nombre me empuja a ser exigente. Su objetivo explícito, de hecho, es apenas recuperar indicadores del pasado (producción industrial o empleo industrial por habitante, entre otras), alcanzados entre 2008 y 2012. Pero no se pregunta ni se responde qué industria argentina es posible en las próximas décadas, cómo debe integrarse en las cadenas de valor globales o, ni siquiera, por qué la industria está en declive hace tantos años, más allá de la recuperación post-COVID.
Cuestiones tácticas
Tampoco le veo al documento un diagnóstico profundo sobre el estado de la economía argentina. No dice, salvo en un subtítulo, que está estancada hace 11 años o que hace casi 50 años que no embocamos un modelo productivo-industrial. Su único diagnóstico es el siguiente: “El 2021 fue un año de recuperación, luego de la fuerte caída del período 2018-2019-2020”. Esta frase, que imita la narrativa del Gobierno, no sólo ignora el estancamiento de todos estos años y la fragilidad actual sino que ni siquiera menciona la pandemia y la cuarentena, razones fundamentales de la caída de 2020 y la recuperación de 2021. Esa ausencia, supongo, está motivada por cuestiones tácticas (para no irritar al Gobierno), pero también refleja la poca ambición del texto. Para este Libro Blanco, el desafío más urgente de la economía argentina es “darle continuidad al proceso de crecimiento” actual. En el avatar es un plan de largo plazo, en la juntada es una lista de exigencias inmediatas.
En el avatar es un plan de largo plazo, en la juntada es una lista de exigencias inmediatas.
¿Qué me gustaría ver en un documento de este tipo, de la UIA o de cualquier otra corporación? Para empezar, más urgencia. El libro hace una lista correcta de problemas económicos (poca inversión, alta inflación, mercado financiero diminuto, presión tributaria, etc.), pero no transmite la sensación de que estamos en una situación muy frágil y que es momento de decisiones audaces. Podría haber sido escrito, con pocos cambios, hace cinco años o hace diez.
También me gustaría ver (aunque esto quizás es injusto, porque no lo hace nadie) qué tiene la UIA para ofrecerle al país en términos de reformas propias. En qué aspectos pueden sus socios tener más generosidad o transparencia o mejores prácticas con el propio Estado, con sus proveedores, con sus clientes o con sus trabajadores. Ahora que está de moda pedir autocríticas: ¿qué autocrítica hace la UIA sobre su papel en la mediocridad de estas décadas? El documento sugiere que ninguna. Otra pregunta posible es: qué están dispuestos ellos a ceder, qué parte de su relación con el Estado, para contribuir al mejoramiento de la sociedad en su conjunto. De este Estado deficitario y exhausto que tenemos se beneficia mucha gente. Por obvias razones, nadie quiere ser el primero en destetarse.
Más preguntas
En algún momento alguien tendrá que empezar. Por ejemplo, ¿cree la UIA que la industria siempre necesitará préstamos subsidiados por el Estado y el sistema financiero? Acá hay un problema de huevo y gallina: la industria se queja de que en el país no hay crédito y al mismo tiempo reclama para sí (pero no para otros) que le presten a tasas por debajo de la inflación. ¿Esto va a ocurrir durante muchas décadas más o en algún momento ya no serán necesarios? Otra cuestión, no mencionada en el texto: ¿le parece bien a la UIA que seamos uno de los países del mundo más cerrados al comercio o idealmente le gustaría un modelo de mayor intercambio?
En fin. Siempre habrá tiempo para responder estas preguntas, pero quizás no mucho. Mi impresión es que la UIA escribió un documento pensando que estaba mirando al país, pero sólo se estaba mirando el ombligo.
Nos vemos en quince días.
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