El volumen de la retórica opositora aumentó varios puntos en las últimas semanas: desde las elecciones bonaerenses y, sobre todo, desde el tembleque con el dólar, se empezaron a escuchar pedidos de juicio político, diagnósticos psiquiátricos, “se tienen que ir ya”. Los más pícaros dejaron correr versiones, publicadas diligentemente por los diarios, sobre supuestos planes para entronizar a Victoria Villarruel o Juan Schiaretti en futuros gobiernos de transición. Más turbulento se ponía el mercado cambiario, más crecía el volumen destituyente. Uno podría pensar que el objetivo de estas intrigas y estos alaridos, sobre todo de parte del kirchnerismo, es tumbar o abollar al Gobierno con el objetivo de regresar al poder. Mi visión es un poco distinta. El objetivo principal no es frenar a Milei: el objetivo principal, mucho más importante, es frenar el plan económico.
Sin dudas que el kirchnerismo es capaz de protestar por un brumoso “clima destituyente” cuando gobierna y después hacer cosas mucho peores cuando es oposición. Pero lo que está pasando en estos días va mucho más allá, en mi opinión, de la mera disputa de poder. La obsesión de la oposición peronista por hacer fracasar el plan económico viene de una lucha más profunda, que es la lucha por las ideas y por la historia. Si el plan económico de Milei tiene éxito –lo defino así: se estabiliza la economía y empieza a crecer sobre bases estables–, la derrota para el kirchnerismo y sus territorios afines no será sólo política. No es que se arriesgan una o dos elecciones o que se retrasará su regreso al poder. Será mucho más grave, porque transformará en papel mojado todo lo que vienen diciendo desde hace 20 años sobre las causas de la inflación, la “falta de dólares” y el origen del estancamiento argentino.
Es por eso que el kirchnerismo y la izquierda necesitan frenar a toda costa la normalización de la economía argentina (es decir, poner las mismas bases sobre las que operan las economías de Brasil, México, Chile y el resto del mundo civilizado), porque eso significaría instantáneamente su obsolescencia como propuesta política e intelectual. Tanto énfasis le puso el kirchnerismo político y cultural a las ideas estrafalarias de sus dirigentes sobre macroeconomía que ha sido imposible para sus militantes ser, por ejemplo, feministas o setentistas sin creer, al mismo tiempo, en la bondad de los déficits permanentes, los controles de precios o los subsidios a la energía. Defendían la ciencia argentina o denunciaban el lawfare, sí, pero porque antes creían que la emisión no generaba inflación y que preocuparse por el riesgo país era una pavada oligarca. El paquete se consumía completo pero se apoyaba en lo estructural, que era la visión de la economía.
Si esa base, por lo tanto, pierde prestigio, porque triunfa y se consolida todo lo que desde hace décadas vienen denunciando como inmoral, maligno o equivocado, entonces no les quedará casi nada.
Si esa base, por lo tanto, pierde prestigio, porque triunfa y se consolida todo lo que desde hace décadas vienen denunciando como inmoral, maligno o equivocado, entonces no les quedará casi nada. Los cimientos de su identidad política y de su capacidad para colonizar otros grupos militantes quedarán hechos trizas o desperdigados, se convertirán en defensores de causas aisladas (en algunos casos, legítimas) pero sin la visión totalizadora del mundo que tenían hasta ahora y les daba, aunque decrecientes, su potencia e influencia.
El lugar en el historia
Doy un paso más: un éxito de la macroeconomía clásica (que es lo que estamos viendo, podemos discutir en otro momento sobre las herramientas) no sólo complicará el futuro del kirchnerismo como identidad política y como opción de poder. También afectará su pasado, y esto es lo que, creo, más asusta a Cristina, porque reescribirá la historia del siglo XXI argentino de una manera que dejará en ridículo los excéntricos mantras económicos sobre los que los Kirchner construyeron sus presidencias y vicepresidencias. Si la salida del pantano argentino era, finalmente, equilibrar las cuentas, dejar flotar el dólar, quitar regulaciones absurdas y abrir un poco la economía, entonces todo lo que hizo y dijo el kirchnerismo durante sus mandatos quedará en el mejor de los casos como una oportunidad perdida y, en el peor, como una campaña demencial por insistir en el error y en el populismo más berreta.
