BERNARDO ERLICH
Domingo

Hay que persuadir

Demonizar kirchneristas es una mala estrategia. Hay que convencer a los que tienen buenas intenciones para que comprendan que el liberalismo es el único camino al desarrollo y la libertad.

La posición histórica de muchos intelectuales y políticos argentinos vinculados al progresismo y la izquierda frente el proceso político iniciado con la Revolución Cubana en 1959 es clave para entender no sólo la hipocresía ideológica de gran parte de esos sectores políticos sino incluso nuestro atraso social y económico. La revuelta de los últimos días en Cuba, el despertar de gran parte de su pueblo, venciendo el miedo y el silencio que los condenaba a seguir siendo sometidos por un sistema político autoritario e ineficiente, no hizo otra cosa que confirmar el carácter excepcional del fenómeno cubano para muchos argentinos cuando se trata de señalar violaciones a los derechos humanos, aunque también para analizar el desempeño de los gobiernos de Fidel Castro y sus sucesores en los resultados concretos en la vida de los cubanos.

Me parece fundamental unir estos dos aspectos del régimen cubano a lo largo de estos más de 60 años: lo que lo caracteriza como no democrático y los supuestos logros en lo social. En Silencio, Cuba. La izquierda democrática frente al régimen de la Revolución Cubana”, un libro publicado en 2010, Claudia Hilb sostiene que el proceso de igualación de las condiciones sociales, que se dio con gran ímpetu y velocidad en la primera década de la Revolución, es indisociable de la naturaleza opresiva y autocrática que se sostuvo desde el poder. Y que tampoco se puede dejar afuera del análisis la idea de un poder construido en base a la figura de un líder que habría de ser quien garantice desde su lugar inamovible –el de alguien que nunca se equivocaba–, una especie de semidios que encarnaba al mismo tiempo la ley, el poder y el cuidado de todos. Hilb disecciona con datos y análisis la evolución de las variables sociales y económicas a lo largo de cinco décadas, para desmontar finalmente el mito de lo que para muchos era Cuba: esa idea falsa de un régimen al que se le podía en todo caso criticar algunos excesos en cuestiones de derechos humanos pero que había permitido un progreso en las condiciones para sus habitantes en salud, educación e igualación de oportunidades.

Hay un sector del progresismo que ha encontrado caminos para justificar el fracaso social y económico de las políticas del régimen cubano.

Hoy son muy pocos los que niegan la realidad de un país empobrecido, desigual (sólo la elite gobernante y los que se dedican a negocios ilegales tienen acceso a condiciones de vida aceptables) y sometido a un poder represivo. No me preocupan tanto esos pocos, porque son una minoría fanática, negadora o cínica, sin poder de convencimiento. Pero hay otro gran sector del progresismo argentino que ha encontrado caminos para justificar ya no la represión pero sí el fracaso social y económico de las políticas del régimen. El más conocido tiene que ver con repetir el mantra del “bloqueo norteamericano” como causa de todos los problemas cubanos, cuando es obvio que el supuesto bloqueo, que en realidad es un embargo, en todo caso le ha servido al régimen cubano para legitimarse y justificarse. Ahora, la pandemia ha permitido explicar la crisis económica como resultado de la baja del turismo internacional, fuente principal de ingreso de divisas al país. El tercero que vuelve una y otra vez es el de considerar las condiciones de vida de los habitantes de Cuba en relación a otros países centroamericanos no gobernados por regímenes comunistas, que estarían en peor situación. La palabra mágica en este caso es Haití. Lo que no se tiene en cuenta es que Cuba era en 1959 uno de los países con mayor desarrollo cultural y económico de la región. Es cierto que estaba gobernado por una dictadura sanguinaria, que había un pueblo sometido y sin derechos y que la corrupción era sostenida desde el más alto poder; pero lo que lo reemplazó fue otro régimen al menos igual de autoritario, asesino y corrupto. Y la situación económica sólo pudo sostenerse por un tiempo con el apoyo económico directo de la Unión Soviética, pero al final del camino sólo quedó atraso, pobreza y desolación.

