Una de las historias que más me impactó de lo que vimos el fin de semana en Bahía Blanca fue la de las médicas y enfermeras que en la madrugada del sábado rescataron a 15 bebés prematuros, recién nacidos, y los llevaron desde la nursery inundada en el subsuelo hasta el piso donde los esperaban sus mamás, a oscuras pero con el pecho caliente para mantenerlos vivos. Fue una operación compleja y valiente, con el agua hasta el cuello, que salvó vidas frágiles en un momento de fragilidad extrema.
También me impresionó, por supuesto, la historia de Rubén Zalazar, el chofer de Andreani que entregó su vida para salvar a las hermanitas Hecker, todavía desaparecidas. Y las decenas de testimonios de vecinos que se juntaron para rescatar a personas mayores, repartir comida, salvar mascotas o limpiar el barro cuando finalmente bajó el agua. La mayoría de las historias que cuentan los locales hablan de gestos solidarios, comunitarios, de ayuda en el medio de la desesperación. Casi no hubo noticias de saqueos, aun después de los días sin luz, y fue conmovedor ver a Bahía Blanca, devastada por segunda vez en un año y medio, resistir y ayudarse, con sus clubes, sus organizaciones, sus iglesias, para darles una mano a los que habían perdido todo y sostener a los que estaban a punto de flaquear.
“Esto es lo peor que nos pasó en nuestras vidas”, tituló el lunes 8000.ar, el muy buen newsletter bahiense de mi amigo Abel Escudero, que dedicó su largo primer envío sobre el desastre a contar historias de las víctimas y ofrecer información útil.
Así me habría gustado que fuera también la cobertura nacional, que rápidamente, sin embargo, entró en el fuego cruzado de las acusaciones sobre quién había tenido la culpa de la inundación. Buena parte de los políticos, con declaraciones irresponsables, contribuyeron a que la conversación haya sido así. Y en el campo de batalla digital, el más áspero, las cerbatanas envenenadas arrancaron casi antes de que terminara de llover.
Me dio pena que con el agua todavía alta, ciento y pico de personas perdidas, miles de evacuados y decenas de miles arruinados, se hubiera pasado tan rápido al juego frívolo de los dardos políticos, en la tele, en los memes, en los reels.
En Crímenes y pecados, una película de Woody Allen de 1989, el insufrible personaje de Alan Alda hizo famosa la frase “el humor es tragedia más tiempo”, en el sentido de que no se puede hacer humor con tragedias recientes, pero sí después. Habría que extender la frase al periodismo y la política: cuando las casas siguen inundadas, o los incendios todavía calientes, o los cadáveres de un accidente al borde de la ruta, la cobertura y los comunicados desde la capital, lejos de los hechos, deberían concentrarse en estar lo más cerca posible de las víctimas, contar sus historias, darles información útil a quienes todavía la están peleando.
Cuando ya estén todos salvados o despedidos en paz por sus familias (“tiempo”), podemos meter algún chiste o, en este caso, reiniciar la chicanera programación habitual de la política mediática. Todo fair play, todo pelota, pero sólo cuando no quede alguno ahogándose mientras tratamos de meter un puntito de rating o unos likes extra diciendo que la culpa de todo la tiene el presidente, el gobernador, el intendente, la agricultura, el cambio climático o el capitalismo. Tragedia más tiempo: démonos un par de días antes de levantar el dedito.
Además de esta urgencia ascusatoria, me desalentó también la necesidad de encontrar explicaciones o responsables inmediatos a tragedias que a veces no las tienen. Todos los gobiernos pueden ser mejores, la humanidad entera podría ser mejor, pero nunca dejará de haber desgracias y momentos difíciles. Dice tanto sobre una sociedad cómo se organiza que cómo vuelve a ponerse en pie ante lo inesperado. Una vez vi en televisión la cobertura de la violación de una chica en Avellaneda (había sido un vecino) y al periodista lamentarse sobre cómo había podido ocurrir algo así, ¿dónde estaba la policía, donde estaba el Estado? Y yo pensaba en que no se puede controlar todo, no se pueden prevenir a cero el sufrimiento o los delitos o las catástrofes. Son parte de la vida, y lo que más dice de nosotros es cómo lo tomamos, cómo nos tratamos y qué hacemos, si fuera posible, para que no vuelva a ocurrir. Pero es un error atribuir todo lo malo que pasa a la política o al Estado o al capitalismo (o el socialismo), instituciones que controlan menos de lo que parece el caótico mundo a nuestro alrededor, y mucho menos a la naturaleza.
Hay también una dimensión humana, que no sé cómo describir sin que parezca que recomiendo resignarse frente a las desgracias. Por eso esto que digo no es excusa para dejar de trabajar o de hacer reformas pare reducir el dolor o limitar el impacto de las catástrofes. Soy un gran defensor del reformismo permanente: cada día un poquito mejor, mil pasitos para cambiar el mundo. Pero me parece negativa y bastante inútil la actitud de tener que encontrar un responsable instantáneo para todo. O creer que lo mejor que se puede hacer frente al sufrimiento es trasladar la batallita de siempre a un nuevo escenario. Sobre todo porque no ayuda a las víctimas que todavía están tratando de retomar su vida pre-catástrofe.
No toda desgracia es una señal de lo mal que vivimos o lo malos que son los gobernantes o el desastre que somos como sociedad. Saber esto es importante también para ver cómo reaccionamos, cómo nos consolamos y cómo nos tratamos. Por eso las imágenes de estos últimos días, ayer y anteayer, sirvieron de contrapeso al enojo inicial, con las donaciones de todo el país, los trenes lentos pero llenos, las fuerzas nacionales, provinciales y municipales colaborando razonablemente. Prevaleció la sensatez, prevaleció el ejemplo de Rubén Zalazar, el tipo que en lugar de putear a otros prefirió salvar vidas aun a riesgo de poner en peligro la suya. Prefirió hacerse cargo.
La seguimos el próximo jueves. Cierro este newsletter mientras miro las deprimentes imágenes de la marcha violenta contra el gobierno y la respuesta de la policía, aquello que hemos dado en llamar “represión”. La máquina de deditos levantados en este momento trabaja a todo vapor. Nos vemos pronto.
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