BERNARDO ERLICH
Domingo

¡Tugo!

Ahora que su uso se extendió y vuela de acá para allá sin límites, es un buen momento para preguntarse qué implica decirle a alguien "tu gobierno". Es un chiste, por supuesto, pero también algo más.

Puede que Twitter sea un lugar poco apto para las discusiones serias y se preste más a la chicana y al retruécano humorístico que al debate fructífero del que puedan surgir algunos acuerdos (aunque, ¿existe ese debate en algún otro ámbito hoy?). Pero seamos buenos con esta red social que tanto mal nos hizo y sin embargo queremos: su naturaleza juguetona y colectiva ha sido ideal para la creación de conceptos más o menos complejos resumidos en expresiones simples y simpáticas que se han popularizado de una manera que envidiarían muchos sociólogos que no saben lo que es meter un hit.

Uno de ellos es Corea del Centro, del que si bien me declaro creador, no entendí en toda su dimensión hasta que Twitter me lo explicó. Al principio fue sólo un chiste, un juego de palabras. Cuando lo dije por primera vez, no pensé en la engañosa equidistancia entre una democracia y una dictadura, ni tampoco en la ironía de que Corea del Centro fuera un lugar que no existe. Todo eso estaba implícito, evidentemente, y por eso el concepto tuvo éxito, porque era algo más que un chiste o en todo caso era un chiste más complejo de lo que parecía a simple vista. Pero todo eso se hizo explícito después, por lo tanto considero, sin falsa modestia, que Corea del Centro fue una creación colectiva.

¿Qué significa tugo? Es una abreviación de “tu gobierno” y se usa para increpar o burlarse de los votantes de Alberto Fernández que se quejan por alguna medida del Gobierno.

Ahora pasa lo mismo con otro concepto: tugo. No sé quién fue el primero que lo dijo, pero ya hay memes y meta-chistes y si bien todavía no lo registró Jorge Fontevecchia (como sí registró “Corea del Centro”), podemos decir que se ha transformado en un concepto bastante popular al que se le puede sacar mucho jugo, porque dice más de lo que parece. ¿Qué significa tugo? Es una abreviación de “tu gobierno” y se usa para increpar o burlarse de los votantes de Alberto Fernández que se quejan por alguna medida del Gobierno, de su gobierno.

El tugo ya tiene detractores, por supuesto. Los hay de dos clases. Unos, los que se ubican más bien de este lado de la grieta, advierten que no es una conducta demasiado inteligente agredir a los posibles arrepentidos que deberíamos intentar seducir. Otros, ubicados más bien de aquel lado, reclaman que por más que hayan votado al Gobierno tienen todo el derecho del mundo a criticarlo y que eso, incluso, es prueba de que no son ciegos ni obsecuentes. Como pasa con los detractores de Corea del Centro, ni los unos ni los otros terminan de entender el concepto en profundidad.

Como tugo ya es del pueblo, su uso está extendido y vuela de aquí para allá sin reglas ni límites. No es mi intención hacer un manual de estilo y mucho menos sugerir restricciones ni autocensuras. Tampoco podría hacerlo. Pero sí me gustaría precisar lo que yo creo que significa, un poquito más allá de lo evidente, porque además ayuda a pensar otras cosas.

Acá va: el tugo se le aplica al votante de Alberto Fernández que se queja de una medida del Gobierno que es típicamente kirchnerista.

¿Te quejás de que aumentan impuestos? Tugo. ¿Te quejás de cualquier medida que le complica la vida al sector privado? Tugo. ¿Te quejás de que derogan las SAS? Tugo. ¿Te quejás de que ponen aranceles a la importación y, por ende, aumentan las notebooks? Tugo. ¿Te quejás de que exportás servicios y tenés que pesificar al oficial? Tugo. ¿Te quejás del cepo a la carne? Tugo. ¿Te quejás de que limitan la libre elección de obras sociales, con la consiguiente transferencia de dinero del sector privado a los sindicatos? Tugo. ¿Te quejás de que amenacen con estatizar las prepagas? Tugo. ¿Te quejás del estalinismo cultural? Tugo. ¿Te quejás de que banquen a Insfrán? Tugo. ¿Te quejás de que apoyen la dictadura de Maduro? Tuguísimo.

