Un chiste que circuló en estos días por Twitter es bastante revelador para entender la percepción que hay respecto de la irrupción de Javier Milei y sus adherentes en el panorama político:
Cuando tu viejo es periodista:
– Papá me lastime la mano.
– ¿Cuál hijo? La izquierda o la de ultraderecha?— Boulogne Sur Mer (@BoulonSurMer) November 1, 2021
El chiste adjudica ese sesgo al periodismo, pero, a decir verdad, se aplica a un sector enorme de la sociedad, seguramente mayoritario, del cual la prensa es una parte. Se trata del progresismo, que entiende que el sistema político debe tener un sector de izquierda y admite con regañadientes uno de centro. Lo que le resulta intolerable es que haya derecha y, cuando aparece, se la sentencia como “ultra”, es decir, más allá de los límites.
Es cierto que Javier Milei, con sus exabruptos y diatribas contra la clase política busca a veces que se lo considere antisistema. El problema no es que sea anti, el problema es definir cuál es el sistema al cual se opone y quiere dinamitar. Si se refiere al consenso democrático imperante en Argentina desde 1983 hay que decir que, mal que le pese a su discurso más exterior, lo que está haciendo es tratar de entrar a ese sistema, lo cual no puede ser sino algo digno de aplauso. Milei, como Espert y los libertarios que los acompañan, formando un grupo político institucionalizado han tratado de hacer acuerdos, se han reunido con propios y extraños, han elaborado un discurso público y hasta participado de debates. Allí se mostraron educados y amables con sus pares, algo que la izquierda se jacta de no hacer. Las explosiones antisistema por ahora quedan en gestos menores y demagógicos, como las declaraciones altisonantes o la renuncia a la dieta, algo que lo asemeja más a Luis Zamora que a un defensor del capitalismo. Lo cierto es que Milei será diputado y seguramente tendrá un bloque pequeño pero significativo, que deberá votar a favor o en contra de leyes propuestas por otros, deberán encontrarse con sus pares en comisión, saludarse, escuchar y resignar detalles particulares para conseguir bienes generales.
Diluida por el teorema de Baglini su amenaza de dinamitar el sistema, ¿qué tiene para aportar este grupo a la política argentina? Algo ya han conseguido.
Diluida por el teorema de Baglini su amenaza de dinamitar el sistema, ¿qué tiene para aportar este grupo a la política argentina? Algo ya han conseguido. Cualquier proyecto de convertir a la Argentina en un país viable, normal, integrado al mundo y con las preocupaciones que cualquier país tiene a esta altura del siglo XXI necesita un consenso respecto de tres o cuatro cosas esenciales. Una de ellas, probablemente la más importante, es que es necesario que Argentina viva sin complejos en el capitalismo y no intente dar vuelta las tres o cuatro reglas básicas que están establecidas en el mundo. Estabilizar macroeconómicamente a nuestro país requiere que se imponga un sentido común relacionado con la apertura, la integración al mundo y el equilibrio fiscal. Milei, y muy particularmente Espert, han cumplido un rol pedagógico muy activo en ese sentido. Para un proyecto que busque poner a la Argentina en la dirección correcta (y que no solamente puede estar representado por JxC, ya que el peronismo, en su camaleonismo desvergonzado, puede adquirir esa piel sin perder tiempo), es mejor sentir desde afuera la presión de un grupo que le ladra ante cada intento de subir impuestos antes que la de quienes le tiraron 14 toneladas de piedras a un modesto esbozo de reforma previsional.
Así como el discurso económico de este sector es su fuerte y su gran aporte a la racionalidad, también ha quedado limitado como un techo, por fuera del cual les resulta difícil pensar. Luz Agüero y Marcos Falcone señalaron con mucha precisión en esta página que la reacción de los libertarios a la iluminación multicolor del obelisco para la Semana del Orgullo Gay no sólo adolecía de la falta de matices habitual (cualquier gasto del Estado es un malgasto) sino que en su especificidad (el Obelisco y los edificios públicos se iluminan habitualmente) revelaban una intolerancia muy marcada.
un liberalismo sólo económico
A pesar de su fuerte grito en cada discurso, “¡Viva la libertad, carajo!” el discurso de Milei está fuertemente restringido a las cuestiones relacionadas con la economía. Si bien a partir de cierto momento se opuso a la cuarentena eterna, incluso antes que buena parte de JxC, sus argumentos quedaban limitados a la inviabilidad económica del encierro y no a su evidente muestra de autoritarismo. Para Milei la cuarentena era cavernícola en tanto y en cuanto no permitía desplegar la economía y no porque era una ofensa a nuestras libertades más elementales.
Fue, en cambio, su número dos en la lista de CABA, Victoria Villarruel, quien tuvo un rol más protagónico en la resistencia a las medidas autoritarias adoptadas por los gobiernos respecto de la pandemia. Curiosamente, Villarruel es la menos liberal de ese grupo autodenominado “liberal”. Su actuación pública ha tenido que ver con convertirse en la voz de las víctimas del terrorismo en la década del ’70 y posteriormente una activa militancia en contra de la despenalización del aborto.
El de Villarruel es un buen ejemplo respecto de cómo la sociedad hegemonizada por el pensamiento “progre” reacciona ante propuestas que se salen de su esquema. El reclamo que ella hizo por las víctimas del terrorismo era legítimo: la sociedad y el sistema democrático las ha hecho a un lado, ignorando su dolor. No es necesario reivindicar a la dictadura para reconocer que hombres, mujeres y niños habían sido asesinados. De hecho, la mayor parte de esas acciones habían sido ejecutadas en democracia, con lo cual el daño era más inaceptable aún y el descrédito de las víctimas, más injustificable. Lejos de entender ese reclamo y sumarlo a las reparaciones de la democracia, la reacción fue siempre la de obturar su voz, intentando asociar a Villarruel con la dictadura.
Lo que ha sido delirante en términos económicos y peligroso en su proyecto político no es una hipotética derecha populista sino el kirchnerismo.
Es probable que Milei, Villarruel y compañía no sean realmente “liberales”, en el sentido político de esa palabra resbaladiza. Sus opciones por la libertad parecen ser sesgadas. Aún así, incluso siendo conservadores con tintes nacionalistas, tienen un lugar para ocupar dentro del sistema político argentino. No parece sabio intentar expulsarlos y dejarlos del otro lado del sistema, alimentando una radicalización posible y peligrosa. A sus opciones de centro, cada vez más sostenidas en el tiempo, Argentina necesita agregar sectores democráticos de izquierda y de derecha, que admitan ser parte de un sistema.
Parte del fin de su ciclo histórico tiene que incluir que la oferta política del sistema tenga protagonistas de posiciones claras y sinceras. Esa derecha más o menos conservadora, más o menos liberal, deberá sentirse parte del sistema democrático y expresarlo claramente. Sin embargo, quienes forman parte del consenso republicano desde hace décadas, también deberán aceptarlos como adversarios posibles pero legítimos.
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