En un departamento de la calle Suipacha está la colección entera de Caras y Caretas (1898-1939) que perteneció a Natalio Botana, el periodista uruguayo que en 1913 fundó el diario Crítica, de los últimos testimonios del altísimo nivel intelectual de la sociedad argentina. Bajo el mandato de Cristina Fernández, en la fiesta del Bicentenario, se estrenó una película sobre el mural que el mexicano David Alfaro Siqueiros pintó en 1933 en el sótano de la quinta de Botana en Don Torcuato, donde lo hospedó durante su exilio (también dio asilo a Pablo Neruda, aunque a éste no le robó la mujer). La historia es fascinante, como tantas que recubren las paredes y los árboles de este ya no tan nuevo país, que empieza a tener pasado. Nuestro deber es conocerlo, y recuperar un poco de esa altura que nuestros ancestros supieron alcanzar. Crítica llegó a vender casi un millón de ejemplares en un día. Y éramos muchos menos.
¿Ustedes leen? ¿Visitan museos? ¿Van al Colón? Todas cosas que hay que hacer, pero no de cualquier manera. Hace falta entrenarse. Desarrollar criterio. Dedicar tiempo. Todas las relaciones están hechas de eso. Consumir arte sin ninguna relación personal con el mismo es perjudicial para la especie. Si van a la ópera, por ejemplo, ¿son capaces de distinguir entre una buena y una mala? No hablo de ejecución, sino de alma. ¿Qué sabemos del alma de una novela, de un cuadro, de un aria?
Entrenamiento musical con Esteban Insinger
En un shabbat organizado por gente de teatro en un cuarto piso racionalista de la calle Ugarteche, en donde había un piano, el compositor argentino se negó a tocar. El público –esto era evidente para él, aunque nunca lo dijo– no tenía nivel, y el arte –esto sí lo dijo, severo, tenso– era importante. Una actriz le beboteó, los amigos empezaron a aplaudir y entonces lo vimos levantarse de su silla –de traje, con corbata y zapatos de vestir sin medias– y sentarse al piano.
Las plantas no llegaban a tocar las teclas, pero eran muchas las macetas terracota que el instrumento tenía encima. Algunas florecidas, cascadas verdes, y otras muertas; al pianista le molestaban, sentía que oprimían al piano, lo mismo que Carlos Thays sintió cuando vio a un trabajador martillar el tronco de un árbol y de otro para armar un tender. Los pianos, como las plantas, también sienten. La actriz bajaba las macetas mientras Insinger completaba, furioso, su pieza experimental, con la que insistió a pesar de que se le había pedido un poco de Satie, o un nocturno de Chopin.
El shabbat terminó con una discusión muy fructífera, en la que por primera vez el compositor levantó la voz. Estaba bien que lo hiciera, había que escucharlo. Hay que escucharlo.
–No es una boludez –dice serio mientras volvemos caminando bajo los jacarandás por Libertador–, es importante saber dónde está el oro musical. El núcleo. El secreto. Como un minero. Entrar en la oscuridad a buscar el brillo. El artista arriesga su vida.
–¿Tanto?
–¡Claro! –está convencido.
–¿Cómo definirías la música?
–Un estado mental.
–¿Cualquier estado mental?
–No. Deriva de tu propia decodificación de lo que escuchás: una cadena de impulsos que va generando un mundo. No es azar, la vas armando a partir de tu cultura y de tu material, le vas dando consistencia.
–¿El material es lo que escuchás y la construcción de lo que escuchás?
–En ese cruce está tu singularidad. Lo que el material configura en tu propio cuerpo. El material es la música. Vos sos permeable al arte, a la experiencia. ¿Qué te decís a vos mismo sobre tu propia existencia y tu línea temporal?
–¿Sirve entrenarse?
–Cuando las condiciones están dadas, te ataca solo; uno es atacado por el arte. Primero se forma una presencia. Está disperso en el aire, y vos le das unidad. El entrenamiento es ver qué forma vas a darle, y cómo, cuál va a ser tu técnica.
–Una cuestión de formas.
–Hay muchos universos en la música. Si hubieras nacido en Irán, tu experiencia musical trascendente sería otra; tan fuerte, por otro lado, como la del austriaco que escucha Mozart y siente que eso le pertenece.
–¿Hay música alta y música baja?
–Distinguiría entre artista con cierta autenticidad y artista fake. Eso se transfiere a la experiencia final.
–¿No puede haber alguien que conecte con un fake?
–Existe el artista-engaño, sí: el entrenamiento es para eso, para darte cuenta. Es muy difícil saber qué es una obra de arte y qué no. Vos deberías poder aproximarte a un cuadro y decir sí o no, pero no es tan fácil. Tenés que estar en esa frecuencia.
–Decís que entre una obra y una persona pasa lo mismo que entre dos personas.
–Es como la atracción en los humanos. El flirt con el arte: conectás o no conectás, está sucediendo o tenés que hacer un esfuerzo.
–Como fingir un orgasmo.
–O tu fantasía no está al 100%, o la persona no llega a alimentar tu fantasía. En el caso de la obra, o no estás tan preparado o la obra no te está narrando tanto. El entrenamiento musical es un manual de herramientas para descubrir el estado mental.
–¿Qué resultado podemos esperar?
–Se supone que al final te recibís y sos un experto. Que mirás y ya sabés. No hay mucha vuelta y no hay mucha narrativa que le gane a esa experiencia.
–¿No puede la narrativa ser la experiencia, más que la obra en sí misma?
–A veces sí –razona–, para gente muy creativa, sí. La obra de Olivier Messiaen, Cuarteto para el fin de los tiempos, fue hecha en un campo de concentración. Icónica. Si no tiene un universo personal de decodificación armado, si no está entrenada, la gente cuando la escucha llega por la narrativa: el holocausto, el compositor sufrido. Es como el Réquiem de Mozart: murió, lo terminó, estaba enfermo. Hay muchas teorías de cómo se completó, pero escuchás el Réquiem y algo del lecho de muerte te llega. Está en el codex de la obra. En el caso del Cuarteto no sé si está tan bien logrado. El arte es una cápsula que contiene mucha información.
–Como una gramática.
–Como un encapsulado, como una bomba, que se despliega.
–¿O se detona?
–Si vos tenés las herramientas, puede detonar adentro tuyo; si no hay entrenamiento, no hay despliegue. ¿Conocés a Juan Carlos Paz?
–¿El músico argentino pionero del dodecafonismo?
–El mismo. Cuando ve en Buenos Aires Le marteau sans maître, de Pierre Boulez dice: “Al principio me pareció una música magnífica, después no entendí nada”. Una ironía: lo único que le gustó fue cuando la orquesta afinaba.
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