No podés votar al kirchnerismo y después criticar el apoyo a Maduro para lavar tus culpas. Alguien tiene que estar ahí para decirte “vos votaste esto, lo sabías, hacete cargo”.

El tugoberneo, en esos casos, no es solamente una burla. No se trata únicamente de reírnos de su enojo, porque al fin y al cabo es un enojo que compartimos. Se trata de señalar una contradicción o quizás una hipocresía. El estatismo, el populismo, el proteccionismo, la alineación con países autoritarios, el nacionalismo, la alianza con los sindicatos muchas veces en desmedro del propio trabajador, la desconfianza en (o desprecio por) el sector privado y el estalinismo cultural son todas características constitutivas del kirchnerismo, que conocemos hace más de quince años, que podemos ilustrar con infinidad de medidas y declaraciones de funcionarios de diverso rango. No podés votar al kirchnerismo y después criticar el apoyo a Maduro para lavar tus culpas. Alguien tiene que estar ahí para decirte “vos votaste esto, lo sabías, hacete cargo”. Eso es el tugo. Por eso molesta.

el voto es público

El voto es secreto. Podés meter en el sobre la boleta de Fernanda Vallejos y no se tiene por qué enterar ni tu terapeuta, a menos que quieras decírselo (y, en ese caso, te recomendaría que lo hicieras). Revelar públicamente a quién uno vota, en cambio, es un gesto voluntario y personal que en general sirve para colocarse en un lugar y atribuirse características que en el imaginario colectivo están asociadas a ese voto. Por eso el tugo no se trata de quien en la soledad del cuarto oscuro vota de una determinada manera porque en ese momento le pareció lo correcto o lo menos incorrecto, sino de quien lo expresó públicamente con el orgullo de pertenecer o el temor de no pertenecer. Para una parte importante de la sociedad, sobre todo en el mundillo cultural, votar al kirchnerismo (o a la izquierda, que es una manera cobarde de votar al kirchnerismo) está asociado a una mayor empatía, una mayor sensibilidad. Si votaste a Alberto Fernández, es porque te importan los pobres. Dicho así suena delirante, pero ese es el razonamiento de mucha gente con no pocos estudios.

Ahora bien, cuando esa frágil estructura moral se ve amenazada por la siempre impiadosa realidad, el sujeto en cuestión intenta un atajo, un último manotazo: “Esto me parece mal”. ¿Qué te parece mal? ¿Que aumenten impuestos? ¿Que deroguen las SAS? ¿Que pongan aranceles a la importación? ¿Que pongan cepo a la compra de divisas? ¿Que amenacen con estatizar las prepagas? ¿El estalinismo cultural? ¿Que banquen a Insfrán? ¿Que apoyen a Maduro? Pero si vos los votaste para que hagan todo eso. ¿Ah, no? ¿Y qué esperabas que hicieran?

Obviamente quedan fuera de la discusión acá los kirchneristas de alma que sueñan con un país en el que hasta hacer caca esté regulado por el Estado. Esos pobres diablos están felices o por lo menos disimulan su decepción. Comerán polenta, pero están convencidos de que este es el camino correcto. Están equivocados, claro, pero la única manera de que entiendan es que se den la cabeza contra esa pared que se está acercando cada vez a mayor velocidad. O quizás ni así.

Pero los que saben que los impuestos son demasiado altos, que el sector privado es el músculo de un país, que las SAS eran una cosa bastante práctica, que es bueno para casi todos que las notebooks sean baratas, que el cepo al dólar impide la entrada de divisas y hace más daño que el que evita, que la consecuencia del cepo a la carne es que va a aumentar, que estatizar las prepagas sólo igualaría el mal servicio, que la libre elección de obras sociales es algo a favor del trabajador, que el estalinismo cultural significa fascismo y chatura intelectual, y que tanto Insfrán como Maduro son dictadorzuelos que no deberían existir en una democracia sana; todos ellos no pueden gozar de los beneficios simbólicos de votar “empatía” y zafar de las consecuencias también simbólicas de quedar del lado del atraso, la pobreza y el fascismo. En definitiva: no pueden hacerse los boludos. Para evitar que se hagan los boludos: tugo.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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