¿Usted lee? ¿No le resulta difícil acceder a la imaginación a través de una hoja blanca con signos negros? Se puede preparar un banquete o levantar un templo escuchando un podcast , pero todo lector es un acróbata de la quietud, e incluso del aburrimiento. Los libros, por su parte, se tienen en tal alta estima que no les da vergüenza pedirnos todo a cambio: atención indivisa, cuerpo inmóvil, secuestro de manos y cuello, foco. Así y todo, hay gente que lee, que no puede parar de leer, que se entretiene con los ojos fijos en un papel. Usted, lector mío, ¿es de esos? ¿Soy la única que encuentra opresiva esta práctica? No hay solución, de todas formas. Por más tirana que sea, la lectura es la forma más efectiva y económica que tenemos de descubrir el mundo. Yo descubrí la semana pasada, por ejemplo, que la especie humana es femenina y que los varones son “una variación específica para la reproducción”. Leer El nido infernal de Mónica Müller (Vinilo, 2025) fue aceptar, no sin exultación, que por mucho que adorase a Sigmund Freud ya no iba a poder mirarlo como antes.
En el origen, era el óvulo, y todos los fecundados, desde el primero hasta el último, fueron femeninos. Así serán también los de mañana. Es recién en la séptima semana que irrumpe el cromosoma Y; entonces los óvulos les bajan en forma de testículos, y se les alarga el clítoris dando lugar al famoso pene.
Aprendo que hay especies vegetales y animales que respetan esta jerarquía temporal, perfectamente inversa a la bíblica. Pero hay algo todavía más inesperado: aunque en la concepción se combinan el ADN del padre y el de la madre en el núcleo, hay un rincón de la célula donde eso no ocurre nunca: las mitocondrias. Allí, el ADN no se mezcla, no se combina, no se reparte: se hereda exclusivamente de la madre, y así permanece, idéntico, de generación en generación. Es el único fragmento del cuerpo humano que no pasa nunca por un varón: un linaje puro de mujeres. “Todos nuestros antepasados y nuestros descendientes, tanto mujeres como varones, están enhebrados desde el origen de la especie por un mismo hilo exclusivamente femenino”. Una cadena de mujeres alimenta la especie humana desde la noche de los tiempos. Lo femenino no es “lo otro”, sino lo primero, lo continuo, lo que queda. Lo masculino es lo que se pierde. ¿Habrá muerto Mario Vargas Llosa sin saberlo?
Caminaba entre la gente como quien corre pisando hojas secas. No quería que lo tocaran. Un joven de anteojitos se le acercó emocionado y le dijo con acento peruano: “Mario, Mario, ió soy de Arequipa”. El Nobel hizo una señal con los ojos y los patovas de Gallimard neutralizaron al fan en un segundo. Todo esto sucedía en la rue Saint-Martin, a la salida de la Maison de la Poésie. Desfigurado por su fama, el hombre parecía haber trascendido su humanidad.

La Coupole [102 Bd du Montparnasse, Paris, 14e arrondissement], 1931. Fuente: Bibliothèque nationale de France.
Con el amigo en común que nos había presentado, paramos un taxi en la esquina para él. Cuando estábamos a punto de irnos, bajó el vidrio y nos dijo en voz baja, como hablan los franceses: “¿Pensaban ir a comer quizá?” Terminamos yendo a La Coupole, un lugar que le traía recuerdos de su juventud y al que también entró pisando gente. La altura lo ayudaba en su desdén.
Era difícil que te mirase a los ojos, sobre todo si su sola presencia te dejaba muda, como era el caso de Aurore, que había corregido la traducción de su obra al francés y tanta admiración la habían vuelto de piedra. Inmenso, longevo y con pelo, parecía estar por encima de la vida silvestre de los que respiramos oxígeno. En la mesa contó el día en que recibió la famosa llamada de Suecia. Habló solo, aceptando como un don del universo que aquel grupo de mortales que compartía su mesa estuviera destinado a ser su público. Hubo un segundo en que logré captar su atención. Fue cuando me puse a imitar a Cristina. Eso lo divirtió. Giró la cabeza, bajó la mirada y me vio. Fue como ser vista por un monstruo mitológico.
Mientras levantaba los platos del queso, el mozo nos preguntó si íbamos a querer algo más. “Yo una foto, por favor”, respondí al pasar, rápida; ahora o nunca me había dicho en media fracción de segundo, justo antes de romper la barrera del pudor. “Lo peor que podés hacer es conocer a un escritor que admirás”, me había dicho una vez, en nuestro primer encuentro, un escritor que admiraba. Se confundía. Los lectores son criaturas extrañas, es cierto, pero quienes los alimentan siempre andan buscando tela para cortar.
Entonces recordemos: todo hombre muere con su cuerpo y toda mujer arma una cadena. Ni siquiera Elon Musk con sus mil hijos podrá trascender en la memoria de la especie. Ningún varón, salvo que sea escritor.

Mario Vargas Llosa y Victoria Liendo, La Coupole, 2017.
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