Hay mucha gente que piensa esto último (yo mismo, por ejemplo), pero al kirchnerismo no le interesa mi opinión ni la de quienes piensan como yo, porque puede invalidarlas fácilmente poniéndome (poniéndonos) en el bando de los que tenemos malas intenciones, somos canallas, queremos que los pobres se mueran de hambre. Más difícil se les haría resistir un triunfo de las recetas mainstream que permee en la sociedad (votantes) y en las élites que le dieron mística y validación: habrá un día, si el plan económico triunfa y se mantiene, y sobrevive a un gobierno que no sea de La Libertad Avanza, en el que un profesor de Filosofía, morral en hombro, leerá en su teléfono que Argentina alcanzó el investment grade, que el riesgo país bajó de los 100 puntos, y dirá “qué bueno”.
También afectará su pasado, y esto es lo que, creo, más asusta a Cristina, porque reescribirá la historia del siglo XXI argentino de una manera que dejará en ridículo los excéntricos mantras económicos del kirchnerismo.
¿Cuánto falta para esto? Mucho, pero es posible que en los próximos meses el programa económico deje atrás sus momentos más ásperos (recortes antipáticos y a las apuradas, enfriamiento de la actividad, miedo a flotar) y empiece a rodar algo más fortalecido, menos vólatil, más confiado en sí mismo. Y en ese momento, lo saben los kirchneristas, la izquierda que y sus periodistas y voceros, ya será demasiado tarde. Por eso saben que el momento para estar encendidos en su operación de sabotaje al plan económico es ahora, antes de que se vean sus frutos y justo cuando tiene que ser aprobado o rechazado en las urnas.
El plan de sabotaje mata dos pájaros de un tiro. Por un lado, es útil para hacer campaña entre sus votantes históricos y meter más diputados en el Congreso; por el otro, ya el sabotaje en sí mismo sirve para hacer temblar el plan económico, porque pone en duda su viabilidad política. Los politólogos son de reírse del Gobierno cuando dice “riesgo kuka”, pero los primeros que saben que el riesgo kuka existe son los propios kukas, y por eso lo agitan. Más cavernícolas se muestran, más daño le hacen al plan económico. A veces incluso parecen sobreactuar su inviabilidad a propósito, para asustar aun más a los mercados. Y con éxito, como vimos en estas semanas hasta la aparición de Scott Bessent, el marido igualitario favorito de las Fuerzas del Cielo. Lo que Estados Unidos les está diciendo a los mercados con su insólita entrada al baile es que viene con refuerzos para neutralizar no los posibles errores del plan económico o los más claros errores políticos del Gobierno: lo que viene a neutralizar con su flotilla de dólares es el riesgo kuka. De ahí parte de la irritación del kirchnerismo esta semana: se saben débiles para gobernar, pero se creían fuertes para vetar. Hasta que apareció el deus ex machina desde Washington.
Como famosamente le dijo Cristina hace unos años al tribunal que le tomaba declaración: “A mí la historia ya me juzgó”. Sonaba muy convencida, pero sospecho que ahora, condenada y detenida, y a pocos meses de que el plan económico cruce esa frontera de la sustentabilidad (¿cuál es? ¿las elecciones? ¿la flotación libre?, en Argentina siempre te la van corriendo), ese convencimiento empieza a resquebrajarse. Nada sería más humillante y más decadente para Cristina que perder ese lugar en la Historia, con mayúscula, al que se creía destinada. Y no tengo dudas de que si el plan funciona, y si el Gobierno deja atrás la adolescencia política y se genera un consenso alrededor del manual mínimo macro, que incluya a todos menos al kirchnerismo, entonces no sólo nos irá bien como país sino que miraremos todos para atrás (no sólo nosotros, los gorilas desalmados) y veremos con una nueva nitidez el enorme desquicio económico y político que fueron los años de auge del kirchnerismo.
Esto es, en síntesis, lo que se juega Cristina durante estas semanas de acá a octubre: no sólo asegurarse su supervivencia en el futuro sino, crucialmente, la supervivencia de su pasado. Están por bajarla del cuadro de la Historia.
Gracias por leer. La seguimos el jueves que viene.
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