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Pasado mañana se juega en el Monumental la final de la Copa Libertadores entre Botafogo y Atlético Mineiro, dos equipos brasileños y, además, dos sociedades anónimas. Ayer estaba tomando un café en Saint Moritz, mi boliche céntrico, y vi entrar a dos hinchas de Botafogo. Me acerqué a preguntarles si les había cambiado algo que a su equipo lo maneje una empresa privada. “A algunos hinchas no les gusta”, me contestó uno. “Pero lo cierto es que hace dos años Botafogo no tenía ni para comprar pelotas y ahora estamos en la final de la Libertadores y punteros en el Brasileirao”.
Desde la final del Bernabéu, en 2018, 10 de los 12 finalistas de la Copa Libertadores han sido brasileños (las excepciones son River en 2019 y Boca en 2023). Su dominio del torneo es absoluto y nada hace prever que pueda cambiar en los próximos años. En Brasil juegan estrellas globales como el argentino Thiago Almada, el holandés Memphis Depay o brasileños como Gerson y Luiz Henrique, repatriados en el mejor momento de sus carreras.
¿A qué se debe esta hegemonía reciente de los equipos brasileños en la Copa Libertadores? La explicación principal es la plata, por supuesto, pero el origen de esa diferencia se debe, creo, a tres factores combinados. El primero, ajeno al fútbol, es una economía estable y sin cepos. Brasil crece poco pero ya no tiene crisis financieras: eso ayuda a seducir extranjeros o repatriar nativos. El segundo, la organización del torneo: el Brasileirao tiene un formato estable y competitivo, similar al de las ligas europeas, que genera ingresos importantes dentro y fuera de Brasil. Y el tercero, más reciente (2021), la posibilidad de que los clubes puedan transformarse en sociedades anónimas. Siete clubes del Brasileirao este año tienen mayoría accionaria privada.
El fútbol argentino necesita más plata. Para eso necesita una economía mejor (al menos más estable y sin cepo) y necesita un torneo mejor. ¿Necesita también las sociedades anónimas deportivas? No es una polémica donde me quiera meter ahora, pero igual digo que estoy a favor de que los socios puedan elegir, si quieren, un modelo de sociedades anónimas deportivas para sus clubes.
En cualquier caso, me quiero concentrar en el segundo factor, el formato del torneo, que en la Argentina lleva una década demencial y será aún más demencial desde el año que viene. Meto tres gráficos que hice para mostrar la anormalidad de la liga argentina e ilustrar mis argumentos de hoy, que van más abajo. Los gráficos muestran 1) que la cantidad de equipos de nuestra primera división es delirante, 2) que vamos a pasar de tener una de las temporadas más largas a una de las más cortas, y 3) que le tenemos un pánico exagerado e inusual al descenso.
La Liga Profesional de Fútbol ya es el torneo con más equipos del mundo (con la excepción de la MLS, que tiene otra tradición) y en 2025 lo será aún más: pasará de 28 a 30 equipos. Esto es una anormalidad absoluta, a la que nos venimos acostumbrando desde 2014, el debut del torneo de 30 equipos, que después fueron bajando (con la Superliga) y después volvieron a subir (con el regreso del torneo a la AFA y a los caprichos inexplicados de su presidente, Chiqui Tapia). Todo el mundo en el fútbol argentino sabe que esto es un espanto, que es malo desde cualquier punto de vista (el propio Tapia prometió al asumir ir hacia un torneo de 20), pero pasa igual. En algún sentido, la AFA es la última casta que resiste el huracán anti-élites de los últimos años: gobernada por los mismos, tomando decisiones basadas en acuerdos secretos, donde el disenso o el debate no están permitidos y formada por dirigentes de representación difusa, votados en su mayoría por unos pocos miles de socios.
