Mientras la Argentina va contando los días hasta la próxima elección parlamentaria y todavía retumban los sordos ruidos del debate de candidatos que se vio por televisión hace unos días, un montón de ciudadanos se pone de acuerdo en algo que es lo más parecido a una política de Estado que podríamos consensuar: Charly García cumple 70 años y es un momento para ser celebrado. Acá no hay grieta: Charly es quizás el artista vivo más grande de la Argentina. Seguramente el lector podría aportar otros nombres con valor agregado; yo mismo tiraría sobre la mesa los nombres de Moris, Litto Nebbia y hasta el Indio Solari, aunque no sé si hallaría el consenso que hoy voy a encontrar con Charly García. Siguiendo la interesante idea del economista Tyler Cowen sobre los activos culturales de los países, Charly García es un unicornio argentino. Su figura tiene un encanto muy particular, que trasciende a los públicos, a los estilos, a las tribus; su aura de genio trágico nos atrae como la luz a las polillas.
¿Por qué sucede este extraño fenómeno? Las polillas, dicen algunos científicos, utilizan los puntos de luz como referencia segura de ubicación, y tal vez varias generaciones de argentinos encuentren lo mismo en una vasta cantidad de canciones que Charly García ha compuesto a lo largo de 50 años. El tema no pasa por el lado de la identificación ni de la representación, sino por la sensibilidad que nos despertaron sus canciones más allá de la edad que tengas. No es que haya señalado verdades absolutas que permanecieron ocultas hasta que él las descubrió: creo que las canciones de Charly García nos permitieron indagarnos a nosotros mismos de un modo más fantástico en tiempos de crisis, que es cuando tendemos a volvernos realistas y creyentes en lo material o lo religioso, dejando de lado el poder de la imaginación que nos permite salir de nuestro laberinto particular por el techo. O al menos explorar esa posibilidad.
Una de las tantas cosas que aprendí al lado de Charly García cuando tuve la dicha de ser convocado para escribir su biografía fue algo que me comentó el primer día que nos quedamos charlando hasta bien entrada la madrugada: la música de las palabras. Y la dificultad de encontrarla en el idioma castellano. Los Beatles hacían que el universo rimara, pero tenían de su lado al idioma inglés; el castellano parecía el rayo idiotizador que convertía cualquier frase en una estupidez, salvo en el terreno del romanticismo más banal. Ahí funcionaba. Pero en el rock parecía un palo en la rueda hasta que Litto Nebbia, Moris, Pipo Lernoud y Tanguito lo destrabaron y Luis Alberto Spinetta lo pobló de poesía junto a Almendra, mérito compartido con Miguel Abuelo.
Así como Los Beatles explicaron que se las podrían arreglar con una ayudita de sus amigos, Charly sólo pedía que lo emparcharan un poco. Un recurso bien argentino.
¿Qué fue lo que hizo Charly? Le dio un sentido y lo fue haciendo crecer como un padre criando a un hijo. Primero trató las angustias adolescentes transformándolas en sinfonías con Sui Generis: “Necesito alguien que me emparche un poco y que limpie mi cabeza”. Así como Los Beatles –fundamentales para entender a Charly, mucho más que los músicos clásicos que fueron el desvelo del niño prodigio– explicaron que se las podrían arreglar con una ayudita de sus amigos, Charly sólo pedía que lo emparcharan un poco. Un recurso bien argentino, para ir tirando, en la ruta del tentempié, menú nacional por excelencia.
