ZIPERARTE
Domingo

Ni ciencia ni ficción

De Villa Devoto a Washington y Davos: distopía, pánico y locura en las fronteras de la democracia.

Getting your Trinity Audio player ready...

 

El sonido del trueno. Esa es la metáfora que eligió Ray Bradbury en su célebre cuento de ciencia ficción, publicado en 1952, para describir el “efecto mariposa”. Un viaje al pasado, un safari en el tiempo gestionado por una corporación y la debacle inevitable de alterar sutilmente el pasado al pisar una mariposa conforman la línea argumental en una escenografía de dinosaurios, selvas prehistóricas y también, claro, referencias políticas polarizadas: la narración transcurre el día posterior a una elección clave en los Estados Unidos entre un defensor de los valores democráticos y un ominoso candidato a dictador llamado Deutscher. Está situada en 2055.

Apenas un año antes que Bradbury, Isaac Asimov (ruso, nacionalizado en Estados Unidos) publicó el inicio de su célebre trilogía Fundación. Imperios galácticos, retrofuturismo, genios matemáticos, cultura de masas: los tópicos de la sociología-ficción alcanzaban escala de obra monumental y best-seller de posguerra. La burocracia y la tensión Estado-individuo también ocupaban el centro de la escena. Se instalaba un verdadero trending topic sobre el futuro: organizaciones sociales totalitarias, cruzadas de héroes libertadores, alianzas interestelares.

En simultáneo, el especialista en física espacial Wernher von Braun, nacido en Polonia, convertido en miembro del partido nazi hasta 1945 y luego en pionero en rocket science de la NASA en Estados Unidos, publicó una novelita titulada The Mars Project, A Technical Tale, un libro dedicado a describir y anticipar las características de las expediciones a ese planeta. Menor pero muy influyente, encerraba un dato saliente: su protagonista lleva de nombre “Elon”.

La mitología de los superhéroes, de los emperadores, de los Padres Fundadores, de los próceres patrios, retomada por la ficción en términos de conquista espacial.

Hace unos meses, ya en 2024, el escritor Michel Nieva publicó en Cuadernos Anagrama un pequeño volumen titulado Ciencia ficción capitalista, cómo los millonarios nos salvarán del fin del mundo. Aunque no menciona esos tres ejemplos específicos, repasa de manera algo naif pero articulada el vínculo y la influencia entre la ciencia ficción del siglo XX (con especial foco en Arthur C. Clarke y Robert Heinlein): ensoñaciones y promesas de la big tech. La mitología de los superhéroes, de los emperadores, de los Padres Fundadores, de los próceres patrios, retomada por la ficción en términos de conquista espacial. Nieva fundamenta su tesis en las lecturas tempranas de Steve Jobs, Jeff Bezos y otros referentes de la actual ola digital, y desarrolla su antinomia con el ambientalismo y las minorías.

¡Bienvenidos al primer cuarto del siglo XXI! Ya estamos en 2025, el año en que transcurre Her (Spike Jonze, 2012), la parábola protagonizada por Joaquin Phoenix y la voz de Scarlett Johansson que muestra el lado más íntimo de la relación con la tecnología y anticipa los diálogos profundos que miles de usuarios tienen, prompts mediante, con las inteligencias artificiales de los grandes modelos de lenguaje disponibles a partir de ChatGPT 4. Los vehículos auto-tripulados ya no son rarezas en algunas metrópolis, los cohetes autopropulsados vuelven a su base, los seres urbanos viven conectados a través de dispositivos móviles portátiles que digitan ensimismados a gran velocidad.

Donald Trump, basado, inauguró su segunda presidencia con anuncios varios: promesas cripto, deportaciones, frases grandilocuentes y una alianza con el sector más voraz y audaz de la economía: las empresas tecnológicas, sus inversores y sus dueños billonarios.

El emblema es, sin dudas, Elon Musk, investido en prócer de su tiempo a caballo del éxito de sus autos eléctricos, neuroimplantes, las proezas de sus cohetes, la conectividad satelital, la compra de X y un discurso anarco-libertario. Las contradicciones y paradojas de Musk están a la vista, pero su nombre de pila de inspiración marciana, su apellido biótico y su perseverancia por la batalla cultural libertaria —siendo el hombre con la mayor fortuna personal (bursátil) del planeta— lo convierten en un ícono. Su confraternidad con Javier Milei fue anticipada aquí en Seúl el día de la asunción del actual presidente argentino. Sonaba exótica. Lo era.

