Me acuerdo cuando llegó Internet a casa. Eran los años ’90 y vivíamos en San Pablo, ciudad donde nací, capital de facto brasileña, cosmopolita y desigual. Para los paulistanos emigrados como yo, era “la Nueva York del sur”, una burda aunque simpática exageración. Por ese entonces, la vanguardia tech doméstica era una Compaq de mesa con procesador Pentium II. Aunque, confieso, el armatoste color marfil apenas me servía como sustituto imperfecto de la máquina de escribir de mi viejo, una Olivetti (o más tarde un engendro Dell, un aparato para tipear cuyo marketing no triunfó frente a la victoria de las PC), y para jugar al solitario. Pero un día nos vinieron a instalar algo que hacía ruido al conectarse y te cortaba los llamados telefónicos. Al fin llegaba el teletransporte al futuro: el módem. Nos subimos al DeLorean y ya nada fue igual.
Todos los que vivimos la adopción de Internet en esa época tenemos recuerdos más o menos parecidos: la transición hacia una forma de comunicación instantánea, libre y sin limitaciones, 24/7. La web construyó el riel de la transmisión de datos e información sobre el cual hoy funciona básicamente todo. Pero ¿se acuerdan de cuánto nos costó hacer la primera compra online? Nos daba terror poner los datos de la tarjeta en un rudimentario marketplace pre-Mercadolibre. ¿Recibiríamos 45 días después ese CD tan anhelado de Illya Kuryaki and the Valderramas o nos robarían el dinero? Por las dudas, sólo se compraban CDs, libros y poco más. Nada de mucho valor. Hasta que le fuimos perdiendo el miedo.
La web construyó el riel de la transmisión de datos sobre el cual hoy funciona todo. Pero ¿se acuerdan de cuánto nos costó hacer la primera compra online?
Internet cambió la forma de relacionarnos, de consumir y de transmitir contenido. Pero le faltaba una forma igualmente eficaz para transmitir valor. Faltaba el dinero nativo de internet. Como la tinta de la Olivetti se transformó en bits, nuestro dinero impreso de a poco va dejando el papel y la tinta para convertirse en datos: un protocolo descentralizado, resistente a la censura y no confiscable, igual a Internet. Un dinero que es energía transportando valor de forma instantánea y más barata. La historia muchos ya la conocen: un día, no casual de 2009, en medio de la crisis de hipotecas en Estados Unidos, nació bitcoin, la primera criptomoneda y la más grande en market cap hasta hoy.
Así como en los ’90 dudabas de poner tus datos porque por ahí te los hackeaban, con la llegada de las cripto se generaron aún más planteos, dudas y, sobre todo, barreras de entrada y resistencias. Por eso me pareció pertinente armar un breve texto para derribar mitos dedicado especialmente a todos nosotros, los no-nativos digitales, a los cuales nadie nos preguntó jamás si queríamos o necesitábamos Internet. Como nadie les preguntó a los pre-automóviles si querían autos. Sólo querían que sus caballos fueran más rápido e ir de A a B. Con lo cual se entiende que todo cambio de paradigma, toda disrupción tecnológica (y más si te toca el bolsillo) asusta un poco y genera controversias y miedos.
Primer mito: las cripto no tienen respaldo
Frente a esta popular afirmación, podríamos repreguntar: ¿qué respaldo tiene el peso? Muy bajo, porque la gente no confía en los pesos. No confiamos en los pesos porque se devalúan y sufren inflación, y eso ¿quién lo decide? El Estado y sus organismos de política monetaria. En Estados Unidos también la Fed decide la tasa de interés y la emisión: políticas expansivas o contractivas según lo que pida el contexto. En pandemia, emitieron mucho y generaron inflación. Pero en definitiva, el respaldo principal es la confianza: la gente decide confiar en que tal o cual moneda está controlada por una institución más o menos creíble. Luego los indicadores económicos muestran si este país crece o decrece, y esos datos funcionan como los fundamentals de las monedas. El peso es la representación acabada de una macro desordenada. La gente no confía y ahorra en dólares.