Charly no pudo resistir –¡y lo bien que hizo!– la posibilidad de avanzar más allá y complicar un poco las cosas. Sui Generis nació a la Vida (nombre de su primer disco) y pronto le llegó el invierno y la posibilidad de confesarse con temor al paso del tiempo, a que el futuro le deparara un final de pobreza, un bailar desnudo en las colinas de la locura o, aún peor, encerrado en una habitación de la que no quiere salir tratando de olvidar a una mujer a la que dibuja en las paredes. Profecías que por suerte fueron erradas aunque, por momentos, dieron la impresión de ser un destino inexorable. Las cosas se complicaron más cuando su productor, Jorge Álvarez, quiso otorgarle a Charly un filo más político y lo empujó a la compañía de David Viñas, escritor y dramaturgo deslumbrado por la revolución cubana: como en Frankenstein, la criatura se puso en contra de su creador y fue el propio Álvarez quien terminó por pedirle a Charly que quitara las canciones más problemáticas de Pequeñas anécdotas sobre las instituciones y que se autocensurara en algunas letras. 1974 no era un año para andar jodiendo con esas cosas.
Mucha gente me pregunta qué le pasó. ¿Por qué en los ’90 sus canciones dejaron de ser tan brillantes? ¿Qué es el ‘Say no more’?
Se escribió mucho sobre el “Charly resistente” que escribía sobre la dictadura con metáforas inatajables, pero él me dijo que en verdad “nuestra única resistencia fue vestirnos de mujer”. Creo que ese es el mejor Charly: el que te denunciaba la hipocresía sin que vos te dieras cuenta. Lo hizo en La Máquina de Hacer Pájaros, lo hizo en Serú Girán y en buena parte de su carrera solista, cuando su antena funcionaba a tope y decía lo que pensaba sobre las cosas sin necesidad de hacer alarde. Ahí uno podía apreciar su ingenio, la joya en medio del barro, la mirada sin lagañas que lanzó sobre toda la sociedad argentina en todo tiempo y lugar. Pero la música de las palabras sólo se logra con música. Sus letras eran buenas, pero sus músicas las hacían aún mejores. Mencionar una sola canción resaltaría la ausencia de decenas de otras. Charly García compuso mucho y brillantemente. Desde “Canción para mi muerte” hasta “Cuchillos” o “Asesíname”.
El fracking
Mucha gente me pregunta qué le pasó. ¿Por qué en los ’90 sus canciones dejaron de ser tan brillantes? ¿Qué es el say no more? Yo diría que por la ansiedad de extraer lo más rápidamente posible el material de su yacimiento de canciones apeló a la técnica del fracking que, explicado en términos pertinentes, hace explotar rocas, fracturándolas, para liberar el tesoro, el oro negro que por ahora sigue siendo el petróleo. No es que Charly no haya previsto los peligros que esa técnica entrañaba a largo plazo, que le pasaron onerosa factura después de esa caída en desgracia en Mendoza en 2008, donde ya intervino el Estado con una curatela y Palito Ortega proveyendo un ecosistema que le permitió transitar una larga convalecencia sin tener que quedar en situación de indigencia. Ya el fracking había filtrado tóxicos que produjeron efectos colaterales resumibles en la contaminación de sus acuíferos. El manantial de donde brotaban las maravillas se fue secando y el primero que se dio cuenta fue Charly. Pero en vez de poner marcha atrás, aceleró. O, como él cantó, “quise quedarme pero me fui”.
Say no more es algo que le salió bien por un lado y mal por el otro. Bien porque instaló el término como quien logra instalar un relato sobre las cosas. Y eso le sirvió como manto protector para sus locuras: todo era producto del arte que la sociedad se empeñaba en cercenar. Una victimización forzada y exitosa. Pero siempre me pregunté por qué el disco Say no more que escuché en su casa era muchísimo mejor que el que terminó siendo publicado. Porque había que enmascarar. El gran problema de los grandes artistas es la propia inseguridad, que en ellos alcanza niveles patológicos. El demo Say no more estaba muy bien, pero según Charly le faltaba la “locura” que lo transformaría en arte. ¿Habrá quedado en algún lugar esa grabación original? ¿O se la habrá devorado ese “torbellino donde nada importa”?
–¿Vos creés que yo no me doy cuenta de que me queda poco tiempo? –me preguntó una noche que ya lindaba con la madrugada. Me sostuvo la mirada para avisarme que hablaba en serio.