Entre otras cosas, el libro de Hilb explica que la debacle autoritaria y de ineficiencia del régimen cubano no fue un desvío producido por el desgaste en el poder o forzado por factores externos (léase, la presencia amenazante de Estados Unidos), sino que estuvo siempre en la matriz de su lógica de poder y en las características personales de Fidel Castro. Frente a la reaparición de Cuba como noticia en los últimos días, Hilb dio algunas entrevistas en las que sostuvo con lucidez y precisión todas estas cuestiones. Es ejemplar en este sentido la que le hizo Luciana Vázquez en La Nación. Otra de las intervenciones de Hilb fue su participación en un debate público organizado por CADAL, una fundación cuya misión es “promover los derechos humanos y la solidaridad democrática internacional”, según sostiene la página web del propio organismo. El tema de la charla era “La izquierda democrática y los derechos humanos en Cuba”. El evento fue moderado por Sabrina Ajmechet, historiadora y directora del Consejo Académico de CADAL y se llevó a cabo el domingo pasado. Hilb, que participó acompañada de Hugo Vezzetti, Rubén Chababo y Carlos Manuel Álvarez, sostuvo allí sus mismas posiciones de siempre acerca de Cuba y se mostró solidaria con un pueblo que estaba resistiendo y saliendo con dificultades del miedo y del silencio al que estaba sometido.

Al día siguiente, se conoció la noticia de que Ajmechet, la moderadora por CADAL, ocuparía uno de los lugares en la lista de precandidatos a diputados de Juntos por el Cambio en la Ciudad de Buenos Aires, avalada por Patricia Bullrich, presidenta del PRO. Para mi sorpresa, Claudia Hilb reaccionó ofendida en un posteo en Facebook (al principio el posteo era público, ahora está en privado), sosteniendo que se sintió usada al ser invitada a participar de ese debate, porque no sabía que la moderadora iba a ser designada candidata por un partido político que ella asocia a “la derecha” y que por esta razón, al volverse un evento sospechado de partidismo, perdía fuerza como denuncia de la violación de los derechos humanos en Cuba y se desvirtuaba como acto de solidaridad con los que están luchando por su libertad y se enfrentaban al régimen cubano. Al enojo de Hilb se sumó enseguida el de Hugo Vezzetti, también participante de la charla. Hilb y Vezzetti tendrán sus motivos para sentirse incómodos con la situación que se generó y creo en la sinceridad de sus sentimientos. No puedo acordar, en cambio, con las acusaciones contra Ajmechet, a quien le atribuyen una estrategia oportunista y aprovechadora que está totalmente injustificada de acuerdo a los hechos objetivos. Pero más allá de la posición que tomaron Hilb y Vezzetti (la cual supongo que el tiempo les dará la oportunidad de revisar), esta polémica es un buen disparador para repensar los conceptos de izquierda y derecha, al menos en la política argentina.

Convencer a los prejuiciosos

El fenómeno político que nació con Cambiemos permitió plantear una alternativa de oposición, y luego de gobierno, desde el liberalismo (a mí me gusta más la idea de liberalismo, aún con la confusión semántica que tiene en la Argentina, que la de republicanismo, que es más de forma y menos concreta en su formulación de intenciones de transformación social y económica). Frente a la hegemonía del kirchnerismo, durante mucho tiempo el discurso de los dirigentes, militantes y simpatizantes de Cambiemos hizo eje en una suerte de crítica moral a todo lo que tuviera que ver con los K y sus aliados. Creo que la construcción de una opción política sustentable debería trascender ese tipo de crítica.

Esa demonización del kirchnerismo, que lleva a muchos a repetir una y otra vez frases como “los K son todos chorros”, “la grieta es moral”, “de este lado estamos los buenos y del otro lado está el mal”, no sólo es errada como estrategia electoral y en la construcción de un discurso convincente y valioso, sino que no condice con la verdad. Es cierto que hay una parte del kirchnerismo que dice lo que dice y hace lo que hace desde el cinismo (sabiendo que lo que sostienen y hacen está mal y nos lleva a más atraso, pobreza e injusticia) o desde el afán de beneficio propio (para poder robar, conseguir más poder en forma ilegítima, cooptar el Estado para beneficio propio, etc.), pero nuestro foco de atención no debería posarse en esa gente, sino en los que son kirchneristas desde el convencimiento y las buenas intenciones.

