Partes del aire

#87 | Mirá lo que descubrí

Diciembre es el mes de las corridas y los apuros, pero siempre hay tiempo para otro newsletter.

Último newsletter del año, escrito en el frenesí de eso que los porteños llamamos “diciembre” y es mucho más que un mes: es un estado de ánimo. Te olvidás lo que querías en el kiosco y el kioskero te dice: “Diciembre”. Le decís a alguien que no llegás a una cita: “Lógico, diciembre”. Diciembre es un tanque de nafta vacío combinado con la presión de hacer mil cosas en dos-tres semanas, surcando la ciudad para comprar cosas, ir a “eventos”, trámites postergados, despedidas infinitas. Ayer tardé 45 minutos en ir de Abasto a Recoleta, después de un acto infantil que se había extendido demasiado, Corrientes inmóvil, bocinazos como del fin del mundo: diciembre.

Y aún así, pensaba ayer antes de cruzar Pueyrredon, “diciembre” también es una gran excusa, un sedante, un código que compartimos para reírnos y no preguntarnos si toda esta locura de ir de un lado para el otro vale la pena. ¿Vale la pena? No preguntemos: aguantemos hasta Nochebuena, después Año Nuevo y después no nos acordaremos de diciembre.

Para nosotros en Seúl, encima, diciembre es el mes del Anuario, nuestro gesto nostálgico por las revistas de papel y la lectura ininterrumpida. El lunes los recibimos de la imprenta, ayer terminamos de ensobrar, cerrar y etiquetar (único trabajo manual en una revista online) y a partir de hoy los estarán recibiendo vía Andreani nuestros socios-suscriptores, el mayor regalo que les hacemos después de un año de apoyo a cambio de casi nada. Igual es un gran regalo, porque quedó espectacular, lleno de ilustraciones y artículos nuevos de Julio Montero, Leo Orlando y Quintín, entre muchos otros, para tratar de entender un poco este 2024 rarísimo y empezar a mirar 2025, que ojalá sea menos raro. Si no sos socio y las revistas de papel te generan algún tipo de interés (es decir, tenés más de 40 años), en un par de días lo vas a poder comprar en Mercadolibre.

Alegando “diciembre”, también, voy a decir que no tengo mucho para decir, salvo que disfruto mucho escribir este newsletter, aunque me obligue a pensar un tema los lunes, escribir un borrador los martes y cerrarlo los miércoles. Mi semana no se libera del todo hasta que el newsletter está enviado y está bien: vale la pena, me obliga a estar alerta, a tener las antenas paradas y escribir mis mil palabras semanales, con la disciplina que no tengo para entrenar o madrugar. Mil palabras semanales: como mil pelotas contra el frontón, en la acumulación está el mérito. Me gusta del formato, además, que me permite explorar, arrancar para un lado y pegar un volantazo en la curva siguiente. Al revés que los artículos de los domingos, que exigen una hipótesis y unos argumentos, el newsletter es un pequeño diario íntimo intelectual: voy a ir dejando estas miguitas por acá, a ver hasta dónde me llevan. Quizás no llevan a ningún lado, pero el camino, al menos, habrá servido para algo.

Además lo hicimos de a dos. Vos y yo. Los grandes artículos le hablan a la multitud, desde un atril y con un megáfono: miren qué importante esto que tengo para decir. El newsletter es un susurro, casi un secreto, un uno a uno. No es “mirá que inteligente soy”, es “mirá lo que descubrí”. Me entusiasmo por con curiosidad, como el jueves pasado con las memorias de Favaloro, y vengo acá a contártelo. El artículo es trabajo; el newsletter es juego y conexión. Al newsletter no le molesta ser olvidado, no aspira a ser parte de obras completas. Pone un dedito en la pileta a ver si hay agua; si hay, quizás otro día nos tiremos.

Otro placer del newsletter son las respuestas. Cuando un artículo de domingo tiene éxito, se ve en las métricas y en las redes sociales, pero el feedback puede ser insulso si es a favor y diabólico si es en contra. De los newsletters a veces recibo apenas una docena de mensajes, –emails, como en los viejos tiempos– pero son casi siempre tesoros, por su buena onda y su rara intimidad. Trato de responderlos todos, aunque sea apenas con un gracias, para sellar la conexión. No siempre lo logro.

Gracias por leer, como siempre. La seguimos el año que viene.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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