Menos fulbo
La reforma para 2025 tiene otro aspecto malísimo: baja casi un 27% la cantidad de partidos garantizados para equipo. Este año todos los equipos jugarán 41 partidos, entre Liga y Copa de la Liga. Unos pocos sumaron además los playoffs de la Copa de la Liga que ganó Estudiantes en mayo. El año que viene, en cambio, cada equipo tendrá asegurados apenas 30 partidos, porque se elimina la Liga y se jugarán dos torneos con el formato de la Copa de la Liga: dos zonas de 15 equipos, más la fecha de clásicos (otra aberración deportiva, que quita equidad a la competencia). Quince más quince: 30 partidos. Esto llevará al fútbol argentino de ser uno de los que más partidos juega en 2024 a uno de los que menos juega en 2025. Estos bandazos de una punta a la otra (ver gráfico) muestra que no hay gente seria pensando estas cosas.
La inmensa mayoría de los hinchas quiere un torneo de dos rondas de 20 equipos (38 fechas), como tienen las grandes ligas del mundo (también Brasil y Colombia), pero los dirigentes argentinos insisten en negárselo. Desde fines de los ‘80 no ha habido ningún torneo así. En los ‘90 y hasta principios de siglo jugaban 20 equipos y había 38 fechas, pero dos campeones: torneos de rachas, con campeones variables pero a menudo olvidables y olvidados. ¿Qué hace falta para que tengamos algo así? Para empezar, que los hinchas tengan algo más de voz en la conversación. Hoy los dirigentes pueden ignorarlos, porque las canchas se llenan más que nunca, los abonos de televisión se venden y al periodismo no parece preocuparle demasiado (con excepciones). Pero quizás eso cambie.
La temporada de 30 equipos es mala por varias razones. Para empezar, son menos partidos de local (menos ingresos) para los clubes. También menos minutos para repartir entre los jugadores de los planteles, que se verán reducidos y, probablemente, contarán con menos juveniles, porque la presión sobre cada partido será mayor (“todas finales”, frase malísima) y los técnicos arriesgarán menos. Pero a eso vamos. Encima los campeones se decidirán en playoffs a partido único, sin alargue, con el exceso de definiciones por penales que venimos viendo en la Copa de la Liga y la Copa Argentina. Habrá campeones más merecidos, que dominarán de punta a punta, y otros que se colarán a último minuto y tendrán arqueros inspirados en las definiciones por penales. Malo para el fútbol, en mi opinión. Menos ganas de verlo. La paridad y la incertidumbre son lindas en el fútbol, pero deben estar correlacionadas con el mérito deportivo. Si no, que tiren una moneda y es casi lo mismo.
El tabú del descenso
Otra tara insólita del fútbol argentino son los descensos, que la AFA viene tratando de reducir al mínimo (o, como este año, eliminar) a pesar de que son parte de la vida del fútbol desde hace más de un siglo. Descender y volver a ascender puede tener tanta épica, para algunos, como ganar una copa internacional, porque en el fútbol cada uno tiene sus objetivos y expectativas. El año que viene, cuando van a descender dos equipos sobre 30 (el 6,7%), el fútbol argentino va a ser uno de los más cagones del mundo. En cualquier torneo serio descienden entre el 12% y el 20% de los equipos cada año. Brasil y Uruguay, los otros grandes de la región, tienen un montón de descensos. Y no pasa nada, la vida sigue.
Esto da para largo, porque se mezcla con muchas cosas. Mi objetivo de hoy era mostrar estas tres anormalidades. Claramente el Chiqui Tapia, que acertó con la selección, quiere un fútbol local chiquito y tapiado, con la menor competencia posible. Sin descensos, sin sociedades anónimas, sin competencias largas, sin apuesta real por desafiar el dominio brasileño. Esta situación es mala para los hinchas, que verán un espectáculo peor (a mí ya no me dan ganas de ver los torneos del año que viene); y para los jugadores, que se irán más rápido y volverán más tarde. Sólo es buena para los dirigentes, que confían en la infinita pasión de los argentinos por sus colores. Por ahora vienen acertando.
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