–No lo sé. ¿De cuánto tiempo hablamos, Charly? –respondí con mi tono más serio, para que viera que le daba la importancia necesaria a la conversación.
–Y… ¡unos diez años!
Sólo faltó el proverbial “¡plop!” donde la historieta se resuelve con alguien que se desmaya. ¡Nadie creía que pudiera sobrevivir otro año más al ritmo que llevaba! Por suerte, todos estábamos equivocados y el gran pillo hoy nos hace pito catalán desde sus 70 años. Lo celebro.
García estalló como solista durante la previa de la democracia y durante todo el gobierno de Alfonsín. Efecto paradojal: Charly se desestabiliza cuando Menem logra estabilidad económica.
Alguna vez me pregunté si Charly no opera en espejo con la Argentina. Ese paralelismo es un poco tramposo y a la vez tiene algo de real. Charly García es el producto de otra Argentina, la de los ’60, donde la cultura estallaba por todos lados y ni siquiera la dictadura de Juan Carlos Onganía, que terminó –en connivencia con cierto peronismo– con un gobierno decente y sensato como el de Arturo Illia, pudo ponerle coto hasta pasados unos cuantos años cuando cerró el Instituto Di Tella en 1970. Sui Generis interpretó a los que eran estudiantes de la primera mitad de los ’70, La Máquina y Serú enviaron señales luminosas para marcar alguna orientación durante la negra noche que fue la dictadura de Videla. Y Charly García estalló como solista durante la previa de la democracia y durante todo el gobierno de Alfonsín. Efecto paradojal: Charly se desestabiliza cuando Menem logra estabilidad económica con la convertibilidad, un invento efectivo que vino con otras dolencias que todavía nos aquejan.
¿Será casual que Charly haya publicado Influencia y Rock and roll yo en 2002 y 2003, en coincidencia con el rebote económico de aquellos años? Parecen discos sin terminar, pero con ráfagas luminosas, como para que las polillas no pierdan el rumbo. Luego de su debacle en 2008, Charly recuperó la capacidad de hacer shows enteros pero hay algo que perdió y no sé bien qué es, pero sé que no volvió a aparecer. Cuando fui autorizado por la jueza a ser una de las diez personas en ir a saludarlo por su cumpleaños 57 a la chacra de Palito Ortega, pude constatar que su memoria resistía. Y luego descubrí que, pese a que todo había cambiado, para él nada había cambiado. No mantuve el vínculo con Charly: al año siguiente decidí dinamitarlo con razones que siguen siendo válidas para mí y que tienen que ver con la reciprocidad mínima que requiere cualquier amistad. Tuve un breve encuentro en público durante 2017, lo saludé, le hice reverencias y me gruñó. Le propuse conversar, si quería. Me mandó a la aduana de Mecha sabiendo que sería imposible atravesarla. Decidí no iniciar ningún trámite. Si él no tiene interés, yo tampoco. Y como dice una canción de Random, su último álbum de nuevas canciones: “Que viva la rivalidad”.
Al fin y al cabo, la música de Charly García es un tesoro universal y todos podemos disfrutarlo de múltiples maneras. Tengo digitalizados todos los audios de nuestras conversaciones. A veces me tienta volver a escucharlos: hay tanto que no se usó en el libro, justamente para protegerlo. Ahora que ya pasó el peligro podría ser momento de “cantar de nuevo una vez más”, como dice la letra de “Inconsciente colectivo”. Pero siento que Charly García es una materia que ya rendí y que puedo seguir estudiándola por mi cuenta. Uno puede tener cariño por el secundario, pero no querría volver a él. Sería el equivalente a pedirle a Charly que vuelva a componer como en los tiempos de Sui Generis. El tiempo ha pasado para los dos y me alegra que ambos hayamos salido con vida de aquellos tiempos en los que caminamos a la par en una guerra contra la nada.
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