Sé que son muchos los que creen que no hay kirchneristas con buenas intenciones. Yo sé que sí los hay. Conozco muchos y sé que hay muchos más como ellos. Incluso entre los propios dirigentes. Si nos seguimos parando en el lugar de “son todos chorros, son todos cínicos, son el mal, son todos fascistas”, caemos, además, en un error parecido al que caen ellos cuando nos califican a nosotros como “la derecha”, “vendepatrias”, etc. El esfuerzo debe sostenerse en la convicción de que el camino para un país más desarrollado, más justo y menos pobre es desde acá, desde lo que nosotros pensamos. Desde el liberalismo. Y si quieren seguir sosteniendo que el liberalismo es la derecha, problema de ellos.

Sé que son muchos los que creen que no hay kirchneristas con buenas intenciones. Yo sé que sí los hay. Conozco muchos y sé que hay muchos más como ellos.

¿Y qué tiene que ver todo esto con Cuba y con el enojo de Hilb y Vezzetti? Ser de izquierda, según como entiendo que ellos la consideran y donde se siguen viendo representados y con sentido de pertenencia, no debería tener nada que ver con algún tipo de adhesión a Cuba ni a lo que fue la Unión Soviética, ni tampoco a las experiencias de las organizaciones armadas de los ’70, sino más que nada con una conciencia social y verdaderamente libertaria y solidaria con los más oprimidos, teniendo siempre como objetivo la transformación social en pos de mayores grados de libertad y posibilidad de progreso. Esa es la idea de izquierda democrática que sostienen Hilb, Vezzetti y tantos otros. Pero enunciado así, ¿en qué se diferencia eso con los valores que sostiene el liberalismo?

La reacción de Hilb y Vezzetti frente al hecho de que Ajmechet, con quien acordaban en su posición frente a Cuba, sea parte de una lista de diputados de Juntos por el Cambio refleja los históricos prejuicios de la izquierda democrática frente a lo que desde acá yo llamo “liberalismo”. Está claro que el ideal de funcionamiento del Estado de los liberales difiere del de la izquierda democrática, pero esa diferencia es menor frente a la coincidencia en cuanto al valor que se le da a la libertad. Y acá es donde se vincula este malentendido histórico entre el liberalismo y la izquierda y la necesidad de una estrategia de comunicación y acción política que proponga una verdadera alternativa al kirchnerismo por fuera de la demonización.

El liberalismo debería hacerse más fuerte en sostener la idea de la libertad como valor supremo para la conquista del desarrollo económico y la lucha contra la pobreza en la Argentina. Y en ese camino no podrán formar parte los que se consideran liberales pero no creen en los derechos humanos esenciales ni en las libertades individuales. Pero ahí sí podrán sentirse representados muchos de aquellos que hoy miran con sospecha todo lo que tenga que ver con Macri –o con otros referentes del liberalismo–, que desconfían desde el prejuicio. Pero que al mismo tiempo no creen en el autoritarismo, en la trampa permanente, en el abuso en el ejercicio de poder ni en las estrategias que promueven más control del Estado sobre el individuo sin ofrecer mucho a cambio. Son muchos los que votan al kirchnerismo no debido a esto sino a pesar de todo esto. Los votan creyendo que son el mal menor, rechazando todas esas cosas que son esenciales en la concepción del poder y en el manejo de la economía del kirchnerismo, pero creyendo sinceramente que lo que está del otro lado es peor. Bueno, es hora de convencer a muchos de ellos que eso que está del otro lado es mejor. Y eso no se puede hacer si los insultamos, los agredimos, les negamos la posibilidad de diálogo.

Y llegará el día en que en la Argentina se entienda que el liberalismo sólo puede ser entendido al mismo tiempo en lo político y en lo económico, que la idea de ser liberal en las cuestiones sociales pero no en las económicas es una contradicción. Y esto no significa no saber cuáles deben ser las funciones que les corresponden al Estado, sino entender que toda la libertad posible, en cualquier circunstancia, es siempre preferible al control y al sometimiento.

 

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Juan Villegas

Director de cine y crítico. Forma parte del consejo de dirección de Revista de Cine. Publicó tres libros: Humor y melancolía, sobre Peter Bogdanovich (junto a Hernán Schell), Una estética del pudor, sobre Raúl Berón, y Diario de la grieta.

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