A desregular

Capitalismo aventura: el concepto de repasar las utopías libertarias en clave de hiperfinanzas, big tech y de cierta literatura emancipatoria del siglo XX a lo Ayn Rand (rusa, nacionalizada en Estados Unidos, primera mitad del siglo XX) ya había sido ponderado. Un poco más allá de los conflictos mediáticos, se escondía otra agenda en la que la creación de estados autárquicos con reglas propias se colaba como una fantasía que excedía a la ficción. El historiador de la Universidad Cornell, Raymond Craib, le dedicó su libro Adventure Capitalism, a History of Libertarian Exit from Decolonization to the Digital Age a la crónica de esos intentos fallidos de montar organizaciones paralelas en islotes perdidos con líderes afiebrados o en paraísos bitcoiners como la Isla Satoshi. El reverso de esa moneda sería Juan Grabois en modo selfie, como un Manu Chao made in San Isidro, cantando canciones sobre el Che Guevara para las redes sociales. El propio Craib me agradeció por mail la referencia a su obra en aquella nota de Seúl, y ponderó en su mensaje la idea de abrir una discusión “más amplia sobre el anarco-capitalismo. Con la elección de Milei, las cosas siguen empeorando. El futuro que están planteando los anarco-capitalistas es un futuro sin lugar para la mayoría de la gente”.

Da cuenta de ese fenómeno el propio Martin Gurri, uno de los analistas más mentados en la transformación del vínculo y la representación política con los nuevos medios. El autor de La rebelión del público compartió hace pocas semanas un diagnóstico contundente sobre Trump 2.0: “No sólo tuvo cuatro años de exilio en Mar-a-Lago. Un importante elemento en su programa de gobierno fue el inesperado y abrupto ascenso de Javier Milei en la Argentina. Superficialmente, es el modelo de líder populista de este siglo: melena, palabrotas, habilidad para ocupar el centro de la escena, pero tiene dos características propias: es economista y es un libertario fanático. Y eso dista mucho de los instintos económicos de Trump”.

Donde hay un punto en común, claro, es en la arremetida antiburocrática: ahí donde hay disidencia en las batallas macroeconómicas (baja de impuestos internos acá, suba de tariffs allá), el Departamento de Eficiencia Gubernamental de Elon Musk, inspirado en el ministerio desregulador de Federico Sturzenegger, es más que un reconocimiento de ese entramado: es la conexión semántica también con la ciencia ficción, con el totalitarismo como fantasma.

Aquella exaltada agenda no es sólo explícitamente antiwoke, antiaborto y antidiversidades sexuales, sino que también es, por segundo año consecutivo, anti Davos… en Davos.

Vale decir: si al (b)analizar a Milei en su asunción el foco estaba puesto en su conexión y la afinidad del “fenómeno barrial”, con Musk y las utopías autopercibidas libertarias un año después aquella interpretación pudo ser acertada pero en exceso modesta: la influencia fue de doble vía y aquella exaltada agenda no es sólo explícitamente antiwoke, antiaborto y antidiversidades sexuales, sino que también es, por segundo año consecutivo, anti Davos… en Davos, a donde volvieron a invitarlo este año luego de un discurso que en 2024 fue calificado como un papelón internacional. Y donde, como no podía ser de otra manera, dobló la apuesta.

El discurso de “ave Miller”, sectario pero proselitista, secular, se conecta con esa obsesión por convertirlo en figura del Sacro Imperio. O al menos en un refundador que, más que buscar próceres de bronce o canonizar patriotas de carne y hueso, busca volver a las consignas y los himnos, a oír el ruido de rotas cadenas de aquellos tiempos gloriosos. Saltear el siglo XX y sus ideas de justicia social para que las naciones avancen, como en el argumento de una novela, sin ataduras a su prosperidad. Desorden y progreso. Primero los hombres, después el movimiento y, acaso si hace falta, la patria.

Futuro e imperio

La última edición de The Economist retoma en su tapa esa misma idea para analizar la segunda presidencia de Trump. Interpreta esta segunda venida como el intento ahora sí firme por recuperar el propósito del gobierno federal. Y, sobre todo, una nueva visión imperial de su país. “Trump quiere más: ver a Estados Unidos desatado, liberado de las normas, de la corrección política, de la burocracia y, en algunos casos, incluso de la ley. Lo que queda es algo viejo y nuevo, una ideología de la era del ferrocarril mezclada con la ambición de plantar la bandera en Marte”.