En el caso de las cripto también entra en juego la confianza que se tiene en que esas monedas van a servir para ser intercambiadas por otros bienes y servicios.
En el caso de las cripto también entra en juego la confianza que se tiene en que esas monedas van a servir para ser intercambiadas por otros bienes y servicios, para hacer transacciones financieras, para preservar el valor de los ahorros y crear nuevos instrumentos de inversión. Da cuenta de ello la cantidad creciente de instituciones financieras de peso que ingresan constantemente al mercado cripto y que nos invitan a comportarnos en forma similar.
¿Cuáles serían entonces los fundamentales de las cripto? En primer lugar, toda la información disponible sobre cada cripto (su software de código abierto, sus casos de uso, sus tokenomics, el equipo por detrás de cada proyecto, el volumen operado, etc). En el caso de bitcoin, un fundamental fuerte es que desde su creación, en la foto de largo plazo, sólo se apreció su valor contra las monedas fiat, más allá de la volatilidad de corto plazo, y que grandes compañías globales ya cuentan con bitcoin en sus tesorerías. Desde su creación fue poco a poco ganando adeptos y generando confianza.
Pero lo más importante como fundamental es la blockchain. La tecnología que sustenta las criptomonedas es, en mi punto de vista, el principal factor de respaldo y generador de esa confianza necesaria para hacer crecer al sistema. Aún no dimensionamos en su totalidad el alcance y el poder transformador en casi todas las áreas de interacción que tiene esta tecnología (casos de uso que van desde la identidad digital, resolución de conflictos legales, el voto, el comercio exterior, entre otros). La blockchain es ese libro contable digital, inmutable e inviolable, donde se asientan y validan todas las operaciones. Y al que no lo controla un Estado sino una comunidad de usuarios interesados en fortalecer esa red que reciben a cambio un incentivo por llevar a cabo sus validaciones.
Por si quedan dudas, veamos como Marcos Galperín está por lanzar su propia cripto, la melicoin, de alcance regional. La moneda que el Mercosur no se atrevió a crear, ahora vendrá el respaldo de una empresa privada que vale lo mismo que el PBI de Uruguay.
Segundo mito: los Estados las van a regular o prohibir
Muchos bancos centrales ya están investigando la posibilidad de hacer la versión digital de sus monedas fiat, las llamadas CBDC (“central bank digital coins”) para, entre otras razones, no perder tanto el control sobre su política monetaria y tratar de hacerles frente a las cripto.
En esta convivencia multimonetaria se necesitan puertas de entrada y salida. La mayoría de nosotros cobramos nuestro sueldo en pesos (todavía). Para entrar a las cripto necesitás rampas, y estas vienen en tres colores: blanco, gris y negro. Blanco es el modelo bancarizado, donde hacés una transferencia desde tu cuenta hacia una app o exchange que te vende las cripto. En esa rampa es donde los Estados pueden intervenir con impuestos y regulación. El modelo gris, más conocido como p2p, es un modelo de transacciones de compra y venta entre privados, que por supuesto puede ser blanco si uno elige declarar sus transacciones. Se asumen ciertos riesgos al operar de esa forma, que deben ser contemplados. El modelo negro, las criptocuevas, es materia de otro análisis.
Esa es la ventaja: una vez que entrás, pagando tus impuestos, tenés una libertad de circulación y un abaratamiento de costos que hace que todo sea más eficiente.
Pero volvamos a la posibilidad de regulación: los Estados van a tener control (mientras coexistan las monedas) sobre las rampas de entrada y salida, pero no sobre lo que circula en Internet. Esa es la ventaja: una vez que entrás, pagando tus impuestos, tenés una libertad de circulación y un abaratamiento de costos que hace que todo sea más eficiente. Eventualmente, los Estados que adopten cripto como moneda de curso legal van a correr con ventaja sobre los demás (véanse las aproximaciones de Arizona, Florida y de El Salvador), aunque tendrán que pensar otra forma de hacer política monetaria y qué hacer con sus CBDC. ¿Prohibir? Suena complejo. Sería como prohibir Internet: China lo intenta, pero siempre los chinos encontraron la forma de subirse a Facebook.
Tercer mito: son muy volátiles y riesgosas
Es necesario hacer una aclaración: existen las cripto estables (stablecoins) y las cripto sujetas a variaciones de precio. El primer caso describe a criptos más o menos centralizadas que tienen su valor “atado” a una canasta de tokens y bienes (como es el caso de Dai, por ejemplo), o bien a otra moneda fiat (como funcionan USDC y USDT, conocidos como criptodólares porque cotizan siempre 1 a 1 con el dólar).
Ahora bien, en el caso de bitcoin y ether, que son las dos cripto “volátiles” más usadas, las variaciones de precio responden a distintas razones. Bitcoin es una moneda escasa, es decir, de emisión controlada (únicamente habrá 21 millones de unidades circulantes, divisibles por 100.000; su unidad mínima es el satoshi), y las variaciones en su precio responden estrictamente a la oferta y demanda, que se ve influida por los mercados y por la política monetaria de los Estados Unidos, por ejemplo (vimos como en la última semana sufrió bajas considerables en parte por la suba de tasas de la Fed, que invita a los inversores a volar a activos más “seguros”). Y ether es la moneda de la blockchain de Ethereum, sobre la cual se construyen aplicaciones descentralizadas y también se ve afectada por los mismos factores.
Me gusta pensar bitcoin como un commodity, más cercano al oro, y que su volatilidad no es más que falta de maduración en el desarrollo de su mercado. Y el riesgo que implica invertir en cripto es una decisión personal de cuánto estás dispuesto a perder y cuáles son tus objetivos y horizonte de inversión. Educación, educación, educación.
Cuarto mito: no sirven para nada, sólo para especular
Acompáñenme en esta línea de tiempo. Pasamos de la web 1.0, en la que accedíamos al contenido de forma vertical y pasiva y apenas intercambiábamos mensajería instantánea, a la web 2.0: las redes sociales, donde nos hicimos un poco más dueños y creadores de contenido. La web3 propone, vía cripto, monetizar todas las interacciones que hagamos en la red: Airbnb lanza esta semana la opción de pago con cripto. Los gamers ya usan cripto hace rato y hay toda una vertical de play to earn donde se juega para acumular tokens y destrabar niveles. Faltaba el vagón que transportara el valor monetario montado en ese riel que transmite información.
Considero que el gran desafío de acá en más es construir productos que resuelvan problemas reales del 95% de la población que aún no usa cripto. Un inmigrante hoy puede enviar remesas a su país de origen por una fracción del costo de una transferencia internacional, y en mucho menos tiempo. Para eso la industria avanza y propone innovaciones como medios de pago que crucen cripto y fiat, y otros casos de uso. El mundo de los NFT, una especie de certificado de autenticidad digital que está cambiando el mercado del arte y del entretenimiento, y los tokens sociales, son sólo algunos ejemplos. A eso me dedico en mi actual rol en Ank.
Las cripto se podrían pensar como un Esperanto que triunfó.
El cambio cultural al que asistimos es la confirmación de ese oráculo de hace diez años que decía: “El software se está comiendo al mundo”. Un dinero privado (en el caso actual, un software y no una moneda metálica) como hace mucho no pasaba en la historia. En la Edad Media, cada señor feudal podía acuñar su divisa, puesto que no había ente central regulador. Eran monedas que tenían una clara dificultad intrínseca para intercambiarse por otras monedas y productos.
Las cripto, sin embargo, se podrían pensar como un Esperanto que triunfó: la superación de la moneda medieval. El software que se está comiendo a las finanzas tradicionales. Se pueden intercambiar criptos por otras criptos o por dinero fiat en prácticamente todos los países. Como toda transformación de calibre grueso, las cripto levantaron vuelo y están alcanzando velocidad crucero: en los próximos años se afianzarán como la columna vertebral del sistema financiero. Y como en los ’90, asistimos fascinados al cambio cultural, un poco temerosos, otro tanto curiosos, pero de a poco todos nos vamos subiendo a criptoairlines. Es muy posible que, finalmente, se confirme este otro famoso oráculo local que dice: el que apuesta al dólar, pierde.
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