Volvamos al futuro. La ciencia ficción enseña que utopías y distopías pueden parecerse. Pero hay un eje rector, más allá de la interpretación del libro de Nieva, que es fundante y que parece replicarse en el presente, en el chico criado en Villa Devoto, en el vicepresidente J.D. Vance y su Hillbilly Elegy o en el sudafricano que quiere trascender la Tierra: es la relación entre las personas y el Estado, fundacional y consagrada en la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, mucho más que en el grito de “Liberté, egalité, fraternité”.

Es ahí donde la alianza de los pioneros de 1849 en San Francisco deriva más en la élite fintech que en la casta de las hermandades de los campus universitarios ocupados en el postureo; y donde se conecta el libro de Craib sobre lo anarco-libertario con Marc Andreessen o los ahora exultantes criptobros: para ellos, las redes trans o supranacionales entre individuos (tecnológicas, financieras) son el modo de sortear la tiranía centralista del Estado hoy representado por China. El Manifiesto tecno-optimista de Andressen (2023) funciona como una pretensión de aventura civilizatoria: ni ciencia ni ficción. También el libro The Network State, How to Start a New Country, de Balaji Srinivasan (2022), postula la idea de nuevas redes más allá de las tradiciones nacionales.

Para ellos, las redes trans o supranacionales entre individuos (tecnológicas, financieras) son el modo de sortear la tiranía centralista del Estado hoy representado por China.

Andreessen mismo es uno de los referentes no tan visibles de este movimiento. El jueves por la noche, acaso desvelado, primero se burló del paper de Francis Fukuyama titulado “Elon Musk y la caída de la civilización occidental”: del Fin de la Historia consagrado en los años ’90 a augurar el fin de Occidente mientras sus nuevos héroes buscan dar batalla. Más tarde, el inversor —célebre por apostar fuerte a la digitalización, las redes sociales y la web3— desgranó un larguísimo hilo en X hostigando en tono de ficción a la universidad de Stanford, los medios masivos y las visiones conspiranoicas sobre el ensamble de las figuras de la big tech (representados en Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Jack Dorsey, etc.). Es como un texto de Bradbury pero con menos adjetivos y apelando de manera metatextual al discurso formal de los papers académicos: “Issue #147. El último profesor sano. Un newsletter sobre la inevitable decadencia”.

Queridos buscadores de la Verdad: escribo con las manos temblando. Después de tres meses sin dormir analizando las transacciones de Peter Thiel en la blockchain a través de la numerología védica, encontré asuntos que no pueden ser ignorados. ¡Conectemos puntos que ellos no quieren que conectemos!

El argumento del cuento, entonces, tiene nuevos protagonistas y el rol de villano aparece confuso: los topos que se inmiscuyen en el dispositivo estatal para quebrarlo desde adentro (aquel famoso “¡Amooo!” de Milei en la entrevista con Bari Weiss para The Free Press). La promesa de esa fraternidad —Milei en Davos los llamó “compañeros”, ejem— es “Make Occidente Great Again”. Organismos llamados DOGE, nombres de empresas como WorldCoin o el propio apellido Altman parecen salidos de un Arthur C. Clarke algo inspirado pero bastante obvio. Y claro: los atuendos romanos convertidos en meme también podrían ser los de la saga de Asimov. Comenzó como Fundación, siguió con Fundación e Imperio.

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

Compartir:
Ernesto Martelli

Abogado. Ex Director de Innovación en La Nación. Analista cultural e investigador especializado en comunicación digital. #MediaArchitect

Seguir leyendo

Ver todas →︎

Saunders y el bien

La literatura puede transformar el dolor cotidiano en belleza cuando el autor observa la realidad con atención y verdadera compasión por los personajes.

Por

La cadena suelta

El criptogate es el tropiezo más grave de Milei, pero la oposición, acéfala y confundida, lo mira de lejos.

Por

Profesional de la casta

Una nueva biografía de Miguel Ángel Pichetto intenta explicar el fracaso del sistema político argentino, pero no llega mucho más allá de lo anecdótico.

Por